Abordajes y         
perspectivas

La curación por el espíritu

 

Leonardo Strejilevich


Secretaría de Cultura  de la Provincia de Salta
Dirección General de Acción Cultural
2007

 

“Las palabras son médicos del ánimo enfermo”

Esquilo en Prometeo encadenado v. 380. (11)

“De la abundancia del corazón habla la boca”

San Mateo en Evangelio, cap. XII, v. 34. (11)

“La palabra es mitad de quien la pronuncia, mitad de quien la escucha”
Michel E. de Montaigne en Essais, III, XIII. (11)

“No hay espejo que mejor refleje la imagen del hombre, que sus palabras”
Luis Vives en  De ratione dicendi, lib. II. (11)

 

PRÓLOGO

Este ensayo ha sido titulado “La curación por el espíritu” usando el nombre del magnífico libro de Stefan Zweig (1881 – 1942) que me impresionara tan profundamente allá en mi lejana adolescencia. No puedo saber si Zweig, al escribir ese libro en el año 1931, pudo darse cuenta de la importancia de su planteo para el abordaje y la curación de las enfermedades del alma humana o sólo construyó literariamente tres breves ensayos biográficos a partir de las ideas de Franz Anton Mesmer, Sigmund Freud y Mary Baker Eddy.
Este escritor austríaco, casi desconocido y poco leído en la actualidad, fue célebre por sus biografías destacadas por la profundidad de la caracterización psicológica de los personajes.
Pacifista por elección, denunció muchas veces la locura de la guerra y tuvo que huir en la Primera Guerra Mundial de Viena donde nació y estudió en la Universidad a Zurich. Terminada esa guerra se estableció en Salzburgo donde desarrolló una prolífica labor literaria basada en biografías, ensayos, narraciones y novelas cortas.
El ascenso del nazismo y el antisemitismo en Alemania llevó a Zweig, que era judío, a huir a Gran Bretaña en 1934. Emigró a los Estados Unidos en 1940 y después a Brasil en 1941, donde se suicidó en su casa y en su propia cama junto a su esposa en Petrópolis; no pudo soportar el avance del nazismo, la destrucción y la muerte.
Más tarde advertí, mucho más tarde, cuando mi poderío profesional cientificista se desmoronaba con la experiencia y me llevaba, en numerosas oportunidades, a la perplejidad y a la convicción que la tecnificación del diagnóstico y el tratamiento era una condición necesaria para alcanzar las metas deseables en la curación de las personas enfermas pero no era una condición suficiente.
Platón decía en el “Cármides” (13, 17) que además de tratar el cuerpo, hay que tratar el alma, y mediante un bello discurso persuasivo y convincente previo a la administración de un fármaco, crece la acción favorable de éste (13).
Sin embargo, los hipocráticos y sus sucesores adheridos al naturalismo somaticista los hizo sordos a esta prestigiosa lección.
La psicoterapia verbal y la intuición del enfoque psicosomático para transformarse en psicoterapia técnica dependió siempre de la visión del hombre.
El conocimiento científico del hombre incluirá, desde el siglo XVI, una psicología nueva. Luis Vives (1492 – 1540) es el fundador de la psicología moderna, un saber acerca de las manifestaciones de la vida anímica (voluntad, inteligencia, memoria) más que el conocimiento de lo que el alma sea. Durante los siglos XVII y XVIII se añade a la psicología una vertiente antropológico – metafísica con Descartes (Traité des passions, De homine, Meditationes, Principia philosophiae), Locke, Berkeley, Hume...
La antropología (término creado por Otto Casmaner, 1594 – 1595) incorpora a la psicología tratando de explicar la naturaleza del hombre: materia y espíritu; cuerpo y alma. Aparece el dualismo de Descartes (res extensa y res cogitans); el monadismo de Leibniz y el materialismo mecánico de Hobbes (13).
Estas citas precedentes no deberían ser tomadas como sesudas e infecundas dado que la base del pensamiento médico y del sanitario en general es una idea rigurosa acerca de la naturaleza del hombre.
Tratando de entender la patología de la relación entre el alma y el cuerpo el médico o el sanador ante la persona enferma se ha sentido alternativamente como magistri et domini o simple ministri creyendo que el terapeuta debe ser opifex primarius, artífice primario, de la curación (13).
La “lesión” anatómica se transformó, hasta el día de hoy, en la clave del diagnóstico médico y en el fundamento del saber clínico. La medicina se sigue practicando en una plena racionalización del empirismo anatomopatológico.
Las causas, el discurso y el tratamiento de las “enfermedades del alma” carecen de inclusión en este paradigma, son excluidas y a lo sumo, tardíamente, depositadas en las manos de psiquiatras y psicólogos.
La manera de interpretar la condición viviente de los seres humanos ha sido muy distinta en el curso de la historia: para Aristóteles, la vida es psykhé, un ánima, un principio metafísico; para Galeno era una capacidad operativa específica por un agente capaz de estimularla; los panvitalistas (Paracelso, van Helmont) afirmaban que todo lo natural es viviente; para Descartes había una vida orgánica y otra espiritual; para Harvey la vida era una fuerza metafísica y espiritual; para Leibniz era el modo de ser y actuar de una mónada; para Silvio la vida era el resultado de fermentaciones privativas; para Stahl la vida suponía la existencia y la operación de un anima rectora y ordenadora...(12, 13)
La psicoterapia moderna nace del presunto descubrimiento del “magnetismo animal” por Franz Anton Mesmer (1734 – 1815) famoso en toda Europa a fines del siglo XVIII. Sostenía que el universo entero está lleno de un fluido sutil que se mueve con la más extrema celeridad, se refleja y se refracta como la luz y directa o indirectamente cura todas las enfermedades y por su mediación actúan los medicamentos. Este fluido puede ser movilizado hacia el cuerpo del hombre mediante el imán. El éxito de Mesmer en Viena y en el París anterior a la Revolución Francesa fue fabuloso, hasta la Academia de Medicina intervino en la discusión del magnetismo animal. Más tarde decayó la fama y la popularidad de las curas mesmerianas que recuperó su “prestigio” después de la muerte de su autor; a través de etapas, dio origen al hipnotismo médico.
El relojero norteamericano P.F. Quimby, al que había iniciado en el mesmerismo el emigrado francés Ch. Poyen, curó a Mary Baker Eddy de una parálisis histérica y esto dio origen a la Christian Science (1866).
La postmodernidad, o como se la quiera llamar, ha modificado y subsumido la subjetividad del ser humano utilizando varias herramientas(28):

Hoy por hoy, en el mundo, lo que enferma , mata y van primeras estadísticamente en el orden de lo que escribimos son los problemas de salud mental (con la depresión a la cabeza), los accidentes de tránsito, el HIV y la hambruna de más de la mitad de la población...habrá que curar muchas cosas pero lo cierto que la “curación por el espíritu” está demandando adeptos.
 

