Comienza la Guerra Gaucha |
Cnel. Luis Burela - iniciador de la guerra de guerrillas
alta, después de Vilcapugio y Ayohuma, atravesaba penosas circunstancias. Dentro de este contexto, a causa de las invasiones realistas provenientes del Alto Perú, los pacíficos pobladores de esa Salta, debieron atrocar el arado por la espada.
Entre ellos, el coronel Luis Burela y Saavedra, iniciador de la guerra de guerrillas en Salta, de aquí en más debía desempeñar un brillante papel en tan fatigosa y prolongada lucha. Nacido en Chicoana el 24 de agosto de 1775, bautizado en la Parroquia San Juan Bautista de La Merced en la ciudad de Salta, descendiente de una distinguida familia, originaria del marquesado de Santa María de Burela en la provincia de Lugo, España. Su madre, María Ramona Saavedra y Torres; su padre José Eduardo Burela y Aguirre. Se casó con Teresa Gauna en 1816, quien fue hija de Calixto Gauna, aquel salteño que arribó a Buenos Aires en julio de 1810 portador de la adhesión de su patria chica a la Revolución de Mayo y además, fue padre de dos hijas: Manuela y Micaela.
Aquella famosa lucha guerrillera que los salteños sostuvieron contra los realistas, capitaneados en un primer momento por Luis Burela y después por Martín Güemes, comenzó el primer domingo de enero de 1814, cuando los vecinos de Chicoana, después de la misa a la que habían asistido, se reunieron con el objeto de cambiar ideas sobre las posibilidades de hacer frente a las invasiones.
Luis Burela
Luis Burela
Después de Vilcapugio y Ayohuma, el General Joaquín de la Pezuela creyó que había llegado la oportunidad de avanzar hasta Buenos Aires para ahogar la Revolución en su mismo lugar de origen. Necesitaba, entre otros elementos, de todas las caballadas existentes en territorio salteño para remontar su ejército y continuar la marcha hacia Tucumán, Córdoba y la capital del Plata. Esto explica que, desde la llegada del ejército realista a Salta, en los primeros días de enero de 1814, partidas de soldados se daban a la tarea de requisar caballos y mulas, sin respetar derecho alguno.
Los vecinos consideraron que la situación era de tal gravedad que obligaba a actuar sin pérdida de tiempo y, como carecían de armas, resolvieron arrebatárselas a los mismos enemigos.
Don Luis Burela, hombre joven y animoso, se puso a la cabeza de un decidido grupo de patriotas y dio comienzo a su plan de acción sorprendiendo a la partida realista de treinta hombres de tercerola y sable destacada en Chicoana para reunir caballos. La partida fue desarmada y enviada prisionera a Tucumán con su jefe, el teniente Ezenarro.
Con los elementos conquistados en esta primera y afortunada acción, Burela armó sesenta hombres, treinta de sable y treinta de tercerola. Estos sesenta hombres constituyeron el primer núcleo de guerrilleros salteños, los cuales, pocos días después, sorprendían y desarmaban a la compañía que, al mando del capitán Fajardo, había destacado el cuartel general de Pezuela para rescatar al teniente Ezenarro.
En esos mismos días, siguiendo el ejemplo de Burela, don Pedro Zavala, vecino de Cerrillos, no lejos de Chicoana, formaba otra partida con peones de su estancia de San Agustín y voluntarios del lugar. Estas dos falanges gauchas de Burela y Zavala, fueron las primeras que hicieron frente al ejército realista, vencido en Tucumán y Salta, pero vencedor en Vilcapugio y Ayohuma.
A imitación de ellos, se formaron dos o tres partidas más. Con todo, los gauchos no alcanzaban a trescientos, mientras el ejército español constaba de tres a cuatro mil soldados.
Gracias a la lucha de guerrillas iniciada por Luis Burela, el ejército realista se vio obligado a permanecer en Salta, sin serle posible avanzar hacia Tucumán en persecución de Belgrano. Pronto llegaría el teniente coronel Martín Miguel de Güemes, enviado desde Tucumán por el coronel José de San Martín, nuevo jefe del Ejército del Norte. El futuro Libertador intuyó la importancia de las operaciones bélicas que realizaban los salteños. Para facilitar la organización y asegurar su eficacia decidió enviar a Güemes, quien estaba destinado a ser el gran jefe organizador de aquella famosa y prolongada guerra de partidas que haría malograr todos los intentos realistas de invadir el norte argentino.
A las órdenes de Martín Güemes, del que fue hombre de confianza, Burela actuó en numerosos combates durante toda aquella prolongada "guerra gaucha". Uno de aquellos triunfos fue obtenido por él mismo en Chicoana, su tierra natal el 1° de mayo de 1814, sobre los realistas que comandaba el coronel Guillermo Marquiegui.
Otra victoria de mucha importancia fue la que logró en El Bañado en abril de 1817, sobre fuerzas muy superiores dirigidas por el coronel Sardina. Además, en muchas ocasiones contribuyó al abastecimiento de los ejércitos patriotas con cantidades de animales.
El 29 de setiembre de 1821 es ascendido a coronel. Dos años antes el General Belgrano le había hecho acordar una medalla de plata con brazos de oro.El coronel Burela sirvió en la milicia hasta la terminación de la guerra, en 1825 y nueve años más tarde (1834) fallecía en la misma Chicoana que lo vio nacer. Sus restos están enterrados en el cementerio de La Plata; Buenos Aires y Salta han dedicado una calle a su memoria.
Su viuda, doña Teresa Gauna, quedó en la mayor pobreza –en una oportunidad los realistas saquearon su casa– debiendo ganarse la vida con el producto de costuras. En 1872 vivía en Salta y desde allí solicitó pensión militar en razón de los servicios de su esposo en las guerras de la independencia.
Pero entre los Burela de Chicoana, no solamente Luis vistió la casaca y tomó las armas en servicio de la Patria. Desde el primer momento fue acompañado por su hermano Alejandro, que llegó al grado de Tte. Coronel, y progenitor del Tte. Coronel Manuel Serapio Burela, fallecido en 1889, y de Santiago Burela, notable agricultor de Chicoana, que introdujo la industria apícola en Salta y fue padre del abogado Dr. Angel F. Burela. Otro hermano del Coronel Luis Burela, el Tte. Nicasio Burela, del que se conocen pocos datos, en 1819 formaba parte del 2° escuadrón de Gauchos de Salta.Y Acerca del Coronel Burela, que ocupa un lugar de honor en la historia de la guerra gaucha, al lado de otros salteños ilustres, como Güemes, Pachi Gorriti, Saravia, Zavala, Cornejo, etc. escribió Miguel Otero en 1873 un trabajo de cierta extensión titulado Informe sobre los servicios del Coronel Don Luis Burela , de Salta, en la guerra de la independencia , que publicó la Revista Nacional en 1908 y que reeditó Miguel Solá con el título De Güemes a Rosas , en 1946. Este informe había sido solicitado por el Inspector y Comandante General de Armas de la Nación, General Benjamín Victorica.
Recientemente, ha escrito sobre Luis Burela el historiador salteño Rafael P. Sosa. En las historias de Güemes y de la guerra gaucha, como en la reciente Guerra de la independencia en el norte del Virreinato del Río de la Plata, de Alberto Cajal (1969) y en los principales diccionarios biográficos argentinos, se hace resaltar, con justicia, que Luis Burela fue el iniciador de la guerra de guerrillas en el norte argentino.
Pocas gestas libertarias de la historia de la humanidad, están a la altura de la Gesta Güemesiana. Esta casi increíble epopeya, ha encontrado en el poemario de nuestro Julio César Luzzatto, su cabal expresión:
BURELA Un capitán de Güemes
-Los godos, mi comandante.
El grito de apeó primero.
Para rubricarlo el potro
alzó en el aire sus remos.
El comandante Burela
de ese batallón salteño
llevaba de alas bien anchas
el corazón y el sombrero.
Recién escuchó la misa
en la capilla del pueblo
que aunque es muy pobre de adornos
hace derroche de incienso.
Y en la plaza de Chicoana
rodeado de compañeros
a esa noticia de guerra
la cuelga del entrecejo.
Es que no cuenta con armas
para salir al encuentro.
Y el avance de los godos
retumba su cañoneo.
Los paisanos de Burela
suelen llevar en el pecho
una cruz de cicatrices
para el demonio del miedo.
Pero esta vez palidecen
al verse sin armamento.
No hay una chuza en sus manos
ni un fusil de fuego lerdo.
El monte amigo los llama
con el brazo de un sendero
y el refugio de la iglesia deja oír su campaneo.
Ya los godos aparecen
con sus arcabuces negros.
En vano la serranía
les corcoveó su repecho.
Los gauchos miran el monte
y el blanco muro del templo
cuando la voz de Burela
deja su vaina de acero.
-Ni en el monte ni en la iglesia;
firmes aquí compañeros.
Hay que ser como los ponchos
que de de heridas hacen flecos.
Un mozo el clarín empina
y al hacerlo tiembla entero,
como si a ese canto de oro
se lo tuviera bebiendo.
-¡A la carga mis paisanos!,
ordena el jefe salteño.
-¿Con qué armas, mi comandante?,
preguntan los guerrilleros.
Y dice don Luis Burela:
-¡Con las que les quitaremos!
INFORME SOBRE LOS SERVICIOS DEL CORONEL
DON LUIS BURELA DE SALTA EN LA GUERRA DE
LA INDEPENDENCIA(Recordando varios hechos y sucesos que pueden servir a la verdadera historia de la independencia del Río de la Plata, obtenida exclusivamente por lo heroicos esfuerzos de las milicias de Salta y Jujuy, en la prolongada campaña de quince años desde 1810 a 1825)
Santa Fe, marzo 2 de 1873. (textado)
Señor Inspector y Comandante General de Armas de la Nación.
