Historia de la Evangelización en Salta

Primeros misioneros en el territorio Argentino

A mediados del siglo XVI, y con el objeto de consolidar una ruta de unión entre el Perú y el Río de la Plata, se lanzan los españoles a conquistar la región del Tucumán (territorio de las actuales provincias de Jujuy, Salta, Tucumán, Catamarca, Santiago del Estero, La Rioja y Córdoba). Así comienza el recorrido del español por estas tierras argentinas, que va conquistando y dando una nueva faz al territorio comprendido entre la cordillera y el Río de la Plata, y desde el Alto Perú hasta el sur.

Por este camino recorrido por el conquistador, pasó también el misionero, sufriendo y luchando con él y como él. Los misioneros sembraron de obras sus caminos, regados de sangre y de santidad, siempre con el único deseo de responder a la exigencia del Evangelio. Al igual que los conquistadores, los primeros misioneros llegaban de la ya floreciente iglesia peruana. Sólo posteriormente se abrió el camino del Río de la Plata.

Con el paso de Diego de Almagro hacia Chile en su expedición de 1536, entran la región del Tucumán los primeros sacerdotes, que son los Mercedarios fray Antoio de Solís y fray Antonio Almansa y el clérigo Cristóbal Molina. Si bien obra misional es nula en el territorio argentino, pues no había sido ese el propósito de la expedición, son los precursores del apostolado evangélico en el Tucumán.

Los primeros misioneros en llegar al territorio son los capellanes que acompañaron la expedición de Diego de Rojas a mediados de 1543, y que iniciaron el establecimiento definitivo de los misioneros en territorio argentino. Los Padres Francisco Galán de la Orden de los Conmendadores de San Juan y el clérigo Juan Cedrón, permanecieron más de 6 meses en el territorio tucumano atendiendo a los expedicionarios, y prosiguieron luego con la expedición por los territorios al sureste del Tucumán hasta el Río Paraná. Estos dos sacerdotes fueron los primeros en recorrer, junto a los conquistadores, todo el noroeste argentino, atendiendo también a los indios.

Le siguieron dos frailes de la Orden de Santo Domingo, el Padre Gaspar de Carabajal y fray Alonso Trueno, que acompañaron la expedición de Juan Núñez del Prado, que asistieron a la primera fundación realizada en territorio argentino, la ciudad del Barco, en 1550. Estos dos dominicos y los clérigos Nuño de Abregó y Luis Bonifacio y el Mercedario fray Antonio Rendón Sarmiento que habían venido con Villagra, fueron los primeros misioneros de nuestra patria. Su presencia no era únicamente para atender a los expedicionarios, sino para catequizar a los naturales.

En 1553 Aguirre funda la ciudad de Santiago del Estero, que permaneció cerca de 3 años sin sacerdotes, lo cual casi provoca la desaparición de la ciudad, hasta que en 1556 un grupo de expedicionaios cruzó hasta Chile para traer al Pader Juan Cedrón, que junto con el padre Juan Rojo fueron los únicos sacerdotes en aquellos años. En este período se fundan las ciudades de Londres de la nueva Inglaterra, Córdoba, Cañete, San Miguel de Tucumán y Nuestra Señora de Talavera de Esteco, todas ellas dependientes políticamente del distrito de Charcas.

Por 1561 tenemos noticia de los primeros religiosos que se establecen definitivamente: son los Mercedarios fray Luis Valderrama, fray Cristóbal de Albarrán y fray Hernando de Almenares, que fundan su primer convento en Talavera en 1567. En 1566 llegan los primeros Franciscanos a la región, y a partir de entonces, estarán presentes junto a los Mercedarios, en todas las fundaciones posteriores, en cada una de las cuales se destinará u solar para la erección del convento respectivo. En general, hasta entrado el siglo XVII, con la llegada de los Jesuitas, la evangelización del Tucumán recayó casi exclusivamente en los Franciscanos. La organización de los indios en doctrinas daba la posibilidad de un trabajo apostólico de resultados seguros, mientras los españoles constituían normalmente un apoyo para la actividad del misionero.