 “El grito” de Edvard Munch (1893)

Munch describió así la experiencia que lo llevó a pintar esta obra: "Caminaba yo con dos amigos por la carretera, entonces se puso el sol; de repente, el cielo se volvió rojo como la sangre. Me detuve, me apoyé en la valla, indeciblemente cansado. Lenguas de fuego y sangre se extendían sobre el fiordo negro azulado. Mis amigos siguieron caminando, mientras yo me quedaba atrás temblando de miedo, y sentí el grito enorme, infinito, de la naturaleza".

 

LA CURACION

Los médicos saben que las enfermedades humanas tienen muchas causas y que el cuerpo sólo puede expresar la enfermedad con un repertorio limitado de signos y síntomas. El tratamiento, que sólo se basa en los síntomas, puede ser inconveniente y hasta dañino; lo primero que debemos saber es qué causa produce la enfermedad y ésta debe ser atacada con el tratamiento.
Una buena atención médica significa entender por qué está enferma una persona y, si es posible, curarla, teniendo en cuenta que nos enfermamos por diferentes razones, entre otras, por predisposiciones biológicas, por que no nos cuidamos bien, para utilizarlas defensivamente para alcanzar diferentes propósitos, para obtener un beneficio secundario como atención y cariño.
Es mejor no precipitarse a sacar conclusiones prematuras ante la expresión quejosa de una persona; la atenta escucha nos dará, simplemente, una hipótesis de trabajo que luego la exploración confirmará o no. Aferrarse a un pensamiento especulativo, por más atractivo que sea, no constituye un buen camino; todas las personas, son individuos únicos e irrepetibles, sus historias son únicas, no se parecen a otros, son diversos en su biología y en su vida interior; se enferman como pueden o como quieren, por eso,  aunque las generalizaciones y comparaciones son seductoras es mejor renunciar a ellas y ocuparse de lo específico y peculiar de cada uno; son legión los pacientes que se conducen de una manera que no entendemos.
Muchas personas toman toda clase de medicamentos pero, sin embargo, siguen desmejorando. El proceso de enfermar tiene sus problemas propios, hay decadencia funcional, puede haber pérdida de las facultades mentales, miedos de todo tipo, situaciones abandónicas de propios y ajenos, pérdida del placer, indefensión socioeconómica...
El intento de curar a ultranza es, a veces, falta de realismo y contribuye a incentivar las hospitalizaciones y someter a las personas a carísimas pruebas y “tratamientos”; por el sólo hecho de estar enfermo afloran los fracasos en la historia personal sobre todo si no hay  contención psicoafectiva , esto es más que suficiente para provocar depresión, angustia, miedo y hasta pánico.
La sensación de que uno se ha equivocado, es inútil, que nada puede ya cambiar, la culpa, la aparente falta de sentido del tiempo vivido puede tornar la vida insoportable en una mezcla de desesperanza y desesperación; en estos casos, el infierno psicológico debe ser intervenido y tratado y ayudar  a creer y esperar, a recrear la confianza y a convencerle que “vale la pena” si se camina por el lado positivo de la vida.
Lo que se pueda hacer por las personas dependerá de la forma en que se diagnostique su estado y el grado de importancia que tengan las variables biológica, psicológica y social. A cualquier cosa se le puede dar cualquier nombre tanto que podemos llegar a decir que nuestro perro salchicha es un gran danés, y él no se opondrá; pero no por eso es un gran danés. Estandarizar el diagnóstico muchas veces aparta el tratamiento del individuo concreto que se está tratando y la biomedicalización no alcanza, aún hoy, para mitigar o curar la preocupación por la enfermedad o la muerte, la pérdida de contacto con los que amamos, la angustia de la separación precursora de la angustia ante la muerte.
Los rendimientos, especialmente los funcionales, deben ser todo lo satisfactorios posibles a pesar de los achaques, la enfermedad y el sufrimiento manteniendo la excelencia de la integridad de la persona.
No se trata de liberar a la persona del síntoma sin tener en cuenta lo que lo provocó; el síntoma puede estar cumpliendo importantes funciones que la persona comunica por mediación de éste; respetar un síntoma significa tratar muy seriamente de entender sus causas y su importancia en la estructura total de la persona. El tratamiento no debería influir sobre los aspectos externos de la vida y, esencialmente, no presionar sobre la toma de decisiones del paciente; si así no fuera, una actitud de este tipo va en detrimento de éste, debilita y ocasiona dependencia hacia el tratamiento y hacia la persona que lo administra; la manipulación debilita el yo.
Con las personas enfermas hay que jugarse mucho y en función de las condiciones que le den ventaja para consolidar la calidad de vida, la autoestima y la dignidad.
Conviene, siempre, aleccionar a la persona y recomendarles que no pasen su tiempo cavilando en problemas que no merecen que se les dedique tiempo; la salud, entre otras cosas, consiste en seleccionar aquellos problemas que tienen la suficiente importancia y que vale la pena intentar resolverlos; a veces no se necesitan conseguir grandes logros, mantener una tensión ansiosa por destacarse, hacer esfuerzos por escapar de la inseguridad, pagar altos precios por conseguir cosas. Muchos personas se encierran en sí mismas porque para ellas, a través de la enfermedad que padecen, hacen que el mundo se  convierta en un lugar que los asusta y les genera ansiedad. Si ese mundo les dijera que tienen mucho para ofrecerle, que su actividad y experiencia es útil, que su presencia nos gusta , agrada y la disfrutamos y que admiramos sus logros, las cosas serían bien distintas para ellos y para nosotros. Siempre se puede hacer algo interesante y valioso con el tiempo que queda, restablecer la esperanza y obtener placer de la vida.
Los terapeutas no debieran permitirse ser derrotados por los pacientes; el derrotismo es lo más destructivo que puede sucederle a un paciente; si el que trata se siente derrotado, el paciente no puede cultivar la esperanza en sí mismo. Toda persona que inicia un tratamiento ya se siente derrotado por el hecho mismo de tener que ponerse en tratamiento; la autoestima se ve golpeada y hace que nos sintamos inferiores.
Toda persona, aún enferma, tiene esperanzas de que su cuerpo funcione normalmente y quiere utilizar sus poderosas reservas funcionales.
Para tomar decisiones para curar hay que escuchar a la mente y oir al corazón del paciente y del terapeuta; gran parte de los efectos exitosos se deben a la forma en que se hacen las cosas, en todo caso, es mejor ser tranquilizadores, sinceros y convincentes respetando y estimulando el punto de vista del paciente (25, 28).