En virtud del decreto que antecede, y en vista del expediente promovido por la señora viuda del benemérito Coronel don Luis Burel, paso a informar lo que me consta en verdad, extendiéndome algo más de lo necesario, tanto para que pueda servir en parte a la gloriosa historia de la Nación Argentina, especialmente de la provincia de Salta, cuanto para que pueda valorarse el mérito del Coronel Burela y demás fundadores de la independencia nacional, y que el Supremo Gobierno atienda en justicia la solicitud de dicha señora y las de otros que se hallen en caso semejante.
A fines de 1813 se retiró el General Belgrano del Alto Perú con los restos que pudo salvar de las aciagas jornadas de Vilcapujio y Ayohuma, el 1º de octubre y 14 de noviembre del mismo año. A su tránsito por Jujuy no dejó una pistola ni un cartucho en la provincia de Salta.
El ejército real, fuerte de tres a cuatro mil hombres, al mando de los Generales Pezuela, Ramírez y Tacón, vino en persecución de Belgrano, con órdenes del Virrey del Perú, de quien dependía, de disolver los restos de Belgrano y pasar hasta Córdoba donde se reuniría con otro ejército real, que debía salir de Chile por Mendoza, para juntos caer sobre Buenos Aires y sofocar la revolución. Este fue el plan del Virrey de Lima.
Bajo este plan llegó a Salta el Ejército real, con los referidos Generales a la cabeza, a principios de enero de 1814. Allí se detuvo mientras se surtía de caballos y mulas para seguir la marcha en persecución de Belgrano. Con este objeto se destacaron partidas a diferentes puntos de la campaña. Al pueblo de Chicoana (diez leguas al sur de la ciudad) fue destinado don N. Ezenarro, natural del Cusco y teniente de una compañía de la Caballería de Tinta con 30 hombres de tercerola y sable. Inmediatamente se ocupó de hacer recoger caballos y mulas, sin distinción ni cuenta ni razón, sin pagarlos ni dar esperanza de pago.
El primer domingo se reunieron en el pueblo los vecinos de la parroquia a oír misa, como tenían de costumbre. Conversaban sobre los desafueros que estaban presenciando. Uno dijo: “Hay más que alzarnos contra esta canalla?”. Otro respondió: “¿Con qué armas?”; y aquél dijo: “quitándoselas a los mismos enemigos”.
Se hallaba en la rueda don Luis Burela, propietario y vecino de la parroquia, emparentado con las principales familias de la ciudad, joven entusiasta y decidido patriota. Sin atender a familia ni a intereses ni a los inminente peligros que iba a abordar en tan temeraria empresa, todo lo postergó a su patriotismo y se puso al frente de los paisanos; sorprendió la guardia, desarmó al teniente Ezenarro y su partida y los remitió prisioneros al Tucumán. En seguida armó sesenta hombres, con las mismas armas quitadas a los soldados del Rey (treinta de sable y treinta de tercerola) y salió a campaña con esta fuerza.
Calculando Burela que del Cuartel General, luego que tuviesen las noticias, habían de mandar tropas a rescatar al teniente Ezenarro, en vez de alejarse se aproximó hasta los Cerrillos (tres leguas de la ciudad) para observar y reconocer el número de soldados que destacaban. En efecto, se verificó su cálculo: destacaron al Capitán don N. Fajardo, natural del Cuzco, con su compañía. Burela la cargó y la tomó prisionera a toda ella, incluso al mismo Capitán Fajardo, remitiéndolos prisioneros a Tucumán.
Al ejemplo de Burela, don Pedro Zavala, hombre ya de edad, hermano del Deán de los canónigos, vecino y propietario honrado, emparentado también con las principales familias de Salta, lleno de entusiasmo por la patria, formó en los mismo días una partidas con sus peones y otros paisanos voluntarios entre su estancia de San Agustín y Los Cerrillos, y se puso en campaña.
Estas dos partidas de Burela y Zavala, fueron las primeras falanges que salieron a principios de 1814 al frente del Ejército real, orgulloso con las victorias de Vilcapujio y Ayohuma, a decirle: Para atrás; no pasarás adelante sino por encima de nuestros cadáveres; y este reto, propio tan sólo del Caballero de la Mancha, lo llevaron a cabo (cosa increíble y sorprendente) y lo cumplieron a fuer de nobles y valientes patriotas. Parece un sueño, pero es una realidad.
A imitación de Burela, se levantaron otras dos o tres partidas más de paisanos en la campaña de Salta, poseídos del mismo entusiasmo y valor por la causa de la independencia. El General don José de San Martín sucedió a Belgrano en esos días y tomó el mando del ejército en Tucumán. San Martín, buen militar y político, vio la trascendental importancia de sostener y fomentar las partidas levantadas en Salta contra el ejército real. Tenía conocimiento de la capacidad y valor del veterano Güemes, que se hallaba a esa sazón en Santiago del Estero, sin destino en el ejército desde cuando sin causa ni motivo fue separado con injusto desaire del mando de la vanguardia a fines de 1811 y colocado en su lugar el General Díaz Vélez, que la perdió en Nazareno el 12 de enero de 1812; y lo nombró (a Güemes) de Comandante General de dichas partidas levantadas en Salta, para organizarlas y darles dirección en la desigual y tremenda lucha que emprendían contra el Ejército real, mejor diré contra el poder del “Monarca de España y sus indias”. Digo desigual y tremenda lucha porque las partidas que se levantaron en Salta en esa época no llegaban a 300 hombres armados, y emprendían la campaña contra un ejército de tres a cuatro mil soldados de línea: (en la proporción de un paisano contra diez soldados). Esto era tremendo y de temerario arrojo.
Güemes, puesto a la cabeza de estas partidas de paisanos voluntarios, por nombramiento del General en jefe San Martín. (Debe advertirse que ésta fue la tercera vez que Güemes tomó mando en las tropas de la Patria, no por sí y ante sí, sino por nombramiento de autoridad competente, como sucedió las dos veces anteriores, la primera el año 10 que fue nombrado por el Gobierno patriota de Salta, de Comandante en Jefe de las milicias que sacó de allí y de un batallón que sacó de Tarija, formando una división con la que contuvo al General Nieto, aún antes de llegar fuerzas de Buenos Aires, descontando así el plan combinado por el General Liniers, de reunir a ambos en Salta y formar allí un ejército para sofocar la revolución; y concurriendo a la memorable acción de Suipacha el 7 de noviembre de 1810, en donde la principal fuerza fue la división de Güemes, compuesta de milicias de Salta y Tarija; y la segunda, cuando el año 11, después de las derrotas del ejército de Buenos Aires en Huaqui cerca del Desaguadero el 20 de junio, y de la división de cochabambinos en Sipesipe o Amiraya el 19 de gosto del mismo año 10, el Gobierno de Salta organizó una nueva división (única provincia que en esa época hizo esto) y a los dos meses, en octubre, tomó la ofensiva nombrando de Comandante de la vanguardia a Güemes, que a fines del mismo octubre estuvo ya sobre la cordillera a 60 leguas de Salta; visto lo cual por Goyeneche, se preparaba a desocupar Potosí, Chuquisaca y Cochabamba antes que Güemes fuera a proteger a los pueblos sublevados a Chayanta y Cochabamba; en cuyas circunstancias fue dicho Güemes separado sin causa del mando de la vanguardia, suspendida la marcha de ésta y entregada al General Díaz Vélez; malográndose la oportunidad de tener Goyeneche ocupado todo su ejército en apaciguar los pueblos sublevados).
Puesto, repito, Güemes a la cabeza de las partidas de patriotas de Salta, en clase de Comandante General nombrado por San Martín, fue tan acertada la organización que entabló, y la dirección que dio a las continuas hostilidades al enemigo, que en seis meses de casi incesante combate, tuvo el ejército real que emprender su retirada en agosto del mismo año 14, repasar la Cordillera y retroceder hasta Cotagaita, más de cien leguas, con la baja de una cuarta parte más o menos de sus fuerzas.
Conseguido de esta manera, que el Ejército real desocupase y dejase libre a toda la provincia de Salta y Jujuy, esas milicias voluntarias formaban la vanguardia de la Patria encima de la Cordillera, conteniendo al enemigo sobre la raya, en sostén de la independencia nacional.
Ya entonces la partida de don Luis Burela fue elevada a escuadrón siguiendo la campaña bajo el mando del mismo Burela en clase de Comandante. El jefe de esa vanguardia era Güemes, como Comandante General de las fuerzas de Salta y Jujuy.
El mismo año el ejército situado en Tucumán fue reforzado con varios cuerpos que regresaron después de haberse tomado la plaza de Montevideo y a fines del año avanzó hasta Jujuy para emprender la campaña sobre el Alto Peru con 3.500 hombres. El gobierno de Buenos Aires nombró al General Alvear para dirigir esa campaña. Mas, al saberse esto en el ejército, algunos jefes encabezados por el Coronel don Martín Rodríguez, se rebelaron: depusieron y desterraron a los jefes que no entraron en el motín; y nombraron por sí y ante sí General en Jefe, al General don José Rondeau, que no tuvo embarazo en recibir el nombramiento y mando de sus propios subalternos; habiendo tenido lugar esta asonada en Jujuy en diciembre del mismo 14.
Puesto Rondeau a la cabeza del ejército del modo expresado, emprendió su movimiento desde Jujuy a principios de 1815; pero se detuvo como tres meses en la quebrada de Humahuaca; continuando como el año anterior de vanguardia las fuerzas de Salta, entre las cuales se hallaba el Comandante Burela con su escuadrón.
