Por José de Guardua de Ponté
Es pasible entender que todo momento histórico, toda maquinaria que dio por resultado una revolución, sea del carácter que sea, es movilizada, no por una gran masa de gente, sino más bien por un reducido núcleo de jóvenes pensadores visionarios, una pequeña porción que arrastra las pasiones y resentimientos de clases postergadas, sometidas o injustamente tratadas. Estos pequeños grupos tienen características similares en el trascurso de los tiempos, ya que por lo general, poseen una ideología propia, un sentido de porvenir particular y un idealismo superlativo.
De todas formas los actores de los sucesos revolucionarios no son movidos por idénticos fines ni entienden las cosas de igual manera. Así también toda acción tiene necesariamente una reacción de igual mayor fuerza.
Es así que existen intereses políticos, económicos y sociales varios y cada uno de los representantes de estos intereses están dispersos en las diferentes corrientes que establecen un frente revolucionario.
Si bien el movimiento de mayo no fue en sí una revolución, ya que sólo se trató teóricamente de un cambio singular de autoridades, manteniendo la misma línea de poder real y colonial, los hombres que la impulsaron portaban indiscutiblemente ideas radicales e independientistas.
El Movimiento de Mayo no es un episodio sino un proceso que afirmó la soberanía popular como fuente del derecho político, en su período más estricto duró 10 años, desde el 14 de agosto de 1806 (invasiones inglesas) hasta la declaración de la independencia del 9 de julio de 1816. Pero en su verdadera gestación histórica se extendió medio siglo desde la asunción de Carlos III hasta Rivadavia.
Dos tendencias marcadas podemos observar en el movimiento de mayo:
1) Para una minoría ilustrada de jóvenes porteños, más tarde vinculadas con otras minorías provinciales, la Revolución anhelaba un nuevo sistema dentro del sistema, porque su idea era mantener el unitarismo. Su programa político era el de la revolución francesa; su credo, el “Contrato Social”, que Mariano Moreno se apresuró a reproducir; su doctrina, el Liberalismo de los fisiócratas difundido por Manuel Belgrano; su filosofía: el Enciclopedismo que Vicente López y Planes llevó a la cátedra; su método, la cruel expansión militar que aplicó Castelli. En su conjunto, todo esto significa “SOBERANÍA POPULAR”, libertad de conciencia, igualdad ante la Ley, supresión de privilegios y la dictadura revolucionaria. Todo lo contrario de los que fue el régimen colonial español.
2) En contrapartida estaban los conservaduros oligárquicos, que no aspiraban a una secesión o disgregación de la metrópoli española, mantenían sus preceptos rigurosos, su respeto hacia la Iglesia y su cogobierno, fiel a la legalidad de las formas y a la burocracia colonial.
Las dos tendencias tenían fieles representantes en las figuras de Mariano Moreno y Cornelio Saavedra.
Los revolucionarios “morenistas” querían insurreccionar todas las regiones del Virreinato para lo que se proyectaron expediciones militares, asumir el gobierno de todo el Virreinato con un sentido nacionalista.
Los Conservadores “saavedristas” entendían asumir la autoridad de los cabildos autónomos hasta que se regularice la autoridad de la monarquía española. Se oponían a una revolución nacional y separatista.
Estos dos conceptos mentales coexistían sin fundirse, ya que el mismo Virreinato estaba compuesto de estos dos sentires, por un lado la Buenos Aires compuesta de criollos europeizados y delineados por las nuevas ideas de la ilustración en contraposición de un interior provincial más conservador, religioso y tradicional.