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Leonardo Strejilevich

José Ortega y Gasset (1883-1955) escribió “España invertebrada" y Eduardo Mallea (1903-1982) en la Argentina retomó este concepto donde advertía el peligro de la desintegración de nuestra sociedad por la acción separatista, facciosa y con pobreza en el perfil e identidad de nuestro pueblo plural y heterogéneo. Nuestro país estuvo y está en crisis desde mucho antes de 1816. El clima por momentos está enrarecido y los comentarios y análisis controversiales están teñidos de escepticismo.

En la segunda mitad del siglo XIX hubo conducción eficaz en nuestro país: Alberdi redactó la Constitución; Vélez Sarsfield, el Código Civil; Joaquín V. González, un Código de Trabajo; Sarmiento enseñó y estimuló la cultura; Mitre, Avellaneda, Pellegrini, Estrada y muchos más hicieron lo suyo, diseñaron un país, organizaron la sociedad argentina, pusieron en marcha una nación. Se podrá coincidir o no con su estilo o sus ideas, pero el resultado fue óptimo. Hoy buscamos algunos así o parecidos. La dirigencia brilla poco y nada por su vacilante conducción política y no atina a poner de pie a un pueblo descreído que es más lo que rechaza que lo que apoya.

Nuestra adolescente sociedad pese a los 200 años transcurridos desde que nos declaramos independientes tiene fortalezas y debilidades que se acentúan o tienden a desaparecer nunca del todo cada día.  Hemos fabricado, soportado y admitido numerosas fechorías como el fraude electoral, la incapacidad administrativa, la dictadura, el desdén por la libertad y el cumplimiento de la ley y las normas, no superamos del todo el resentimiento clasista, hemos conculcado derechos y achicado la  justicia social, nos peleamos por nuestros prejuicios ideológicos, abatimos muchas veces por nosotros mismos pero echándole culpas a los de afuera los intentos de desarrollar el país; el militarismo politizado desvirtuó el honor militar; el nacionalismo fue crítico de la democracia y más propenso a promover una gran nación que un gran pueblo; la  aspiración de poder político cayó en el deseo inmoderado de perpetuarse en él a cualquier costo; la crisis contagió a la Justicia; la turbulencia ideológica desató la violencia y el terrorismo; los medios anteponen el ratinga la información objetiva y a la orientación responsable.

El panorama retrospectivo de nuestra sociedad es de una llamativa mediocridad. La soberbia argentina está arraigada y lleva a creer que siempre la culpa de lo que nos pasa es ajena, y esta nota de nuestro carácter anula el juicio autocrítico, ya que estamos convencidos de que nada tenemos que corregir.

La gravitación dominante de lo económico ha desplazado los valores y principios que debieran ser la base de la paz social, de la justicia y de un genuino desarrollo.

El panorama de Argentina es inquietante y es impostergable asumir la tarea de buscar esa Argentina invisible que presentía Eduardo Mallea en su “Historia de una pasión Argentina” (1937) y que hoy necesita de numerosas conductas de solidaridad silenciosa, de grupos independientes convocados a salir de sus enclaustrados intereses, de incorporarse en la reconstrucción ética y cultural de nuestro país dialogando sin confrontar no sólo con los afines sino también con los otros que buscan por otras vías las respuestas y soluciones a los mismos interrogantes y problemas.
No hay recetas originales ni remedios infalibles para reparar la salud perdida de las personas ni tampoco para el cuerpo social. Siempre habrá  cambios  y  tensiones y está a la vista por la experiencia del mundo, habrán éxitos y fracasos, tanteos y correcciones, habrá que acostumbrarse a que todos los sistemas pasan por períodos zigzagueantes que se suceden en busca del óptimo definitivo que nunca llega, pero que, sin embargo, incorporan lecciones útiles y abren nuevos caminos.

En estos doscientos años hasta hoy ha pasado casi todo. Los argentinos seguramente podremos seguir equivocándonos, pero no podemos dejar de tener en cuenta las enseñanzas de nuestra propia historia.

Según Octavio Paz, "nuestra época ama el poder, adora el éxito, la fama, el dinero, la utilidad, y sacrifica todo a esos ídolos”. Frecuentemente hemos sido seducidos por mitos de corto alcance. Proclamas militares, programas claramente demagógicos, irracionales aventuras de evidente fracaso, expectativas de crecimiento sin esfuerzo. Todos estos hechos semejan sueños ilusorios más que empresas realistas.
Somos un pueblo dividido en varios, somos un archipiélago, no somos una republiqueta sino algo más dramático: una nación invertebrada.

Lo que le dio a la antigua Roma su grandeza no fue que se expandiera a partir de la aldea inicial de Rómulo y Remo sino que supo articular con los pueblos itálicos primero y con el resto de los pueblos del Mediterráneo después una red de acuerdos tan sólidos que su unión duraría mil años ligando las partes en un todo coherente que es la potencia de nacionalización.

