R. P. FRAY MOISÉS VICENTE BURELA |
1825 - 1881
ray Moisés Vicente Burela, de quien vamos a ocuparnos, es un hijo de Salta, que viste el hábito de la Orden de Santo Domingo en Córdoba, en donde también realiza los estudios de su carrera eclesiástica y sus primeros años de apostolado; forma parte del plantel de religiosos con que el ilustre Fray Olegario Correa inicia la vida de estricta observancia en 1857; misiona y ejerce el oficio de párroco en el oeste cordobés; es enviado a Mendoza después del terremoto de 1861 y permanece allí más de un decenio, durante el cual reedifica el templo y el convento; es comisionado por el gobierno nacional para ir a tierra de ranqueles y se encuentra presente cuando la famosa excursión realizada por el coronel Lucio V. Mansilla en abril de 1870; desempeña el oficio de párroco de la población sanjuanina de Jáchal, cuyo templo actual edifica y va a terminar sus días en el convento de San Juan, en 1881, a los cincuenta y seis años de edad.
Fray Moisés Vicente Burela es tan desconocido para nuestros historiadores, aun para los salteños, que no sólo no se encuentra su nombre en los diccionarios biográficos argentinos, pero ni siquiera en el Diccionario Hist6rico biográfico de Salta del erudito historiador Miguel Solá, ni en las biografías de su ilustre progenitor, el coronel Luis Burela. Únicamente Víctor Barrionuevo Imposti, al estudiar los antecedentes de la excursión a los ranqueles, ha reivindicado, aunque en medida limitada, su memoria.
Demos por descontado, desde ya, que esta disertación no pretende trazar una semblanza completa de su interesante personalidad, ni de su múltiple acción, ni de sus relevantes méritos. Será tan sólo un ligero esbozo de su vida y de sus realizaciones. Diríamos que vamos a hacer su presentación, como para que nuestro distinguido auditorio tenga la posibilidad de aquilatar sus merecimientos.
Debemos manifestar, sin embargo que, a pesar de nuestro afán de síntesis, trataremos de dar cierta amplitud al punto referente a su actuación entre los indios ranqueles, por haberse cumplido poco ha el centenario de la excursión de Mansilla, como también porque debemos reivindicar su memoria de injustas y torpes acusaciones. El hecho de haber transcurrido exactamente una centuria, nos brinda la oportunidad de salir por los fueros de la verdad y la justicia.
El valle de Chicoana, situado a pocas leguas al sur de la ciudad de Salta, es uno de los tantos valles que caracterizan a aquella hermosa provincia norteña.
En tiempos de los incas, este rincón del gran valle de Calchaquí era "tierra de pan llevar". Antiguos cronistas de Indias como Gonzalo Fernández de Oviedo y Pedro Cieza de León la llamaron "provincia de Chicoana, que es de 70 leguas o más de señorío" (Fernández de Oviedo). En este valle pasó dos meses Diego de Almagro cuando, a principios de 1536, realizaba la primera entrada a Chile. Debió recurrir a la violencia para incautarse del abundante maíz allí existente, pues los indígenas, sabedores de su arribo, lo habían ocultado. En una ocasión hasta peligró la vida del famoso conquistador hispano, al ser abatido su caballo por un certero flechazo en el corazón. Con aquel maíz pudo reabastecer su pequeño ejército y emprender el arriesgado cruce de la Cordillera de los Andes. De aquel lejano siglo xvi , pasemos a los años de la independencia.
Las penosas circunstancias porque atravesaba Salta, después de Vilcapugio y Ayohuma, a causa de las invasiones realistas provenientes del Alto Perú, obligaron a los Burela, pacíficos pobladores de Chicoana, a trocar el arado por la espada. Su hombría de bien y su valor les harían desempeñar un brillante papel en tan fatigosa y prolongada lucha. El coronel Luis Burela y Saavedra, iniciador de la guerra de guerrillas en Salta, fue el progenitor de Fray Moisés. Había nacido en Chicoana y descendía de una distinguida familia, originaria del marquesado de Santa María de Burela, en la provincia de Lugo, España. Su madre, Teresa Gauna, era hija de Calixto Gauna, aquel salteño que arribó a Buenos Aires en julio de 1810, portador de la adhesión de su patria chica a la Revolución de Mayo.
Aquella famosa lucha guerrillera que los salteños, capitaneados en un primer momento por Luis Burela y después por Martín Güemes, sostuvieron contra los realistas, comenzó el primer domingo de enero de 1814, cuando los vecinos de Chicoana, después de la misa a que habían asistido se reunieron con el objeto de cambiar ideas sobre las posibilidades de hacer frente a las invasiones.
Después de Vilcapugio y Ayohuma, el General Joaquín de la Pezuela creyó que había llegado la oportunidad de avanzar hasta Buenos Aires para ahogar la Revolución en su mismo lugar de origen. Necesitaba, entre otros elementos, de todas las caballadas existentes en territorio salteño para remontar su ejército y continuar la marcha hacia Tucumán, Córdoba y la capital del Plata. Esto explica que, desde la llegada del ejército realista a Salta, en los primeros días de enero de 1814, partidas de soldados se daban a la tarea de requisar caballos y mulas, sin respetar derecho alguno.
Los vecinos consideraron que la situación era de tal gravedad, que obligaba a actuar sin pérdida de tiempo y, como carecían de armas, resolvieron arrebatárselas a los mismos enemigos.
Don Luis Burela, hombre joven y animoso, se puso a la cabeza de un decidido grupo de patriotas y dio comienzo a su plan de acción sorprendiendo a la partida realista de treinta hombres de tercerola y sable destacada en Chicoana para reunir caballos. La partida fue desarmada y enviada prisionera a Tucumán con su jefe, el teniente Ezenarro.
Con los elementos conquistados en esta primera y afortunada acción, Burela armó sesenta hombres, treinta de sable y treinta de tercerola. Estos sesenta hombres constituyeron el primer núcleo de guerrilleros salteños, los cuales, pocos días después,, sorprendían y desarmaban a la compañía que, al mando del capitán Fajardo, había destacado el cuartel general de Pezuela para rescatar al teniente Ezenarro.
En esos mismos días, siguiendo el ejemplo de Burela, don Pedro Zavala, vecino de Cerrillos, no lejos de Chicoana, formaba otra partida con peones de su estancia de San Agustín y voluntarios del lugar. Estas dos falanges gauchas de Burela y Zavala, fueron las primeras que hicieron frente al ejército realista, vencido en Tucumán y Salta, pero vencedor en Vilcapugio y Ayohuma.
A imitación de ellos, se formaron dos o tres partidas más. Con todo, los gauchos no alcanzaban a trescientos, mientras el ejército español constaba de tres a cuatro mil soldados.
Gracias a la lucha de guerrillas iniciada por Luis Burela, el ejército realista se vio obligado a permanecer en Salta, sin serle posible avanzar hacia Tucumán, en persecución de Belgrano. Pronto llegaría el teniente coronel Martín Miguel de Güemes, enviado desde Tucumán por el coronel José de San Martín, nuevo jefe del Ejército del Norte. El futuro Libertador intuyó la importancia de las operaciones bélicas que realizaban los salteños y para facilitar su organización y asegurar su eficacia decidió enviar a Güemes, quien estaba destinado a ser el gran organizador y jefe de aquella famosa y prolongada guerra de partidas que haría malograr todos los intentos realistas de invadir el norte argentino. A las órdenes de Martín Güemes, del que fue hombre de confianza, Burela actuó en numerosos combates durante toda aquella prolongada "guerra gaucha". Uno de aquellos triunfos fue obtenido por él mismo, y en Chicoana, su tierra natal, el 1° de mayo de 1814, sobre los realistas que comandaba el coronel Guillermo Marquiegui. Otra victoria de mucha importancia fue la que logró en El Bañado, en abril de 1817, sobre fuerzas muy superiores dirigidas por el coronel Sardina. Además, en muchas ocasiones contribuyó al abastecimiento de los ejércitos patriotas con cantidades de animales.
El 29 de setiembre de 1821 es ascendido a coronel. Dos años antes el General Belgrano le había hecho acordar una medalla de plata con brazos de oro.
El coronel Burela sirvió en la milicia hasta la terminación de la guerra, en 1825 y nueve años más tarde (1834) fallecía en la misma Chicoana que lo vio nacer. Buenos Aires y Salta han dedicado una calle a su memoria.