 

EL  DIAGNOSTICO  Y  EL TRATAMIENTO

El DIAGNÓSTICO es un proceso intelectual y no instrumental. Llegar a un diagnóstico es la expresión más elevada del pensamiento clínico.
Hacer un diagnóstico es:

    1. Pasar de un enfermo concreto a un prototipo que es la enfermedad;

 

    1. Pasar de un enfermo a una enfermedad bajo una consideración estructural;
    2. Pasar de un significante o síndrome sin nominación alguna a un significado o enfermedad con su correspondiente base etiológica.

 

Cualquier clasificación diagnóstica debería ser:

    1. Abierta (a la integración con nuevos elementos diagnósticos),

 

    1. Basada en presupuestos teóricos no discutibles,
    2. Fundada en criterios claros y delimitados.

 

El diagnóstico, en general, es la base de comunicación entre los miembros del equipo de salud, sea cual sea su incumbencia profesional o técnica y, aún más, con los equipos vinculados al trabajo social si se admite que la realidad es siempre biopsicosocial.
El diagnóstico es un sistema de “localización-recuperación”. Cuando curamos, rehabilitamos o recuperamos a un enfermo ubicado. Con un buen diagnóstico no sólo tenemos la información que nos da el enfermo sino, además, el conjunto de sugerencias colaterales que brinda el diagnóstico en el que lo ubicamos.
El diagnóstico tiene que tener “validez descriptiva”, es decir, homogeneidad o semejanza entre los diferentes enfermos ubicados en un mismo diagnóstico.
El diagnóstico tiene que tener “validez predictiva”, es decir, brindar datos precisos para una mejor estrategia terapéutica y, en todo caso, debe proponer un continuum entre situación premórbida, enfermedad actual, pronóstico, prevención y tratamiento. Sólo el beneficio de la predicción compensa el “etiquetado” que comporta el diagnóstico de una “persona”.
El diagnóstico tiene que ser “válido y fiable”.  Un diagnóstico puede ser fiable y no ser válido; si es válido siempre es fiable. La validez o la validación se refiere al instrumento elegido y usado para diagnosticar y que debe servir exacta y específicamente para conseguir ese objetivo.
El diagnóstico, es de desear, se mantenga inalterable a lo largo del tiempo.
Casi nunca un instrumento o un sistema clasificatorio es completo; cada uno aporta matices que muchas veces no conviene intercambiar.
El “criterio diagnóstico” se define por la elección y utilización de los parámetros centrales en función de los cuales se hace el diagnóstico; el criterio primordial es el clínico.
El diagnóstico clínico se hace por los llamados síntomas fundamentales (síntomas y signos definitorios, mayores o diana).
El “caso clínico” no sólo es un síndrome somático sino también psicológico y/o psicopatológico subyacente; involucra el conflicto psicológico y social de la persona, su inteligencia, el nivel educativo, la cultura, la cosmovisión, la personalidad, los aspectos económicos, la antigüedad de la enfermedad, los contactos médicos anteriores, la dinámica de la enfermedad, la relación médico-paciente, el manejo que de la enfermedad hace el enfermo, el contexto sociofamiliar, etc.
La buena formación semiológica es la llave para un buen diagnóstico y una prudente terapéutica.
Un abordaje terapéutico es mucho más complejo que la simple administración de un fármaco.
El placebo (de = placere; complacer) surte siempre efecto en la tercera parte de los casos.
El efecto beneficioso tanto del fármaco como del placebo, en cualquier caso, dependerá del médico que lo administre (el médico como medicina).
Las respuestas al tratamiento, en ocasiones, son paradojales, inesperadas, atípicas y adversas.
Cualquier tratamiento supone un compromiso económico entre lo que se va a lograr y lo que va a costar, por ello, el buen diagnóstico y la buena elección farmacológica es decisiva. Los costos son económicos para el paciente y para las instituciones que le dan cobertura hay, además, contraindicaciones, efectos secundarios, interacciones no beneficiosas, hipersensibilidad, farmacogenética desfavorable, sexo, edad, riesgo.
Siempre es útil comportarse terapéuticamente de una forma única y coherente aunque, algunas veces, habrá que agregar fármacos complementarios al de base. No conviene ensayar experimentos ni probar “a ver qué pasa”.
El clínico tiene que tener clara la dinámica de la enfermedad ante la que se encuentra; en algún momento, si  se puede, tendrá que iniciar la retirada de un tratamiento. En el caso de los viejos, muchas de sus patologías son crónicas y carecen de riesgo vital; en estos casos se pueden retirar los medicamentos sin temores y “darle vacaciones terapéuticas” a los pacientes.
A veces, en algunas enfermedades cíclicas, convendrá una terapéutica de sostén preventiva sin descuidar la educación sanitaria del enfermo y de sus familiares y utilizar los criterios de la prevención primaria, secundaria y terciaria más los cuidados progresivos.
Las enfermedades bien “recortadas” y de inicio se benefician de tratamientos breves, concisos y contundentes; una vez solucionado el problema se acabó el tratamiento. Salvo excepciones, conviene evitar la terapéutica de mantenimiento.
En otra vertiente de análisis, el paciente perturba, condiciona y “aprieta” al médico para no deprivarse del tratamiento y de los medicamentos.
 Esto sucede todo el tiempo porque hay componentes de dependencia, fobia, ansiedad y fármaco-dependencia biológica (caso de los psicofármacos); porque hay enfermos dependientes de la relación con el médico; porque el enfermo deja la medicación “apenas se siente bien” y sin consultar al médico (le mienten); porque hay muchos pacientes que siguen tomando la misma  cantidad de medicación antiguamente recetada por el médico, la toman de forma anárquica o la mezclan con toda suerte de medicamentos ( a veces culpabilizan de esto al médico); porque toman medicamentos por largos años a dosis no terapéuticas como “apoyo psicológico” sui generis y personal.
Lo más atinado es tener una visión histórica, unitaria y holista del enfermar y, subjetivamente, tener en cuenta que las personas tenemos miedos vinculados a limitación motriz, la deformación, el dolor, la discapacidad, la pérdida de la inserción y participación sociocultural, la ansiedad frente a la muerte. Muchas veces se refugia en la enfermedad cuanto mayor sea su exclusión del contexto psicosocial.
Los enfoques idiográficos de considerar la enfermedad aislada, perfilada y recortada debería dar paso a un criterio gnomotético donde el enfermar es la combinación de un conjunto de variables biológicas, psicológicas y sociales.
Crear figuras “cerradas” es más una necesidad profesional (para robustecer la potencia de conocimiento y manejo) que una ventaja terapéutica.
Producir un diagnóstico no es elaborar un producto manufacturado que da lugar a más diagnósticos, más pruebas complementarias y más pruebas terapéuticas.
La enfermedad surge del diálogo permanente del hombre con su historia decodificada por el médico y éste, al tratarla, no debe intentar la muerte de la enfermedad sino la búsqueda de la salud.
El  paciente debiera tener confianza en la medicina, confianza en el médico como portador de saberes y técnicas y confianza en la persona del médico como tal. El médico cabal ama su oficio y arte, tiene buena formación técnica, sensibilidad por la vida humana y entusiasmo terapéutico.
El médico de cabecera, históricamente,  cumplía una misión protectora, caritativa, tranquilizadora y salvadora.  El médico de cabecera era nuestro hombre de confianza que estuvo al  lado de nuestros padres en la hora de la muerte.
El médico superespecialista cuya mano, muchas veces, no llega a estrechar la del paciente, está muy avezado, se oculta tras un aparato conectado al cuerpo del paciente y lee el resultado que éste arroja.
El médico de cabecera, aunque a veces no pueda “resolver el caso”, orienta, contiene, consulta, valora, integra, dirige al paciente, hace prevención, anticipa las reagudizaciones y posee por su conocimiento y seguimiento de la persona enferma una global y mesurada lectura y valoración; acude y cura; posee “dos diagnósticos”: el de la enfermedad y el del enfermo y sea cual sea el resultado, el médico de cabecera es un gran procurador de salud.
El médico, el paciente y la enfermedad son tres realidades interactivas, interrelacionadas e integradas que no pueden relacionarse por simple contigüidad.
Los pacientes deberían aceptar que la “curación” no es un estado ideal, absolutamente predecible y asegurado y que los tratamientos no siempre son inocentes, llevaderos y ausentes de toda molestia.
Prohibiciones, regímenes severos, incompatibilidades rigurosas no son recomendables.
Oir bien y escuchar mucho, es lo más importante en la entrevista.
Una relación excluyente que no integre en el círculo de la enfermedad al médico, al enfermo, a la familia y a las instituciones asistenciales tiene corta vida y sus resultados son magros o nulos para todos los actores.
La historia clínica sigue siendo la fuente por excelencia para el conocimiento de la enfermedad; por ella y a través de ella se conoce y se vive al enfermo.
La familia de una persona enferma puede ser el auxiliar terapéutico más eficaz o el más desintegrador.
La rehabilitación y el mantenimiento de las personas en salud es el eslabón más delicado de la asistencia sociosanitaria de un país.
Una gestión político-asistencial deficiente, insuficiente o políticamente partidaria influye, para bien o para mal, en la función sanitaria aparentemente más alejada de este contexto como el diagnóstico y la asistencia (25, 28).