Nuestra Argentina no puede ni debe seguir dividiéndose y subdividiéndose continuamente entre la izquierda y la derecha, pero también dentro de la izquierda y de la derecha, dentro y fuera del justicialismo, entre el Estado nacional y las provincias, entre banqueros y ahorristas, entre acreedores y deudores, entre policías y piqueteros, entre manos duras y garantistas y de una buena vez deberíamos abandonar el paradigma que para un argentino no hay nada peor que algún otro argentino.

La columna vertebral que les falta a las naciones invertebradas es la ausencia de los mejores que son aquellos dirigentes capaces de darles, superando sus lealtades sectoriales, un sentido de unidad a nuestro país.

Escribió Cicerón en su República que la democracia ideal es aquella en la cual “los más eligen a los mejores”. “Los más”, todos los argentinos, debemos encontrar y promover a “los mejores”. “Los mejores” fueron, entre nosotros, los firmantes del Acta de la Independencia en 1816, del Acuerdo de San Nicolás y de la Constitución Nacional de 1853 y 1949.

Los argentinos somos eminentemente provincianos, no conseguimos entendernos como una parte del mundo y reconocer que somos una parte muy pequeña, muy insignificante. Vemos para adentro para no ver lo pequeño que nos hemos vuelto. Tenemos ese mito de que alguna vez fuimos grandes e importantes. Si se compara la estructura socioeconómica de la Argentina en estos doscientos años veremos que es muy parecida. Los números de distribución de la riqueza, de empleo, de estructura de las empresas son similares e injustos aún en los distintos ciclos históricos y sociales. Casi nunca nos hemos permitido cambios de fondo y tener la posibilidad de sentirnos útiles y activos. Hemos pasado muchos años pensando en algo y nos parece que eso que pensábamos o queríamos hacer no iba a suceder nunca y pocos nos han dicho que podemos hacer lo que pensamos y realmente participar activamente en ello. La Argentina tiene enceguecida su capacidad crítica, somos por momentos una Argentina reaccionaria; siempre reaccionamos contra lo que había sido inmediatamente antes.  Reaccionamos pocas veces contra la falta de republicanismo, pero sí contra la crisis económico-social aunque no sea tan clara y hablamos para justificarnos de la herencia recibida. En algún momento nuestros gobiernos empiezan a producir una serie de efectos contra los cuales reaccionará el siguiente formando un círculo siniestro que nunca permite construir nada. Cada gobierno aparece para deshacer en una situación de emergencia lo que hizo el anterior y esto explica por qué el país no avanzó demasiadas veces en ninguno de sus grandes rasgos sin llegar a ninguna parte ni a ningún lado.  Estuvimos en los primeros combates de la antipolítica con elque se vayan todos o por medio de golpes militares. La política de Argentina nunca se propone discutir los grandes temas; nadie sabe cómo se puede hacer para que este país funcione y que terminen por caer todos los grandes mitos que supimos conseguir. Hemos asumido y acompañado todas las identidades políticas imaginables según lo entendíamos o a aquellos que les convenía para conservar el poder. Nos peleamos, cambiamos, nos reinventamos y así nos han currado durante los últimos 200 años. En algún momento tenemos que ser capaces de dejar atrás todo esto sin dejar de recordar todo lo que hemos pasado. Es necesario armarse de un pasado pero no puede haber un uso desvergonzado de ciertos aspectos del pasado para justificar cosas injustificables en el presente. Cualquier idea de borrón y cuenta nueva es ilusoria, los países son lo que han sido, el asunto es cómo manejarlo y priorizar la búsqueda de futuro.

La Argentina en el día de hoy quiere terminar con la autoexclusión inexplicable del mundo globalizado actual e intenta comprender que a pesar de estar situada en el fin del mundo tiene inmensos y valiosos recursos humanos y materiales para hacer grandes cosas. Pese al inconveniente del sobredimensionamiento, peso político, industrial, comercial y cultural de su ciudad capital que ha ido en detrimento del país federal, Argentina es la llave política y comercial de la zona templada y semitropical más rica, más accesible y más extensa de América del Sur.

La Argentina constituye una sociedad fascinante y agitada donde nada está establecido definitivamente. Las dificultades de la Argentina, paradójicamente, tienen que ver más con su riqueza que con la pobreza. La abundancia de casi todo produjo un pueblo nómade, libre, indisciplinado, con débiles vínculos jerárquicos y de autoridad y además sin la aceptación definitiva de su pasado plagado de problemas y dolores irresueltos.

Cuando los argentinos dejemos de sospecharnos entre nosotros, aceptemos los disensos, reconozcamos y admitamos nuestra diversidad y pluralidad, cuando traigamos nuestros capitales al país y los utilicemos productivamente, cuando acumulemos capital y no deudas, cuando hagamos  buenas inversiones domésticas, cuando brindemos oportunidades a los más capaces de nuestros científicos, técnicos y administradores no instalando en su lugar a personajes sin idoneidad en las estructuras de decisión y ejecución del Estado; cuando flexibilicemos la utilización de los recursos y apliquemos mejor la mano de obra; cuando eduquemos y capacitemos cada vez a más gente, el país se hará grande y sobre todo más justo.

 

 
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