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Martín Güemes, jefe gaucho y arquitecto de la guerra irregular

 

Por Gragorio Caro Figueroa

a vastedad del escenario geográfico donde desplegó su lucha el general salteño Martín Miguel de Güemes, fue proporcional a la magnitud de su empresa. Nacido en Salta 1785 y muerto 1821 en una emboscada nocturna de tropas realistas, Güemes consagró veintidós años, de los treinta y seis que vivió, a las armas.

Hijo de un funcionario borbónico santanderino enviado a América como Tesorero de la Real Hacienda, y de una descendiente de vascos, a los 14 años se incorporó como cadete al Regimiento Fijo, participó en la reconquista de Buenos Aires durante la primera invasión inglesa y adhirió al movimiento independista inmediatamente después de llegada a Salta la noticia del pronunciamiento del Cabildo de Buenos Aires.

En abril de 1814 San Martín le confió la comandancia de las fuerzas patriotas de avanzada formada por gauchos de Salta y de Jujuy que operaban en el Alto Perú. Desde mayo de 1815, y hasta su muerte, ejerció esas funciones y las de gobernador de su provincia que, desde 1784, fuera sede de la Intendencia de Salta del Tucumán la que abarcaba las actuales provincias de Salta, Tucumán, Santiago del Estero, Jujuy y Catamarca, a las que se añadía Tarija.

El escenario de la lucha librada por Güemes se extendía, al norte, hasta la Intendencia de Potosí, y al este, hasta la Capitanía General de Chile. En ese extenso territorio Salta fue un nudo de caminos y senderos por donde, desde el siglo XVI, fluía el tráfico de hombres, de animales y de mercancías. En Salta termina la planicie argentina y comienza a dibujarse una enmarañada y, a veces, áspera y desafiante geografía de altura, con temperaturas extremas, con sus valles, ríos y quebradas.

Controlar el Alto Perú, para realistas y patriotas, era controlar la llave del largo corredor que enlazaba a la capital virreinal de Lima con la rebelde Buenos Aires. Entre 1810 y 1821 ese territorio será ocupado, alternativamente, por realistas y patriotas. Siete, según unos, y once, de acuerdo a otros, fueron esas incursiones realistas, llamadas “invasiones” por nuestros historiadores. Las más importantes que rechazó Güemes fueron seis: la cuarta del brigadier Joaquín de la Pezuela en 1815; la quinta, de La Serna en 1817; dos de Pedro Antonio de Olañeta también en 1817; la de Canterac en 1820 y la de Olañata en 1821, que le cuesta la vida.

En 1812, intentando abrirse paso hacia Buenos Aires, el general español Pío Tristán llegó hasta Tucumán, donde fue derrotado y se vio forzado a replegarse a Salta donde sufrió un nuevo revés frente a Belgrano en la batalla del 20 de febrero de 1813. La suerte de las armas oscilará de un extremo al otro de ese tenso arco.

Por momentos, las tropas del Rey tienen el control de un territorio que, en otros momentos, escapa de sus manos por la acción de las fuerzas patriotas irregulares altoperuanas que libran la guerra de las republiquetas y por el constante asedio de las guerrillas de Güemes que las someten a una extenuante guerra de recursos. La tierra debía ser hostil a un enemigo que desesperaba por la falta de caballos, de forraje, de alimentos y hasta de agua en las acequias que los gauchos obstruían y secaban.

La inferioridad de recursos materiales debía compensarse con la superioridad que otorgaba el conocimiento del terreno, la adhesión popular a la independencia, el controlar los caballos necesarios para los milicianos y el disponer del ganado para su alimentación. Güemes conocía a sus paisanos. Ellos son, explicó al gobierno porteño, “habitantes de toda clase de terrenos y climas y desde su tierna edad están acostumbrados a viajar en los Andes y serranías del Perú. Son hombres más cauterizados con los trabajos más ásperos y penosos. Más breve: son propio para militares”.


¿Quiénes eran esos gauchos que dejaban la labranza y montaban a caballo, armados con machete o rifle, para seguir a Güemes? Estos hombres de la tierra eran criollos de entre 15 y 45 años. Ellos eran, dice Miguel Solá, pastores, arrieros, labradores y artesanos. San Martín los designó como gauchos, sinónimo de hombres curtidos que conocían la tierra como la palma de sus manos; de jinetes diestros, hábiles con el lazo con el que atrapaban a los godos, y valientes hasta la temeridad. Esas cualidades, anotó el general español García Camba, “admiraban a los militares europeos”.

¿Cómo organizó sus fuerzas Güemes? Lo hizo mediante una red de milicias que cubría un amplio espacio, desde Humahuaca –con ramificaciones en Potosí-, pasando por Jujuy, la ciudad de Salta y las poblaciones aledañas del Valle de Lerma, el Chaco salteño y el Valle Calchaquí. Los milicianos fueron organizados en unidades de 20 a 30, bajo el mando de jefes locales, llamados “capitanes de Güemes”, muchos de ellos estancieros. Estos grupos, explica Roger Haigh, “eran parte de cuatro divisiones” comandadas por militares conducidos por Güemes.

¿Qué retribución recibían esos milicianos? Güemes combinó el pago en moneda con la aplicación de una norma que se usó en España durante la invasión napoleónica y que consistía en eximir a los gauchos del pago de arriendos y otras contribuciones, institución conocida como “Fuero Gaucho”, que no implicó un reparto de tierras, sino un transitorio perdón de las deudas. El fuerte componente popular de las milicias no sólo no trastornó sino que tampoco redujo los vínculos de lealtad que unían a los gauchos y los peones con sus patrones.


