NACIÓ EL 16 DE JULIO DE 1883 en la ciudad de san Miguel de Tucumán. Sus padres, ambos tucumanos, fueron don Napoleón Salas y doña Marcelina González.
Hizo sus estudios primarios en Salta y dos cursos de la escuela secundaria completándolos en la Escuela Normal de Tucumán donde obtuvo el título de Maestra Normal con la calificación “Sobresaliente”. Egresó en 1903 y al año siguiente se desempeñaba como maestra de grado en la Escuela Mitre; aquí vivió un episodio que denota ya su carácter y personalidad.
Al personal se le adeudaba tres meses de sueldo y el 26 de julio de 1904 director y maestros solicitan al Presidente del Consejo general de Educación de la Provincia se les regularicen sus haberes. Entre los firmantes de la nota están, Carmen Salas y Petronila B. de Albuernes quien en 1910, por pedido de la Srta. Carmen, vendrá a desempeñarse como maestra de grado en esta escuela.
El Concejo General de Educación resolvió desestimar la nota – petición y pedir al gobernador Lucas Córdoba la destitución del director y “apercibir enérgicamente a los maestros”[1], lo que se hizo.
A Carmen Salas la sanción impuesta le dolió más que la falta de pago. Decidió entonces trasladarse a Salta y gestionó la dirección y el cargo de maestra de la escuela de San Lorenzo[2] que se encontraba vacante. Se distinguió por su espíritu moralizador y altruista.
Los hermanos Cantón, que poseían la finca El Recreo[3], cercana a San Lorenzo, y solían permanecer en ella en el invierno, conocieron a la joven maestra y valoraron su excelente desempeño. No la olvidarían cuando fue menester proponer para la dirección de la Escuela Normal Rural Mixta, creada en 1910 en Rosario de la Frontera, no vaciló el Dr. Zoilo en hacerlo siendo apoyado por su hermano Eliseo.
Recibió el nombramiento y de inmediato se trasladó a Rosario de la Frontera, a fines de enero. Comenzó su ardua labor, sin ayuda alguna.
Debía proponer personal docente –profesores y maestros–, buscar local para la escuela con capacidad suficiente para albergar el Departamento de Aplicación, el curso normal y oficinas, dotarla de muebles y útiles, iniciar la matriculación. También encontrar casa para ella y su familia. El 11 de abril de 1910 la escuela comenzó su trascendente misión.
Su labor no fue sino un constante desvelo por cimentar la escuela, prestigiarla, arraigarla y engrandecerla. Para ello debió imponer disciplina y moralidad en un medio proclive a lo contrario.
Su Obras trasciende lo puramente escolar para convertirse en una acción civilizadora tendiente a terminar con malas costumbres y supersticiones. Cuando el 25 de febrero de 1966 la entrevistó el poeta y periodista don César Perdiguero le confesó:“Por aquellos años que yo vine, enseñar costaba mucho, pero mucho. Había gauchos malos, hombres alzados contra la ley que luchaban contra la acción que desarrollábamos las maestras. Muchas veces tuve que hacerles frente. ¡Porque a mí nunca me asustaron aunque vinieran armados!”
“Así luchó este arquetipo de maestra –agrega Perdiguero– contra la ignorancia, contra la miseria, contra el miedo”.
El personal de la escuela se contagió de su espíritu y entonces se transformó en caja de resonancia de inquietudes y anhelos populares. Alcanzó tanto prestigio que su alumnado se componía de jóvenes provenientes de distintas provincias (Jujuy, Tucumán, Santiago del estero, Catamarca, Chaco y por supuesto, Salta).
En 1913 hubo un intento de suprimirla por parte del gobierno nacional y en 1919 de trasladarla a otro pueblo. Consiguió pararlos buscando amistades e influencias políticas para lo cual tuvo que viajar a Buenos Aires afrontando los gastos de su peculio.
Defendió a la escuela y a su personal ante intenciones de desprestigio; también el valor de los títulos que emitía cuando otras provincias los negaban. No hubo, en fin, actividad, iniciativa o sugerencia de bien común donde no estuviera presente, o bien ella o los profesores y maestros.
Estuvo al frente de la escuela más de 36 años. Falleció el 14 de abril de 1967 y con este doloroso motivo, la dirección de la escuela emitió una resolución que en sus considerandos valora su enorme labor, expresando: “Ofrendó su juventud y sacrificó todas sus horas para organizar y afianzar la Escuela Normal; cimentó en sus discípulos y a través de sus enseñanzas en los hijos de estos, los principios del honor, el respeto y el afán de superación; aún alejada de la función docente se sintió ligada a la escuela con el amor de una madre que orientó y quiso ser testigo del adelanto y perfeccionamiento de su obra; que por todo lo anterior ha sido y será, no sólo para la escuela, sino para el pueblo de Rosario de la Frontera por cuyo progreso tanto trabajó, una figura patriarcal y querida”.
Quien esto escribe la conoció como Directora y profesora. Cuando se retiró de la escuela solía visitarla. Mucho de lo que de ella se dice, fueron sus confesiones en largos monólogos que escuchaba con profunda atención.
No tiene una historia grabada en piedra pero sigue entretejida en la materia de las vidas de otros seres. Entre esas vidas, está la mía.