Desde hace poco y con muchas frecuencias en las intenciones que
se leen en las iglesias antes de la celebración del santo
oficio se suele escuchar: “En acción de gracias al
Padre Apaza, por los favores recibidos”. El sacerdote que
debe orar por esta intención –y porque no entre los
fieles- les florecen ciertos cuestionamientos tales como: ¿quién
es o fue el Padre Apaza? No figura en el santoral ni como “Padre
Apaza” ni como “Mateo Apaza”, tal como tenía
nombre de pila.
¿Un mito
o una realidad? ¿Se trata de un culto popular como el de
invocar y dejar ofrendas para el “Gauchito Gil”, la
“Juana Figueroa”, la “Difunta Correa”? ¿Podría
ser un producto surgido por parte de algún grupo de “fans”
que ambicionan establecer una imaginaria advocación a su
“ídolos” surgidos por el canto como “Gilda”
o “Rodrigo”?. Este delirio da para todo, como titularlo
en la actualidad de “Dios” a Diego Armando Maradona.
“Si se te
pierde algo y no lo puedes encontrar invócate al Padre Apaza
y ofrécele una oración. Tené por seguro y hallarás
lo que buscas”. Confieso publicamente que llegaron hasta mis
oídos cuantiosos testimonios y, con toda honestidad revelo
que, pese a mi incredulidad, he gozado de alguna gracia, tal como
es ésta de saber quien fue el Padre Apaza. “No creo
en las brujas pero que las hay, las hay” así como reza
un viejo adagio.
Me propuse a develar
esta incógnita. La fijé como una meta. Fernando Rufino
Figueroa en su “Diccionario Biográfico de Salteños”
y cotejando con la obra del sacerdote Arsenio Seage en “La
Iglesia en Salta – Fichas cronológicas para su historia
(1806-1985)” entre las pocas referencias surge que el personaje
en cuestión había nacido en Guachipas en 1812 y que
había estudiado en el Colegio Apostólico Franciscano
de San Diego. Asimismo que compartió la iniciativa de los
presbíteros Elías Clodomiro Arce y Luis Alfaro de
crear un Seminario Diocesano, como así de su importantes
labor apostólica.
Mi empecinamiento
llegó hasta un folletín que editaba “Los Principios”
de Córdoba, de julio de 1941, donde se reproducía
una monografía cuya autoría era del historiador salteño
Francisco Centeno Alemán y Puch, nacido el 4 de octubre de
1862. Éste, seguidor de la obra de Ortega y Gasset a la que
denominara “la labor urbanizadora del intelecto”, desde
su mocedad se predispuso por las disciplinas históricas,
bebidas en su recorrer por los archivos públicos y privados
ya sea como un simple e inquieto ciudadano o cuando ocupó
el cargo de director de la Biblioteca y Archivo de la Cancillería.
Centeno confiesa que, al margen de su comentarios recogidos en fuente
familiar, fue Monseñor Josué Gorriti quien le proporcionó
mayor información sobre algunos aspectos de la vida del eclesiástico
Mateo Apaza -el “Padre Apaza”.
“Las horas
insomnes suelen brindar la ocasión para componer páginas
de honda emoción, como me pasa a mí aún cuando
siempre incapacitado por mi inhabilidad. Sin embargo, voy a ensayar
estas pobres líneas acerca del padre Apaza, humilde sacerdote
del clero salteño”, señala Centeno en su exposición,
como un advertencia , manifiesta: “Seguramente que no es de
aconsejar al clero por el aseo personal y el desaliño en
la indumentaria que se reprochaba al Padre Apaza. Éste, como
muchos santos, habría procedido así, por inspiración
divina, para su propia santificación por medio de la humillación
a que se sometía y no como resultado o efecto del pecado
de pereza”.
Sobre esa supuesta
holganza ¿no le alcanzaría también censurar
su manera de vestir y vivir a San Francisco Solano que descalzo
y muchas veces con harapientos hábitos recorría selvas,
cerros y praderas llevando la Palabra de Dios? Por aquel entonces
había desprecio y persecución en el país a
los predicadores por su popularidad a fines del siglo XIX e inicios
del XX.
El Padre Apaza,
eminente por sus virtudes y ciertas muestras de prodigios, recorría
evangelizando las serranías de Guachipas y Cerrillos hasta
llegar a Los Yacones.
Por su humildad,
testimonios de caridad y por su amor a los mandamientos de la Ley
de Dios era muy querido por el campesinado que lo denominaban como
el “cura santito” Era un criollo, y más que criollo
pues tenía mucho de americano aborigen. Cabe aquí
comentar lo que ocurrió en Chuquisaca cuando el arzobispo
del lugar procedía a ordenar a Mateo Apaza.
-¿Dónde
ha nacido usted joven?
- En Alemania, monseñor.
-¡Imposible!
-Sí, ilustrísimo señor: En Alemania de Guachipas,
en la provincia de Salta República Argentina. Por que ha
de saber, ilustrísimo señor –continuo el joven
sacerdote- que en mi tierra no solamente hay Alemania en Guachipas
sino también París en Chicoana y Londres en Catamarca.
-¡Ah, si es así…!
Una vez de haber
recibido la orden sagrada Apaza retornó a Salta para prestar
sus servicios en la diócesis. Habitaba en un pobre refugio
donde reunía a un grupo de niños para enseñar
el catecismo y nociones de latinidad, acción que repetía
en el alejado Campo de la Cruz . Desechaba dormir en cómodos
camastros para hacerlo, casi a cielo abierto, sobre catres armados
con adobe. Se levantaba a las 3 de la mañana y sin una gota
de agua en su estómago y apoyado de un tosco báculo,
bastón que le servía para defenderse de los perros
partía para sanar almas.
El fraile Mateo
Apaza viajó al Reino de los Cielos cuando contaba ochenta
y ocho años de edad.