En ese intermedio hubo un incidente que debo referir. Se habían iniciado comunicaciones por medio de parlamentos entre el General en jefe del Ejército Real don Joaquín de la Pezuela y el General Rondeau, con el objeto ostensible de canje de prisioneros. El Coronel don Martín Rodríguez, que hacía de jefe de Estado Mayor, se avanzó con una escolta con el objeto, según se dijo, de recorrer las avanzadas; dirigiéndose no por el camino real de la posta, sino por el de la Negra Muerta. Luego que llegó al Tejar (cima de la cordillera) mandó desensillar y largar los caballos al pasto. Al poco rato cayeron los enemigos, lo tomaron prisionero con toda la escolta, a excepción del oficial don Mariano Necochea, que pudo escapar, y lo condujeron preso hasta el Cuartel General del Ejército real en Cotagayta. Esto fue a fines de febrero, creo que el 27 de 1815.
Presentado el Coronel Rodríguez al General Pezuela, entraron ambos en conferencias, de las que resultó que éste le diese evasión a mediados de marzo; pero bajo el aspecto ostensible de haberse fugado, burlando la vigilancia de las guardias. Este lance se jugó con tan poca destreza, que inmediatamente se divulgó la verdad en todo el Ejército real. Ni podía ser de otro modo, desde que cometieron la inadvertencia de hacer acompañar a Rodríguez, nada menos que con un parlamentario y su escolta hasta llegar a las avanzadas del ejército patriota, por lo que no podía ocultarse que era fingida la fuga.
Igual ridículo papel hizo el Coronel Rodríguez adelantándose del parlamento que lo escoltaba al llegar a la avanzada de la Patria, y figurando haberse escapado por medio prodigiosos, raros y portentosos, que se desvanecieron sin tardanza con la llegada del parlamento y su escolta, que descubrieron haber traído en su compañía al referido Coronel.
¿Y cuál fue la causa y objeto para que Pezuela diese soltura al Coronel Rodríguez? Según la voz común en uno y otro ejército, la causa fue que Rondeau y Rodríguez ofrecieron unirse con su ejército al del Rey, para bajar a Buenos Aires a sofocar la revolución y deshacer el Gobierno de la Patria.
Esto se dijo en uno y otro ejército. Rondeau y Rodríguez y sus partidarios, se disculparon diciendo que era una estrategia o intriga para apoderarse de Pezuela y del ejército real.
Después de la soltura del Coronel Rodríguez siguieron los parlamentos, siempre bajo el aspecto ostensible de canje de prisioneros. Rondeau con su ejército emprendió el movimiento, abriendo la vanguardia del ejército real de 500 hombres al mando del Comandante Marañón en el Puesto del Marqués por las fuerzas de Salta que servían de vanguardia al mando de Güemes como Comandante Gral. de las milicias de Salta con algunas tropas del ejército de Rondeau, pero, solas o acompañadas ellas obtuvieron esa victoria, en la que es natural estuviese con su escuadrón el Comandante Burela, como uno de los jefes principales.
Luego que Pezuela supo el contraste de su vanguardia, reconvino a Rondeau, “¿cómo hallándose comprometido a unirse al ejército real, le hacía batir su vanguardia por sorpresa?”. Rondeau se disculpó con Güemes, diciendo que había procedido sin su conocimiento, y para darle una satisfacción, dio la orden a Güemes para entregar la división de Salta al Coronel Dn. Martín Rodríguez.
Mas Güemes se negó, diciendo, que la división no pertenecía al ejército ni estaba bajo las órdenes o jurisdicción de su Gral. en Jefe; y que si sus servicios y triunfos no se habían de apreciar como correspondía, con retirarse, estaba concluido el asunto; y se retiró con la división a Salta, sin hacer la menor hostilidad al Ejército de Rondeau, antes bien prestándole los auxilios que necesitaba y podía proporcionarle.
Esta disidencia de Güemes con Rondeau fue el origen para que desde entonces se le prodigase a aquél todo género de difamaciones, con los epítetos más negros, sin atender a que Rondeau era un General sublevado contra el Gobierno Nacional sin otra autoridad que la que podía darle un motín militar y al que Güemes no tenía obligación de obedecer; sin considerar la muy agravante circunstancia de presentarse en aquellos momentos bajo el alarmante aspecto de ir a consumar la entrega del ejército de la Patria al del Rey, porque entregar una fuerza es unirla a otra mayor, pues que forzosamente ha de predominar ésta.
Rondeau, sin embargo, de hallarse ya en movimiento y pasada la Cordillera, suspendió su marcha (no sé por qué causa), después de la acción del Puesto, dando lugar a que las fuerzas del Ejército real, que guarnecían las provincias de Tarija, Cinti, La Laguna, Chuquisaca, Misque, Vallegrande y aún la de Cochabamba se reuniesen en Oruro. Con solo marchar todos esas fuerzas le habrían sido cortadas, sin poderse reunir, quedando Pezuela sin tropas para hacer frente. Rondeau se redujo a ir ocupando esas provincias conforme las abandonaba al ejército real, y recibió el refuerzo de más de mil hombres en las divisiones de Arenales y Warnes, que se le incorporaron.
Recién por Octubre tomó la ofensiva contra el ejército real, cuando ya Pezuela lo había reorganizado y reforzado en los seis meses corridos con nuevos auxilios de tropas, caballos, mulas y toda clase de pertrechos y municiones; y tal ofensiva fue tan mala disposición, que el 21 del mismo octubre sufrió el contraste de Venta y Media, y el 29 de Noviembre siguiente la derrota de todo el ejército en Sipesipe.
De esta acción no salió ni un solo cuerpo reunido y en orden, porque todo el ejército se dispersó. Sin embargo, al favor del patriotismo de los oficiales y soldados se reunieron a fines del año 15 más de dos de dos mil hombres en la quebrada de Humahuaca, en donde Rondeau y sus jefes se contrajeron a reorganizarlo y disciplinarlo. Allí recibió Rondeau un refuerzo de mil y tantos hombres de línea, remitidos de Buenos Aires, con los que el ejército ascendió a tres mil y tantos de fuerza, bien apretada, premunida y apta para cualquier operación.
Todos creyeron que iba a cargar al ejército real, aprovechando la ocasión de hallarse ocupado en rendir y guarnecer las provincias del Alto Perú, para batirlo en detalle; pero con la mayor sorpresa vieron que en vez de ir contra el ejército real, se lanzó de improviso contra Salta, trayendo una guerra sangrienta y bárbara que fue contenida con igual retaliación, en abril de 1816. ¿Qué causa, qué objeto, se preguntaban todos, para tan extraña como escandalosa invasión? ¡Y qué circunstancias! ¡Cuándo el ejército Real después de dos victorias, venía con el designio y plan de sofocar la revolución del Río de la Plata, y volverlo al dominio de España! ¡En esas circunstancias, trajo Rondeau la invasión a sangre y fuego contra Salta! ¿Venía por ventura sirviendo de vanguardia al ejército del Rey al mando de Pezuela, para consumar el plan acordado con éste el año anterior por medio del Coronel Dn. Martín Rodríguez? ¿Cuál era la causa? ¿Cuál el objeto? ¿Cuál la autoridad para tamaño desafuero? Misterios son éstos incalificables, que andando el tiempo pueden descubrirse y salir a luz.
Al ver y reflexionar todo esto, los patriotas de Salta, exaltado su patriotismo con la idea de una infame traición, se sublevaron en masa con Güemes a la cabeza, que se hallaba ya de Gobernador Legal de la provincia y salieron al frente a resistir al ejército de Rondeau a pesar de ser excesivamente mayor en número. No por resisitr a Rondeau, Güemes desatendió a Pezuela. Por la quebrada del Toro destacó una división al mando del Coronel Dn. Juan José Fernández Campero, Marquez de Tojo, que pasó la cordillera y se puso en la raya a contener a Pezuela, mientras Güemes rechazaba a Rondeau. De manera que Güemes con una mano rechazaba a Rondeau y con la otra a Pezuela.
Al mes o poco más de esta campaña, tuvo Rondeau que retirarse poco menos que en derrota; y habría sido ésta completa, es decir, se habría disuelto su ejército si permanece más tiempo en Salta, porque había entrado la desmoralización, no sólo en los soldados, sino hasta en los oficiales y se pasaban a las filas de Güemes. Eran patriotas, veían que Güemes era verdadero patriota: y que su Gral. y Jefes claudicaban. He aquí explicado el misterio de pasarse una fuerza mayor a otra menor.
Con la oposición de los patriotas de Salta a Rondeau, se aumentó extraordinariamente la difamación y recrudencia de la prensa de Buenos Aires contra Güemes y las milicias de Salta que encabezaba: clasificando a aquel de cacique, caudillejo, demagogo y a éstas de vandidos, salteadores, montoneros. Como el Coronel Burela pertenecía a esas tropas, se encontró sin duda siempre al lado de Güemes y para que en ningún caso y de ningún modo puedan tales difamaciones menguar en lo más mínimo el mérito de Burela y de todas las milicias de Salta, debo hacer presente, que el Congreso nacional instalado en Tucumás y el Director Supremo de la Nación, en esa misma época, con presencia de los acontecimientos y en el mismo teatro de ellos, aprobaron la conducta de Güemes y de las tropas de Salta, y desaprobaron la de Rondeau. A éste lo separaron del mando del ejército; y a Güemes lo conservaron y reconocieron ambas supremas autoridades como Gobernador legal de la provincia de Salta. En vista de ello, ¿qué peso pueden tener los vituperios de pasiones enceguecidas?
Si en esa época (abril y mayo de 1816) hubiera triunfado Rondeau de Güemes y los patriotas de Salta, viniendo en pos de Pezuela con el ejército del Rey victorioso en Venta y Media y Sipesipe ¿habría podido el Congreso Nacional hacer la Jura de la Independencia el nueve de Julio del mismo año? Con el triunfo de Rondeau sobre Salta, ¿cuál habría sido la suerte de la Patria? ¡Dios lo sabe! Medítese en los antecedentes y júzguese.