Todo el territorio austral del continente formaba parte de la Diócesis de Lima. El 1 de Julio de 1547, el papa Pablo III dispone la creación de la Diócesis del Río de la Plata, que se segrega de Lima. En años posteriores, de esta diócesis se fueron desmembrando las diócesis de Charcas y La Plata (1552), Santiago de Chile (1561), la Imperial (1564), del Tucumán (1570) y La Paz y Santa Cruz de la Sierra (1605) 

El Obispado del Tucumán

La realidad política y religiosa de la región del Tucumán hizo impacto en el ánimo del rey de España Felipe II, y por pedido de las autoridades del lugar, pidió la erección de la diócesis del Tucumán, que se concretó mediante la bula del papa Pío V del 14 de Mayo de 1570. La sede de la diócesis fue establecida en la ciudad más antigua y de mayor importancia de la región: Santiago del Estero. Los primeros obispos de esta diócesis fueron el franciscano Francisco de Baumonte y el también franciscano Jerónimo de Albornoz.

Fray Francisco Victoria, obispo del Tucumán desde 1578, mandó traer los primeros misioneros de la Compañía de Jesús a su diócesis, de donde después se desparramaron por otros lugares de América, para producir el inmenso bien que dejaron como fruto de sus obras de evangelización. La evangelización de este territorio fue obra casi exclusiva de los misioneros jesuitas, cuyas huellas aún perseveran en las soledades del desierto, a través de las llanuras y de las montañas o en el fondo de lejanos valles. Fueron tres los primeros jesuitas que vinieron del Perú en 1586: los Padres Angulo, Barzana y Villegas; algunos historiadores mencionan un cuarto apellidado Gutiérrez. Más tarde desembarcaron en Buenos Aires otros cinco, provenientes del Brasil, reforzados con otros continentes provenientes años después del Perú. Si bien habían en la región religiosos de las órdenes de San Francisco, de la Merced y de Santo Domingo, estos no eran tan numerosos ni fueron tan activos como los de la Compañía de Jesús que se diseminaron por todos los ámbitos del obispado.

 Por el año 1579, asume la gobernación del Tucumán, el licenciado Hernando de Lerma, cuya postura y carácter fueron muy criticados por sus contemporáneos. Tuvo choques con el virrey Toledo y con el obispo fray Francisco de Victoria, desatendió las cédulas reales y desobedeció a la Audiencia de Charcas. Estos litigios provocaron una crisis en el obispado del Tucumán, puesto que el gobernador desconoció a los emisarios del obispo, hizo encarcelar a los frailes de la orden de la Merced y tuvo abiertos enfrentamientos con el obispo. Todo esto causó desconcierto entre los misioneros, muchos de los cuales huyeron del Tucumán. Aparentemente, dentro de todos los desaciertos del gobernador, el único mérito que cabe atribuirle es la fundación de la ciudad de Salta.

Fundación de la ciudad de Salta

El lunes de Pascua de Resurrección, 16 de Abril de 1582, el Gobernador Hernando de Lerma fundó en la región del valle de Salta, la Ciudad de Lerma del Valle de Salta, en el territorio de la provincia del Tucumán, situda a las orillas del río de los Sauces (hoy calle San Martín) y del río Siancas (hoy río de Vaqueros). Estuvieron presente en el momento de la fundación el Obispo del Tucumán Fray Francisco de Victoria, el Deán de la Catedral de Santiago del Estero don Francisco de Salcedo, el Chantre de la misma Catedral don Diego Pedrero de Trejo, el Comendador de la Orden de la Merced Fray Nicolás Gómez y el franciscano Fray Bartolomé de la Cruz. El miserio titular de la Iglesia Mayor que se creaba ese mismo día fue el de la Resurrección del Señor.