Su viuda, doña Teresa Gauna, quedó en la mayor pobreza (en una oportunidad los realistas saquearon su casa), debiendo ganarse la vida con el producto de costuras. En 1872 vivía en Salta y desde allí solicitó pensión militar en razón de los servicios de su esposo en las guerras de la independencia.
Pero entre los Burela de Chicoana, no solamente Luis vistió la casaca y tomó las armas en servicio de la Patria. Desde el primer momento fue acompañado por su hermano Alejandro, que llegó al grado de Tte. Coronel, y fue progenitor del Tte. Coronel Manuel Serapio Burela, primo hermano de nuestro biografiado, fallecido en 1889, y de Santiago Burela, notable agricultor de Chicoana, que introdujo la industria apícola en Salta y fue padre del ahogado Dr. Angel F. Burela. Otro hermano del Coronel Luis Burela, el Tte. Nicasio Burela, del que se conocen pocos datos, en 1819 formaba parte del 2° escuadrón de Gauchos de Salta.
Acerca del Coronel Burela, que ocupa un lugar de honor en la historia de la guerra gaucha, al lado de otros saltemos ilustres, como Güemes, Pachi Gorriti, Saravia, Zavala, Cornejo, etc. escribió Miguel Otero en 1873 un trabajo de cierta extensión titulado Informe sobre los servicios del Coronel Don Luis Burela, de Salta, en la guerra de la independencia , que publicó la Revista Nacional en 1908 y que reeditó Miguel Solá con el título De Güemes a Rosas , en 1946. Este informe había sido solicitado por el Inspector y Comandante General de Armas de la Nación, General Benjamín Victorica.
Recientemente, ha escrito sobre Luis Burela el historiador salteño Rafael P. Sosa. En las historias de Güemes y de la guerra gaucha, como en la reciente Guerra de la independencia en el norte del Virreinato del Río de la Plata , de Alberto Cajal (1969) y en los principales diccionarios biográficos argentinos, se hace resaltar, con justicia, que Luis Burela fue el iniciador de la guerra de guerrillas en el norte argentino.
Manuel José Moisés Burela y Gauna, que más tarde se llamará Fray Moisés Vicente Burela, nació en Chicoana en mayo del año 1825. Cuando en diciembre de 1848 presenta su solicitud de ingreso en la orden dominicana, en Córdoba, escrita de su puño y letra, afirma tener 23 años, lo que significa haber nacido en 1825. Por otra parte, don Dionisio Tejerina, su padrino, declara que su bautismo tuvo lugar en mayo de dicho año. En la partida de su toma de hábito, el 16 de abril de 1849, se lee que cuenta "beynte y dos años, once meses, menos cinco días".
En Chicoana y en la cercana capital salteña pasó su niñez y sus primeros estudios los realizó, probablemente, en el convento de San Francisco. A fines de 1848, contando ya 23 años de edad, se presentó en el convento dominicano de Córdoba solicitando ingresar en la Orden. El 17 de diciembre de 1848 el Subprior Fray Eleuterio Sosa acepta la solicitud del joven salteño y comisiona al P. Francisco Ignacio de Aguirre para que proceda a revisar los informes que presenta: ha llevado constancias de su vida y costumbres otorgadas por el Tte. Coronel de Milicias Don Agustín J. de Arteaga (15 de julio de 1848), por el Oficial Mayor de la Secretaría de Gobierno. Don José Francisco Niño (20 de julio) y por el Presidente del convento de San Francisco de Salta, Fray Juan Bautista Barros (25 de julio). Los tres informes son excelentes.
Por otra parte, como no ha logrado conseguir copia de su partida de bautismo, presenta una declaración jurada de su padrino Don Dionisio Tejerina, vecino de Rosario de los Cerrillos, quien atestigua, en fecha 4 de julio de 1848, que lo hizo bautizar solemnemente en la iglesia parroquial de dicho lugar en mayo de 1825, por el Párroco Don Juan José Castellanos. Para avalar la declaración de Tejerina, firman también los vecinos de Cerrillos: Nicolás Villalba, Francisco Ojeda y José Gutiérrez.
El 16 de abril de 1849 recibe el hábito de manos del Prior Fr. Lorenzo Aramburú, más tarde Provincial, junto con otros tres jóvenes procedentes de diversas provincias: Agenor Torres, cordobés; Braulio Mayorgas, puntano y Nazario Frías, tucumano. Diverso será también el destino de los cuatro: Braulio Mayorgas deja el hábito después de siete meses; Agenor Torres será, como Burela, uno de los religiosos con los que en 1857 Fray Olegario Correa inicia en el mismo convento la vida de estricta observancia; Nazario Frías, después de sus estudios en Córdoba, regresa a su Tucumán natal, en donde será durante muchos años, ejemplo de virtudes sacerdotales. Uno de sus méritos fue enviar a Córdoba en 1858 al joven José Angel Toro, después Fray Reginaldo Toro, destinado a ser uno de los puntales de la obra del P. Correa y más tarde Obispo de Córdoba.
Un año después de vestir el hábito, el 13 de mayo de 1850, los novicios Burela, Torres y Frías, emitían su profesión solemne en manos del mismo P. Aramburú.
Manuel José Moisés Burela y Gauna, que firmaba Moisés Burela, se llamará en adelante Fray Moisés Vicente Burela, al adoptar en la Orden dominicana el nombre del gran taumaturgo valenciano San Vicente Ferrer.
En los años 1849 y 1850 termina sus estudios humanísticos, realiza los filosóficos de 1851 a 1853 y los teológicos de 1854 a 1857.
Carecemos de constancias documentales relativas a su ordenación sacerdotal: es probable que haya tenido lugar a fines de 1853 o principios del año siguiente. La razón que nos lleva a esta conclusión es que en los Libros de estudios del convento de Córdoba, hasta fines de 1853 figura como Fray Vicente Burela y el l° de marzo de 1854 ya se lo menciona como Padre. A causa de la prolongada vacancia del obispado de Córdoba (1836-1858), para recibir el sacerdocio debió viajar a Buenos Aires y solicitarlo a Mons. Mariano José de Escalada, único obispo que había entonces en todo el territorio argentino.
De lo dicho, se infiere que Burela recibió la ordenación sacerdotal al concluir los estudios de filosofía de su carrera y cuando se acercaba a los veintinueve años de edad. De Buenos Aires regresa a Córdoba para realizar sus estudios teológicos hasta terminarlos, a fines de 1857. El 24 de octubre de ese año el Prior Fray Olegario Correa inauguraba en el convento de Córdoba, la vida de observancia, que posteriormente adoptarían los demás conventos dominicanos del país.
En vista de las condiciones humanas y religiosas del salteño, el Prior Correa lo nombró Subprior, es decir su segundo, en 1858, apenas terminados sus estudios. Por otra parte, el Capítulo Provincial de noviembre de 1859, lo designa Maestro de Novicios.
Como Fray Olegario Correa, además de la reestructuración de la vida dominicana en Córdoba, debió afrontar, de igual modo, la parte material, procediendo a construir un nuevo templo a causa del ruinoso estado del existente, en su afán de recurrir a todos los medios posibles para llevar a cabo su obra, a principios de 1859 envió al P. Burela a misionar en la campaña, con el encargo de recolectar fondos.
Con esto, podemos decir que Burela, que, como veremos luego, construirá más adelante dos santuarios, además de capillas, contribuyó activamente a la edificación de la actual Basílica de Santo Domingo de Córdoba.
Pero esto no es todo. La autoridad eclesiástica aprovechó la circunstancia de su envío a la campaña, para nombrarlo Cura y Vicario interino del Departamento San Alberto, en el oeste cordobés. Se trataba de una nueva parroquia, erigida en un departamento recientemente creado por el Gobierno, y su primer párroco es el Padre Burela. Diez años más tarde el famoso presbítero José Gabriel Brochero será designado titular.
En marzo de 1859 el P. Burela inicia los libros parroquiales de San Pedro, sede del nuevo curato, muy próxima a la recién fundada Villa Dolores.
Para atender aquellas extensas parroquias, los sacerdotes encargados, que apenas contaban con un caballo o una mula como medios de transporte, solían residir un tiempo en cada pueblo o localidad dotado de capilla. Examinando aquellos primeros libros parroquiales, encontramos al Padre Burela, ejerciendo el ministerio sacerdotal en las capillas de su San Pedro, Nono, Ambul y Panaholrna, que son las capillas de su jurisdicción.
