Hoja Nº 2................................... febrero de 2003

Escrache

Yo nací un día que Dios estuvo enfermo,

grave... Vallejo C.

Que se desplomaran los portones

del Palacio

y se esfumaran los postigos

hilando crujidos de maderas viejas

Que aletearan los techos hacia el cielo

y encendieran fogatas gigantescas

en todo caso que estalle la caldera

en nombre del orden

no sé...

¿Señor que duermes?

Que alguien nos dé de creer

LUCRECIA COSCIO

La ciudad


1


La calle cruza a la ciudad

como una puñalada

por aquí los que no

por allá los que sí.

Pocos han visto la sangre

que chorrea entre los faros de los automóviles

pocos, en verdad

pero nadie dijo nada

el secreto ronda por las cabezas

pero todos han podido conciliar el sueño.

Cada mañana hay alguien que piensa

que no es asunto suyo

que para qué preocuparse

la vida es así

a unos les toca estar aquí

a otros les toca estar allá

unos pondrán la sangre

otros pagarán la limpieza

botellas rotas, tacos, luces

estruendos, bocinas

la calle gime

nadie escucha el silencio que sigue a las lágrimas

en el vientre de la ciudad

se tejen distancias.

RAQUEL GUZMÁN


La gallina

La gallina conoce el hambre de esos niños.

Ve a la madre

traer los frutos

en un canasto de moscas

y el hilo de una naranja

corriendo por el cuello

del más pequeño.

Ve la siesta en un pescado

sobre el fuego.

Y el silbido de los choclos

en la olla.

La gallina es la única que ve la muerte de todos

porque no puede mirar de frente.

MARÍA JULIA MAGISTRATTI

A veces...

A veces vida y muerte se confunden:


en la muerte de otros -propios-

(de quienes disponíamos),


en la vida de esos muertos

en lucha, a favor o en contra del olvido,


en el eco de otras muertes -ajenas-

en un secreto alivio sobre el fondo de lejanos infortunios;

-por las ofertas del vivir y las repetidas frustraciones-


en las muertes en vida: destierros, encierros, extranjerías...

en vidas de “muertos”: reprimidos, miedosos, drogados,

agónicos...


en los nacimientos -los que comienzan a morir-

en el verdadero nacer del estar dispuesto a morir

con la certidumbre del naufragio.

ANA DE ANQUÍN

El rincón


Se acuesta en el hueco del trinchante oscuro.

Visto desde ahí

el mueble parece un ataúd. El niño juega

a que ya se ha muerto.

O va a la cocina, a un rinconcito

y mira a las mujeres pelando choclos

mientras cuentan historias de mayores

(esas bandadas de sentidos no lo alcanzan

pues él todavía no llegó al presente).


Mira a su madre. Si ella está allí, debe ser de este mundo.

Él, que viene de tan lejos, no tiene donde ir.

Juega a que está vivo

mientras arde, indefenso, el rincón

y más allá toda la tierra,

de vida

arde,

inocente,

alrededor de ese leve meteorito.

LEOPOLDO CASTILLA



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