El 1° de Mayo siguiente, día de la festividad de los apóstoles San Felipe y Santiago se pasea el Estandarte Real, y el 30 de Setiembre, reunidos las autoridades y vecinos en Cabildo Abierto, echan suertes para la elección del patrono de la ciudad, saliendo elegido San Bernardo (siendo tan diversas las devociones particulares de los pobladores, para que no privara el criterio particular, se escogían los patronos por sorteo). Sin embargo, con motivo de la ceremonia del 1° de Mayo, prevaleció San Felipe como patrono principal de la ciudad.

Poco tiempo después que el polémico Hernando de Lerma fuera depuesto como gobernador del Tucumán, debido a sus continuos enfrentamientos con otros gobernantes y con los miembros de la Iglesia, para ser llevado a España donde moriría prisionero años más tarde, los pobladores de la ciudad, que no simpatizaban con el fundador, le cambiaron el nombre por el de Salta. Simultáneamente el nombre del apóstol Felipe se agregó al de Salta. En consecuencia, aproximadamente desde 1586, la ciudad era llamada San Felipe de Salta, quedando el nombre de Lerma para el Valle.

Desde el comienzo mismo de la fundación, Lerma tuvo que hacer frente a los naturales, recurriendo a la fuerza para sostener la ciudad. Los eclesiásticos, por su parte, se dedicaron a la atención espiritual de los españoles y a continuar su apostolado convirtiendo a los aborígenes de la región. La Misa se celebraba en un domicilio particular durante todo el tiempo que la Iglesia Matriz estuvo en construcción. La primera Iglesia Matriz estuvo ubicada en el solar de la esquina de las actuales calles España y Zuviría, es decir a media cuadra de donde se ubica la actual. El primer párroco de Salta fue el licenciado Pedro López de Barraza, quien asumió sus funciones en 1587. Desde la primera hora, hubo en la ciudad sacerdotes Franciscanos y Mercedarios. Muy pronto, en 1588 se sumaron los Jesuitas, que habían llegado a la región del Tucumán en agosto de 1585, por obra del Obispo Victoria.

El Obispo Victoria, había prometido enviar una imagen de Cristo para la Iglesia Matriz de Salta y otra de la Virgen del Rosario para el Convento de los dominicos de la ciudad de Córdoba. Años más tarde, cumplió su promesa: dos cajones llegaron flotando al Puerto del Callao, no se sabe si porque naufragó el navío o porque las arrojaron como era costumbre en la época, con sendos rótulos indicando su contenido y destino. En 1592 llegaron las dos imágenes a Salta y, después de tributársele los cultos correspondientes, la Imagen de la Virgen siguió camino rumbo a su destino, y la del Santo Cristo debe haber sido colocada en un lugar adecuado, dado que la Iglesia Matriz estaba aún en construcción.

Los miembros del clero se preocupaban por dirigir la vida espiritual de la ciudad. La preocupación principal era concluir la Iglesia Matriz, puesto que la original se había destruido por la precariedad de la edificación y por las inclemencias del tiempo. La nueva Iglesia, se levantó en el lugar donde está la actual Catedral, y su construcción se concluyó en 1597. Por 1586 comenzaron a levantarse la Eremita de San Bernardo, la Iglesia y Convento de San Francisco. A comienzos del siglo XVII la Compañía de Jesús tenía ya su templo y convento, y también los Padres Mercedarios construyeron su iglesia (la actual iglesia de la Merced).

En el año 1590 había llegado al Tucumán el franciscano Fray Francisco Solano, quien se dedicó a evnagelizar a los aborígenes de la región. Aprendió rápidamente la lengua tonocoté, llegando a hablarla mejor que los propios indígenas. Estuvo en la ciudad de Salta en 1592 donde, al igual que en las restantes poblaciones a las que llegó, dejó fama de santo. En 1594 se trasladó a Lima, donde falleció en 1610, a los 61 años. Dos meses después de su muerte se inició el proceso de beatificación. Los testigos de su labor que fueron llamados a declarar, sostuvieron que fue un ser excepcional por diversos motivos, entre ellos su ascendiente sobre los indios que lo amaron entrañablemente, los numerosos milagros que Dios hizo por su intermedio, la dulzura con que siempre trataba a las personas, los ininterrumpidos sacrificios voluntarios que realizaba, etc. Se dijo que fray Francisco Solano fue para las Indias Occidentales, lo que Francisco Javier para las Orientales. Fue canonizado en 1726

