Varela se apodera de Salta

Por José María Rosa

Cuerpeando las divisiones nacionales, Felipe Varela se desliza por los pasos misteriosos de la cordillera. Ha tenido correspondencia con Luengo en Córdoba, con Zalazar en Chileclto y con el caudillo salteño Aniceto Latorre a quién invita a plegarse; "el poder del enemigo no está fuerte”, escribirá a este último. “Con un pequeño esfuerzo de los hijos de la patria todavía salvaremos a América".

En octubre de 1867, mientras Paunero lo supone en San Juan, y Navarro lo espera en Catamarca, Varela baja de la cordillera frente a Salta con mil guerrilleros: esquiva a Navarro que ha corrido a cerrarle el paso, y al galope va a Salta donde espera proveerse de armas y alimentos.

"Al ir a aquella ciudad (Salta) – dirá – no me llevó el ánimo apoderarme de un pueblo sin objeto alguno,  Yo marchaba en busca de pertrechos bélicos, porque era todo cuanto necesitaba para triunfar“.

Está frente a Salta la mañana del 10 de octubre 1867

Intima al gobernador Ovejero le entregue las armas que hay en la ciudad, comprometiéndose a no entrar en ella. Pero Ovejero sabe que Navarro lo persigue de cerca y supone que el caudillo no se atreverá a atacarle en esas condiciones. Además, el Ejército de la Unión Americana apenas si tiene fusiles y municiones. Por eso a la intimación de Varela de "evitar a la población la desastrosa consecuencia de la guerra" contesta con una descarga.

Ovejero había preparado la resistencia,  armando la clase principal con los seis cañones y 225 fusiles que poseía, " pues el enemigo – explica por qué armó solamente la clase principal - que halaga a las masas .... encuentra prosélitos entre quienes no abrigan un corazón honrado". Ha conseguido 300 vecinos honrados que distribuye en las trincheras zanjadas en la plaza principal, y les encarga los cañones y los fusiles.

Salta lo espera y tiene un corazón (honrado y abrigado) y un fusil.

Sobraban, a su entender, para rechazar a los bandoleros. O por lo menos detenerlos hasta que llegase Navarro que no podía tardar.

Ovejero valoro en demasía el poder de los fusiles y despreció demasiado el coraje de los gauchos. Varela ordenó el ataque, los defensores resistieron apenas cuarenta minutos. Previsoramente el gobernador consiguió recoger algunos fusiles llevándolos en "asilo“ al templo de San Francisco donde también estará él con su gente.

Una hora estuvo Salta en poder de las montoneras. El parte del jefe de la plaza – Leguizamón – habla de tremendos desmanes. Nada respetó el enemigo, templos, oficinas públicas, casas de comercio y de particulares fueron saqueados y hollados bárbararnente del modo más espantoso y feroz....

"Una hora escasa han ocupado (los federales) la ciudad – informa Ovejero y los estragos y saqueos rayan en los límites de lo imposible".

Exageraciones interesadas (porque el gobierno nacional pagaría los perjuicios). En una hora no pueden cometerse muchos desmanes. En el sumario que se levantará, los testigos declaran "de oídas“, uno solo atestigua el saqueo de su tienda donde le han llevado “ un caballo". Miguel Tedin contando muchos años después sus recuerdos infantiles, dice que estaba en casa de la señora  Güemes de Astrada el 10 de octubre "cuando se presentó un soldado feroz armado de una carabina.  ¡No me mate, soy hija del general Güemes!, dijo la dueña de casa. Este nombre pareció impresionarle y bajando el arma solicitó un par de botas, lo que realizó la señora. ¡ Curioso saqueador que se impresiona por un nombre histórico, y solo pide un par de botas!. Las violaciones de los templos, que dice Leguizamón no ocurrieron: el Gobernador Ovejero se refugió con su gente y armas en San Francisco defendido – dice en su informe – por los religiosos de la insaciable rapacidad de estos bandidos".

¡Notables bandidos, impotentes ante las palabras de unos frailes!.

Varela, que no entró en la ciudad, sabedor que los religiosos se negaban a entregar las armas "asiladas“ en San Francisco hizo llamar al guardián para explicarle que el asilo eclesiástico no amparaba a los prisioneros de guerra ni a sus armas. Como el guardián se mantuvo firme, el coronel lo maltrató de palabra diciéndole muchas barbaridades" (cuenta el religioso en el sumario) pero no “ violó" el convento.

Fuera de los fusiles tomados a los caídos en la plaza, un caballo y un par de botas no hubo otros "latrocinios". Si ocurrieron, los damnificados olvidaron hacerlos constar en el sumario. Lo que parece que hubo y en grado mayúsculo, fue un tremendo miedo.

 Haba sido en las barbas de Navarro que Varela se apoderó por una hora de Salta. De allí siguió a Jujuy, donde no hubo "saqueo" porque los Jujeños aceptaron darle sus armas. No pudo estar mucho tiempo porque Navarro lo seguía. Por la quebrada de Humahuaca llegó a Bolivia, donde Melgarejo – en ese momento simpatizante con Paraguay – le dio asilo. En Potosí, Varela publicará un Manifiesto explicando su conducta y prometiendo el regreso.

