CAPÍTULO V

El pacto

 Al verlo, Carmen dio un paso atrás.

     --Infame asesino-- exclamó, --¿qué buscas aquí?

     --¡Ah! ¡ah! ¡ah! ¡y dice la pobre niña que quiere vengarse! ¡Vengarse, y le arredra el crimen!

     --¡Miserable! ¿llevarías tu insolencia hasta osar mezclarte en los secretos de mi corazón?

     --Ya sé --replicó el negro con irónica sonrisa,-- ya sé que no es a mí a quien la niña concede esa dicha; pero ¡bah! yo estoy fuera de la ley, y no cuento entre los vivos. Vago pues como una sombra, y cual sombra sin ser visto me encuentro por todas partes. Así, todo lo veo, lo sé todo; y ¡cuánto río del soberano ridículo esparcido en este mundo! ¡Qué de engaños! ¡cuántos chascos!

     Por ejemplo, sigo el drama de un amor. Es una joven noble, rica, hermosa, ¡oh! tan hermosa, que por ella daría uno gustoso el cielo; pero tan soberbia, que al sol mismo lo creería indigno de mirarla.

     Mas de repente ama. Ama a un joven capitán, le da su alma, por él olvida su orgullo, su honor, su deber, todo...

     --¡Lo sabe! ¡Desdichada!

     --Pero he aquí que el capitán no la ama, nunca la amó, y el sentimiento que lo llevó a ella era el que inspira una cortesana.

     --¡Silencio! ¡insolente!

     --¡Oh! por más que diga la niña, quiere oír mi drama y prosigo.

     Mas el capitán ama a otra, a una joven bella, dulce, pura. La ama con amor inmenso, respetuoso, tierno; y de rodillas ante ella le confiesa con rubor el sentimiento vergonzoso que lo unió a la noble dama.

     --¡Afrenta! ¡rabia! ¡Ah!-- gritó Carmen cayendo en tierra y ocultando el rostro entre las manos.

     El negro la contempló con cruel complacencia.

     --Así, así-- exclamaba también aquella orgullosa mujer, cuando se vio burlada, pospuesta, despreciada; y se torcía en los paroxismos de una cólera impotente; porque, débil mujer, carecía del valor que va a pedir a los sombríos abismos de la venganza las delicias que contienen.

     Un hombre, un hombre que nada teme, y que ha hecho del mal la esencia de su alma, viene a ella y le dice:

     Si yo te vengo del hombre que te ha ofendido, arrebatándole la mujer que ama, y robándole para siempre por la muerte o la deshonra su cuerpo o su alma ¿qué me darás?

     --¡Todo!-- exclamó Carmen, alzándose impetuosa y estrechando con fuerza el brazo del negro, --¡todo! ¿lo oyes? Mi oro, mis joyas, mi poder.

     --¡Eh!-- dijo el negro con desdeñoso gesto, --¿para qué quiero yo tus riquezas? ¿pueden darme ellas una, gota de felicidad?

     --¿Qué deseas, pues? ¡Habla!

     --Te amo-- exclamó el negro.

     --¡Tú, vil esclavo!

     --Si, te amo; y en cambio de tu venganza, quiero que aceptes mi amor.

     ¿Quién podría explicar lo que pasó en ese momento entre la borrasca que devastaba hacía algunas horas el alma de Carmen? El orgullo y los celos debieron tener un terrible combate, en que los celos triunfaron al fin, pues la altiva joven depuso el ceño.

     --Y bien-- dijo, --dame la venganza, y cuando la haya saboreado, juzgaré si vale mi amor.

     --¡Ángel de luz-- exclamó el negro con impetuoso ademán, --acabas de hacer alianza con el espíritu de las tinieblas; y éste, para hacer irrevocables sus pactos, los marca con un sello de fuego.

     Y antes que Carmen hubiera podido impedirlo, oprimió sus labios con un ardiente beso.

     --¡Miserable!-- exclamó la orgullosa aristócrata, --¡me pagarás con la vida esa afrenta!

     --Eres mía-- replicó el negro, --nos ha unido un beso de amor, y me perteneces para siempre. Yo te doy la venganza, y tú me darás la dicha. ¡Qué digo! ¡Acabo de saborearla en tus labios! ¡Dicha suprema que defenderé con celoso afán! El hombre que osare acercarse a ti, morirá. Maté a González porque te amaba, y mataré a Monteagudo porque te ama. Lo he resuelto: así será.

     Y dejando a Carmen anonadada de vergüenza y terror, el negro desapareció.
     

CAPÍTULO 6