En julio de ese año 16 se retiró el ejército de Rondeau, quien entregó el mando al Gral. Belgrano en Tucumán. Desde entonces quedaron los Patriotas de Salta y su jefe Güemes abandonados a su suerte y a sus propios y pequeños recursos. No por esto desmayaron, sino antes bien, retemplado su espíritu, por el abandono que se hacía de la defensa de la causa nacional por quienes más estricta obligación tenían, y por dejarlos con el enemigo victorioso al frente y como vulgarmente se dice en las astas del toro: en el momento de verse solos se contrajeron con la mayor actividad a organizar una fuerza y tomar la ofensiva contra el ejército real que ocupaba todo el Alto Perú.
Al mes siguiente, en Agosto, ya montó la cordillera la vanguardia de ochocientos hombres al mando del Coronel Fernández Campero, Marqués de Tojo, y avanzó como 20 leguas adelante del paso de la Cordillera hasta el pueblo de Yavi, con tan buenos auspicios, que se creyó tomar sin efusión de sangre las intendencias de Potosí, Chuquisaca y Cochabamba, con todas sus provincias. Era tal el prestigio entonces que habían adquirido las tropas de Salta, que en el momento de saber el Gral. del ejército real que habían pasado la Cordillera dio órdenes de replegarse a Oruro a todas las guarniciones de las provincias indicadas; y lo estaban ya ejecutando.
La última división era la de Tarija al mando del Gral. Olañeta, que llegó al pueblo de Sococha, cuatro leguas de Yavi, sin saber que allí estaba el Marqués con la vanguardia de la Patria; y movido sólo por el interés de recoger unos efectos que había dejado, se dirigió allí. Al llegar observó desde una altura que domina el pueblo, que habían tropas y que andaban por el pueblo descuidados. Los carga de improviso y sin darles lugar a tomar las armas; se dispersan los patriotas y cae prisionero el Marqués.
Por este accidente imprevisto se malogró esa expedición de los Patriotas de Salta, que presentaba tan lisonjeras esperanzas a fines del mismo año 16. No por este contraste se abatió su patriotismo. Con nuevo y mayor entusiasmo se prepararon a resistir la más fuerte y bien calculada invasión que proyectaban los enemigos, con la llegada de nuevas tropas de España, tanto por la vía del Cabo, cuanto por la de Panamá, y Dn. José de la Serna, militar acreditado de Gral. en jefe para mandarla. El proyecto y plan combinado fue el siguiente:
Organizar un ejército de operaciones de seis a siete mil hombres de las mejores tropas; llenando y completando todos los cuerpos, los de infantería con ocho compañías cada batallón, y los de caballería con tres compañías cada escuadrón: doce o diez y seis piezas de artillería, parque y maestranza: caja militar; arriería para el transporte: caballos de pelea y mulas de marcha: en fin, provisto de todo lo necesario para la marcha hasta Córdoba, donde se reuniría otro ejército igual que vendría de Chile por Mendoza; para después de reunidos caer sobre Buenos Aires a sofocar la revolución. Éste fue el plan combinado, dejando bien guarnecidas las provincias del Ato Perú, para replegarse sobre ellas en caso necesario.
Para su ejecución se trabajó con la mayor actividad, y en poco tiempo se aprestaron siete batallones de infantería, tres de Españoles y cuatro de Americanos, a saber: “Jerona”, “1º y 2º de Extremadura” españoles; y “Partidarios”, “Cazadores”, “Castro” y “Primer regimiento o Cuzco”, americanos; y siete escuadrones de caballería, tres españoles y cuatro americanos, a saber: “Granaderos de la guardia”, “Húsares de Fernando 7º” y “Dragones de la Unión”, Españoles; y “Sn. Carlos”, “Cazadores a caballo”, “Dragones americanos” y “Chichas”, americanos; y además un escuadrón de arrieros con quinientas mulas aparejadas para el transporte de parque, maestranza, caudales, pertrechos, hospital y equipajes, por cuyo flete (cargasen o no cargasen) se pagaban cinco mil pesos fuertes cada mes: mil y tantos caballos superiores, que sólo se montaban para combatir y mil y tantas mulas, para la marcha de la caballería que ascendía a igual número; y la intendencia del ejército con vestuarios, calzado y los caudales, cuya caja militar trajo setecientos y tantos mil pesos fuertes de sobrante, estando pagado todo el ejército, fuera de los contingentes o surtimientos que no bajaban de ciento cincuenta mil pesos fuertes cada mes.
Premunido de todo esto y más, para no carecer de nada hasta Córdoba, emprendió la marcha el ejército real bajo el mando del Gral. Dn. José de La Serna, a fines de 1816 y llegó a Jujuy a principios de 1817, con seis batallones de infantería y toda la caballería, artillería, (como cinco mil hombres) habiendo dejado de reserva al batallón 2º de Extremadura, que después se reunió en Jujuy; con el que y con las escoltas de los combois y contingentes mensuales de pertrechos, vestuarios, calzados y caudales, que no bajaban de ciento cincuenta o doscientos hombres, el número total de esa expedición ascendió de seis a siete mil hombres, cerca de la mitad de españoles de los vencedores de Napoleón 1º, y todos soldados de línea, aguerridos y vencedores.
Me he detenido en este pormenor porque así se conocerá debidamente el mérito que contrajeron para con la Patria esas milicias de Salta y Jujuy, mejor diré, esos campeones de la independencia nacional, de los cuales uno de ellos fue don Luis Burela.
En enero de 1817 llegó el ejército Real y puso su cuartel general en Jujuy. Güemes, Gobernador legal de la provincia de Salta y Comandante General de sus fuerzas, puso su campamento de 600 a 800 gauchos (uno contra diez) al frente de la ciudad a distancia de cinco o seis cuadras, con el Río chico de por medio, (río de poca agua que en todo tiempo se pasa a pie) a impedirle la marcha. Los españoles al ver esto miraron con el mayor desprecio la actitud que tomaba Güemes, calificándola por una de las aberraciones de don Quijote; pero al mes o poco más tuvieron una baja como de mil hombres, entre muertos y prisioneros, causada por repetidos combates parciales, varios de ellos cuerpo a cuerpo y brazo a brazo, que les hizo conocer la imposibilidad de continuar hasta Córdoba, y mirar con toda atención a los patriotas que tenías a su frente.
Era un continuo batallar día por día: muchas veces, como he dicho, cuerpo a cuerpo y brazo a brazo. En los primero tiempos en cada dispersión que ejecutaban los patriotas por la superioridad numérica de los realistas, éstos cantaban victoria en el supuesto que aquéllos no volverían a reunirse, pero al poco rato los tenía otras vez al frente con el mismo denuedo.
El General y Jefes españoles se convencieron por su propia vista de que les era imposible llevar a cabo el plan de pasar hasta Córdoba. Sin embargo, con el doble objeto de reconocer mejor la provincia de Salta, de ver si lograban dar un golpe a Güemes en campo raso, en esa circunstancia de estar solo luchando con las milicias de Salta sin ser auxiliado por el ejército de Tucumán, emprendieron un movimiento a mediados de abril del mismo año 17 sobre la ciudad y valle de Salta con tres batallones de infantería y tres escuadrones de caballería, todos españoles recién venidos de España, y además un escuadrón de americanos con la correspondiente dotación de Artillería; dejando en Jujuy los demás cuerpos del ejército de infantería y caballería americanos al mando del General Olañeta.
A fines del mismo abril salió de la ciudad una columna de 700 u 800 hombres de infantería y los cuatro escuadrones de caballería que serían otros tantos al mando de General Sardina, en dirección a los Cerrillos (distante 3 leguas de la ciudad), donde se hallaba Güemes con todas sus fuerzas (600 a 800 gauchos de caballería) llevando Sardina el doble objeto de surtir al ejército de ganado vacuno y de dar un golpe a Güemes (de sable a sable era el dicho común de los españoles).
En este movimiento Güemes no hacía oposición, limitándose a tiroteos parciales. Desde que Sardina entró en el Bosque más delante de Cerrillos, Güemes hizo hostilizar la columna por todos sus flancos con 60 ó 70 hombres. Sardina penetró hasta el pueblo de Chicoana, invirtiendo tres o cuatro días, sin encontrar ganado que tomar, ni a la fuerza de Güemes para batirla; y determinó retirarse a la ciudad.
A dos leguas de Chicoana se ofrece una pampa de pasto limpio, sin árboles ni matorrales ni piedras ni barrancas: en una palabra, sin estorbo para correr en todas direcciones; y éste fue el sitio que escogió Güemes para dar el combate a la caballería española, cuerpo a cuerpo y brazo a brazo, como en un torneo.
Aquella llanura tiene diferentes bajos de distancia en distancia de muy suave y fácil subida y bajada. Güemes dispuso que luego de salir del Bosque la columna de los realistas, se le presentasen al frente los 60 hombres en actitud de atajarles el paso: que en el momento de ser cargados huyesen en dispersión por el mismo camino que viene a la ciudad y que traía la columna hasta las inmediaciones del primer bajo, en donde debían abrirse por mitad a izquierda y derecha, para dejar expedito el frente y formar en las alas, aumentando el frente de los combatientes.
En efecto, apenas salió del Bosque la columna y vio Sardina que eran 60 hombres los que tenía por delante, destacó al Escuadrón Dragones de la Unión sobre ellos. Los 60 gauchos cumplieron la instrucción de Güemes de dispersarse y huir en dirección del bajo, donde estaban apostados en batalla 300 hombres colocados allí por Güemes; los que en el acto de ver al Escuadrón realista que en la carga había perdido su alineación, lo cargaron y acuchillaron.