 

Mnifiesto de Potosí

¡

Viva la Unión Americana! Manifiesto a los pueblos americanos sobre los acontecimientos políticos de la República Argentina en los años 1866 y 1867

Potosí, enero de 1868.

El desarrollo de los sucesos políticos de la República Argentina, en los años de 1866 y 67, ha sido objeto de la atención de los demás pueblos americanos, como que ellos envolvían una alta significación para los grandes destinos de la América Unida. (…)

Hay un gran principio social innegable que dice: LA UNIÓN ES LA FUERZA… (…) El Gobierno de Buenos Aires, sin embargo, por miras que se pondrán luego de relieve, negó solapadamente la justicia de esta grande idea, negándose también a tomar parte en la Unión que se consolidaba por medio de un Congreso Americano en Lima, so pretexto de ser inconveniente a los intereses argentinos, comprometidos en una alianza con la corona brasilera. (…)

Ese primer paso de la política de Mitre dio su fruto deseado: la anexión, que no tardará mucho, del Uruguay al Imperio, pues desde entonces le pertenece, y la guerra con el Paraguay, que envuelve por parte de Mitre aspiraciones más crecidas pero aún más criminales.

En efecto, la guerra con el Paraguay era un acontecimiento ya calculado, premeditado por el general Mitre. Cuando los ejércitos imperiales atraídos por él, sin causa alguna justificable, sin pretexto alguno razonable, fueron a dominar la débil República del Uruguay, aliándose con el poder rebelde de Flores en guerra civil abierta con el poder de aquella República, comprendió el gobierno del Paraguay que la independencia uruguaya peligraba de un modo serio, que el derecho del más fuerte era la causa de su muerte, y que por consiguiente las garantías de su propia libertad quedaban a merced del capricho de una potencia más poderosa.

Pesaron estas razones en la conciencia del general presidente López de la República paraguaya, y buscando una garantía sólida a la conservación de sus propias instituciones, desenvainó su espada para defender al Uruguay de la dominación brasilera a que Mitre lo había entregado.

Fue entonces que aquel gobierno se dirigió al argentino solicitando el paso inocente de sus ejércitos por Misiones, para llevar la guerra que formalmente había declarado el Brasil.

Este paso del presidente López era una gota de rocío derramada sobre el corazón ambicioso de Mitre, porque le enseñaba en perspectiva el camino más corto para hallar una máscara de legalidad con qué disfrazarse, y poder llevar pomposamente una guerra nacional al Paraguay, guerra premeditada, guerra estudiada, guerra ambiciosa de dominio, contraria a los santos principios de la Unión Americana, cuya base fundamental es la conservación incólume de la soberanía de cada República.

El general Mitre, invocando los principios de la más estricta neutralidad, negaba de todo punto al Presidente del Paraguay su solicitud, mientras con la otra mano firmaba el permiso para que el Brasil hiciera su cuartel general en la Provincia Argentina de Corrientes, para llevar el ataque desde allí a las huestes paraguayas.

Esta política injustificable fue conocida ante el parlamento de Londres, por una correspondencia leída en él del ministro inglés en Buenos Aires, a quien Mitre había confiado los secretos de sus grandes crímenes políticos.
Textualmente dice el ministro inglés citado: "Tanto el Presidente Mitre como el Ministro Elizalde, me han declarado varias veces, que aunque por ahora no pensaban en anexar el Paraguay a la República Argentina, no querían contraer sobre esto compromiso alguno con el Brasil, pues cualesquiera que sean al presente sus vistas, las circunstancias podrían cambiarlas en otro sentido" 1.

He aquí cuatro palabras que envuelven en un todo la verdad innegable de que la guerra contra el Paraguay jamás ha sido guerra nacional, desde que, como se ve, no es una mera reparación lo que se busca en ella, sino que, lejos de eso, los destinos de esa desgraciada República están amenazados de ser juguete de las cavilosidades de Mitre.

Esta verdad se confirma con estas otras palabras del mismo Ministro inglés citado: "El Ministro Elizalde me ha dicho que espera vivir lo bastante para ver a Bolivia, el Paraguay y la República Argentina, unidos formando una poderosa República en el continente". (...)

Las provincias argentinas, empero, no han participado jamás de estos sentimientos, por el contrario, esos pueblos han contemplado gimiendo la deserción de un presidente impuesto por las bayonetas, sobre la sangre argentina, de los grandes principios de la Unión Americana, en los que han mirado siempre la salvaguardia de sus derechos y de su libertad, arrebatada en nombre de la justicia y la ley.

En el párrafo sexto (de la proclama) hago presente a los argentinos, el monopolio y la absorción de las rentas nacionales por Buenos Aires.