Desde marzo de 1859 hasta agosto de 1860, es decir, durante año y medio, despliega una gran actividad en aquella región cordobesa de Traslasierra. Una prueba fehaciente de la aceptación que tuvo y del aprecio que supo granjearse de parte de los feligreses, la tenernos en una carta que los vecinos del curato de San Alberto escriben dos años más tarde, en octubre de 1862, al obispo de Córdoba, Monseñor José Vicente Ramírez de Arellano, pidiéndole encarecidamente que envíe de nuevo al Padre Burela con el oficio de Cura y Vicario.
Todavía hay algo más entre aquellas actividades apostólicas desarrolladas en el oeste cordobés. En mayo de 1860 aparece en el Libro de bautismos una nueva capilla, edificada por Burela en honor de su patrono, San Vicente Ferrer, y que dio origen a la actual población de San Vicente.
De regreso en Córdoba en agosto o setiembre de 1860, se le comisiona para ir a Mendoza a hacerse cargo de lo que restaba del convento dominicano, abatido con la ciudad por el terremoto del 20 de marzo de 1861. Se dice que tardó tres días (otras versiones afirman que cinco) para cubrir a caballo, la distancia que media entre Córdoba y Mendoza. No olvidemos que era hijo de un centauro de Güemes.
El convento estaba en ruinas a causa del gran sismo y en él habían perdido sus vidas el Prior, Fray Dionisio Rodríguez, y los novicios Cosme Valderrama, Claudio Vilardel y Joaquín Rodríguez. Pero el Subprior, Fray Tomás de los Santos y otros religiosos se habían salvado. El Padre Burela regresó a Córdoba con los novicios que habían sobrevivido a la catástrofe.
En 1863 volvió a Mendoza definitivamente, y emprendió la reconstrucción de la iglesia y el convento, en el mismo solar. En primer lugar edificó una capilla, que fue inaugurada en junio de 1864 por el obispo de Cuyo Monseñor Fray Nicolás Aldazor. Pero pronto la capilla resultó estrecha y por ello se hizo necesario edificar otra iglesia, de mayores dimensiones.
El Padre Burela se dispuso a emprender esta nueva obra y con su reconocido espíritu, su dinamismo y su perseverancia, la llevó a cabo con la ayuda generosa de los fieles, de sus amigos personales y de parientes suyos de Salta y Bolivia. El nuevo templo fue consagrado solemnemente por el obispo de Cuyo Monseñor Fray José Wenceslao Achával el 5 de junio de 1869. Ochenta años duró aquella construcción, hasta que en 1949 fue demolido para dar paso a la actual Basílica de Nuestra Señora del Rosario de Mendoza.
Desde su llegada a la ciudad andina se preocupó por la reconstrucción del destruido convento. En las actas del Capítulo Provincial dominicano de noviembre de 1863 podemos leer: "Se está edificando de nuevo nuestro convento de Mendoza, destruido por el terremoto del 20 de marzo de 1861".
Su gran capacidad de trabajo le permite ocuparse no sólo de la reedificación del convento y de la iglesia, sino también ejercer un activo ministerio sacerdotal, reinstalar la Tercera Orden, que había experimentado una pérdida de sesenta y siete miembros en el trágico terremoto, según consta en el acta del 1° de enero de 1865, y restaurar la Cofradía del Rosario. A esta, como a la Tercera Orden, las dota de locales propios, y hace tanto por estas instituciones, que ambas le quedan íntimamente agradecidas, como podemos comprobarlo examinando sus libros de actas y de administración, principalmente cuando el Padre se aleja de Mendoza en 1875 y en ocasión de su muerte en 1881.
De los doce años que permaneció en Mendoza fue Prior del convento no menos de diez, salvo algún intervalo. A mediados de 1869, es decir, a seis años de su llegada, ya estaban terminadas sus obras principales: había levantado el templo y el convento y reorganizado y puesto en marcha las asociaciones conventuales. Estas obras, como también su celo sacerdotal, la integridad de su vida, su simpatía, sus apreciables cualidades de orador y otras virtudes y condiciones humanas que realzaban su persona, le habían hecho acreedor al más alto aprecio del clero, el gobierno y el pueblo. No nos cabe la menor duda que era una de las personalidades más destacadas de Mendoza en aquellos años.
El complejo de actividades que desarrolla en la ciudad, no le impide dar misiones en la campaña, efectuar viajes y hasta llegar a las lejanas tolderías de los indios para rescatar cautivos.
En enero y octubre de 1865 y en marzo del año siguiente viaja a Córdoba para entrevistarse con Fray Olegario Correa. El mismo, en su calidad de Subprior del convento cordobés, había leído ante la comunidad, el 27 de diciembre de 1862, el documento por el cual el Rmo. Maestro General de la Orden dominicana, Fray Alejandro Vicente Jandel, designaba al Padre Correa su Vicario General en la República Argentina. En agosto de 1867 le encontramos en San Juan, a donde había viajado por comisión del Maestro General de la Orden.
Pero en medio de tanta acción y tantos triunfos soplaron también sobre él los vientos del infortunio, que pusieron a prueba la reciedumbre de su temple y de sus virtudes. La actitud que él asumió y el resultado final de todo aquel ingrato episodio, hablan muy alto de sus calidades humanas y religiosas.
A principios de 1868 regía la iglesia de Mendoza, en calidad de Vicario Capitular en sede vacante, el presbítero Rizzerio Molina, enviado desde Buenos Aires.
Todo comenzó por la circulación de una hoja anónima impresa, en la que se atacaba al Pbro. Molina, quien se dirigió directamente al Gobernador, Don Nicolás Villanueva, prescindiendo de su Ministro Don Francisco López Torres, pidiendo el castigo para los que habían hecho circular el libelo. El Gobierno, quizá por no considerar tan grave el asunto, o porque el Vicario no reconocía al Ministro, o por ambos motivos a la vez, se negó a prestar su apoyo para descubrir los autores del escrito y evitar su circulación. Esto bastó para que Molina lanzara el 29 de enero de 1868 un decreto de excomunión contra los autores y lectores del libelo.
El Gobierno le pidió una copia del decreto y una explicación de los motivos que lo fundamentaban, a lo cual el Vicario respondió que no reconocía la autoridad del Ministro y se negó a dar las explicaciones que se solicitaban.
Con este motivo, el 18 de febrero, Molina era puesto en prisión y se le iniciaba un proceso ante los tribunales de la provincia. Al día siguiente el Gobierno emitió un decreto declarándolo suspendido en sus funciones, e incursos en delitos de sedición a los eclesiásticos que continuaran prestándole obediencia.
Veinticuatro horas después, el Vicario Molina, desde la cárcel, lanzaba la terrible censura de entredicho a toda la provincia de Mendoza, decretando la privación de algunos sacramentos y la sepultura eclesiástica. No hay duda que tanto el Vicario como el Gobierno se habían excedido en sus atribuciones y con sus respectivos decretos creaban serios problemas al clero y a los fieles.
En ocasión de este enojoso conflicto, el Prior de Santo Domingo Fray Moisés Vicente Burela, hizo todo lo posible para lograr un arreglo entre ambos poderes. Con esto se atrajo las iras del Vicario, que rechazaba todas las propuestas, y no paró hasta hacerlo deponer de su cargo de Prior. Sin embargo, todo el clero y el pueblo de Mendoza estaban con Burela, lo mismo que el Provincial dominicano, Fray Dionisio Márquez, quien escribió al Maestro General de la Orden pidiendo que lo repusiera en su cargo.
Al Maestro General habían llegado muchas acusaciones de parte de Molina, y aconsejó trasladar al P. Burela a Tucumán, como lo dispuso el Capítulo Provincial de noviembre de 1869.
Pero sucedió que el nuevo obispo de Cuyo, el ilustre franciscano José Wenceslao Achával, hubo de viajar a Roma en la segunda mitad de 1869, para tomar parte en el Primer Concilio Vaticano, que se inauguraba el 8 de diciembre de aquel año.
No sólo guiado por su propia convicción, al respecto, sino también por encargo de personalidades de Mendoza, entre otras, el juez Federal Dr. Juan Palma, Monseñor Achával se presentó ante el Maestro General de la Orden a principios de febrero de 1870, e hizo una elocuente defensa del Padre Burela y de su actuación en el conflicto de Mendoza.
Para el Rmo. Jandel fue una gran satisfacción el oír de parte del obispo diocesano mismo, tan elogiosa defensa de su lejano súbdito, de quien tenía un alto concepto, sobre todo por informes anteriores de su Vicario General, Fray Olegario Correa. Además, habían mantenido correspondencia epistolar y, según ya dijimos, en 1867 le había confiado una misión en San Juan.