 

DE LA ENFERMEDAD

La naturaleza del hombre es constitutivamente vulnerable y por ello hay una disposición física, psíquica y social al padecimiento de enfermedad.

“La enfermedad humana es un modo aflictivo y anómalo del vivir personal, reactivo a una alteración del cuerpo, en el cual padecen las funciones y acciones vitales y por el cual el individuo afecto vuelve al estado de salud (enfermedad curable), muere (enfermedad mortal) o queda en deficiencia vital (enfermedad cicatrizal) “ (P. Laín Entralgo).
El fenómeno de la enfermedad no sólo traduce la agresión, la injuria, la lesión o el deterioro de la condición corpórea de la existencia humana, sino también la “vivencia” de estar enfermo y las consecuencias –hacia adentro y hacia  afuera- a partir de esta vivencia en lo psicológico y social.
Estar enfermo es sentirse vulnerable, es decir, darse cuenta de un modo exacerbado y penoso de la fragilidad de la existencia humana, de la susceptibilidad ante la agresión y de la posibilidad cierta de la destrucción y la muerte.
La experiencia de estar enfermo no sólo hace que el hombre padezca y se apropie de la enfermedad en términos de vida personal sino que, además, este mismo ser humano “hace” e interpreta la enfermedad colocándola en la trama de su vida; por ello, la enfermedad tiene un carácter individual y personal; se enferma la persona de manera unívoca e integral.
La experiencia de enfermar no sólo demuestra la vulnerabilidad y lo dolorible de padecerla sino que revela, dramáticamente, que la existencia, la vida, vale.
La enfermedad es una alteración a la vez de hecho y eventual y, en todo caso, muestra la inestabilidad constitutiva del ser humano.
La enfermedad altera la consistencia endeble de la estructura, de modo desordenado, en lo biológico, psicológico y social. La integralidad funcional, con suerte, será reparada o compensada para reencontrarnos con la salud, con “la estabilidad inestable”.
La enfermedad desquicia la seudoperfección de la realidad sustantiva, perturba la expresión , degrada físicamente y, ante esto, la persona enferma tiene pocas alternativas: acepta y se apropia de la enfermedad incorporándola a su vida; la aborrece o se niega a poseerla como suya.
La enfermedad es individual (como la muerte) porque tiene que serlo, porque no puede no serlo pero, también, crea la condición y el sentido de “hombre sanable” que es, finalmente, lo que justifica y legitima la posibilidad de curar y a lo que llamamos medicina (26).

 