Al ver esto Sardina, mandó en sostén y refuerzo de los Dragones a los otros tres escuadrones. Los 300 gauchos, también por instrucción de Güemes, volvieron caras dispersos en dirección del mismo camino hasta otro bajío, en donde Güemes en persona los esperaba con el resto de sus fuerzas (otros 300 ó 400 hombres).
Los españoles, en la ilusión de su triunfo, perdieron su alineación. Güemes emprendió su carga: ellos se reorganizaron. Güemes figuró dispersión de su gente; y cuando los españoles se habían alejado lo bastante de su columna de infantería, Güemes hizo la señal a su gente que vuelve caras, se alinea, forma en batalla y carga sobre los españoles y los lleva acuchillando hasta meterlos bajo las bayonetas de su infantería, que también habría sido acuchillada si no anda tan lista en formar cuadro y calar bayoneta con rodilla en tierra.
Todos esos movimientos se ejecutaron por Güemes y sus tropas a la carrera abierta de los caballos a la vista y presencia de la columna de infantería.
La caballería española quedó aterrada, incapaz de hacer frente; y resuelto el problema de la superioridad sobre ellos de los gauchos de Salta y Jujuy al mando de Güemes. Allí se peleó cuerpo a cuerpo y sable a sable; venciendo una fuerza de gauchos menor en número a otra fuerza mayor de españoles, aguerridos y veteranos.
La columna de Sardina siguió su retirada en cuadro por seis u ocho leguas. Güemes trató en diferentes ocasiones de cargar al cuadro; pero la infantería española estuvo siempre lista para salir al frente poniendo a su espalda a la caballería. La gente de Güemes le instaba para romper el cuadro; pero él les hacía presente la prontitud y actividad con que la infantería española formaba el cuadro y calaba bayoneta; diciéndoles que ya el triunfo lo tenían seguro y que no era prudente aventurar un ataque al cuadro que se manifestaba resuelto a resistir a todo trance; y se limitó a meterlos a balazos a la ciudad.
La baja de los españoles en aquella jornada fue de trescientos y tantos hombres entre muertos, heridos, prisioneros y pasados. Sin embargo de ser una derrota, se decretó un escudo de honor con el siguiente mote: Me hallé en la acción del Bañado (fue el nombre que le dieron).
Tal fue el mérito para los españoles, que a pesar de ser, como he dicho, una derrota, consideraron una verdadera hazaña el haber salvado en cuadro. Entre los muertos, fue el mismo Sardina, que recibió una herida mortal, de la que falleció al siguiente o subsiguiente día, y fue enterrado en Salta.
Este desenlace hizo apresurar la retirada del Ejército Real al Alto Perú, fijándose la marcha para el día cuatro de mayo por la noche; y sin embargo se estuvieron trabajando trincheras hasta las ocho de la misma noche para encubrir la retirada a Güemes, temerosos de que éste saliese a batirlos en la Pampa que se ofrece desde la ciudad para adelante. El ejército tenía que conducir multitud de heridos y enfermos, que no habría sido posible salvarlos. Güemes salió en persecución de ejército Real lo que supo su retirada; pero llegó a alcanzarlo al amanecer en La Caldera (seis leguas), después de haber hecho alto, y tomado posiciones en las alturas y cerros donde Güemes no podía atacar con su caballería.
El ejército Real continuó su retirada con mil dificultades, perseguido siempre por las guerrillas de Güemes, hasta que a fines de junio o principios de julio, logró repasar la cordillera, sufriendo toda clase de penurias, a la manera de la retirada de la Rusia que hizo Napoleón 1º el año 14, sin otra diferencia que el número de combatientes. El ejército de Napoleón se componía de cientos de miles y el del Rey en aquella época y en esa campaña de Jujuy y Salta, sólo tuvo siete batallones de infantería y siete escuadrones de caballería.
En esa memorable y heroica campaña que sostuvieron las milicias de Salta y Jujuy al mando de Güemes por el espacio de cinco o seis meses, batallando solas, sin refuerzos de nadie, día por día en la notable diferencia de un paisano contra diez veteranos, se ejecutaron acciones tan valerosas y brillantes como las mejores que hasta el día se renombran de los antiguos griegos y romanos. En esa campaña se halló don Luis Burela, según entiendo yo de Coronel, mandando un cuerpo de Caballería.
Para abreviar sólo diré en compendio, que el ejército Real perdió en ella de 60 a 70 entre jefes y oficiales, entre muertos y prisioneros: como tres mil quinientos hombres de tropa, entre muertos, prisioneros y pasados: de 800 a 1000 caballos superiores de pelea: de mil doscientas a mil quinientas mulas entre las de arriería y las de marcha de los soldados de caballería: casi todas las municiones y pertrechos, tanto de la infantería como de la artillería: la mayor parte de los bagajes y del tren del parque y maestranza; y los caudales que se gastaron y, consumieron tanto en dinero (que pasó de un millón) cuanto en los demás aprestos y útiles del ejército, que entre todo pasó de tres millones de pesos fuertes.
Con este quebranto y pérdida de parte del Rey, obtuvieron la salvación de la independencia en esa época las milicias voluntarias de Salta y Jujuy con Güemes a la cabeza: combatiendo diariamente por el espacio de cinco a seis meses, en la enorme desproporción de un gaucho para diez veteranos de los vencedores de Napoleón primero; a campo raso sin más techo ni cubierta, que la bóveda azul del cielo y las estrellas; y sin otra remuneración que la comida, compuesta de un pedazo de carne asada y agua; y nada más, y el vestuario consistente en uno o dos ponchos santiagueños que valían seis u ocho reales.
Entre tanto la Nación Argentina tenía costeado un ejército de línea de tres mil quinientos soldados situados y acuartelados en la ciudad de Tucumán al mando de General Belgrano. ¿Qué hicieron en aquel tan solemne conflicto? (Doloroso es decirlo) Se mantuvieron en inacción de impasibles y fríos espectadores de aquella grandiosa escena que asombrará a cuantos imparciales la contemplen sin prestarles a esos guerreros voluntarios (que actualmente defendían a la Patria y a ese mismo ejército) el más pequeño refuerzo de tropas; reduciéndose todo el socorro a cincuenta fusiles, dos o cuatro cajones de municiones y doscientos caballos, para remontar ochocientos o mil hombres que componían las milicias de Salta y Jujuy que estaban combatiendo.
No faltará tal vez quien haga la observación de que el General Belgrano destacó en esa época dos divisiones para distraer y llamar la atención del enemigo a otra parte y dar de esta manera un alivio a Güemes y los gauchos de Salta y Jujuy que estaban luchando con un enemigo poderoso; pero esto sólo puede objetarse por una ironía burlezca y sarcástica.
Las dos divisiones fueron una al mando del Comandante Lamadrid, compuesta de ciento cincuenta hombres, de infantería y ciento cincuenta de caballería, que salió del Tucumán por marzo de ese año de 1817, destinada por Belgrano a ir a tomar la plaza de Oruro, que dista de allí trescientas y más leguas, casi todas de la temperatura rígida de la cordillera; sin más surtimiento de municiones que cuatro paquetes por plaza; sin repuesto de caballos o mulas; y sin la menor fuerza que pudiese respaldarlos o protegerlos en un conflicto.
Esa fue la primera división. El teatro de la guerra era Salta y Jujuy, ¿qué distracción o atención podía causar al ejército real de operaciones situado en Jujuy la marcha de una división de trescientos hombres en diversa dirección y a tan inmensa distancia como es la de trescientas leguas? Por supuesto que ninguna. La única impresión que causó al General y Jefes españoles fue la del desprecio y la burla desde el momento que supieron la marcha de Lamadrid, que fue a los tres o cuatro días de su salida de Tucumán. ¿Qué objeto -decían- o plan se propone Belgrano? ¿Distraer las fuerzas de este ejército? Toda la distracción consiste en las órdenes que se dirigen a las guarniciones de todas las provincias para que salgan a batirlo donde quiera que lo encuentren; y así sucedió.
Lamadrid en el momento de verse sobre la cordillera sin remonta de cabalgadura y sin el menor auxilio de nada, en la imposibilidad de llegar hasta Oruro sin ser deshecho, faltó a las órdenes de Belgrano: cambió de dirección y se fue a Tarija. Allí tuvo la fortuna de sorprender y tomar la guarnición sin efusión de sangre. Aumentada su fuerza, se dirigió a Chuquisaca; habiendo logrado en el tránsito otro golpe de fortuna, cual fue el de tomar un escuadrón de caballería sin perder un hombre.
A pesar de estos triunfos casuales y fuera de cálculo, fue rechazado en Chuquisaca, y después perseguido por todas partes, hasta que al fin tuvo que regresar a Tucumán sin haberse conseguido en esa expedición otro resultado que el sensible sacrificio de vidas y fortuna de multitud de patriotas que se comprometieron bajo la ilusión de que Belgrano iba con su ejército en pos de Lamadrid; y a quienes los españoles castigaron con el embargo de sus bienes y la muerte de muchos de ellos.
La segunda expedición destacada en esa época por Belgrano, fue al mando del Coronel Bustos, no al teatro de la guerra que era Salta y Jujuy, sino en dirección a Orán, a ciento ochenta leguas de distancia y donde no habían otros enemigos que combatir que los insectos de ese clima ardiente. Éstas son las dos expediciones que dispuso el General Belgrano, a cual más desacertada, y que en vez de llamar la atención y distraer fuerzas del Ejército Real de operaciones, sólo excitó la burla de los realistas y el descrédito de los patriotas. Lejos de mover fuerzas de dicho ejército en persecución de Madrid y Bustos, hicieron bajar a Jujuy en esos mismos momentos al 2º batallón de Extremadura para engrosarlo y las escoltas de los combois mensuales que nunca bajaban de ciento cincuenta hombres.
