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MARCELO SUTTI

Por Marcelo José Farfán

“Pajarito” Sutti, como es conocido en su círculo, apercibió la música desde la cuna y así no tardó en aparecer su talento. Es uno de los músicos fundadores de la Orquesta Sinfónica, donde ejecuta el contrabajo y además Profesor en la escuela Superior de Música de Salta.

Nació en Bell Ville, Córdoba, en 1957 y en el mismo año su familia se radicó en Salta

Su arte no tiene límites. “Después de los 20 años sentí la necesidad de escribir poesías. Mi gran vínculo con el soneto es la música, principalmente por la rima”.

Editó su primer libro “Desde entre las espinas” en 1980. La Biblioteca de Textos Universitarios publicó su libro “Crepúsculos de Tierra” en 1993 compuesto por poemas ilustrados por el artista plástico Alberto Elicetche en 1993. En el año 2011, ganó el Primer Premio en el Concurso Provincial de Poesía, autores éditos, con “Viaje quieto”. El mismo año, lanzó “Marcapasos” en Buenos Aires. Y en 2012, la Municipalidad de Salta edita su libro de sonetos “Libertad vigilada”. Este año, imprimió un libro en sistema braille llamado “Sonetos imaginarios”, auspiciado por el Hogar Corina Lona.

Otros premios que ganó: Tercer Premio Concurso Nacional de Poesía organizado por la S.A.D.E. (Sociedad Argentina de Escritores) Seccional Córdoba y Primer Premio del Concurso Internacional de Sonetos organizado por la S.A.D.E. Seccional Dolores, Buenos Aires, entre otros.
El poeta y músico Marcelo “Pajarito” Sutti recibió el lunes 10 de noviembre el reconocimiento al Mérito Artístico, de manos del ministro de Cultura

INSURRECIÓN DE LOS VALLES

A la sombra de falsos arrayanes
Los Laureles consagran vaticinios.
Saben que cuando pasa Pulares
llega como una Tiara
la Cuesta del Obispo.
Entonces desperezan
su transición de nuez y de mantillo
y se quedan con todos los sentidos
en adobe cocido por el calor humano.
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Por una mutación de suelo a tierra
El Maray y su verde paquidermo
domina un horizonte que no existe.
Sobre su falda,
ovejas destejen rutinas del rebaño
y el pastor las observa
con un hilo de bruma y de nostalgia.
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Como un río carmesí que se desmadra
así el camino va por El Churcal
al pueblo de Molinos.
Condimentan chañares y algarrobas
los colores que irradia Tiu Pampa.
Mimetizan la boca los pimientos
y el sabor
sobre las dos orillas se desangra.
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No hay otoño en este punto del planeta.
Sólo se pone verde
un sendero de musgo en la vertiente.
Suelo vedado a la hojarasca
y a la putrefacción de la madera,
entonces los cadáveres
conversan todavía
porque en el fondo,
siguen siendo una eterna primavera.
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Desde un cuenco diaguita
el perro bebe agua de cobre.
No sabe que su lengua
lame las manos del rústico alfarero
ni que besa la boca del cazador hambriento.
Otras lenguas debaten
si Colomé es un prófugo del valle
oculto en el Museo de las Luces,
o el museo se oculta en Colomé
para nunca alejarse de los valles.
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Los álamos de la Finca Gualfín
peinan la cabellera de los cerros.
Se apresura el ganado al bebedero
atraído por el color del agua.
Sobre un barranco,
los loros son el árbol y sus frutos.
El minuto que pasa
no pertenece al tiempo.
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Pega el frío. Rompe labios
y amorata a quien lo desafía.
El humo beatifica
la noche de los ranchos.
Se confunde el sudor con el vapor del agua
porque regresa el padre trashumante
con un puñado dulce en el bolsillo.
El aliento a salitre y a vinagre
justifica sus miedos.
Una risa de fiesta son los niños
cuando ven que a la mesa
no esta invitado el hambre.
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Tan cercana parece aquella guerra:
alianza de codicia con la muerte.
El oro de los valles es una lámina
adherida a la piel de los que viven.
Apenas un puñado de condecoraciones
fue el tesoro fugaz de la conquista,
la piel,
no les sirvió de nada.
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A la hora de la siesta
el vuelo de un halcón dibuja el éxtasis.
Puede tocarse el filo de los cerros
con igual parsimonia
que el ave detenida por un soplo.
Rompe el silencio
la emboscada del el átomo
cayendo en una pluma.
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El río baja su catarata de horizonte
desde el párpado abierto de la puna.
Engordan su silueta las vertientes
bordadas por el hilo de la lluvia.
Cambia nombres,
se viste de Urubamba
llegando a la estación de Alemanía
y como un tren descarrilado sigue
torciéndole las vías
hasta que la llanura de Guachipas lo contiene
en el Cabra Corral
y su cielo de agua sometida.

 

 

 

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