DIAGNÓSTICO Y CAUSALIDAD CONTROVERSIAL

EN  PSICOLOGÍA, PSIQUIATRÍA  Y  NEUROLOGÍA

El diagnóstico en psicología, psiquiatría y neurología varía según el método utilizado para tomar la historia clínica. El modo en que se aplica el método determina muchas veces su resultado y también, muchas veces, el exceso del procedimiento intelectual analítico-inferencial-deductivo hace perder “contacto” con el paciente y deshumaniza la tarea.
Muchos psicoterapeutas están predispuestos en contra del diagnóstico; otros aceptan que se trata de una buena y necesaria idea; algunos sostienen que es imprescindible, para evitar una psicoterapia inútil en un paciente dañado cerebral o en un paciente psicótico. El diagnóstico, pese a la abundancia de métodos y  procedimientos sigue sin estar muy valorizado y no ha seguido el ritmo del desarrollo de la información, reconociendo las limitaciones de la nosología pura.
Cuando algo es designado con un nombre, la búsqueda de su significado se vuelve menos compulsiva y acuden a la mente “significados generales” y cada vez menos individuales y particulares. El diagnóstico o la “etiqueta” de una entidad nosológica aquietan a los profesionales, mitigan su ansiedad y calman o anulan el espíritu indagador. Los criterios de clasificación “ordenan” algunos aspectos de la realidad y permiten una comunicación codificada de manera homogénea entre profesionales de cualquier lugar pero, las más de las veces, no contribuyen al proceso terapéutico y son una “carga” que impide cambiar, revisar, rever y considerar a la enfermedad como un proceso de destrucción, adaptación y reconstrucción dinámicos.
Algunos tratamientos son ineficaces, inefectivos e interminables porque se indicaron a partir de un diagnóstico erróneo o incompleto y fueron administrados sin un plan determinado con exigencias propias e intrínsecas de valoración del mismo en cortes sucesivos a lo largo del tiempo.
El método aplicado por cada profesional, es “el profesional mismo”; construirá un diagnóstico vacío e inconsistente si él también lo es. El diagnóstico es a lo sumo una hipótesis y debe estar desposeído de prejuicios y de actitudes personales (algunos profesionales insistirán sobre los aspectos afectivos, otros sobre los cognitivos, etc.) sin descuidar otras alternativas de tipo física , social o cultural.
El psicoanálisis no es la única aplicación terapéutica de la teoría psicoanalítica; la teoría conductista no es la única que recurre al empleo de una técnica escalonada para enfrentar un problema. Una única teoría de la personalidad podrá dar lugar a una amplia gama de enfoques terapéuticos. Jerarquizar suficientemente un diagnóstico refuerza la terapia, cualquiera sea su fundamento teórico.
Es necesario otorgar al diagnóstico un lugar fundamental en la práctica adoptando, al mismo tiempo, una actitud escéptica con respecto a las causas de un síntoma, considerar todas y cada una de las etiologías posibles para su justa valoración y así poder descartarlas o bien elevarlas al rango de probables. Hay que formular un diagnóstico y no establecer un rótulo diagnóstico.
Un individuo demanda tratamiento porque tiene un problema. El malestar o aquello que provoca el malestar, motiva a los pacientes a gastar tiempo y dinero, a consentir la intrusión en su intimidad para buscar alivio o curación. La cuestión parte por averiguar si el malestar del paciente es el problema real o es  manifestación secundaria de algo enmascarado, oculto, negado, utilizado.
Los factores desencadenantes o las circunstancias con las cuales el paciente relaciona el comienzo de su problema, deben ser aclarados.
No es menor la importancia que revisten los antecedentes de la situación actual (si entre la situación actual y los factores desencadenantes no existe relación dinámica y lógica, puede suponerse que la causa del problema no es psicogénica).
Los síntomas expresan siempre algo más que el síntoma mismo; los síntomas tienen un significado universal, un significado genérico y tienen variaciones individuales en la dinámica general de los síntomas. Diferentes patologías causales, de índole neurológica, psiquiátrica o psicológica, pueden producir déficit funcionales semejantes o parecidos.
El profesional, no debe basar la selección de un tratamiento a partir de su propia formación u orientación teórica, sino en las conclusiones a que llegue por medio de la reflexión y la ponderación acerca de los desequilibrios comprobados y comprendidos y plantearse, en todo caso, si es necesario el tratamiento.
Los tratamientos deberían indicarse estableciendo, previamente, las prioridades, tomar en cuenta las metas que deben alcanzarse, sus efectos sobre la calidad de vida y el futuro del paciente, el punto de razonabilidad de las expectativas puestos en él, el costo económico.
Si el problema es neurológico, el pronóstico puede depender de la eficacia probada de una medicación que se agregue al programa terapéutico y asumir que la localización, la extensión, el tiempo de evolución o factores biológicos de otra índole pueden impedir la mejoría o la curación.
Frecuentemente aparecen perturbaciones neurológicas equívocas en la práctica psiquiátrica y psicológica con alta posibilidad que los trastornos neurológicos y psicológicos puedan imitarse entre sí (en psicología-psiquiatría debe considerarse siempre la forma en que actúan los factores neurológicos en cada paciente y viceversa).
Hay una tendencia a atribuir un origen neurológico a los problemas motores y una causa psíquica a los trastornos del pensamiento. En general, “las impresiones clínicas” pueden tener una importancia fundamental para construir un diagnóstico y debe considerárselas como significativas; todo ello depende, obviamente, de la experiencia del profesional actuante. Si el examen clínico sugiere una lesión orgánica debe tratarse de objetivar los datos. En psicología, los tests psicológicos, configuran la fuente principal de la objetivación (reducen aunque no eliminan la subjetividad mediante la aplicación de tareas estandarizadas de una manera estandarizada).
El valor de los tests de psicodiagnóstico depende de la aptitud y sensibilidad del profesional que los aplica. La información resultante de un test puede carecer de significado cuando el profesional sustenta un prejuicio teórico o no tiene experiencia suficiente; una interrelación apenas sugerida entre los datos recogidos o las respuestas aparentemente vacías del paciente puede sugerir una pista valiosa para el diagnóstico en un clínico sagaz.
Se requiere un complejo método deductivo para interpretar la patología psiquiátrica, psicológica y neurológica acertadamente; es necesario adoptar una actitud abierta y flexible, estar dispuesto a admitir y utilizar lo mejor de cada procedimiento y evitar las limitaciones de los sistemas rígidos.
La conducta profesional y científica está muy influida por actitudes y tendencias preestablecidas; en el imaginario profesional, se consideran los trastornos neurológicos como irreversibles que condenan al paciente a una incapacidad definitiva y suele pensarse que los trastornos de origen psíquico son mucho más susceptibles de mejorar o que son siempre modificables. Por ello, es conveniente para profesionales y pacientes construir una “alianza terapéutica” basada en el conocimiento científico y en la esperanza mutua de que el paciente mejorará.
Un diagnóstico preciso puede evitar exploraciones e incursiones inútiles y limitar los tanteos al azar. Cuando se comprueba que una despersonalización, una depresión, un problema de aprendizaje tienen una base neurológica, los tratamientos, incluyendo la psicoterapia, adquieren objetivos más realistas que cuando el profesional está falsamente esperanzado en que la causa sea puramente psíquica.
Siempre es conveniente no emitir juicios que trasciendan el ámbito de nuestros conocimientos y salvaguardar, al mismo tiempo, el bienestar del paciente y de sus familiares sin provocar alarma injustificada. La consulta con neurólogos , psiquíatras y otros especialistas debería formar parte de los recursos del psicólogo y viceversa; el paciente, al proceder así, sentirá seguridad, alivio, continencia y protección y abandonará la tendencia a fabricar mecanismos protectores o defensivos para negar la enfermedad, la angustia, la catástrofe, el fracaso , la pérdida de la autoestima, la regresión.
Sea cual sea la conceptualización teórica: asociacionista, holista o conexionista, son muy raros en neurología, psiquiatría y psicología los síndromes puros, en los cuales está comprometida una función aislada; la mayoría de los problemas resultan de la interacción de dos o más trastornos básicos, que pueden estar o no, acompañados de una o varias perturbaciones generales; esta interacción depende de la localización de la lesión, daño o injuria y de la disrupción o interrupción de las vías nerviosas que interconectan el sistema.
En ningún caso existe tanta ambigüedad como en la valoración de la relación entre sistema nervioso y conducta. El trastorno psicológico que presenta un paciente rara vez es atribuible a una sola causa. La base causal de los problemas observados por la clínica puede ser una lesión cerebral más una concatenación de efectos derivados de la lesión primaria con cambios de conducta, de las aptitudes y de la personalidad que influyen sobre el paciente y en quienes le rodean.
Un síntoma puede ser el resultado de la desorganización fisiológica del resto del cerebro no lesionado, más que de la lesión localizada en sí misma. La interacción de las células nerviosas es mucho más compleja que lo indicado por los estudios anatómicos. Las células nerviosas trasmiten, modulan e integran mucho más que impulsos bioeléctricos y cambios químicos. En suma, los efectos funcionales de una lesión pueden ser más marcados que lo sugerido al comienzo por sus límites anatómicos.
Una población de pacientes con lesión cerebral comprobada está lejos de ser homogénea y deben, para su análisis y diagnóstico correctos, tenerse en cuenta un conjunto de variables: etiología, edad en que se produjo la lesión, naturaleza de la lesión, lugar en que se localiza y extensión del tejido cerebral afectado, tiempo transcurrido desde que se produjo la lesión, edad del paciente en el momento del examen, sexo, factores previos a la lesión tales como inteligencia, educación y capacitación. Los hallazgos neurológicos pueden no corroborar los psicológicos y viceversa.
Es erróneo creer que la neurología es una ciencia fuerte y dura y que la psicología es débil o blanda; también es equivocado suponer que la exploración diagnóstica en neurología es exacta, siempre objetiva, válida y que tiene una relación unívoca entre síntomas, cuadro clínico y pronóstico versus los hallazgos de la exploración psicológica. Frecuentemente, es imposible verificar anatomopatológicamente una lesión histológica en pacientes que tienen evidente incapacidad neurológica. Los procedimientos de neurodiagnóstico varían mucho en cuanto a su efectividad y su grado de precisión.
No parece justificado aceptar que una población psiquiátrica o psicológica no sea, al mismo tiempo, neurológica, por lo menos hasta que los pacientes no hayan sido cuidadosamente examinados. Hay una evidente falta de uniformidad en cuanto a las exploraciones diagnósticas; personas emocionalmente perturbadas pueden tener lesión cerebral; a la inversa, personas con lesión cerebral pueden presentar perturbaciones emocionales, subnormalidad mental y daño cerebral. Una lesión puede ser “muda”, no responder a la exploración por algún método o a ninguno, o quizá responder más a un método que a otros.
La relación profesional interpersonal, inter o pluridisciplinaria procura incrementar la confiabilidad.
El examen neurológico estándar es, en sí mismo, demasiado grosero y limitado para precisar la localización de una lesión cerebral y la negatividad de los estudios electrofisiológicos, bioquímicos, anatómicos , los scanning y los tests de psicodiagnóstico parciales , globales y acotados a lo que se supone que presenta el paciente como padecimiento en general, cuando son negativos, carecen de valor acertivo y predictivo para excluir procesos neuropsicológicos patológicos (24, 25, 28).