No se comprende el objeto que tuviese Belgrano en estas expediciones cuando ni él ni nadie podía desconocer el ningún resultado favorable, al mismo tiempo que no prestó el menor auxilio ni refuerzo a Güemes y los patriotas de Salta y Jujuy que estaban empeñados en la lucha más heroica (de un paisano contra diez veteranos) en sostén de la independencia nacional.
No sólo se abstuvo Belgrano de auxiliar a los patriotas de Salta y Jujuy en tan solemne e inminente peligro, sino que tampoco hizo el más pequeño movimiento en amago del enemigo. Con sólo marchar por la misma ruta que le designó a Lamadrid y colocarse con su ejército sobre la cordillera a espalda del ejército Real, se habría rendido éste irremisiblemente, y la guerra de la independencia habría terminado el año diecisiete. ¡Cuántos males, cuánta ruina que siguieron hasta el año 25 se habrían economizado a la Nación Argentina! ¿Obró por sí Belgrano, o por órdenes de su Gobierno? ¡Éste es un misterio!
Después de la retirada del ejército de la Serna el año diecisiete, continuaron las milicias de Salta y Jujuy, siempre sosteniendo la causa de la Independencia al frente del enemigo; mientras Belgrano con su ejército permaneció en Tucumán todo ese año, en la misma inacción que antes. Entró el año dieciocho y sucedió lo mismo.
A principios del año diecinueve, prepararon los españoles una nueva incursión sobre Jujuy y Salta con una fuerza de cinco mil hombres. Al saber esto Güemes, pasó circulares a todos los gobiernos de la República, manifestándoles la poca fuerza con que contaba para resistir la invasión y la imperiosa necesidad de ser auxiliado con fuerzas bastantes para el objeto. Les decía que él con guerrillas podía entretener al enemigo mientras le llegasen los refuerzos; pero que no podía contar con seguridad en rechazarlos por la pequeñez de la fuerza. Nadie le auxilió con tropa alguna; y contra su propia convicción y esperanza, fueron también distribuidas las guerrillas, que ellas solas obtuvieron un triunfo decisivo, obligando al ejército Real a repasar la cordillera y volver a sus guaridas de Suipacha y Cotagaita, en la provincia de Chichas.
Desembarazado Güemes de esta atención, se contrajo a meditar los medios más seguros y oportunos para salvar la Independencia. En esta época el General San Martín empezó a preparar en Chile una expedición sobre el Perú. Sabido esto por el Virrey de Lima, dispuso, por órdenes del Rey, que se formasen tres ejércitos, cada uno mayor en número que aquél; uno en Lima, otro en Arequipa o puertos intermedios, y el tercero en el Alto Perú, para recibir a la expedición de San Martín. Las órdenes del Rey al Virrey de Lima eran, para que inmediatamente después de deshecha la expedición de San Martín, cargasen todas esas fuerzas reunidas sobre Salta, único paso preciso para venir sobre el Río de la Plata y sofocar la revolución.
Éste era el plan que debía tener lugar a la vuelta de año y medio o dos años de aquella fecha; y la contemplación de esta tremenda tormenta que preparaban los españoles sobre el Río de la Plata, desvelaba a Güemes. En consecuencia de sus meditaciones, formó el plan de que se erigiese en la República Argentina un poder supremo militar al que estuviesen subordinadas las fuerzas militares de todas y cada una de las provincias, pera tener un centro de autoridad militar que diese dirección a la defensa general.
Al efecto pasó circulares a todas las provincias, incitando a la convocación de un Congreso General ad hoc, que debía reunirse en Catamarca; suspendiéndose entre tanto todas las cuestiones políticas para tratarlas y resolverlas más despacio después de obtenidas la independencia y salvación de la Patria.
Éstas eran las vistas de Güemes y éstas las meditaciones que lo desvelaban. ¿Cuál de los titulados héroes del Río de la Plata tenía entonces estas vistas, y meditaba en realizar un proyecto salvador? No lo sé; pues los más estaban preocupados de las disensiones domésticas y nadie pensaba en la causa nacional.
Entre tanto el General Belgrano con un ejército de línea de más de tres mil hombres seguía en inacción en Tucumán, sin prestar el menor auxilio a Salta y Jujuy, que estaban sosteniendo la independencia con esfuerzos heroicos; y sin hacer la más pequeña hostilidad contras las fuerzas del Rey.
¿Era para mantenerse en esta inacción el inmenso sacrificio que había hecho la nación en organizar y costear ese ejército, el más numero que tuvo la Patria durante la guerra de la Independencia? ¿Qué objeto, qué plan pudo proponerse Belgrano en esa inacción en que se conservó desde agosto de 1816 hasta fines de 1819? ¿Obró en esta conducta por sí o por órdenes del gobierno de Buenos Aires? No lo sé. El hecho es que, por último, se movió a fines del diecinueve, no contra los realistas, no contra el ejército del Rey, que amenazaba de muerte a la independencia nacional, sino contra los disidentes de Córdoba, Santa Fe, Entre Ríos y la misma campaña de Buenos Aires; viniendo a tener el resultado de disolverse el ejército en el motín de Arequito a principios de 1820, sin haber prestado el menor servicio a la causa nacional.
Desde entonces ya nunca más volvieron a mandar fuerzas de Buenos Aires, ni de las demás provincias a sostener la causa de la independencia. Ésta fue abandonada completamente a los esfuerzos solos de los patriotas de Salta y Jujuy con Güemes a su cabeza. Los que conozcan el número de sus habitantes y los recursos de guerra que podían proporcionar esos dos pueblos, son los únicos que pueden graduar el mérito que contrajeron esos militares voluntarios.
No por verse en la enorme desproporción de tener que combatir un paisano contra diez veteranos y escasos de todo, llegaron a desmayar, sino que antes bien, ese mismo conflicto enardeció su patriotismo y los hizo mantenerse en campaña contra los ejércitos del Rey por los cinco años que todavía se prolongó la guerra contra el Gobierno español.
Solos, pues, con Güemes a la cabeza, continuaron sosteniendo la causa de la independencia todo el año veintiuno; pero a medidos de éste, ocurrió una defección la más criminal, mejor diré, una infame traición. Algunos patriotas de boca o vocingleros se conjuraron en sacrificar a Güemes, entrando en combinación con Olañeta, General de Ejército Real, por resentimientos y venganzas personales contra aquél. Trajeron tropas dadas por el mismo Olañeta al mando del Coronel Valdez (alias) el Barburucho por encima de la cordillera a sorprender a Güemes; de cuyas resultas y por su mismo valor vino éste a morir del modo más inesperado. Las tropas del Rey le tomaron las dos boca calles por donde podía salir. Se dirigió a una de ellas y al darle el quién vive, conoció que eran tropas del Rey. Se dirigió a la otra, y le dieron también el quién vive. Entonces contestó: la Patria: desenvainó el sable; y metiendo espuelas a su caballo, salvó por encima de las dos hileras de soldados, con fusil y bayoneta, que cubrían el ancho de la calle, llevándose de encuentro a los que estaban por delante.
Le hicieron una descarga cerrada a boca de jarro, sin que le tocase una bala, como si respetaran su valor: y cuando iba ya salvo a distancia de una o dos cuadras, hicieron otra descarga, sin puntería porque era de noche, y una bala perdida le atravesó el tronco del cuerpo, causándole una herida mortal, que a los pocos días le dio la muerte. De esta manera perdió Güemes la vida en defensa de la Causa Nacional.
Los viles traidores, no satisfechos con la muerte de Güemes, llevaron adelante su negra traición contra la Patria. Aprovechando los momentos de sorpresa y desconcierto que causó la inesperada desaparición del héroe, nombraron de Gobernador de la patriótica provincia de Salta… ¿a quién? ¡Al mismo Olañeta, General del Rey, que hacía la invasión para esclavizarla! ¡Qué vergüenza, qué baldón! Esto hicieron varios de esos vocingleadores de patriotismo, cuando ya no tenían ni la triste disculpa de hacerlo por venganza contra Güemes, pues que ya éste había muerto.
Uno de los patriotas contra quien más se ensañaron los realistas en esa vez, fue el coronel don Luis Burela, porque conocían su eminente y firme patriotismo, incapaz de claudicar por nada. Le saquearon y destruyeron su casa y establecimiento en la campaña, sin dejarle cosa útil.
Los jefes de las tropas de Güemes, incluso el Coronel Burela, al ver consumada la traición contra la Patria con el nombramiento de Gobernador en el General del Rey, Olañeta, rechazaron su autoridad y fueron inmediatamente en busca del esclarecido letrado y General doctor don José Ignacio de Gorriti, que se hallaba en su estancia a 50 leguas de la ciudad y le propusieron que tomase el mando en Jefe de las fuerzas de la Provincia para combatir y rechazar al enemigo.
El General Gorriti, como siempre, no desmintió su patriotismo en esta ocasión. Admitió el mando y se puso en campaña contra las fuerzas del General Olañeta, quien al saber esto no tardó en replegar sus fuerzas al otro lado de la cordillera.
Como había dejado en Salta sus parciales (los traidores) creyó fácil realizar el plan que tantas veces había proyectado el Virrey de Lima para sofocar la revolución del Río de la Plata y con este propósito se apresuró a organizar un ejército de operaciones de cuatro a cinco mil hombres, dejando las provincias del Alto Perú resguardadas con suficientes guarniciones. Con dicho ejército pasó a principios del año veintidós la cordillera y descendió sobre Jujuy, mandando la vanguardia compuesta de dos mil hombres el General don Guillermo Marquiegui, cuñado o hermano político de Olañeta.