Tal fue la satisfacción del Rmo. Jandel ante las declaraciones de Monseñor Achával, que decidió nombrar él mismo al Padre Burela Prior del convento de Mendoza. El 12 de febrero de 1870 extendía dicho nombramiento y se lo enviaba al Provincial argentino, juntamente con una carta en la que le expresaba:
"Le envío el nombramiento del Padre Burela como Prior de Mendoza, en la seguridad de que será algo muy grato para Ud. No he cambiado de opinión por ligereza, sino por los excelentes informes y testimonios que el obispo de Cuyo en persona se ha dignado presentarme y que prueban no solamente su inocencia, sino también que su proceder ha sido digno de encomio".
Por su parte el obispo Achával escribía a sus amigos de Mendoza relatándoles su éxito ante el Maestro General. Varias de esas cartas se encuentran reproducidas en todo o en parte, en la prensa mendocina. Así, por vía de ejemplo, el diario El Constitucional del 6 de abril de 1870, con el título de "Reposición del R. P. Burela en el priorato del convento de Santo Domingo - Intrigas y calumnias de Rizzerio Molina - Interesantes cartas de Roma", publica una carta dirigida al P. Burela y otra de Monseñor Achával al Dr. Juan Palma, en la que le dice:
"Salí muy bien en el empeño que Ud. me encarga con respecto al P. Burela; no sólo quedará allí; aún le mandaré mui luego el nombramiento de Prior de ese convento; como me lo ha prometido el P. General, será despachado en el siguiente vapor".
El mismo diario, en su edición del 18 de abril bajo el título: "Reposición del mui digno R. P. Moisés Vicente Burela - Nuevas cartas de Roma", hay una del obispo Achával a don Lisandro Moyano, en la que le dice:
"Salí mui bien en su amable encargo, con respecto al R. P. Burela; no sólo quedará allí con nosotros este benemérito sacerdote y noble amigo, sino que además será nuevamente Prior de esa casa. La modestia, el mérito i la virtud sufren a la vez, pero Dios vuelve por ellos, proporcionando medios para que se aclare la verdad y triunfe la virtud sobre la maldad, como ha sucedido ahora, permitiendo que yo estuviera aquí, para que con la relación injenua de los hechos, haya quedado nuestro digno amigo Burela completamente reivindicado y en el mejor predicamento, como él lo merece". Otra carta escrita desde Roma expresa:
"Con el poderoso i eficaz empeño interpuesto por el Ilustrísimo obispo de Cuyo, llegaron conjuntamente a manos del R. P. General de la Orden Domínica, las solicitudes que se le dirigieron desde Mendoza, en justísima defensa del digno P. Burela, por el Clero, los Reverendos Padres de la Merced, las Terceras y Terceros de N. P. Santo Domingo, la Cofradía del Santísimo Rosario, i por el Pueblo de Mendoza.
"En presencia de tan numerosas, espontáneas y espléndidas manifestaciones de cuanto tiene el pueblo de Mendoza de más honorable, distinguido e ilustrado, el General de la Orden ha expresado públicamente el alto concepto que tiene de la honradez y virtud del Reverendo Padre Burela, y como una prueba de su particular estimación, le ha expedido la patente de Prior de ese convento, reparando así por medio de esta honrosa distinción la injusticia de su destitución. . ."
Hay mucho más que decir acerca de este punto, pero debemos pasar a otro muy importante en la vida del P. Burela, en el que también la calumnia se ensaña contra él, sin que haya sido reivindicado hasta hoy. Se trata de su actuación entre los indios y de su participación en la excursión del Coronel Lucio V. Mansilla a las tolderías del sur de Córdoba.
Aquella excursión, inmortalizada después por la pluma del mismo Mansilla en una obra famosa en la literatura argentina, titulada Una excursión a los indios ranqueles , tuvo lugar entre el 20 de marzo y el 18 de abril de 1870, desde que abre su marcha partiendo de Fuerte Sarmiento, situado sobre la frontera sud de Córdoba, hasta que los expedicionarios o excursionistas llegan de regreso a Río Cuarto.
Este episodio de la vida del Padre Burela merece ser tratado por separado, aunque no conocemos aún la totalidad de la documentación pertinente. En honor a la brevedad, vamos a exponer sólo una síntesis.
Para ello, comenzaremos trazando una rápida semblanza de Lucio V. Mansilla, detractor de Burela en su obra Una excursión a los indios ranqueles , para luego pasar a la excursión misma y al libro, con sus acusaciones calumniosas y recurrir finalmente a los criterios externos en busca del móvil o móviles que llevaron al famoso escritor a estampar tan descomedidas y gratuitas expresiones.
Hijo del General Lucio Norberto Mansilla, militar de las guerras de la independencia y del Brasil y héroe de la Vuelta de Obligado, y de Agustina Rosas, hermana de don Juan Manuel, Lucio Victorio Mansilla, que vivió entre 1831 y 1913, es decir, ochenta y dos años, fue un personaje de mucho renombre en su tiempo y a quien los argentinos no han olvidado todavía. En abril de este año, al celebrarse en Río Cuarto el centenario de la excursión a las tolderías ranquelinas, se colocó la piedra fundamental de un monumento a erigirse en su honor y en recuerdo de aquel evento.
Hombre de condiciones intelectuales relevantes, a la vez que dotado de una hercúlea fuerza física, poseía extraordinaria capacidad de trabajo, evidenciada hasta los últimos años de su prolongada existencia. Ejerció una variada gama de actividades: fue viajero incansable, militar, escritor, político, hombre de mundo, diplomático, periodista, experto en el difícil arte de la conversación. Como escribe Carlos M. Urien, fue "el más intelectual, con excepción del General Mitre, de los militares argentinos".
Mansilla sobresalía entre sus contemporáneos en buena parte por sus dotes personales, pero en proporción nada despreciable por su desmedido afán de originalidad, que lo hacía incursionar a menudo en el terreno de lo extravagante, y por su carácter egoísta, impulsivo y altanero, que lo llevó en muchas ocasiones hasta el absurdo tribunal del duelo, tan en boga en su época, en el que era temible a causa de su habilidad en el manejo de las armas. En el campo de la milicia, sus intemperancias retardaron los ascensos que le correspondían y hasta provocaron su separación del ejército.
Los autores que han escrito sobre su vida y su persona, Enrique Popolizio, José Luis Lanuza, Miguel Angel Cárcano, trazan de él una semblanza inconfundible.
Famoso es el pasaje de sus Causeries , que lleva como epígrafe uno de los capítulos del libro de Popolizio: "Echad una rápida mirada a vuestro alrededor y veréis que exhibirse tiene sus ventajas".
José Luis Lanuza en su libro Genio y figura de Lucio V. Mansilla, lo pinta magistralmente en pocos párrafos: "Mansilla vivió hablando de sí mismo y escribiendo sus charlas. Se trataba como un espectáculo. Vivió asombrando a sus contemporáneos con sus extravagantes indumentarias, ya civiles, ya militares. Solía pasearse por la calle Florida con una capa roja, como la de los oficiales coloniales de Argelia, o con una galera cilíndrica de color gris perla, y luciendo su larga barba, blanca en los últimos tiempos, mientras contemplaba a los paseantes con un monóculo que le comunicaba cierto aire impertinente. Cuando la ciudad era todavía la gran aldea, él se sentía un personaje importante, consciente de la curiosidad que despertaba. Como Alcibíades en Atenas, le hubiera cortado la cola a su perro para seguir llamando la atención. El diario de los Varela, La Tribuna, se ocupaba continuamente de él y hasta publicaba una sección permanente titulada Cosas de Lucio. No es disparatado comparar a Mansilla con Alcibíades, el ateniense. Mansilla se le parecía no sólo por el afán de querer distinguirse, sino por sus calaveradas políticas y militares".
Su famosa y brillante conversación era siempre un monólogo. "No le interesa el diálogo. Solamente cuando interroga admite la respuesta. No le atrae la opinión ajena", escribe Miguel Angel Cárcano que, en su juventud, llegó a conocerlo.
Mansilla actuó en la guerra del Paraguay y fue herido en el asalto de Curupaití. Por su indisciplina y las críticas que hacía constantemente a la conducción de la guerra, el ministro Gelly y Obes lo despojó del mando militar y lo envió a Buenos Aires "para que se le refresque la cabeza".
