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Leopoldo “Teuco” Castilla
Por Silvia Díaz

Tiene una reconocida trayectoria como poeta y narrador. Su vida, al igual que su escritura, conoce de noches, vuelos y despedidas. Viajero de alma - y un poco por imposición: conoció el exilio en los '70 -, Leopoldo Castilla volvió hace poco para instalarse, por fin, en Salta, "la tierra que no lo dejó vivir en paz en ninguna otra parte del mundo". Hoy, desde un lugar de acción en el ámbito de la cultura, y con ojos repletos de mundo, el "Teuco" Castilla nos ofrece su mirada sobre el arte y la poesía.



"A mi memoria le pido que me tenga compasión. Dichosa de mi memoria que está donde estuve yo".

Leopoldo Castilla es una admirador de la copla. La del epígrafe le pertenece y tiene mucho que ver con su historia de vida. Nació en Salta y entre sus variadas profesiones está la de titiritero. El año pasado estuvo presentándolos en pequeñas aldeas de Vietnam y Camboya. Como escritor incursionó en poesía y narrativa. Publicó, entre otros, los siguientes libros de poesía: "El espejo de fuego", "La lámpara en la lluvia", "Campo de prueba", "Baniano", "Nunca". Como narrador publicó: "Odilón", "La luz naranja" y sobre su cuento "La redada" se filmó el largometraje homónimo dirigido por Rolando Pardo. Ha recibido premios nacionales e internacionales y su poesía fue traducida al inglés, francés, italiano, sueco, portugués y ruso.

Leopoldo Castilla cree que la poesía sirve para vivir más y mejor. "Cuándo uno lee poesía -explica- todo el espectáculo del mundo se quintuplica. Un hombre que no lee poseía, cuando va por la calle, ve la vereda, la pared, la esquina, una ventana, un auto y nada más. Pasó. En cambio, un lector de poesía, gracias a los datos que le ha ido dando este descubrimiento, carga de múltiples sentidos a los espacios y a las cosas".

Parafrasea a un amigo, el Cuchi Leguizamón, y dice: el arte es la llave de la existencia. "Y es verdad -asegura-, porque uno puede tener las mejores condiciones económicas pero si no escribe está pésimo. En cambio, si escribe no le importa estar viviendo bajo de un puente, o no tener para comer. En ese sentido la poesía sostiene".

Dice que le gusta la poesía que busca a la gente, porque en tiempos en que la gente está triste y agobiada entiende que hay que cuidar mucho de no añadir a la quiebra económica, una quiebra en el espíritu.

En lo que respecta a su poesía, reconoce que sus temas son "variaditos". Aún así, se reconocen algunas constantes como la cuestión de la muerte. "No diría que no es un tema principal, porque ese tema está. Pero aparece como somos nosotros, como somos los salteños. Tenemos a la muerte celebrando la vida y la vida celebrando junto a la muerte. O sea que son mundos paralelos que no pasan por las escisiones del positivismo o del racionalismo: principio, fin, causa y efecto".

1970

"Es fundamental -aclara- que el artista o el aspirante a artista respete el hecho de que el arte debe nacer de una emoción legítima: estética, inventada, afectiva, etc."

Cuenta que cuando escribe piensa, más que en los lectores, en la aprobación de el más temible de todos los lectores: él mismo. "Sé dónde estuve flojo, dónde no puse el esfuerzo necesario, dónde no corrí riesgos". Afirma que el escritor que no tiene en cuenta su propia opinión y hace la vista gorda sobre su propio trabajo corre el riego de fracasar.

En cuanto a las influencias a la hora de escribir, reconoce haber tenido importantes maestros como Walter Adet o Raúl Brie. "Esa gente me ha enseñado mucho", cuenta. De ellos aprendió que el arte es como el parto de todos por el útero de uno solo. Por ello cree que la obra de arte es siempre colectiva, porque el artista está siempre como una suerte de radar atento a las cosas del mundo.

Si se le habla de arte poética, sostiene que a la poesía no le puede faltar autenticidad, emoción, riesgo y rigor. "De todas maneras -aclara- no hay un deber ser en la poesía".


Una Poesía:

 

El rincón

Se acuesta en el hueco del trinchante oscuro.

Visto desde ahí

el mueble parece un ataúd. El niño juega

a que ya se ha muerto.

O va a la cocina, a un rinconcito

y mira a las mujeres pelando choclos

mientras cuentan historias de mayores

(esas bandadas de sentidos no lo alcanzan

pues él todavía no llegó al presente).


Mira a su madre. Si ella está allí, debe ser de este mundo.

Él, que viene de tan lejos, no tiene donde ir.

Juega a que está vivo

mientras arde, indefenso, el rincón

y más allá toda la tierra,

de vida

arde,

inocente,

alrededor de ese leve meteorito.

LEOPOLDO CASTILLA

 

 

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