En este primer período misionero en nuestra Salta, la ciudad tiene su primer mártir, el franciscano Juan de la Zerda, quien fue muerto por los indios Calchaquíes en 1595. Salta en este tiempo es una pequeña ciudad, la más pobre en población por las dificultades originadas por los naturales. En estos primeros 18 años de vida, sin embargo, la ciudad comienza a adquirir la verdadera realidad que dio lugar a su fundación. Estos últimos años del siglo XVI representan el principio de una vida que se hará siempre más honda y más pacífica en sus pobladores y los misioneros que siguieron siempre sus pasos hacia siempre una más completa madurez, serán su respaldo. En estos últimos años del siglo, vivían habitualmente dos religiosos Franciscanos y dos Mercedarios.

Finalizando el siglo XVI y a comienzos del XVII, los pobladores del Valle de Lerma y la región de Esteco tuvieron que vivir heroicamente haciendo frente a los ataques de los indios calchaqíes y los naturales del Chaco. Pese a todo, la labor evangelizadora, lejos de detenerse, se acrecentaba. El Valle de Lerma recibió constante atención. Cabe mencionar los nombres del sacerdote Alonso Osma (1620) que evangelizó la zona que hoy lleva su nombre, fray Gerónimo Luján de Medina (1621) que evangelizó a los indios de Guachipas. Por 1650 se fundó un poblado llamado Rosario, desde donde pronto partieron misioneros hacia Pulares y Chicoana.

Durante la segunda mitad del siglo XVII los naturales siguieron defendiendo con tesón su tierra y su costumbre, mostrándose en su mayoría siempre rebeldes a convertirse al cristianismo. La labor misionera estaba a cargo de los de franciscanos, mercedarios y jesuitas. La doctrina de la Caldera, que estuvo a cargo de los Jesuitas, era la única en el Valle de Lerma que rendía sus frutos.

Con motivo de los excesos que se cometían, los indios morían en forma alarmante. En 1692, sólo vivía una cuarta parte de los que habían quedado en la región al terminar las guerras calchaquíes. Cabe señalar que los calchaquíes erradicados de sus lares y llevados al Valle de Lerma huían o se suicidaban en elevado número antes que vivir sometidos. La Iglesia expresó continuamente su protesta ante esta situación, sin recibir demasiada atención.

El 13 de Setiembre de 1692, el valle de Lerma fue estremecido por fuertes terremotos, con epicentro en la ciudad de Esteco, la cual quedó destruida, muriendo o abandonándola los pocos pobladores que la habitaban. Se tejió una leyenda alrededor de este hecho, hoy superada, según la cual, la ciudad había sido destruida como consecuencia de la falta de religiosidad de sus pobladores. Los sobrevivientes se dirigieron hacia el sur, a un paraje llamado Metán, donde se radicaron, dando origen a las actuales ciudades de Metán y Rosario de la Frontera.