Había auspiciado desde el Paraguay, la candidatura de Sarmiento; pero al ocupar el sanjuanino la presidencia de la República, en octubre de 1868, en lugar del Ministerio que esperaba (el de Guerra y Marina de aquel tiempo), Mansilla debió contentarse con el modesto puesto de Comandante de la frontera sud de Córdoba, bajo las órdenes del General Arredondo.
Lucio V. Mansilla llegó a Río Cuarto, con su batallón 12 de línea, el 18 de enero de 1869.
Esta frontera era teatro de numerosos y asoladores malones de los indios ranqueles. Como las demás regiones fronterizas con los indios de las pampas, estaba en continuo peligro de ser invadida, sea por la natural ferocidad y rapacidad del salvaje, sea por el desguarnecimiento de los fuertes, derivado de las luchas civiles y además, en aquellos años, a causa de la guerra con el Paraguay.
El General José Miguel Arredondo, Comandante en Jefe de las fronteras del sur de Córdoba, San Luis y Mendoza, encomendó a Mansilla dos objetivos inmediatos: reorganizar las guarniciones y correr la línea de frontera hasta el río Quinto.
Este plan de avanzar la frontera nada tenía de novedoso, ya que era un propósito enunciado claramente en 1853, es decir más de quince años antes, por el doctor Alejo del Carmen Guzmán, primer gobernador constitucional de Córdoba. En nombre del Gobierno Nacional, el General Esteban Pedernera había ocupado aquella región del río Quinto en 1856 y establecido en marzo del año siguiente, el fuerte Tres de Febrero, que fue abandonado en 1863.
Mansilla, hombre dotado de extraordinario dinamismo, trabajó incansablemente desde su llegada a Río Cuarto, para llevar a cabo los objetivos que le habían sido señalados: reorganizó y disciplinó las guarniciones, repobló el Fuerte 3 de Febrero y procedió a la instalación de otros a lo largo del río Quinto, quedando establecida la nueva línea a mediados de 1869, con tres fuertes: Tres de Febrero, Sarmiento y Necochea, y varios fortines inmediatos; la longitud de la línea, por lo que correspondía a Córdoba, era de cuarenta y tres leguas.
A fines de 1856 se había fundado en Río Cuarto, por pedido del vecindario y con el auspicio del Gobierno de Córdoba, un convento de franciscanos misioneros de origen italiano. Entre los religiosos que llegaron entonces se contaba Fray Marcos Donati. Sus inquietudes apostólicas le sugirieron la idea de salvar la frontera y llegar hasta las tolderías ranquelinas, con un doble propósito: la conversión de los indios y el rescate de los cautivos.
Por la situación imperante en el país, los años pasaban y sus anhelos no se veían cumplidos, quedando frustrada la finalidad de la fundación de aquel convento, ya que los vecinos habían solicitado su establecimiento "para que enviase misioneros al corazón del desierto". Había llegado el año 1868, es decir, habían transcurrido más de once años desde la fundación del convento de misioneros y a éstos no les era posible penetrar en tierras de los infieles, a causa de la falta de un tratado de paz, a pesar de que se habían efectuado algunas tentativas al respecto.
Fue entonces que Donati decidió viajar a Buenos Aires a fines de dicho año para hablar con Nicolás Avellaneda, Ministro del Presidente Sarmiento. Poco después, escribió a los caciques Mariano Rosas y Baigorrita, pidiéndoles su conformidad para misionar en sus territorios; pero ellos se negaron aduciendo que estaban en estado de guerra con los cristianos. Les sugirió entonces que pidieran la paz al Gobierno Nacional y ambos jefes respondieron autorizando al franciscano para que, en nombre de ellos, iniciara los trámites. Todo esto sucedía en diciembre del 68 y enero del 69.
Por su parte, el Gobierno, a pedido de Donati, dio instrucciones al coronel Mansilla, nuevo comandante de frontera, para que concertara un tratado de paz, que era necesario no sólo para que cesaran los malones y se facilitara la evangelización de los ranqueles, sino también para que éstos no impidieran, con sus hostilidades, el establecimiento de fuertes y fortines en la nueva línea del río Quinto. Los caciques enviaron una comisión para que, mediante el padre Donati, negociara la paz. Pero debido a que Mansilla no pudo acceder a ciertas pretensiones de los indios las tratativas fracasaron aunque se logró un principio de entendimiento.
Quizá creyendo que esto sería suficiente por el momento, para iniciar su tarea evangelizadora, Donati escribió de nuevo a los caciques y a algunos cristianos refugiados. Uno de éstos, el Coronel Feliciano Ayala, le contestó disuadiéndole y, al mismo tiempo, instándole a que prosiguiese en sus trabajos en favor de la paz.
A pesar de lo expresado por Ayala, Donati dispuso ir tierra adentro y llegar hasta Leubucó, la capital ranquelina, pero Mansilla logró disuadirle. El franciscano continuó escribiendo a los caciques, enviando obsequios a las tolderías y gestionando el rescate de cautivos, todo con miras a la consecución del tratado de paz.
Al mismo tiempo, el dominico Moisés Burela influía desde Mendoza en la concertación del tratado, con el propósito de llegar a las tolderías para rescatar cautivos, porque no estimaba posible la cristianización de los indios sin colonizarlos y someterlos a la autoridad civil "cuya protección se necesita para hacerlos practicar las ideas de religión que se les grabe en sus corazones", como escribía al Ministro Avellaneda. Como es fácil colegir, era menos idealista que Donati, quien esperaba catequizar a los indios en sus mismas tolderías, manteniendo su sistema de vida.
Quizá ya había estado entre los indios, pues se sabe que gozaba de singular predicamento entre ellos. El Coronel Ayala, refugiado entre los indios de Mariano Rosas, escribía el 1° de diciembre de 1869 al Padre Donati, refiriéndose a los ranqueles: "diré a Ud. que hoy le creen mucho y muchísimo, al Sr. Padre Burela; hoy más con el motivo [de] ver que están llegando los muchos regalos que el Sr. Padre les manda a muchos caciques y capitanejos".
El Padre Burela estuvo en Buenos Aires a fines de 1869 y celebró un contrato con el Gobierno Nacional, para redimir cautivos. Nicolás Avellaneda había depositado en él su confianza y en una carta dirigida al Gobernador de Buenos Aires Emilio Castro, le expresa entre otras cosas: ". . . he procedido a entenderme con el Padre Burela, manifestándole que tanto el Gobierno de la Nación como el de V. E. estaban dispuestos a ayudarle a fin de que pudiera obtener en el mayor número posible, la devolución de los individuos que las diversas tribus de indios retienen en el cautiverio.
"El P. Burela establecerá su reducción en un punto central y desde el que pueda extender su acción hasta las indiadas de Yanquetruz, Baigorria y el Cacique Ramón y Mariano; i a medida que multiplique sus relaciones con los indios, irá sucesivamente ampliando la cuenta con el auxilio de los padres de Propaganda Fide, que ocupan el convento de Río Cuarto. El Padre principiará por entrar en comunicación con los caciques Baigorria y Mariano, debiendo advertir a V. E. que son éstos los que tienen mayor número de cautivos arrebatados a la Provincia de Buenos Aires".
Luego de otras consideraciones termina: "Debo, en conclusión manifestar a V. E. que nuevos informes me han confirmado en la persuasión de que no quedará defraudada la confianza que hoy se deposita en el P. Burela, encomendando a su celo una obra tan altamente cristiana. Por lo demás, se adopta de este modo el verdadero camino; porque la experiencia ha demostrado que los recursos y los esfuerzos se esterilizan fomentando empresas aisladas y que sería tan lento como altamente dispendioso el continuar ajustando un precio por la restitución de cada cautivo".
Los obsequios enviados por Mansilla, Burela y Donati predispusieron a los jefes ranquelinos para la paz. El 22 de enero de 1870, se firmaba en el Fuerte Sarmiento un tratado entre el Gobierno Nacional y las tribus, representados por Mansilla y el capitanejo Achauentrú, respectivamente. Comienza con el siguiente preámbulo:
"En el nombre de Dios Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, que a todos los hombres impone el deber de vivir en paz y amarse como hermanos, el Coronel Don Lucio V. Mansilla, jefe de la frontera Sud y Sud Este de Córdoba, como representante del Gobierno Nacional, i el Capitanejo Achauentrú, como representante del Cacique Mariano Rosas, autorizado a su vez por los caciques Baigorria, Ianquetruz i Ramón, han concluido en celebrar un tratado de paz sólido i duradero, bajo las condiciones que se estipulan a continuación, sirviéndole de testigo i de Consejero del referido Capitanejo Achauentrú, el Reverendo Padre Frai Vicente Burela, en virtud de los poderes que ha recibido i presentado del cacique Mariano Rosas". Siguen treinta y un artículos y las firmas.