San Martín integró a Güemes dentro de su plan estratégico y acordó modificar el diseño de la guerra, ante las sucesivas derrotas de las fuerzas patriotas en el norte comandadas por porteños. Ambos coincidieron en que las características del territorio, las posibilidades de las fuerzas realistas, los recursos disponibles y la idiosincrasia de los habitantes, imponían la necesidad de potenciar la guerra irregular, combinándola con acciones regulares. Según la relación de fuerzas esas acciones debían adoptar, en un momento, un carácter defensivo y, en otros, desplegarse en acciones ofensivas.

La derrota patriota en Sipe-Sipe imponía revisar el esquema aplicado por Buenos Aires desde 1810. Mientras las maltrechas fuerzas patriotas tenían en el norte 2.500 hombres, el realista Pezuela tenía 6.000 soldados “aguerridos” y mejor equipados con los que controlaba “las cuatro provincias más ricas y pobladas” del país. San Martín pensaba que el asedio de Lima por el norte argentino era más incierto y costoso, y que resultaría más rápido y más eficaz si se reforzaban las fuerzas que concentraba en Mendoza para pasar a Chile.

Gaucho del Regimiento de Infernales 1815

Por un lado, el primer movimiento era detener el avance realista no permitiéndole traspasar territorio salteño. El segundo, aprovechar las ventajas que tenía San Martín en Mendoza, flanco vulnerable de los realistas. Si los generales realistas trabajaban para doblegar a los independistas por esos dos flancos, San Martín, Belgrano y Güemes trabajaban para construir un sistema de pinzas capaz de derrotarlos.

Güemes, que había provocado los recelos y desconfianzas de los porteños, debió revalidar sus títulos ante Belgrano, quien lo había castigado trasladándolo a Buenos Aires, y conquistar la confianza de San Martín que lo integró como parte principal de su plan estratégico. Superadas las diferencias con Rondeau, Güemes se convirtió en uno de los garantes del Congreso de Tucumán cuando la restauración del Rey en España parecía condenar al fracaso a la empresa independista. A partir de allí, elegido gobernador de Salta, Güemes fue también garante de una autoridad nacional inestable, errática y sometida a luchas intestinas.

En mayo de 1815 Güemes es elegido Gobernador. Lo eligieron los miembros de la elite, los “hombres educados y ricos” unidos entre sí por fuertes lazos de parentesco. Es también Comandante General de Avanzadas. La guerra impone un combate tan arduo como el militar: la lucha por los recursos para alimentar, vestir, armar y mover las milicias gauchas.


El campo, el forraje para el engorde de las vacas y también de las mulas que se vendían en el Alto Perú y el Perú, habían dado a Salta cierta prosperidad. Si Buenos Aires retaceaba los fondos, ellos saldrían de ese campo, de los aportes voluntarios de los hacendados y de las contribuciones forzosas a los comerciantes, mucho de ellos españoles.

¿Con qué armas combatiremos?, preguntó un gaucho a uno de sus jefes. “Con las que le tomemos al enemigo”, respondió. A miles de kilómetros de la península, esos jefes españoles que habían enfrentado a las tropas napoleónicas con la guerra irregular resultaban víctimas de esa misma táctica mortífera. El activo contrabando no alcanzó a compensar la clausura de la ruta comercial con Potosí y con Lima.

Pero ésta es un arma de doble filo: no sólo hiere a los godos, también desangra la precaria economía local que, por momentos, apenas puede asegurar la subsistencia. Una sola de esas familias encumbradas, en un año donó 20.000 de los 26.000 pesos aportados por particulares. Y en cinco años, 5.000 cabezas de ganado y más de 1.300 caballos. Hacia 1819 las necesidades materiales crecieron a la misma velocidad que decrecían las posibilidades de satisfacerlas. Güemes se disponía abrir una brecha en la muralla realista altoperuana para intentar cerrar la pinza sobre Lima.

La prolongación de la guerra y la cada vez menor contribución económica por parte del gobierno de Buenos Aires, colocó a la provincia al borde de la ruina y a sus comerciantes en la quiebra. Parte del sector más rico de la sociedad comenzó a mostrar su descontento con el gobierno de Güemes. Algunos, incluso, comenzaron a tramar una conjura contra él en alianza con militares realistas.

Asediado por las tropas realistas, resistido por algunos jujeños, enemistado con el gobernador de Tucumán (Bernabé Aráoz), aislado por las luchas entre los caudillos del Litoral y Buenos Aires, abandonado de la mano del gobierno porteño y rechazado por parte de algunos comerciantes, hacendados y hombres ilustrados, Güemes comenzó a sentir los efectos de esa combinación de factores adversos.

El apoyo de una parte importante de la elite local se transformó en encono y hostilidad. Sus opositores internos comenzaron a demandar el fin de la guerra o, al menos, la apertura de negociaciones con algunos de los generales españoles liberales que se sentían –a su vez- amenazados por las duras posiciones de los generales absolutistas. También demandaron la fijación de límites al ejercicio de un poder que les parecía arbitrario y hasta despótico.

Güemes anteponía la independencia y la unidad a otros objetivos cuya prematura búsqueda podía malograr el propósito central de la lucha independista. “Contra Buenos Aires, jamás”, repetía Güemes mientras hacía enormes esfuerzos por armonizar la defensa del interés local con el del conjunto nacional. Si aquel rasgo lo acerca al federalismo integrador, éste otro lo distancia de los caudillos que irrumpieron en 1820. Junto a San Martín y a Belgrano, Güemes conforma el pequeño grupo de hombres públicos argentinos cuyo patriotismo y entereza pocos discuten.

Fuente: http://www.iruya.com/content/view/256/45/ - Se agradece al importante portal web www.iruya.com


 

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