NEUROLOGÍA, PSIQUIATRÍA Y PSICOLOGÍA 

Muchas de las conductas anormales de las personas y muchos de sus síntomas pueden residir y explicarse, en forma parcial o total, por una disfunción o un daño neurológico, en particular de la corteza cerebral (una cantidad significativa de personas que sufren de tumores cerebrales buscan asistencia psiquiátrica).
Cuanto más graves son los síntomas funcionales de la conducta alterada, tanto más grande es el peligro que se pase por alto una causa orgánica.
En la población que acude en busca de psicoterapia, los trastornos neurológicos crónicos moderados se presentan con más frecuencia que los estados neurológicos agudos.
 Muchas veces, las repercusiones de estos problemas sobre la conducta son interpretados, erróneamente, como síntomas psicogénicos. De este modo, se produce una zona ambigua en términos de diagnóstico y tratamiento del problema que la “separación” por incumbencia profesional, conocimientos, metodología y mirada entre la neurología, la psiquiatría y la psicología agravan al paciente o lo transforman en un peregrino que transita de profesional en profesional, de tratamiento en tratamiento sin encontrar, a veces durante largos años, alivio para sus penosos e incomprensibles síntomas.
Las tres disciplinas, la neurología, la psiquiatría y la psicología, tienen posibilidades de llegar a un diagnóstico incompleto o erróneo con las consecuencias que de ello se acarrean y, a veces, rigurosamente se afirma y se administra una terapéutica a la que el paciente es refractario, no mejora, no responde, que fracasa y pese a ello se persiste tenazmente en ello porque no hay flexibilidad para buscar otros factores o encontrar nuevas alternativas: esto revela una falta de mirada autocrítica acerca del conocimiento que se cree poseer; de la infalibilidad de la “ciencia” que se administra; de la incumbencia profesional “fundamentalista” y excluyente de otras disciplinas y profesiones; de la necesidad de no desposeerse del paciente-cliente...
Al no esclarecer las “ambigüedades” no se beneficia al paciente y se inicia el camino del suicidio intelectual del profesional.
Muchas conductas y síntomas tienen un “dejo” o un “matiz” orgánico y, aunque su filiación neurológica no sea del todo evidente hay que tratar de reconocerla; muchas veces los síntomas  psicológicos tienen semejanza con los síntomas orgánicos.
Deberían evaluarse y tratar de encontrar la causa de los síntomas “de lo ya visto”, de los procesos de despersonalización, de las alteraciones sensoriales, de las alucinaciones, de las conductas excéntricas, del pensamiento concreto o incoherente, de la depresión, de la angustia intensa. Cada una de estas manifestaciones puede tener una causa neurológica o funcional tanto como un origen psíquico o además de esto. Todo ello exige de los profesionales y de los terapeutas en general un elevado grado de humildad, de flexibilidad y una gran tolerancia a la incertidumbre, posponiendo todo juicio si se carece de datos ciertos.
Hay muchos síntomas y síndromes en los que parecen superponerse las causas neurológicas y psicológicas; estas ambigüedades deben ser despejadas y verificadas en forma rigurosa y definida; no conviene, entre otras cosas, minimizar o subestimar los signos equívocos o menores tanto neurológicos, como psiquiátricos o psicológicos. Los tratamientos fracasan, muchas veces, porque en realidad no se ha reconocido la verdadera razón de la afección.