Llegada la vanguardia a la ciudad de Jujuy, el General Gorriti se retiró con los gauchos a corta distancia. El general Marquiegui creyó fácil disolver a los gauchos sólo con los dos mil hombres que mandaba y salió a la playa del Río Grande a poca distancia de la ciudad; y allí a campo descubierto cargó Gorriti a la columna de los realistas que formaban la vanguardia y la tomó toda prisionera incluso el mismo General Marquiegui.
Esta brillante victoria de que hay pocos ejemplos en la Historia de las hazañas memorables, obtuvo el esclarecido General Gorriti con los gauchos de Salta y Jujuy sobre triple número de tropas de línea; y ello hizo fracasar por novena vez la invasión de los ejércitos del Rey para sofocar la revolución del Río de la Plata; viéndose en consecuencia el General Olañeta en la dura necesidad de retroceder y repasar la cordillera, refugiándose en sus atrincheramientos de Suipacha y Cotagaita.
Sin esa espléndida victoria, es probable que el General Olañeta hubiese bajado con un ejército de cinco mil hombres poco más o menos sobre las demás provincias, que en esa época se hallaban envueltas en la desastrosa guerra civil y quién sabe cuál habría sido el último resultado.
Esa victoria salvó en aquel entonces la Independencia Nacional; y sin embargo de su eminente mérito y de su inmensa trascendencia, ni siquiera se menciona ni se hace el menor recuerdo. En ella estuvo como uno de los principales jefes el Coronel Burela.
Siguió éste, como una de las fuertes columnas de los guerreros de Salta y Jujuy, sosteniendo la independencia nacional por todos los años que siguieron hasta el 25 en que terminó la guerra con la inmortal victoria de Ayacucho en el Perú, obtenido el 9 de diciembre de 1824 por las fuerzas unidad de peruanos, colombianos y argentinos.
No debe apartarse la vista ni la consideración del hecho muy notable, de que las milicias de la provincia de Salta tomaron las armas contra el dominio del Rey de España desde el mismo año 10 luego que allí se supo la revolución del 25 de Mayo de dicho año en Buenos Aires; y que no las largaron hasta que desapareció el poder español el año de 1825; manteniéndose en campaña por tan dilatado tiempo, a excepción de los cortos intervalos, que luego referiré. Debo hacer una reseña año por año, de esa memorable campaña para la demostración de la verdad.
Esas milicias contuvieron las marchas del primer ejército Real al mando del General don Vicente Nieto, uno de los vencedores en Bailén de los ejércitos de Napoleón 1º, desconcertando el plan combinado con el General Liniers de reunirse en Salta; acuartelar sus milicias, y venir a sofocar la revolución de Buenos Aires. Ellas dieron el primer combate el 27 de octubre del propio año 10 en Cotagaita, de donde se vieron forzadas a retirarse por la imposibilidad de allanar en el momento la inexpugnable fortificación que en ese lugar había formado Nieto.
Ellas, perseguidas de orden de dicho General por su Jefe de Estado Mayor, Córdoba, con 800 hombres, realizaron una brillante retirada con su Comandante Güemes, que la sostuvo palmo a palmo, siempre a la vista y tiroteándose con el enemigo hasta el día 6 de noviembre en que quedaron Córdoba con sus tropas en Suipacha y las milicias de Salta y Tarija en Nazareno.
Las mismas milicias fueron las que habiendo recibido allí en Nazareno al amanecer del día 7 las municiones conducidas por la compañía del Capitán Balbastro, volvieron caras, tomaron la ofensiva contra sus perseguidores, y batieron en su misma ventajosa posición de Suipacha a Córdoba, y lo derrotaron completamente ese propio día 7 de noviembre de 1810: obteniendo esta espléndida victoria, que dio por resultado el introducir el pánico en el ejército Real, su desbandamiento y disolución; la prisión del General Nieto y de su segundo Córdoba; y la independencia de todo el Alto Perú (única vez que consiguieron esto las armas argentinas), con millón y medio de habitantes; más de un millón de pesos fuertes en sólo Potosí, entre las Cajas reales, Casa de Moneda y Banco, sin contar con los caudales de las Cajas reales de Chuquisaca, Cochabamba, Oruro y La Paz.
En Potosí, el doctor don Juan José Castelli, miembro representante de la primera junta provisional de la Patria, con pleno poder de ella, disolvió las milicias de Salta y Tarija, incorporando sus tropas en los cuerpos de Buenos Aires; dejando sin colocación a su Comandante Güemes, a quien dieron pasaporte para regresar a Salta. De esta manera quedaron extinguidas las milicias de la provincia de Salta y refundidas sus fuerzas en el ejército. Éste es el primer intervalo a que he aludido, en que las milicias de Salta dejaron de estar en campaña en sostén de la independencia nacional, si tal puede llamarse el haber pasado sus tropas a engrosar el ejército que hacía la campaña.
Este intervalo puede decirse que sólo duró hasta el 20 de junio de 1811, en que fue dispersado completamente el ejército de la Patria por la sorpresa de Huaqui, cerca del Desaguadero, sin haber salido ni un solo cuerpo en orden a excepción de la división de cochabambinos, que se retiró a su país con su general Rivero a la cabeza. El General Goyeneche, que mandaba el ejército Real, no persiguió a los patriotas sino muy poco trecho después de la jornada de Huaqui. Aprestó nuevamente sus tropas e invadió a Cochabamba, cuyos jefes tuvieron el arrojo de comprometer una acción campal en Sipesipe o Amiraya el 19 ó 20 de agosto, en que fueron completamente deshechos.
Después de este contraste, nadie más hizo frente al Ejército Real que la Provincia de Salta y su Gobierno. En el acto de saberse la derrota, se dictaron las más activas providencias para organizar una nueva división con sus milicias. Y se trabajó con tal actividad, que en octubre del mismo año (antes de dos meses) ya se puso en campaña, tomando la ofensiva y dando el mando de la vanguardia a Güemes, que a fines del mismo octubre subía la cordillera más arriba de Humahuaca, a sesenta leguas de la ciudad.
De esta manera las milicias de Salta volvieron -o mejor diré- continuaron la campaña sosteniendo la independencia nacional todo el año de 1811. A Güemes le quitaron sin causa el mando de la vanguardia, para dárselo al General Díaz Vélez, quien la sacrificó por un ataque, no sólo antimilitar sino antiracional, que dio el 12 de enero de 1812 entre Nazareno y Suipacha. El enemigo estaba situado sobre la barranca opuesta con el caudaloso río a su pie (posición inexpugnable); y Díaz Vélez emprendió el movimiento en desfilada por el frente del enemigo, sufriendo su tiroteo; y no era esto lo peor, sino que en esa estación las lluvias son diarias, y las crecientes del río instantáneas. Así fue que habiendo pasado tres brazos, al pasar el cuarto, vino un torrente que arrebató 300 o más hombres, a quienes los realistas desde la barranca cazaban como a patos.
A pesar de este contraste, continuó la división de Salta, ya con el nombre de Ejército de la Patria, sosteniendo la causa de la Independencia hasta la memorable jornada del 24 de septiembre del mismo año doce en Tucumán. Allí, después de esta acción, fue reforzado Belgrano con los dos batallones Nº1 y Nº2 de Buenos Aires. Con este refuerzo organizó Belgrano el ejército, y marchó sobre Salta donde se hallaba el ejército Real, a obtener la gloriosa victoria de 20 de febrero de 1813, en que los del Rey, desde el General abajo, todos sin excepción, rindieron sus armas ante el pabellón argentino.
El General Belgrano, con el mismo ejército, sin más refuerzo de tropas de Buenos Aires que los dos referidos batallones Nº1 y Nº2, subió a ocupar las intendencias de Potosí, Chuquisaca y Cochabamba, sosteniendo el año 13 la independencia hasta los contrastes del 1º de octubre en Vilcapujio y del 14 de noviembre en Ayohuma, que lo obligaron a retirarse hasta la ciudad de Tucumán. Éste fue otro intervalo, en que tal vez se quiera decir que las milicias de Salta no sostenía, sino el ejército de Belgrano, la causa de la independencia; sin advertir que todo este ejército era de la provincia de Salta a excepción únicamente de los batallones Nº1 y Nº2; por consiguiente, el sostén de la independencia era debido en su mayor parte a las tropas de la provincia de Salta.
A principios de 1814, según tengo ya referido un nuevo ejército Real, fuerte de tres a cuatro mil hombres, al mando de los Generales Pezuela, Ramírez y Tacón, llegó hasta Salta en persecución de Belgrano, con órdenes de disolverlo y pasar hasta Córdoba, en donde se reuniría con otro que saldría de Chile por Mendoza, para sofocar la revolución en Buenos Aires. Mas, los patriotas de Salta, desarmados y sin pertrechos, salieron al frente en oposición, siendo el primero don Luis Burela, armándose con las mismas armas quitadas al enemigo.
Bajo la dirección y mando de Güemes, nombrado Comandante General por San Martín, estuvieron combatiendo contra ese ejército, día por día, en sostén de la independencia nacional, hasta agosto del mismo año 14, en que el ejército real tuvo que repasar la Cordillera y retroceder más de cien leguas, con la baja de más de una cuarta parte de su fuerza.
Desocupada la provincia, continuaron sus milicias sirviendo de vanguardia y conteniendo en la raya al ejército Real todo el resto del año 14 hasta abril de 1815. De manera que las milicias solas de la provincia de Salta defendieron y sostuvieron la causa nacional todo el año 14, habiendo contenido y rechazado ellas solas al ejército Real, ufano con las victorias de Vilcapujio y Ayohuma.