Por el artículo 12, el Gobierno se obliga a construir una capilla en Leubucó y una habitación para Mariano Rosas, y proporcionará un sacerdote y un maestro de escuela.
El 13 establece que los caciques Mariano Rosas y Baigorria prestarán toda protección a los sacerdotes misioneros que fuesen a tierra adentro con el objeto de propagar el cristianismo entre los indios.
Por otros artículos el Gobierno se comprometía a pagar un sueldo de ciento cincuenta pesos a los caciques, a la entrega de dos mil yeguas cada tres meses para repartirlas entre ellos y los capitanejos, tres mil libras de yerba, dos mil de tabaco, mil quinientas de harina, mil de azúcar, seiscientas de jabón y dos pipas de aguardiente. Los indios deben reconocer los límites de la República y no realizar malones, y el Gobierno reconoce la posesión por parte de ellos, de las tierras que actualmente ocupan; los caciques se obligan a no establecer tolderías a menos de veinte leguas al sur del río Quinto; etc., etc.
Finalmente, diremos que el Padre Burela, que como vemos, había merecido la confianza de los caciques hasta el grado de nombrarlo asesor de su representante, fue el encargado de llevar el tratado a Buenos Aires para su ratificación.
En esa ocasión, Mansilla, que demostraba mucho aprecio y consideración por él, lo recomendó a algunos amigos suyos de Buenos Aires y fue muy bien recibido por éstos.
A propósito del tratado, el diario El Constitucional de Mendoza, publicaba un suelto dando la noticia y terminaba:
"El Coronel Mansilla, como iniciador de la grande idea del tratado, (lo cual no es verdad, pues el iniciador fue el franciscano Donati como hemos visto) i el Reverendo i virtuoso padre Burela como ajente celoso y activo hasta obtener su feliz realización, se han hecho dignos de la estimación i gratitud del pueblo argentino, por la abnegación i el patriotismo con que se han consagrado al servicio de tan bella i humanitaria obra, a la cual está vinculada la tranquilidad interna de la República, la conquista del desierto i la rejeneración de la raza indígena.
Honor, pues al distinguido Coronel Mansilla i al venerable P. Burela, autores de esta importante obra de humanidad i de civilización".
Burela regresa a Mendoza en febrero y se dispone a dar comienzo al cumplimiento de su contrato con el Gobierno Nacional. Encarga a las damas de la Sociedad de Beneficencia la confección de ropas para los cautivos y los indios y pide a sus amigos diversos elementos para llevar al desierto.
El Poder Ejecutivo aprobó el tratado, pero con cargo de someterlo al Congreso. Mansilla lo comunicó a Burela el 19 de marzo, vale decir, el día en que éste marchaba desde la Villa de la Paz, en la provincia de Mendoza, hacia el desierto.
Como temía que los caciques no ratificaran el tratado, decidió entrevistarlos él mismo y con ese objeto partió de La Paz el 19 de marzo, como ya dijimos, quizá sin tener conocimiento del proyecto del Coronel o, por lo menos, ignorando la fecha de su realización. En ese mismo día escribía al Ministro Avellaneda, al General Arredondo y al Coronel Mansilla, informándoles de su partida. La carta al Ministro comienza así:
"Como he anunciado a V. E. en mi nota anterior del mes pasado, parto hoy mismo al interior del desierto". Le expresa que siente flaquear sus esperanzas de tener éxito por cuanto aún no ha sido firmado definitivamente el tratado de paz y que por eso se abstiene de llevar los misioneros que debían acompañarlo, y marcha solo al desierto. Su propósito es, además de rescatar cautivos, hablar con los caciques para disponerlos a firmar el tratado del 22 de enero.
La carta termina en esta forma:
"Me es grato al partir, dirigirme a V. E., de quien tantas pruebas he recibido de benevolencia y estimación, y que con tanto celo e interés apoyó la negociación de la redención de cautivos y de la paz con los indígenas, participándole mis dudas y temores, en la confianza de que V. E. empeñará su poderosa influencia que le da su ilustración y distinguidos servicios en los consejos del Gobierno Nacional, para que la paz sea un hecho que, coronando los nobles esfuerzos de los que se han consagrado al servicio de esta idea, no haga estériles los sacrificios hechos para realizarla y cuya consecuencia es de tan vital interés para el país y la humanidad."
Mientras tanto, en Río Cuarto, el Coronel Mansilla planeaba su excursión pacifista a los ranqueles para explicar a los caciques ciertas dificultades relacionadas con la inmediata aplicación del tratado mientras el Congreso Nacional no se expidiera. Además, como él mismo lo dice, se proponía observar las costumbres de los indígenas, conocer el terreno por donde quizá, un día tendría que expedicionar con sus tropas y también respondía a su vieja inclinación a los viajes y a las aventuras.
La expedición salió del Fuerte Sarmiento el 30 de marzo de 1870. La componían Mansillia, los franciscanos Marcos Donati y Moisés Alvarez, cuatro oficiales y doce soldados: total diecinueve personas. "Aunque es fama que iban desarmados, anota Barrionuevo Imposti, lo cierto es que, ocultamente llevaban sables, revólveres y escopetas".
Según nos informa el Padre Moisés Alvarez en su diario, los indios les interceptaban el paso casi de continuo, los tuvieron presos tres días y al llegar a las inmediaciones de Leubucó, la capital de Mariano Rosas, tuvieron que esperar dos días hasta que el Gran Cacique se recuperara de su estado de ebriedad. El mismo Mansilla expresa que sufrieron desaires y provocaciones de los indígenas y, más todavía, de los cristianos que los acompañaban.
Fueron bien recibidos en los toldos de Mariano Rosas y después pasaron a los dominios del cacique Baigorria. Luego se celebró la gran junta de Añancué, en la que se discutió el tratado de paz.
Como es fácil colegir, casi al mismo tiempo avanzaban hacia los toldos el Padre Burela desde La Paz, Mendoza, y Mansilla y su comitiva desde la nueva frontera del río Quinto.
El Padre Burela llevaba la delantera, digamos, pues, aunque venía de más lejos, había salido primero y llegó a las tolderías de Mariano Rosas dos días antes que Mansilla y sus compañeros.
Es interesante señalar, con Barrionuevo Imposti, que "si audacia requirió la excursión a los toldos que efectuaron Mansilla y sus compañeros, no es menos meritorio que Burela arrostrara solo una empresa semejante; acaso acompañado por algún baqueano indio". Sin embargo, de una nota del mismo Burela a Avellaneda, del 25 de mayo siguiente, se desprende que lo acompañaban varias personas.
Al regresar a Río Cuarto, el Coronel se encontró destituido de su cargo de Comandante de la frontera Sud de Córdoba; además, debía Presentarse en Buenos Aires para ser sometido a un consejo de guerra, que determinó su separación del ejército.
Por las urgencias económicas en que se encontró al perder su sueldo militar, comenzó a escribir unas notas en forma de cartas a Santiago Arcos, un amigo chileno, que aparecieron a partir del 20 de mayo en La Tribuna, el diario de los hermanos Varela.
Con la ayuda de unos apuntes y de su extraordinaria retentiva y con la habilidad de su pluma, que era sólo un instrumento de su conversación, iba describiendo el desarrollo y las alternativas de su original viaje al desierto. Hacia fines del mismo año de 1870, aparecerá como libro.
Como las restantes obras escritas de Mansilla, este libro carece de plan y adolece de interminables digresiones, tanto que, para hacerlo más accesible a los lectores, sobre todo, no argentinos, se han hecho ediciones en las que se han omitido de propósito capítulos íntegros y también numerosos párrafos de los capítulos publicados. En cuanto a su valor literario, recordemos lo que Miguel Ángel Cárcano escribió a este respecto: "Despojemos su libro del ropaje espurio y de los aditamentos bastardos y surgirá como una obra clásica". De hecho, es el escrito más famoso de Mansilla y obtuvo un premio en 1875, en el Congreso Internacional Geográfico de París.
Pero si desde el punto de vista literario es objetable, está más lejos de resistir un análisis serio en lo que respecta a la historia. Si nos atenemos a lo que escribe Mansilla, todo comienza con él, y todo es idea y obra suya: el avance de la frontera hasta el río Quinto, la excursión al desierto, los tratados de paz con los indios, etc.
