Historias de Salta

El 18 octubre de 1844 Salta fue sacudida por un sismo

Por Andrés Mendieta

Con solo mencionar el vocablo: terremoto; o sus sinónimos: temblor o sismo nos produce una sensación de amargura, de impotencia y hasta temor en razón que esas palabras tienen por significado catástrofe. Estos movimientos, como se sabe,  se originan cuando la corteza de la Tierra se desplaza inesperadamente a lo largo de una falla. La roca oprimida por una fuerte presión se rompe y libera energía en forma de ondas sísmicas. La ruptura de la corteza tiene como epicentro en áreas muy profundas bajo la superficie de la Tierra, pudiendo alcanzar los 645 km de profundidad.

También se conoce que en ciertas zonas de riesgo en nuestro país, tales como la de Cuyo, Catamarca y Salta,  son muy frecuentes los temblores de tan baja trascendencia que los habitantes no los perciben pero sí los instrumentos de precisión que los registran a diario.
          
Antes de referirme específicamente a los terremotos del año 1844 debo agregar que muchas veces los seres humanos pueden ser los causantes de los movimientos sísmicos mediante ciertas acciones como la incrementar una significativa carga de agua a un dique, ejecutar experimentos nucleares profundos, o la sepultura de desechos líquidos en pozos subterráneos.

El sismo de 1844

Salta no dejaba de ser un caserío. Entre las diez las once de la noche de un  18 de octubre pero del año 1844 los vecinos no habían alcanzado a reconciliar el sueño como a raíz que la atmósfera cargada tapizaba gran parte del valle de Lerma y por la temperatura agobiante muy poco común a esta altura del año.  El silencio de la noche sólo era quebrantado por algunas expresiones de “trasnochados” que regresaban a sus hogares por callejones solitarias; por el  traquetear de las ruedas de los carretas sobre el empedrado; por las patas de los caballos; por las agarradas de los perros vagabundos; por el  rechinamiento de las chicharras; o bien, como dice la canción, de aquellos “sapos de la noche / sapos cancioneros/ que viven soñando/junto a tu laguna/ tenor de los charcos/ grotescos troveros/ están embrujando de amor/ por la luna”.

A esa hora, según testimonios del poblador Valentín Delgadillo, una afligente adversidad debía tener lugar y tuvo en efecto, porque un aterrador sacudimiento de la tierra, semejante a un terremoto anunció que la irritación Divina descargaba su omnipotente furia sobre el pueblo salteño, el que aterrorizado y azorado, marchaba vertiginoso a hincarse de rodillas ante la misericordia de Aquel que en 1692 había salvado a sus antecesores.

Desde días antes al 18, dice el señor Valentín Delgadillo en un articulo que público en un diario local, rememorando los sucesos de 1.844, venia sintiéndose una atmósfera pesada, calor sofocante en calma, y en la noche fatal era tanto, que a las diez y media de la noche “me hallaba con las puertas de mi casa abierta esperando alguna brisa, pues era el punto más ventoso de la ciudad, conversando en la acera con mi discípulo don Manuel A. Fernández, hoy Canónigo, cuando oímos un ruido tan grande, tan espantoso, que no supe entonces con que compararle, ni hoy sé.

Como máquinas corrimos precipitadamente al centro de la plaza, y al cruzar por frente de la Catedral oímos sonar la campana de la iglesia,  sonido que a esa hora y en ese momento tan angustioso, sólo podría producirlo el movimiento de la tierra que hacía balancear el campanario”.“El pueblo se precipita hacia el templo y todos movidos como por un resorte golpearon sus puertas hasta poder ingresar al mismo y apoderarse del Cristo y de la Virgen que aún permanecían en sus andas en el presbiterio, pues se estaba realizando la fiesta que no se había podido realizar en setiembre debido a los trabajos de ornamentación de la Cruz que se ejecutaban”, dice el cronista.

Delgadillo sigue comentando: “mientras se abrían las puertas del templo y se sacaba el Cristo, un nuevo sacudimiento de tierra volvió a sentirse. En el templo había caído de su puesto la efigie de san Pedro, colocada en lo más alto del retablo, como también la corona de la Virgen del Milagro. Inmediatamente de ha  llevarse las imágenes  a la plaza y se organiza  una procesión que recorre las calles a esa horas, envuelta en las súplicas y llanto de un pueblo que clama a su Dios en presencia de un gran peligro. Vueltas las imágenes a la Catedral, se colocó la efigie de la Virgen frente al Cristo del Milagro en acción de interceder  por su pueblo, circunstancia que arrancó las exclamaciones de “¡perdón y misericordia!” y los estallidos de lamentos y llantos, los más conmovedores.

         En la noche del 18 de octubre nadie se movió de la plaza y pernoctó allí hasta las primeras horas del 19.

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