UNA HISTORIA DE NEGROS

Por Rafael Gutierrez

Hablar de la historia del comercio en Salta es hablar inevitablemente, del comercio de mulas. No en vano, el rico reservorio y de la memoria popular acuñó las frases “eso es más repetido que llevar mula a Bolivia” y “te han metido la mula”. Si Salta creció en otras épocas fue por su situación del nudo comercial entre dos vías de intercambio: una muy noble y legalizada por las reales leyes de su majestad de España y otra no muy noble, bastante ilegal, pero fuertemente afianzada por los comerciantes y aceptada por los magistrados reales -siempre que conviniera a sus arcas personales-.

Por el norte, la actividad minera del Potosí requería animales de carga aptos para las intrincadas zonas montañosas, forraje para mantenerlos, alimentos para la cuantiosa mano de obra en las poblaciones que carecían iluminadas por la plata. Por el sur, el cenegoso puerto de Buenos Aires, lejos de las rutas comerciales autorizados por la Metrópoli, facilitaba el ingreso de contrabandistas ingleses y lusitanos que introducían productos suntuarios que, en menos tiempo, con precios más bajos y con una oferta más variada, satisfacía las demandas de los prósperos comerciantes y de los enriquecidos funcionarios del norte de la dilatada Gobernación de Tucumán.

Entre las mercancías que se negociaba - con mayor o menor legalidad - también entró al actual territorio argentino una nutrida población de gente de color.

Los hombres, mujeres y niños que llegaban desde el África al Río de la Plata en calidad de esclavos conformaban una mercancía que se valoraba según la llamada “pieza de Indias”. Esta medida correspondía al africano de 1,70 m de altura, de quince a treinta años y en buenas condiciones. Pero, por lo general, las transacciones se hacían por tres cuartos, cuatro quintos u otra fracción a la que correspondían los esclavos reales. Porque después de las travesías en barco bajo condiciones infrahumanas el estado de las personas-mercancía era lamentable. Los africanos eran traídos de Guinea, Cabo Verde, Senegal y Angola, siendo los últimos los preferidos por su afabilidad en el trato, su docilidad y buena predisposición para el trabajo.

Para su comercialización, los negros eran diferenciados en “Bozales”, los recién llegados que no hablaban el idioma; “los ladinos”, que ya manejaban el idioma; los “criollos”, eran los nacidos en América; los “Congo”, preferidos para los trabajos en el campo y los “yoruba” para el servicio doméstico.

Las rutas que pasaban por Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba, Tucumán, y Salta distribuyeron la mercancía humana entre religiosos, funcionarios y familias acaudaladas.

Los religiosos destinaban sus esclavos para el servicio en iglesias, conventos, haciendas y misiones; los funcionarios los emplearon en trabajos públicos, construcción, reparación de fortificaciones y caminos, en cabildos y hospitales con los oficios de porteros, pregoneros u ordenanzas. Las familias acaudaladas los ocupaban en el servicio doméstico o en trabajos manuales -considerados viles por los españoles-.

En lo que es actualmente Salta y Tucumán, las familias pudientes tenían entre ocho y diez esclavos negros en la servidumbre doméstica, mercancía que seguramente adquirían en las grandes ferias comerciales de Salta en las que se negociaba, ante todo, mulas, pero también productos de la tierra, efectos de Castilla y esclavos.

En la Salta virreinal, los negros no tuvieron que soportar los duros trabajos agrícolas como en otras partes del continente. Esto se debió a que la región no se caracterizó por las grandes plantaciones ya que el trabajo rural era realizado por indígenas, cuya mano de obra resultaba barata y productiva para los terratenientes.

Con el siglo diecinueve llega la guerra de independencia y los proyectos de abolición de la esclavitud.

La población de color en el Río de la Plata se medía y contabilizaba como ganado y, al igual que otros bienes muebles, podían ser vendidos, canjeados o entregados en herencia.

Hoy, a principios del siglo XXI, es difícil encontrar personas de color nativas, las que hay son resultado de inmigración reciente que llegó del Uruguay o Brasil. Si hubo una población negra tan numerosa en tiempos del virreinato la pregunta insoslayable es ¿qué se hicieron, dónde desaparecieron?

Es una pregunta difícil de responder porque los esclavos tuvieron una extraña existencia. en un principio fueron tenidos en cuenta más como mercancía que como personas y por lo tanto sólo figuran en los registros contables. En el siglo XIX los datos sobre la población son muy dispares ya que no hubo censos nacionales sino hasta fines del siglo y sólo se contaba con los registros capitulares y eclesiásticos en cuanto a fieles.