Mas, si se estudian los antecedentes de la famosa excursión y se recurre a otras fuentes de información, el investigador se encuentra con lamentables omisiones y hasta con calumnias a designio. Tal es lo que pasa, por ejemplo, con relación al franciscano Marcos Donati y al dominico Moisés Vicente Burela.
Respecto del primero, Mansilla, llevado de su reconocida egolatría y afán de notoriedad, anota a su favor todos los laureles, silenciando totalmente la tesonera labor del franciscano en pro de la consecución de la paz con los ranqueles, desde antes que él llegara a Río Cuarto.
Según dice en su obra, Fray Marcos Donati, a quien llama su íntimo amigo, trató de disuadirle de ir a tierra adentro y, al fracasar en su intento, le pide, como de limosna, que lo lleve. ¿Cómo puede resultar verosímil esta afirmación, si Donati hacía años que trataba de ir a las tolderías y hasta, en una ocasión, Mansilla mismo lo había disuadido?
Mas, para no evadirnos de nuestro tema, vayamos a lo que toca al Padre Burela. Aquí se trata no sólo de omisiones, sino también de verdaderos ataques y diatribas, que a veces llegan a lo increíble.
El Padre Burela estuvo de regreso en Mendoza hacia mediados de mayo de 1870, según consta de un suelto del diario El Constitucional del día 13, en el que se lee: "El R. P. Burela - Este apreciable sacerdote, después de algunos meses de ausencia, sabemos hoy que se encuentra en ésta, de regreso de su misión al Sur. Aunque no hemos tenido el honor de verle, le saludamos desde ya, deseándole días muy felices".
Con fecha 25 del mismo mes, escribe al Ministro Nicolás Avellaneda una extensa e interesante relación de su viaje al desierto, inédita hasta hoy , en la que le dice entre otras muchas cosas que, cuando en Leubucó se supo que llegaba Mansilla, los indios estaban dispuestos a matarlo y que él, el Coronel Ayala, el mayor Ilarión, el Capitán Camargo y otros cristianos que se encontraban allí, tuvieran que interponer toda su influencia para evitar tal atrocidad.
Por su parte, el Coronel Mansilla, de quien ya dijimos que fue separado del ejército, comenzó a escribir el 20 de mayo en La Tribuna, sus notas o cartas referentes a la excursión. En alguna que otra de dichas cartas (la 15, la 19, la 24), nombraba incidentalmente al P. Burela, con escasa simpatía, como si le hubiera molestado encontrarlo en el desierto e ignorando que había contribuido a salvarle la vida.
El 9 de julio de 1870 apareció en La Nación, fundada en enero por Bartolomé Mitre, un escrito titulado Otra excursión a los indios ranqueles, enviado desde Mendoza por su corresponsal, en el cual se rectificaban algunos asertos y detalles de las cartas de Mansilla publicadas hasta entonces.
Bastó esto para que Mansilla montara en cólera y, con su genio arrebatado, escribiera toda una diatriba contra el P. Burela en el mismo diario La Nación del 13 de julio.
Comienza diciendo que el escrito es inspirado por el P. Burela porque "él no es capaz de escribir". Le enrostra las atenciones que ha tenido con él y, entre otras expresiones insultantes y calumniosas, dice que es muy conocido en Córdoba y en Mendoza por ocuparse "más de las cosas mundanas que de la santa religión". Le atribuye innobles propósitos en su viaje al desierto; dice que es un sacerdote vicioso, corrompido, especulador, falso amigo y explotador de lo más sagrado, la religión; que se ha molestado porque no lo nombra en sus cartas sino incidentalmente; que hizo el viaje a los indios para poner pulpería, para explotar a los indios y a los cristianos; que ha ido para hacer política en favor del Coronel Juan Saá. En fin, lo único que falta es un reto a duelo.
Pero hay una frase que, más que todo lo dicho, nos da la clave para explicarnos porqué en las cartas siguientes, que van apareciendo en La Tribuna, lo trata de manera tan atrozmente cruel, además de injusta: "El padre Burela, ya que lo quiere, hará oportunamente el papel que merece. Será cuando llegue el turno referente a la gran junta, en que tuvo la perfidia y la cobardía de representar a la estatua del Comendador."
Reflexionemos un instante, después de haber seguido su vida y la obra que había realizado en Córdoba y en Mendoza, si podía afirmarse con algo de verdad que el Padre Burela se ocupara más de las cosas mundanas que de la religión y toda la gama de acusaciones que le espeta Mansilla.
El dominico se sintió profundamente herido por el inesperado e injusto ataque y el 22 de julio le contestaba desde Mendoza con una extensa solicitada en el mismo diario La Nación:
"Al Sr. Coronel D. Lucio V. Mansilla.
"Con profunda sorpresa i sentimiento he leído un artículo publicado en La Nación del 13 de julio, en contestación a una correspondencia datada en Mendoza, inserta en un número del mismo diario i referente ambos escritos a incidentes ocurridos en nuestra excursión al desierto.
"No es mi ánimo ni es de mi carácter aceptar la polémica que Ud. me promueve en la prensa con tan injustos como virulentos ataques, lastimando cruelmente mi dignidad de hombre i de sacerdote. Voi solamente a rectificar los errores e inexactitudes en que Ud. incurre en su artículo, que han ofuscado su clara inteligencia [i] estraviado su generoso corazón, hasta el lamentable extremo de no permitirle apercibirse de la absoluta falta de justicia i fundamento con que Ud. me injuria.
"Empieza Ud. por declarar que la correspondencia de Mendoza a que Ud. contesta, no es escrita por mi i esta es la verdad- pero que es inspirada por mí- lo que no es exacto-, i bajo esta suposición arbitraria entra Ud. de lleno i sin ningún miramiento, a denigrarme como sacerdote, asegurando que soi muy conocido en Córdoba y Mendoza por ocuparme más de las cosas mundanas que de la Sagrada Religión.
"Esta acusación vulgar i que Ud. me arroja bajo la sola autoridad de su palabra, no es digna, Coronel, i contra ella protesta mi vida entera consagrada siempre a llenar los deberes de mi austero ministerio i el testimonio elocuente de ambos pueblos, testigos oculares de mis actos todos, en los cuales he merecido espontáneas pruebas de consideración i aprecio, consignados en honrosos documentos que son del dominio público.
"Entra Ud. a reseñar cuánto ha hecho por mí; las recomendaciones que me dio para personas respetables de Buenos Aires, en mi viaje a aquella capital; las cuantiosas sumas que recibí del Gobierno Nacional para el rescate de los cautivos, terminando esta reseña por el carruaje i caballos que me facilitó a mi regreso a Mendoza.
"Todo es cierto, Coronel, menos las cuantiosas sumas, i por ello debo y le tributo mi sincera gratitud, teniendo al mismo tiempo la conciencia i la satisfacción de no haber desmerecido en lo más mínimo la deferencia i protección que Ud. me ha dispensado, ni la honrosa acogida que recibí de las respetables personas a quienes se dignó Ud. recomendarme en Buenos Aires.
"Pero no es digno, Coronel, entrar a enrostrarme públicamente sus beneficios para hacerlos servir de cabeza de proceso en la injusta i virulenta acusación que Ud. me hace en renglón seguido, ultrajando todos los límites del decoro personal i de la dignidad de su carácter i del mio.
"En efecto, Sr. Coronel, supone Ud. que soi el autor e inspirador de la correspondencia de Mendoza, dándole por móvil mi despecho, porque Ud. no me nombra o hace figurar en sus cartas: Una excursión a los indios ranqueles, i bajo este falso e infundado pretexto, créese Ud. autorizado para arrojarme al rostro los denigrantes dicterios de sacerdote vicioso, corrompido, especulador, falso amigo i esplotador de lo más sagrado: la Religión.
"La correspondencia de Mendoza se reduce a rectificar los hechos incidentes que Ud. relaciona con sus referidas cartas, sin injurias ni personalidad alguna contra Ud., i aun suponiendo que esa correspondencia fuera escrita o inspirada por mí, lo que de nuevo niego formalmente, los términos en que ella está concebida ¿podría nunca dar motivo ni pretesto siquiera a la virulenta diatriba i difamación personal que Ud. me dirije al contestarla?"
Sigue Burela rebatiendo, uno a uno, los demás cargos que le hace Mansilla y dice que rescató dieciocho cautivos y no ocho, como afirma el Coronel, que éste lo trató muy bien hasta que se despidieron y que espera una rectificación del Coronel o ex Coronel, ya que había sido separado del ejército.