Nace el culto a las imágenes del Señor y la Virgen del Milagro

El terremoto también había sacudido a la ciudad de Salta durante tres días. Los sucesivos temblores pusieron a prueba la fe de los salteños: se abrieron grietas en la tierra y en numerosos edificios, pero sin que se produjeran víctimas. El día 13 todos acudieron a la Iglesia Matriz a pedir misericordia, y a adorar a Jesús Sacramentado. Al entrar a la Iglesia Matriz, vieron que en el altar mayor estaba caída la imagen de la Virgen, que no había sufrido daños a pesar de haber caído desde tres metros. También notaron que el rostro de la imagen tenía un color pálido. Los Padres Jesuitas y Mercedaros orgnizaron procesiones por las calles de la ciudad, que los fieles siguieron descalzos, con sogas al cuello, las manos atadas y con la cabeza cubierta de cenizas en señal de penitencia. Los temblores continuaron la noche del 13 y al amanecer del 14 de Setiembre los habitantes de la ciudad se confesaron y comulgaron. Ese día comenzó a correr una versión de que el Jesuita José Carrión había recibido una revelación de Dios en la que le había dicho que los temblores cesarían si se sacaba en procesión la imagen del Cristo que estaba en al altar de las Animas de la Iglesia Matriz, que había sido donada por el Obispo Victoria. El pueblo decidió que así se haría al finalizar el novenario que se había iniciado el día 14 en honor de la Virgen. Ese 15 de Setiembre cesaron los temblores y el Cristo fue retirado del altar de las Animas y conducido al costado de la Iglesia Matriz, al lado de la Virgen. Los jesuitas predicaron el novenario, durante el cual la imagen de la Virgen mudó continuamente de colores causando confusión entre los fieles.

Según expresa Monseñor Vergara, "es indudable que el lpueblo salteño de 1692 quedó más impresionado de la interpretación milagrosa de la caída de la imagen de la Inmaculada a la cual se bautizó inmediatamente con el nombre de Virgen del Milagro, que de la intervención del Santo Cristo, aunque hubo una revelación maravillosa, al cual no se le aplicó entonces tan honroso título. El Santo Cristo recién aparece con el nombre de Señor del Milagro pasado el año 1760"

Se traslada a Córdoba la sede episcopal del Obispado del Tucumán

Finalizando el siglo XVII, recrudecieron los ataques de los aborígenes contra los españoles, por lo cual, en 1699, el Obispo del Tucumán don Manuel Mercadillo, decidió trasladar la sede episcopal desde la ciudad de Santiago del Estero a la ciudad de Córdoba y, dos años después, en 1701, el Gobernador don Juan de Zamudio, trasladó la sede del gobierno desde Santiago del Estero a Salta.

Durante esta época, la principal labor misional en la región estaba a cargo de los miembros de la Compañía de Jesús, que tenían misiones a lo largo de la región del Chaco y en los valles Calchaquíes.

Después de los terremotos de 1692, la Iglesia Matriz fue afectada seriamente, de manera tal que pronto quedó en ruinas. Al llegar el nuevo Gobernador del Tucumán don Estaban de Urízar y Arespacochaga, éste dio un fuerte impulso para iniciar la construcción del nuevo templo, efectuando fuertes donaciones de su propio peculio. En 1714 la Iglesia estaba concluida, siendo solemnemente inaugurada. Luego de la muerte de Urízar en 1724, los aborígenes del Chaco comenzaron nuevamente a atacar las ciudades, los fuertes y las misiones. Parecía imposible que los misioneros pudieran alcanzar los objetivos perseguidos pero pese a que algunos sufrieron el martirio, otros se mantuvieron en los puestos de avanzada, perseverando en sus elevados propósitos.

Expulsión de los Jesuitas y fines del siglo XVII

A mediados del siglo XVIII, el gobernador del Tucumán don Juan Victorino Martínez de Tineo consiguió detener los ataques de los naturales y apoyó decididamente el apostolado católico, fundándose nuevas misiones en pleno chacho salteño. Una relación de la época, del Obispo Manuel Abad Illiana, deja constancia que existían e el Obispado del Tucumán diez reducciones: ocho a cargo de los jesuitas y dos de los franciscanos. En 1767 la Corona Española expulsó a los Jesuitas de América Hispana, quedándose con todos los bienes que la Orden poseía en esas tierras. La orden de espulsión estaba fechada el 12 de Julio de 1767 y los jesuitas de Salta fueron detenidos el día 3 de Agosto del mismo año. Conducidos fuera de la ciudad, a los pocos días se los trasladó directamente al puerto de bueos Aires. Poco tiempo después, el obispo Abad Illiana hacía saber a todos los fieles de la diócesis que debían devolver de inmediato cualquier bien que poseyeran de los jesuitas y que tenían que reintegrar también todo lo que hubiesen recibido de ellos con posterioridad al 12 de julio.