Ya he referido y repito que a fines de ese año 14 se reunió el ejército de Buenos Aires, fuerte de tres mil quinientos hombres, en Jujuy; que fue nombrado por el Gobierno el General Alvear para mandar en jefe esa fuerza y libertar el Alto Perú: que algunos jefes encabezados por el Coronel Don Martín Rodríguez hicieron un motín en la misma ciudad de Jujuy, por diciembre del propio año 14, que desconociendo la autoridad del Gobierno nombraron por sí y ante sí de General en Jefe a don José de Rondeau: que éste entró en convenios (fingidos o ciertos) con el General en Jefe del ejército Real, don Joaquín de la Pezuela, para unir ambos ejércitos y volver sobre Buenos Aires a sofocar la revolución: que Güemes, que no participaba de estas intrigas, sorprendió y derrotó la vanguardia de Pezuela en el Puesto del Marquez el 4 de abril del mismo año quince; que Pezuela reconvino por este hecho a Rondeau, quien se descartó con Güemes, diciendo que había procedido sin orden ni conocimiento suyo; y que para prueba y satisfacción ordenaba a Güemes entregar las fuerzas de Salta al expresado Coronel Rodríguez; negándose Güemes a obedecer esta orden y retirándose con todas sus fuerzas a Salta.
Éste fue otro intervalo en que las milicias de Salta dejaron de estar sosteniendo la guerra de la independencia, que duró el tiempo que tardó en ser derrotado Rondeau en las aciagas jornadas de Venta y Media el 21 de octubre y de Sipesipe el 29 de noviembre del mismo año de 1815, es decir siete meses.
Desde entonces datan las recriminaciones contra Güemes y las milicias de Salta por su desobediencia contra Rondeau.
Reforzado éste con nuevas tropas de Buenos Aires, emprendió su movimiento a principios de 1816, no contra el ejército Real que era su misión y a quien podía concluirlo en detalle por estar ocupado en dominar y guarnecer las provincias del Alto Perú, sino contra la patriota provincia de Salta, que, al ver semejante desafuero, se levantó en masa, con Güemes a la cabeza, rechazando con una mano a Rondeau y con la otra a Pezuela. La conducta de Güemes fue aprobada por el Congreso Nacional de Tucumán y por el Director Supremo, mientras que Rondeau fue separado del mando del ejército, entregándolo al General Belgrano en agosto del propio año.
Las milicias de Salta solas sostuvieron la guerra de la independencia el resto de ese año 16 y los demás que siguieron hasta su conclusión el año 25; porque el ejército de Buenos Aires al mando del General Belgrano se mantuvo en inacción en Tucumán de impasible y frío espectador hasta que al fin vino a disolverse el año 20 con el motín de Arequito, sin que después se hubiesen destinado tropas de Buenos Aires ni de ninguna otra provincia al sostén de la guerra de la independencia por aquella parte.
Así, pues, puede decirse sin exageración, que a las fuerzas de la provincia de Salta y Jujuy se debe exclusivamente la conquista y sostén de la independencia nacional; y para que esto se vea de un modo más palpable, haré una breve relación de las invasiones de parte del Rey de España que han sido disueltas o rechazadas por aquella provincia.
1ª - Al mando del General Nieto, disuelta con la victoria de Suipacha el 7 de noviembre de 1810.
2ª - La del General Tristán, concluida en las jornadas de Tucumán y Salta del 24 de septiembre de 1812 y 20 de febrero de 1813.
3ª - La de los Generales Pezuela, Ramírez y Tacón, rechazada en 1814 por las fuerzas de Salta al mando de Güemes.
4ª - La del General Pezuela, cuya vanguardia fue deshecha en el Puesto del Marqués, el 4 de abril de 1815.
5ª - La del General Pezuela o Ramírez, después de las jornadas de Venta y Media y Sipesipe,0contenidos y rechazados en la raya el año de 1816.
6ª - La del General La Serna de seis a siete mil hombres, combatida diariamente por el espacio de seis meses, desde enero a julio de 1817 y rechazada con la pérdida de más de la mitad de su fuerza en todos respectos.
7ª - La del General Valdez de cinco mil hombres el año 19, rechazada en la garganta de la cordillera.
8ª - La del General Olañeta el año 21, cuya vanguardia trajo el Coronel Valdez, alias el Barbarucho, e hizo la sorpresa a Güemes, de cuyas resultas murió éste.
9ª - La del mismo General Olañeta a principios de 1822, compuesta de cuatro a cinco mil hombres, cuya vanguardia de dos mil hombres fue batida en la Playa del Río Grande y tomada prisionera toda ella, incluso su Jefe, el General don Guillermo Marquiegui, por los gauchos de Salta y Jujuy, al mando del General don José Ignacio de Gorriti.
No sé si a más de estas invasiones hubieron otras en los años 18-20-23 y 24; pero hubiesen o no es fuera de duda que en esos años, como en los demás, no hubieron otras tropas ni más fuerzas en sostén de la causa de la independencia que las milicias voluntarias de aquella provincia.
Para que resalte más la importancia de la defensa de la causa nacional que hizo aquella provincia durante la guerra con el Rey de España y que a sus esfuerzos se debe exclusivamente su sostén, es conducente enumerar los ejércitos que destinó el Gobierno de Buenos Aires a la conquista y conservación de la independencia, y el éxito y resultado que obtuvieron.
El primer ejército que salió de Buenos Aires el año 10, al mando de General Ocampo, a quien subrogaron los Generales Balcarce, Viamonte y Díaz Vélez, fracasó tristemente, y se disolvió del todo en la derrota de Huaqui cerca del Desaguadero, el 20 de junio de 1811, sin que le fuese posible sostener la independencia.
El segundo ejército al mando del General Belgrano fue derrotado en Vilcapujio y Ayohuma, sin que pudiese sostener la independencia.
El tercero al mando del General Rondeau fue derrotado en Venta y Media y Sipesipe en las acciones del 21 de octubre y 29 de noviembre de 1815, sin poder hacer ni conservar la independencia.
El cuarto ejército al mando del General Belgrano se mantuvo en Tucumán desde agosto de 1816 hasta el año 20, sin buscar jamás al enemigo ni aún prestar el menor auxilio a los patriotas de Salta, que se hallaban empeñados en la desigual lucha de un paisano contra diez veteranos, sirviendo de escudo y antemural, no solo a la Nación, sino a ese mismo ejército que manifestaba tan extraña indiferencia.
Se saca, pues, en limpio, que es una verdad incuestionable que a los esfuerzos y constancia de las milicias de la provincia de Salta se debe exclusivamente por aquella parte la independencia de la Nación Argentina.
Esos patriotas salieron, repito, a campaña voluntariamente desde el año de 1810 y no largaron las armas de la mano en los quince años que duró la guerra. Siempre combatiendo con el enemigo a excepción de los cortos intervalos indicados y con tal desigualdad que casi nunca estuvieron en otra proporción que la de un paisano contra diez veteranos del Rey. En esta larga campaña no tenían más cuartel que al descubierto, ya fuese en las regiones del hielo, o ya en los profundos y calurosos valles. Sin otra remuneración que un pedazo de carne asada y agua y nada más por comida; y uno o dos ponchos santiagueños cada año, por vestuario.
En este continuo batallar por tanto años no tengo noticias de que hubiese una sola deserción ni un solo reclamo por salario o pago. Éste es verdadero y sublime patriotismo. ¡Éste es un heroísmo sin ejemplo!
Uno de estos guerreros, mejor diré de estos héroes, fue don Luis Burela. Él entró a servir de comandante desde principios del año 14, sin otras armas que las que arrebató al enemigo. Entiendo que el año dieciséis, o a más tardar el diecisiete, ya era Coronel y estaban a sus órdenes los escuadrones de Rosario, de Chicoana, de los Cerrillos y de la Silleta y quebrada de El Toro; y por consiguiente debe ser considerado en esa clase desde aquella fecha.
La provincia de Salta y Jujuy, con una guerra tan prolongada y desigual, quedó casi asolada a tal extremo que en cerca de cincuenta años que van corridos desde que terminó dicha guerra, todavía sus habitantes no han recuperado su antigua fortuna y bienestar. Esto es necesario ver para reconocer y premiar su mérito.
La Nación Argentina contrajo una deuda sagrada e inmensa a favor de esos defensores a la par de la magnitud del servicio. Éste es: ¡La independencia! ¿y qué es la independencia? Es el haber sacado a la nación de la triste y oscura condición de colonia de un monarca de Europa y elevándola al eminente rango de nación libre, independiente y soberana. Esto es lo que vale el servicio; y esto es lo que importa la deuda. Debe tenerse presente que la soberanía nacional no se mengua ni vale menos por ser obtenida por milicias voluntarias, ni el servicio de éstas desmerece por ser tal, sino que es más meritorio, cuanto más generoso y desinteresado sea.
La desvalida viuda del Coronel Burela viene en su ancianidad y pobreza a llamar humildemente a las puertas de la Patria en demanda de un socorro para no morirse de hambre; pero no lo pide en clase de limosna onerosa, sino a cuenta de la parte que le cabe a su marido en esa inmensa y sagrada deuda, que contrajo la Nación para con sus fundadores. Es justa la demanda y debe esperarse que el Supremo Gobierno la atienda según su mérito.
Es cuanto puedo informar en obsequio de la verdad y la justicia.
Santa Fe, octubre 8/873.
Señor Inspector y Comandante General.Miguel Otero
Santa Fe, octubre 8/873.
Al señor Inspector y Comandante General de Armas de la Nación Argentina, tengo la honra de devolver con el respectivo informe el expediente de la señora viuda del Coronel don Luis Burela que con tal objeto se sirvió US. remitirme con su apreciable nota fechada 20 de enero último a que contesto.
Dios guarde a V S muchos años.
Miguel Otero