En efecto: la Nación Argentina goza de una renta de diez millones de duros, que producen las provincias con el sudor de su frente. Y sin embargo, desde la época en que el gobierno libre se organizó en el país, Buenos Aires, a título de Capital es la provincia única que ha gozado del enorme producto del país entero, mientras en los demás pueblos, pobres y arruinados, se hacía imposible el buen quicio de las administraciones provinciales, por falta de recursos y por la pequeñez de sus entradas municipales para subvenir los gastos indispensables de su gobierno local.

A la vez, que los pueblos gemían en esta miseria sin poder dar un paso por la vía del progreso, a causa de su propia escasez la orgullosa Buenos Aires botaba ingentes sumas en embellecer sus paseos públicos, en construir teatros, en erigir estatuas y en elementos de puro lujo.

De modo que las provincias eran desgraciados países sirvientes, pueblos tributarios de Buenos Aires, que perdían la nacionalidad de sus derechos, cuando se trataba del tesoro Nacional.

En esta verdad está el origen de la guerra de cincuenta años en que las provincias han estado en lucha abierta con Buenos Aires, dando por resultado esta contienda, la preponderancia despótica del porteño sobre el provinciano, hasta el punto de tratarlo como a un ser de escala inferior y de más limitados derechos.

Buenos Aires es la metrópoli de la República Argentina, como España lo fue de la América. Ser partidario de Buenos Aires, es ser ciudadano amante a su patria, pero ser amigo de la libertad, de las provincias y de que entren en el goce de sus derechos ¡oh! ¡eso es ser traidor a la patria, y es por consiguiente un delito que pone a los ciudadanos fuera de la ley!

He ahí, pues, los tiempos del coloniaje existente en miniatura, en la República, y la guerra de 1810 reproducida en 1866 y 67, entre el pueblo de Buenos Aires (España) y las provincias del Plata (colonias americanas).

Sin embargo, esa guerra eterna dio a fines de 1859 por resultado la victoria de los pueblos argentinos sobre el poder dominante de la Capital. Sus diez millones de renta estaban, por consiguiente recobrados, pero como no era posible despojar a Buenos Aires de un solo golpe de tan ingente cantidad, arreglada a la cual había creado sus necesidades, pues eso hubiera sido sepultarla en una ruina completa, tuvieron todavía la generosidad los provincianos, de celebrar un pacto, por el cual concedían a Buenos Aires el goce por cinco años más de las entradas locales para llenar su pomposo presupuesto.

Fue entonces que los porteños invocaron la hidalguía del que hoy llaman bárbaro, del presidente actual del Paraguay Mariscal Don Francisco Solano López, para que con su respetabilidad y talento interviniese en el pacto que celebraban las provincias argentinas con Buenos Aires vencida.

El Mariscal López accedió generoso, garantiendo el cumplimiento del tratado por ambas partes con su propio poder.

En noviembre de 1865 debían expirar estos tratados, y entrar las provincias en el goce de lo que verdaderamente les pertenece, las entradas nacionales de diez millones que ellas producen.

Cuando el sesenta y cuatro aun no llegaba, cuando Mitre aun no asaltaba la presidencia de la Nación, por un órgano público de Buenos Aires decía el futuro caudillo, sobre el pacto con el Paraguay: "Esos tratados serán despedazados y sus fragmentos arrojados al viento".

Por fin el General Mitre revolucionó a la provincia de Buenos Aires contra las demás provincias argentinas, cuyos dos poderes se batieron en Pavón.

La suerte estuvo del lado de aquel porteño malvado que se sentó Presidente sobre un trono de sangre, de cadáveres y de lágrimas argentinas.

Entre tanto los tratados garantidos por el Paraguay vivían, y llegado el término podía esta nación exigir su cumplimiento.

He aquí otra de las causas fundamentales de la guerra llevada por Mitre a la República del Paraguay, desarmando así a las provincias del poder aliado que garantía su felicidad, contra la infamia de un usurpador.
Después de este golpe maestro, el general Mitre desfiguró la carta democrática dada por las provincias vencedoras en Caseros, y la desfiguró a su antojo, después de haber jurado con lágrimas en los ojos respetarla, explotando así la generosidad de los pueblos, que entonces pudieron plantar la bandera de la humillación y del dominio en la misma plaza de Buenos Aires.

Esa reforma dio por fruto el regalo eterno de las rentas nacionales a la ciudad bonaerense, el despojo para siempre de la propiedad de los pobres provincianos, y aun algo más, el empeño de las desgraciadas provincias en más de cien millones, para sostener una guerra contra sus intereses, contra su aliado, contra el poder combatido por tener el crimen de haber garantido la paz argentina y la felicidad de todos los pueblos, en noviembre de 1859.

Es por estas incontestables razones que los argentinos de corazón, y sobre todo los que no somos hijos de la Capital, hemos estado siempre del lado del Paraguay en la guerra que, por debilitarnos, por desarmarnos, por arruinarnos, le ha llevado a Mitre a fuerza de intrigas y de infamias contra la voluntad de toda la Nación entera, a excepción de la egoísta Buenos Aires.

Es por esto mismo que es uno de nuestros propósitos manifestado en la invitación citada, la paz y la amistad con el Paraguay. 

FELIPE VARELA

 

 

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