La inesperada expulsión de los jesuitas impidió que quienes los sucedieron como doctrineros de los indios, tuvieran debido conocimiento del régimen de enseñanza y de trabajo que habían implantado en sus misiones los miembros de la Compañía e Jesús, por lo cual las misiones decayeron notablemente. Los sucesores de los jesuitas fueron, en su mayor parte, franciscanos. Tuvieron que multiplicar su labor para poder asumir el nuevo apostolado sin dejar el que ya venían realizando. A pesar de las dificultades, aquellos admirables frailes casi completamente solos, supieron mantener la obra de la evangelización en nuestras tierras.

A fines de 1767 llegó a Salta el nuevo gobernador don Jerónimo Matorras, quien logró un acuerdo con diversos caciques de los aborígenes del Chaco, mediante el cual los aborígenes cesarían sus ataques a las poblaciones hispanas, quienes a su vez no realizarían más expediciones militares contra los naturales de la región. Si bien este acuerdo no significó la terminación de todo enfrentamiento entre españoles e indígenas, sí marcó el comienzo del fin del estado de beligerancia permanente entre ambas partes.

En 1776 la corona creó el Virreinato del Río de la Plata, reemplazándose las anteriores Gobernaciones por Intendencias. En 1783, la Gobernación del Tucumán es reemplazada por la Intendencia de Salta del Tucumán (actuales provincias de Salta, Tucumán, Santiago del Estero, Catamarca y Jujuy) y la de Córdoba del Tucumán (actuales provincias de Córdoba y La Rioja). Finalizando el siglo XVIII, la Iglesia se preocupó por la educación pública de todo el Tucumán. El Obispo Alberto en 1782, dirigió una carta pastoral a los fieles de la diócesis, particularmente al os que estaban en condiciones de enseñar, estimulándolos a que lo hicieran en forma pública. Surgen en esta época en todo el territorio del Tucumán diversas escuelas. Se enseñaba obligadamente a leer, escribir y contar. Y toda esta obra fue casi exclusiva de la Iglesia, sin negar la participación muy limitada del gobierno civil, que ayudaba económicamente a todas las misiones.

Otra de las preocupaciones de la Iglesia fue la prestación de un servicio hospitalario. A requerimiento del Cabildo y del gobernador intendente, el Obispo Moscoso solicitó a la Congregación Betlemista de Lima que enviara religiosos para la atención de un hospital en 1805. Los betlemistas residieron en el propio hospital y adquirieron lotes contiguos para ampliarlo, pero como no vinieron más religiosos en 1822 cesó la atención hospitalaria en Salta.

En 1785, el gobernador intendente de Córdoba del Tucumán, marqués de Sobremonte propone la división del Obispado del Tucumán en dos, para que la división eclesiástica coincidiera con la civil.

En 1794, años después de la expulsión de los Jesuitas, estando en mal estado la vieja Iglesia Matriz, con la autorización del poder civil, se traslada la misma a la iglesia de los Jesuitas, que estaba ubicada en la esquina de las actuales calles Mitre y Caseros.

Se crea la Diócesis de Salta

Luego de la creación de las Intendencias de Salta y la de Córdoba en 1783, en que se divide la Gobernación del Tucumán, se comenzó a ver la necesidad de que se realice la misma división también en el aspecto eclesiástico y coincidiendo con la división civil. Por fin, el 28 de Marzo de 1806, el papa Pío VII divide la Diócesis del Tucumán en dos: al norte la Diócesis de Salta coincidiendo con el territorio de la Intendencia de Salta del Tucumán más la provincia de Tarija, perteneciente a la intendencia de Potosí, y al sur la Diócesis de Córdoba, comprendiendo la intendencia del mismo nombre más los partidos de Mendoza, San Juan y San Luis de la Punta, de la provincia de Cuyo.

