Fue
inmensa la popularidad que Belgrano adquirió entre los indígenas
del Alto Perú y de algunas otras regiones donde llegó
su fama. En general, los indios, ya definitivamente conquistados
para la causa de la Revolución, se mantuvieron fieles a su
recuerdo. En las proximidades del Chaco paraguayo, existía
un célebre cacique llamado Cumbay que usaba título
de general y vivía rodeado de la pompa de un rey primitivo.
Todos le respetaban como tal y admiraban
la multitud de guerreros que obedecían sus órdenes.
Era ardiente partidario de la Revolución, por la que combatió
en Santa Cruz de la Sierra, siendo herido de un balazo, pero jamás
había querido entrar en las ciudades ni tener contacto alguno
con la civilización. Sin embargo, cuando oyó hablar
de Belgrano deseó conocerlo y le pidió una entrevista.
Belgrano se la concedió, y pasado algún tiempo llegó
Cumbay a Potosí - donde se hallaba entonces el cuartel general
patriota - acompañado por su intérprete, dos hijos
menores y una escolta compuesta por 20 flecheros con carcaj a la
espalda, el arco en la mano izquierda y una flecha envenenada en
la derecha. Al enfrentar a Belgrano, desmontó y, después
de mirarlo un rato con profunda atención, le dijo por medio
de su intérprete: “Que no lo hablan engañado,
que era muy lindo, y que según su rostro así debla
ser su corazón”. Belgrano le ofreció un caballo
ricamente enjaezado y con herraduras de plata, desfilando después
ambos en medio del ejército formado. Al pasar frente a la
artillería que era de calibre 18, le previnieron que tuviese
cuidado con el caballo, porque iban a disparar en su honor, a lo
que replicó “que nunca habla tenido miedo a los cañones”.
Se lo alejó con toda magnificencia, habiéndosele preparado
una cama digna de un rey, pero él, dando a sus huéspedes
una lección de humildad, o de orgullo, echó a un rincón
los ricos adornos que la cubrían y se acostó sobre
el apero.
Se
lo invitó a varias fiestas preparadas en su honor y, finalmente.
Belgrano quiso brindarle el espectáculo de un simulacro militar.
Dispuso entonces que la tropa formara en el campo de San Roque,
donde se ejercitó en maniobras de tiro y formación,
mostrando lo mucho que había avanzado en su instrucción
y disciplina. Cumbay contemplaba todos aquellos movimientos con
un dejo de asombro hasta que, al ser interrogado por Belgrano acerca
de la impresión que le había causado el ejercicio,
contestó con arrogancia: “Con mis indios desbarataría
todo eso en un momento”. Belgrano no pudo menos que mirarle
sorprendido. Al despedirse lo colmó de atenciones y regalos,
obsequiándole entre otras cosas un gran uniforme y una hermosa
esmeralda incrustada en oro, para que reemplazara con ella el adorno
que tenía entre la barba y el labio inferior, distintivo
de la tribu que los indígenas ostentaban con piedras ordinarias
o con discos de otros materiales. Cumbay, ganado por tanta gentileza,
decidió ofrecerle 2.000 indios para pelear contra españoles.
Este original episodio da una idea
de los medios empleados por el general Belgrano para conquistarse
el afecto de los indios; de ahí que, a pesar de sus derrotas,
estos aliados continuaron combatiendo solos contra los españoles
y prestaron eficaces auxilios a los jefes independientes que sostuvieron
la guerra en el Alto Perú.
Información extraida de http://www.historiadelpais.com.ar/cumbay.htm