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La Caza de la Vicuña
Leyenda salteña

       Para cazar tan gracioso rumiante los calchaquíes tienen un sistema curiosísimo.

         Llegada la época, los cazadores se reúnen formando compañías mandadas por capitanes elegidos por ellos y a los que obedecen ciegamente.

         El capitán pasa revista a su gente y después de haber comprobado cuales son los cerros más ricos en caza, se dirigen a ellos. Cada uno de los hombres marcha provisto de un atado conteniendo estacas y una larga cuerda de lana, de la que cuelgan, de trecho en trecho, cintas de colores vivos.

          Una vez formado los cazadores al pie del cerro, el capitán hace un agujero en el suelo, en donde todos depositan una ofrenda de coca, cigarros y yisca. Luego el capitán derramando un poco a aguardiente, invoca a la Pachamama, para que le sea propicia la cacería en la siguiente forma :

 Madre del Cerro y de la Santa Tierra

Haz que nos vaya bien,
danos vicuña y no nos mezquines,
danos fortuna y no nos hagas enfermar
¡ Haz que nos vaya bien !

¡ Haz que nos vaya bien !

         Concluída la invocación, se deshace la kacha o kuna o formación, y cada uno levanta sus estacas, cuerda de lana, boleadoras y demás útiles de caza que previamente habían colocado en tierra, en torno del ofrendario, para mayor solemnidad de la ceremonia.

          El agujero es tapado y los hombres, de acuerdo con las órdenes del capitán, ocupan sus puestos respectivos en la guerrilla que despliegan al pie del cerro. Así distribuidos todos, a una señal dada, empiezan a trepar y llegados a cierta altura clavan las estacas tendiendo las cuerdas para formar un inmenso corral, dentro del cual quedan aprisionadas las vicuñas que se hallan en las cumbres.

          Como en una evolución militar el cerco se estrecha paulatinamente. Ariscas como son, las vicuñas huyen de los que se aproximan, pero al llegar a las cuerdas, asustadas por los colgajos coloridos que flotan al viento, retrocedan sin animarse a salvar la frágil valla.

          Cerrando el círculo penetran en él los cazadores, a pie o en mula y lanzan las certeras boleadoras, abatiendo a las desgraciadas vicuñas que son de inmediato degolladas.

         Al final de la matanza el capitán reparte equitativamente las presas, cuyos cueros son vendidos a los acopiadores o bien benefician a los mismos cazadores, quienes hilan la delicada lana y fabrican con ella los renombrados ponchos de vicuña. La carne que charquean es conducida a los hogares para alimento de las respectivas familias.

 Juan B. Ambrosetti.
(de Superticiones y Leyendas)
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