El nuevo obispado de Salta contaba con más de 100.000 personas. En setiembre del mismo año, el rey de España designa titular de la nueva diócesis al ya obispo del Paraguay, monseñor Nicolás Videla del Pino, que asume formalmente al frente de la diócesis el 23 de Marzo de 1807. El 4 de Junio 1810 se erige en Catedral del Obispado la por entonces Iglesia Matriz, anteriormente iglesia de los Jesuitas. Otra preocupación de Monseñor Videla fue la instalación de un Seminario Diocesano, en una construcción contigua a la Catedral, que había pertenecido también a los Jesuitas. El seminario funcionó bastante irregularmente, hasta que fue clausurado en 1813.

Al producirse el Movimiento de 1810, el Obispo se había adherido a la Junta de Mayo. Sin embargo, cuando Belgrano se hizo cargo del mando del Ejército del Norte, en Mayo de 1812 dispuso alejar a Monseñor Videla del Pino de su cargo bajo sospecha de que éste respondía a las autoridades españolas, trasladándolo a la ciudad de Buenos Aires. Desde ese momento, la diócesis de Salta padeció de la intromisión del poder civil, siendo gobernada por provisores designados por el Obispo, previa autorización del gobierno civil. El 24 de Febrero de 1813 se celebró un solemne Te Deum en la Catedral de Salta, con asistencia del general Belgrano, del gobernador intendente, ambos Cabildos y numerosos fieles, en adhesión la Asamblea del Año XIII, que se había declarado Soberana y al a cual, previamente, todos habían prestado juramento de obediencia. Monseñor Videla del Pino falleció en 1819 sin alcanzar su propósito de regresar a su diócesis.

En 1814 se segregó de la Intendencia de Salta del Tucumán la Intendencia de Tucumán, que en 1820 se disolvió dando origen a las actuales provincias de Santiago del Estero, Tucumán y Catamarca. En 1825, nace la República de Bolivia y en 1826, Tarija se segregó de Salta y de la Argentina, incorporándose a Bolivia. De este modo, la Intendencia de Salta del Tucumán quedaba constituida por las actuales provincias de Salta y Jujuy. Durante esta época, la diócesis de Salta atravesó una crisis, debido a que su Obispo estuvo retenido fuera de su sede entre 1812 y 1819, y que luego de la muerte del General Güemes, la región entró de lleno en la guerra civil. El clero, casi en su totalidad se plegó con extraordinario entusiasmo a la idea de la emancipación americana, y muchos sacerdotes deben ser contados entre los esforzados creadores de la nacionalidad. Pero tan costosa y difícil obra absorbió todas las potencias y actividades de la Iglesia, que se descuidó su misión principal: se cerró el Seminario, se suspendieron las misiones religiosas de los pueblos, se despoblaron los conventos, se perdieron casi todos los bienes eclesiásticos, se debilitó la enseñanza catequística, se abandonaron muchas parroquias, se propagó el indiferentismo religioso aún en la masa popular y todo el orden eclesiástico cayó bajo el control de los gobiernos civiles. Desde el fallecimiento en 1919 de Monseñor Videla del Pino, la diócesis estuvo gobernada por vicarios capitulares por breves lapsos de tiempo y sin autoridad suficiente para iniciar una reacción enérgica de la vida religiosa en las extensas regiones de la diócesis.

En 1834, la provincia de Jujuy adquiere su autonomía y se segrega de Salta. Ya en 1836, el gobernador de Tucumán propone la creación de un nuevo Obispado que comprendiese las provincias de Tucumán, Santiago del Estero y Catamarca, lo cual no pudo concretarse debido a que se temió que esta división pudiera favorecer las intenciones del partido unitario que pretendía separar a Salta y Jujuy de la Argentina para anexarlas a Bolivia, como ya había ocurrido con Tarija.