La enfermedad neurológica, también produce el surgimiento y el desarrollo de problemas emocionales en el individuo; una situación oculta pone en riesgo el éxito de un tratamiento y a menudo exige modificar los procedimientos terapéuticos corrientes.
Como regla general, en nuestro medio y en nuestra realidad, es más útil, eficiente y eficaz utilizar procedimientos fácilmente accesibles y poco costosos; aplicar técnicas sencillas de exploración diagnóstica y acabar por valorar de la manera más realista las probabilidades etiológicas ofrecidas por los datos clínicos.
Neurólogos, psiquíatras y psicólogos deberían valorar con mayor interactuación los aportes de cada una de las disciplinas; no basarse exclusivamente en los propios aspectos formativos profesionales; tener una confianza razonable en la tarea y en la terapéutica que se va a administrar; no impacientarse con respecto al diagnóstico; no desesperarse por implantar una terapéutica o terapia; retardar la medicación psicotrópica en los casos leves y no agudos; considerar alternativas diagnósticas cuando los signos son leves o equívocos.
Se puede tener deterioro en las funciones intelectual y cognitiva, sin ser psicótico o por razones idiosincrásicas a los medicamentos.
Las causas de los cambios conductuales muchas veces permanecen oscuras, ocultas y no pueden ser explicadas en términos psicodinámicos.
Los trastornos neurológicos severos o groseros, rara vez tienen interés diagnóstico o terapéutico para el psicólogo. Los trastornos neurológicos leves, difíciles de interpretar, son más habituales de lo que se cree, se los pasa por alto fácilmente pero, cuando existen, influyen en forma significativa, entre otras cosas, en el aprendizaje, el ajuste general y en la psicoterapia misma.
Así como la exploración neurológica clínica y los estudios complementarios especializados no siempre son capaces de detectar trastornos mínimos, los tests psicológicos no diferencian claramente las lesiones neurológicas de las psicogénicas.
Una anormalidad en el sistema nervioso central, aumenta el riesgo de desarrollar enfermedad psiquiátrica.
Un 10% de los pacientes clínicos, tienen algún tipo de desorganización crítica que puede ser asimilada a patología cerebral o intracraneana.
Signos de significación neurológica incierta aparecen en todos los tipos de exámenes utilizados en psicodiagnóstico; se los encuentra en el examen neurológico, en los tests psicológicos, en la sintomatología de los problemas de conducta y de los estados de ánimo.
Los trastornos neurológicos leves pero significativos se encuentran en el 36,9% de los casos en la consulta psicológica y psiquiátrica.
Una alta proporción de trastornos psiquiátricos (34%), se encuentran en aquellos que tienen patología cerebral.
Finalmente:

 

¿ LA  INTERPRETACIÓN DE LOS SUEÑOS

ES PREVIA A FREUD ?

 

Platón (429-347 a. J. C.), alumno de Sócrates y contemporáneo de Sófocles y Pericles, le otorgaba al alma tres funciones: la razón, la voluntad y los apetitos (deseos).
Decía que los deseos se producen en todos los seres humanos pero son “reprimidos” por la razón y las leyes.
Los deseos surgen en el “sueño”, cuando duerme la parte del alma razonable (consciente ?), tranquila y buena rectora de lo demás y salta lo feroz y salvaje de ella y, expulsando al sueño (inconsciente ?) trata de abrirse camino y vaciar sus propios instintos.
En tal estado (el del sueño o inconsciente) se atreve a todo, como liberado y desatado de toda vergüenza y sensatez y no se retrae en su imaginación del intento de cohabitar con su propia madre (Edipo ?) o con cualquier otro ser humano, divino o bestial, de mancharse en sangre de quien sea, de comer sin reparo el alimento que sea; en una palabra, no hay disparate ni ignominia que se deje atrás.
“Hay en todo hombre, aún en aquellos de nosotros que parecen mesurados, una especie de deseos temible, salvaje y contra la ley, y que ello se hace evidente en los sueños.”
“Cuando uno se halla en estado de salud y templanza respecto de sí mismo y se entrega al sueño después de haber despertado su propia razón y haberla dejado nutrida de hermosas palabras y conceptos; cuando ha reflexionado sobre sí mismo y no ha dejado su parte concupiscible ni en necesidad ni en hartura, a fin de que repose y no perturbe a la otra parte mejor con su alegría o con su disgusto, sino que la permita observar en su propio ser y pureza e intentar darse cuenta de algo que no sabe, ya sea esto de las cosas pasadas, ya de las presentes, ya de las futuras; cuando amansa del mismo modo su parte irascible y no duerme con el ánimo excitado por la cólera contra nadie, sin que, apaciguando estos dos elementos, pone en movimiento el tercero, en que nace el buen juicio, y así se duerme, Bien sabes que es en este estado (el del sueño) cuando mejor alcanza la verdad y menos aparecen las nefandas visiones de los sueños”.
Platón, también observa que las imágenes de los sueños corresponden a lo que el alma ha tenido en sí durante la vigilia.
Estos son textos de Platón en “La República” (IX, 571; c,d, y e y 572; a y b). Esta numeración que aparece marginalmente, con cifras en párrafos a – e  responde a las páginas de la antigua edición platónica de Enrique Estéfano (París; 1578).
Sófocles (Oed. Rex 980 y siguientes): dice “no te asusten tampoco las nupcias con tu madre; son muchos los mortales que en sueños han dormido con las suyas”. Recuérdese el famoso sueño de César, los parricidios, asesinatos monstruosos, la antropofagia, etc.
Quevedo (en El sueño de las calaveras) dice que todos los animales sueñan de noche como sombras de lo que trataron de día.
Homero (Ilíada, I 63), menciona que es común, en la antigüedad, la idea del poder adivinatorio que el alma adquiere en el sueño; de aquí la reputación de los onirópolos o intérpretes de ensueños (2, 8, 30).