Es de suponer que, si Mansilla hubiera leído a tiempo la solicitada de Burela, habría moderado sus ímpetus en las próximas notas. Pero La Nación publicó su solicitada del 22 de julio recién el 20 de agosto, y las cartas en que lo ataca despiadadamente son de los primeros días de dicho mes.
En la carta 52 (4 de agosto) se nota ya una gran animosidad contra el padre. Pero es en la 53 (7 de agosto), que trata de la gran junta de Añancué, donde destila todo su rencor.
En la junta o parlamento celebrado entre Mansilla y los indios, que duró nueve horas y media, estando indios y cristianos sentados en el suelo y bajo los rayos de un ardiente sol, el Coronel habló de todo, como él mismo lo dice, en su afán de convencer a sus interlocutores.
Llega el momento en que el Gran Cacique Mariano Rosas, que tenía a su lado al Padre Burela, recuerda al Coronel algunas matanzas de indios realizadas por los cristianos. Mansilla contestó, según él mismo lo relata:
"Ustedes han hecho más matanzas de cristianos que los cristianos de indios. Inventé todas las matanzas imaginables y las relaté junto con las que recordaba. Los indios reaccionaron gritando: Winca, Winca, mintiendo. Entonces se armó un serio tumulto".
Refiriéndose a este episodio, acusa con palabras extremadamente duras, al Padre: dirigiéndome al Padre Burela que, como el convidado de piedra de don Juan Tenorio, contemplaba aquella escena turbulenta sin tener ni una mirada, ni una palabra de apoyo para mí, dije:
"Que conteste ese venerable sacerdote, que se encuentra entre los indios en nombre de la caridad cristiana; que diga él, a quien el gobierno y los ricos de Buenos Aires le han dado plata para que rescate cautivos, si no es cierto lo que acabo de decir".
"El reverendo no contestó; tenía la cara larga, caídos los labios. Más abiertos los ojos que de costumbre, inflamada la nariz, sudaba la gota gorda y estaba pálido como la cera".
¿Cómo iba a contestar en su favor si sabía que el Coronel había inventado falsas matanzas de cristianos por los indios? Por otra parte, seguramente todos los presentes sudaban la gota gorda bajo el sol ardiente de la pampa.
"Que diga -continué- el padre Burela, que no tiene espada, de quien ustedes no pueden desconfiar, si los cristianos aborrecen a los indios".
"El reverendo no contestó; su facha me hacía el efecto de un condenado. La voz de la conciencia, sin duda trababa la lengua al hipócrita".
"Que diga el padre Burela -proseguí- si los cristianos no desean que los indios vivan tranquilos, todos juntos, renunciando a la vida errante, como viven los indios de Coliqueo cerca de Junín".
"El reverendo no contestó".
Sin duda que hay rencor y saña en estas expresiones.
El franciscano Moisés Álvarez relata este episodio de manera muy distinta. "Fue esa junta muy borrascosa, escribe en su relación y hubiera terminado con la prisión del coronel y su comitiva, a no ser por la mucha prudencia del cacique Rosas, la valiosa influencia del Padre dominicano Vicente Burela y la cooperación de los franciscanos".
La razón del silencio del Padre Burela, la encontramos en la carta siguiente, la 57.
En ella relata Mansilla que, después de la junta, se encontró con su amigo Rosas y su compadre Baigorrita y, al reprocharles que no le habían prestado ningún apoyo durante la junta, ellos le explicaron que su actitud se debía a la increíble y reconocida suspicacia de los indios. Cualquier cosa que hubieran dicho apoyando a Mansilla, les habría acarreado la desconfianza de los salvajes.
Ese mismo motivo lo creemos perfectamente valedero para el padre Burela, que gozaba de gran confianza entre los indígenas, confianza que hubiera peligrado si apoyaba al coronel. Pero éste, que comprendió y aceptó las razones de los caciques, no aplicó el mismo criterio para el fraile. ¡Qué distinto es el Burela real del que presenta Mansilla!
De regreso del desierto, nuestro biografiado continúa en Mendoza a mediados de 1870 y se dispone a cumplir con la orden de ir a Tucumán, emanada del Capítulo Provincial de noviembre de 1869, a causa de la situación a que nos referimos anteriormente. El 6 de agosto publica en El Constitucional una emotiva despedida al pueblo mendocino y se dispone a partir para su nuevo destino. Recordemos que el 12 de febrero fue nombrado de nuevo Prior de Mendoza por el General de la Orden. Pero la correspondencia se ha extraviado y el Provincial dominicano Fray Dionisio Márquez, ha debido solicitar un duplicado del nombramiento al Reverendísimo Jandel. Mientras llega el duplicado, el Provincial Márquez le ordena hacerse cargo del convento y se recibe el 29 de octubre.
En abril de 1872 viaja a Salta a visitar a su anciana madre y a sus hermanas y en noviembre de 1873 asiste, como Prior de Mendoza, al Capítulo Provincial que se celebra en Buenos Aires; terminado su priorato, continúa en la ciudad andina, trabajando activamente, como siempre.
En mayo de 1875 Monseñor Wenceslao Achával, obispo de Cuyo, lo nombra Cura y Vicario de Jáchal, importante población de San Juan, cargo que desempeña durante seis años. Allí levanta el templo parroquial, inaugurado y bendecido el 8 de setiembre de 1878 por Monseñor Achával y apadrinado por el obispo y por el gobernador Don Agustín Gómez. En la actualidad, desde el 19 de marzo de 1969, es el Santuario Arquidiocesano de San José. Hoy en día es el templo más antiguo de San Juan, pues fue el único no afectado por los grandes terremotos de 1894 y 1944.
Incansable edificador de templos y capillas, construyó otra en Cerro Negro, departamento de Jáchal, en el sitio en que tuvo lugar una memorable aparición de Santo Domingo de Guzmán el 6 agosto de 1876. Esta capilla pereció en el terremoto del 27 de Octubre de 1894.
Ya quebrantada su salud, el 19 de junio de 1881 elevó su renuncia al curato de Jáchal, para reintegrarse al convento de San Juan, en donde fallece a las nueve de la mañana del 5 de setiembre, a los cincuenta y seis años de edad.
Murió joven todavía, pero su intensa vida dedicada al ideal, predicado por Cristo, una vez rescatada del olvido en que yacía, merece ser recordada por los argentinos.
b i b l i o g r a f í a
Archivos de los arzobispados de Córdoba, Mendoza y San Juan.
Archivo Provincial de la Orden de Predicadores (Buenos Aires).
Archivos de los conventos dominicanos de Buenos Aires, Córdoba, Mendoza y San Juan
El Constitucional. Mendoza, 1869-1870.
La Nación. Buenos Aires 1870.
BARRIONUEVO IMPOSTI, Víctor, Apostillas para "Una excursión a los indios ranqueles" , en Revista de la Universidad Nacional de Córdoba. Homenaje jubilar a Monseñor doctor Pablo Cabrera. 1857-1957, 1, 311-368.
Río Cuarto y el Coronel Mansilla . Apuntaciones históricas en torno a la "Excursión a los indios ranqueles", Córdoba, 1961.
CAJAL, Alberto, Guerra de la independencia en el norte del Virreinato del Río de la Plata. Güemes y el Norte de epopeya , 1, Buenos Aires, 1969.
CÁRCANO, Miguel Ángel, El estilo de vida argentino en Paz, Mansilla, González, Roca, Figueroa Alcorta y Sáenz Peña , Buenos Aires, 1969.
LANUZA, José Luis, Genio y figura de Lucio V. Mansilla , Buenos Aires, 1965.
OTERO, Miguel, Informe sobre los servicios del coronel don Luis Burela de Salta, en la guerra de la independencia , en Revista Nacional (Buenos Aires), 46, 1-2 (jul.-ag. 1908), 47 ss.
Memorias. De Güemes a Rosas , Buenos Aires, 1946, 33-73.
POPOLIZIO, Enrique, Vida de Lucio V. Mansilla , Buenos Aires, 1954.
SOSA, Rafael P., Cnel. Luis Burela y Saavedra, guerrero de la independencia , Salta, 1968.
Coronel Luis Burela . Discurso pronunciado el día 1. de marzo de 1971 en la plaza de Chicoana Salta, 1971.
URIEN, Carlos M., Impresiones y recuerdos. Un contemporáneo. El general Lucio Victorio Mansilla , Buenos Aires, 1914.
VERDAGUER, Mons: José Aníbal, Historia eclesiástica de Cuyo , 2, Milán, 1932, 513-532.
Fuente: www.op.org.ar