En 1846 se crea en Salta el Monasterio de Carmelitas en el convento de San Bernardo, al cual vinieron tres monjas carmelitas del monasterio de Córdoba, que permanecieron hasta 1849 en que una de ellas quedó como superiora del convento con 8 jóvenes novicias salteñas. En este período hubieron dos intentos tendientes a lograr que los jesuitas volvieran a Salta, obteniendo gran eco en la población salteña, pero sin lograr la autorización del gobernador de Buenos Aires don Juan Mauel de Rosas.

Durante esta primera mitad del siglo, la diócesis de Salta vivió difíciles momentos, sobre todo debido a las reiteradas intromisiones del gobierno civil y a las prolongadas vacancias de la sede del obispado. Las autoridades eclesiásticas con asiento en las provincias de Tucumán, Satiago del Estero, Jujuy y Catamarca rehusaban someterse al Vicario Capitular con sede en Salta, y las del departamento boliviano de Tarija (que seguía formando parte de la diócesis) prácticamente dependían de la arquidiócesis de Charcas. En 1859, el papa decidió escindir de la diócesis de Salta a la provincia de Tarija, incorporándola formalmente a la arquidiócesis de Charcas, lo que motivó una fuerte oposición por parte del gobierno argentino, puesto que esto parecía aprobar el desmembramiento político de un territorio argentino sustraído a la soberanía nacional por un acto de sublevación, en cuy legitimidad estaba distante de consentir.

Por 1850 los tucumanos trabajaban para que la sede episcopal fuera trasladada a la ciudad de Tucumán, en mérito al gran templo que allí se estaba levantando con la protección económica que prestaban el pueblo y el gobierno. Esto motivó a los salteños a emprender con decisión la construcción de la futura Catedral, lo que ocurrió en 1855, sobre el terreno en que hoy se levanta, y cuya construcción estuvo concluida en 1878, siendo solemnemente consagrada como tal, el 13 de Octubre de ese año.

En el año 1874, Monseñor Rizo Patrón funda el Seminario Diocesano que continúa con su actividad hasta nuestros días.

En 1897, siendo obispo Monseñor Pablo Padilla y Bárcena, se desprende de la Diócesis de Salta la Diócesis de Tucumán, que queda constituida por el territorio de las provincias de Tucumán, Santiago del Estero y Catamarca, y a fines de siglo se desprende la Diócesis de Jujuy, comprendiendo la provincia del mismo nombre.

 En el año 1961, Juan XXIII crea la diócesis de la Nueva Orán, que se desprende de Salta, comprendiendo los departamentos salteños de Orán, Iruya, Santa Victoria, San Martín y Rivadavia. Posteriormente, en 1969, el papa Pablo VI crea las prelaturas de Cafayate y de Humahuaca. Ambas son entregadas para su administración apostólica a congregaciones religiosas, la primera a los padres Agustinos y la segunda a los Claretianos. Ambas prelaturas tienen la particularidad única en su tipo en la Argentina de que su territorio abarca partes de más de una provincia: Cafayate ocupa parte del territorio de Salta, Tucumán y Catamarca, y Humahuaca ocupa parte de Salta y Jujuy.

En esta época llegan a Salta varias de las Congregaciones Religiosas que perduran hasta nuestros días: los padres Redentoristas (1892), las Hermanas del Buen Pastor (1893), los padres Lateranenses (1899), los Salesianos (1911), los Carmelitas Descalzos (1929) y las Hijas de María Auxiliadora (1929).

Salta es elevada a Arquidiócesis

En el año 1934, se creó la Arquidiócesis de Salta y su primer Arzobispo fue Monseñor Roberto Tavella. Con tal motivo, la Catedral fue elevada a la dignidad de Metropolitana y Monseñor Tavella, con la cooperación unánime de los salteños, logró realizar la magnífica decoración que admiramos al presente. Años después, en 1939, se dio a la Catedral el título de Basílica Menor. Le sucedieron como arzobispos Monseñor Carlos Mariano Pérez en 1964, Monseñor Moisés Julio Blanchoud desde 1985 y Moseñor Mario Antonio Cargniello desde 1999 hasta el presente.

Información extraida del Portal Misioneros en Salta

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