Para tratar de perfilar un panorama de su proceso de desaparición debemos tener en cuenta que no todos los negros fueron esclavos, los que aprendieron oficios especialmente pudieron comprar su libertad y continuar viviendo del fruto de su trabajo, manifestándose públicamente al ritmo de tamboriles en las bulliciosas procesiones que realizaban en honor a los santos patronos de los gremios que los nucleaban. En una cultura en la que el trabajo manual no era realizado por los descendientes de españoles, los artesanos negros e indígenas cubrían las demandas de la sociedad.

La primera gran participación pública de la población de color tiene lugar en Buenos Aires durante las invasiones inglesas, oportunidad en la que los distintos grupos sociales conformaron milicias para defenderse del invasor. Una de aquellas fue la de ”Pardos y morenos”, algunos de sus integrantes ganaron su libertad como premio a su heroica actuación durante aquellas jornadas.

Luego, a partir de 1810 con el proceso revolucionario que concluiría con la independencia nacional, muchos hombres de color engrosaron las filas del ejército encargado de difundir los ideales iluministas de los hombres de mayo.

También en las provincias del efervescente virreinato algunos adherentes a la Revolución de Mayo liberaron a sus esclavos y muchos ingresaron al ejército que luchó desde Buenos Aires hasta las cercanías de Potosí, tanto por tierra como por mar.

El proceso revolucionario recién en 1813 contempló la situación de los esclavos y dictaminó “La libertad de vientres” que sólo emancipaba a los hijos de los esclavos nacidos a partir de la sanción de la ley. Sin embargo se fue generando un nuevo grupo social compuesto por negros libertos que carecían de modos legales de subsistencia, ya sea porque carecían de oficios -como los negros libres del virreinato- o porque volvieron lisiados de las guerras.

Con el correr del siglo XIX el naciente país se vio comprometido en nuevas guerras y para cubrir la falta de tropas recurrió a las levas obligatorias en las que caían todos aquellos que no tuvieran su “libreta de conchabo” u otro modo de probar que no eran “vagos y malentretenidos”. Fue así como los negros, carentes de esos documentos fueron una y otra vez a librar guerras en nombre de republiquetas o de un incipiente país en vías de constituirse.

Así los hombres de color fueron arrastrados por las guerras de la Independencia -algunos cruzaron los Andes y regaron su sangre por Chile y Perú-, por las luchas entre republiquetas de caudillos bajo los emblemas de unitarios o federales; por la guerra del Paraguay y por las campañas del Chaco y del Desierto.

Bajo las ideas decimonónicas de que había razas inferiores como las de indios y negros, los gobiernos nacionales convirtieron en carne de cañón a gauchos, indios y negros para limpiar las tierras, dando lugar al asentamiento de hombres blancos, preferentemente europeos del Norte, que mejorarían este continente con su cultura superior y sus costumbres refinadas.

El hecho es que las mujeres que sobrevivieron dieron a luz nuevas generaciones de mulatos -generalmente bastardos, producto de relaciones libertinas de los señores o los señoritos o de violaciones, como parte del botín propio de las múltiples guerras o de amores furtivos a los que la buena gente no podía dar su bendición-, esas nuevas generaciones corrieron la suerte de sus progenitoras dando lugar a segundones, tercerones y cuarterones que se mimetizaron entre la población criolla y mestiza hasta pasar desapercibidos a no ser por uno que otro niño que cada tanto aparecía -incluso entre la gente decente- con una nariz ancha o unos labios muy gruesos o por un pelo demasiado crespo.

Pero no todos los negros desaparecieron por las guerras genocidas planificadas para purificar la especie, o por el rico mestizaje; también las epidemias como el cólera o la fiebre amarilla -que vinieron en los equipajes de los soldados repatriados- hicieron estragos, especialmente entre los grupos sociales más desprotegidos. Otro tanto de servidumbre de color fue fiel a sus amos y los acompañaron al exilio por Chile, Bolivia y Uruguay. Por ejemplo Juana Manuela Gorriti recuerda como sus sirvientes los acompañaron en su peregrinaje por Bolivia y Perú para huir de sus enemigos políticos en la Argentina.

Como podemos ver el panorama de los hombres de color en nuestras crueles provincias es complejo, en más de cien años se diluyeron entre los capítulos de nuestra caótica historia pero no desaparecieron totalmente, aún muchas familias reciben la sorpresa de algún bebé con los rasgos de un ancestro que se resiste a ser olvidado.




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