 

FREUDIANAS

“Las enfermedades mentales son enfermedades del cerebro”

Griesinger (1817-1868)

 

Nuestro ambiente, en Argentina, tiene una elevada densidad psicoanalítica. El mundo exterior y el mundo interior están unidos inseparablemente en nuestros cerebros. Por otra parte, el conocimiento práctico de los trastornos y de las enfermedades mentales orientadas a su solución no tiene nada que ver, hasta el presente, con las más variadas de las presuposiciones teóricas.
Sigmund Freud (1856–1939), al que , sin dudar, debemos considerar como un revolucionario intelectual en materia del conocimiento del alma humana, fue médico neurólogo, psiquiatra y prolífico escritor. Logra desestructurar la información neuropsicológica y neuropsiquiátrica de que se disponía en su época, la reestructura de otro modo, reorganiza la información y construye esquemas nuevos y no del todo originales creando una doctrina psicológica para entender la realidad neuropsíquica. Amplía la realidad del mundo psíquico en el contexto de la cultura y la cosmovisión de la Europa de ese tiempo creando, al mismo tiempo, expresiones simbólicas de lo que es significativo en la expresión del alma humana como proceso personal e histórico. Intentó armonizar la anatomía , la fisiología del sistema nervioso y la psicopatología del hombre; intentó biologizar la psicología, es decir, hacer una psicología para neurólogos. Desde los tiempos de Freud y aún hoy, los avances acerca del conocimiento de las causas de las psicosis es prácticamente nulo.
Obviamente, Freud desconocía el mundo íntimo de las psicosis y por ello enmudece completamente; utilizando caminos anticientíficos, construye relaciones psicológicas y establece un sistema modélico para explicar ciertas particularidades de las personalidades neuróticas.
Justo es reconocer, que existen enormes dificultades para relacionar las enfermedades neurológicas con las psiquiátricas si bien todos sabemos, que hay fenómenos psico-psiquiátricos de enfermedades cerebrales orgánicas y de otra índole y manifestaciones psico-psiquiátricas que ocultan y anteceden, a veces en varios años, a ciertas enfermedades cerebrales o de otro origen.
Por otra parte, es imposible aún hoy, realizar una clasificación natural de las enfermedades mentales sobre la base de su etiología (causa). Si el substrato del pensamiento, la conciencia, la emoción es el cerebro, es la organización de su estructura en sistemas la que sostiene, procesa y conduce los contenidos y los procesos psíquicos. El hecho de que no se encuentren hallazgos anatómicos o de otra índole en el cerebro en la mayoría de las enfermedades mentales no invalida la aseveración previa (actualmente, la falta de evidencias corresponden al mundo de las esquizofrenias y las paranoias; no así para las preseniles y la oligofrenia). El cerebro, es el substrato de nuestra vida interior.
Freud, durante mucho tiempo, fue un pensador de la segunda mitad del siglo XIX, un monista irreductible (monismo = unidad fundamental de las propiedades de la materia; identidad del espíritu y el cuerpo a través de la mediación de la fisiología del sistema nervioso; continuidad de los principios entre la física mecánica y la antropología); sin embargo, poco a poco, comienza a criticar la orientación fisiologista y las pretensiones cuantitativas de la psicofísica y de la psicología experimental.
Cuando Freud llega a París (1885) para recibir enseñanza de Charcot, el maestro de la Salpetriére, ya tenía una buena formación científica. Freud, se formó en la investigación biológica en el laboratorio de Brücke al que profesaba una admiración nunca desmentida y adhería, obviamente, a los postulados de la escuela de Helmholtz basada en el “juramento” (1845) por el que las leyes biológicas se reducen sin dejar resto a las leyes fisico-químicas comunes; esto implicaba una concepción matemática y fisico-química de la fisiología.
En 1883, Freud había renunciado por insatisfacción a la investigación fisiológica y al estudio de la anatomía microscópica normal y patológica del sistema nervioso y se orienta hacia la neuropatología (hasta 1886 trabajó en el servicio de Meynert); en esa época era considerado un neurólogo de talento con una gran formación anatomopatológica.
Freud, llegado a París, estaba impregnado de la psicofisiología alemana pero, pese a ello, quedó deslumbrado por la mirada nueva de Charcot y así lo expresa en la traducción al alemán de las “Lecons du Mardi” (1892) donde rescata la validez del método anatomoclínico. Sin embargo, por esa misma época (1893) se aparta de su maestro francés y critica el enfoque exclusivamente nosográfico de la escuela de la Salpetriere que no alcanza y es inadecuado para explicar temas de puro orden psicológico y menos aún sirve para construir una interpretación; no todo se puede explicar por medio de una tesis puramente psiquiátrica.
En 1893, con la publicación de “Etudes sur l´hystérie”, Freud avanza aún más y decide plantear que el estudio acerca de la histeria podría servir para definir los caracteres generales de las neurosis y tal vez arribar al conocimiento de su naturaleza; parece imposible que la anatomía cerebral y sus alteraciones pueda explicar los rasgos de las neurosis; en todo caso, lo que hay es una alteración de la representación de las funciones y de los órganos; es un trastorno psíquico.
En rigor, los conocimientos y el saber médico, neurológico, fisiológico y patológico condujeron a Freud al conocimiento del inconsciente y a desarrollar el instrumento del psicoanálisis rescatando, entre otras cosas, el valor de lo subjetivo.
Freud heredó la noción de las “causas morales” (psicogénesis emotiva) como causa de las enfermedades mentales (primera mitad del siglo XIX; Pinel, Esquirol, Morel, Guislain, etc.); toma los criterios de organización vertical del sistema nervioso (Griesinger, Krafft-Ebing, Jackson, etc.) y las ideas de constitución y terreno para el padecimiento de enfermedades mentales, predisposición hereditaria, acontecimientos traumáticos vividos, degeneración psíquica. Las vacilaciones en cuestiones nosológicas son frecuentes en Freud y esto se debe a su falta de formación y experiencia en psiquiatría; pero afirma, en la esfera de las neurosis, que estas son producto de la actividad cerebral inconsciente y automática y extrapola el modelo fisico-químico utilizado para explicar los fenómenos biológicos al establecer la noción de estabilidad de las masas de energía almacenadas en el sistema nervioso que se traducen en salud mental y cuyos desplazamientos, en el sentido de la excitación o de la inhibición, generan los trastornos neuróticos o funcionales. El vocabulario freudiano permite considerar como hechos objetivos a los fenómenos inconscientes donde lo psíquico y lo cerebral son idénticos planteando un modelo psicofísico; más tarde, Freud localiza la fuente de este tipo de perturbaciones psíquicas en la sexualidad y elabora la teoría de la libido.
Estas concepciones convierten a Freud en un “extremista antipsiquiatrista” en el sentido de su manifiesta oposición al criterio psiquiátrico de la concepción de las neurosis y al empleo de un tratamiento para suprimir los síntomas y curar la enfermedad “no autoritario” sino basado en la búsqueda de la prehistoria psíquica del padecimiento hasta conocer la ocasión psíquica en la que encontró su fuente el desorden (Joseph Breuer, de Viena, realizaba esto bajo hipnosis). Freud, en 1889, empieza a utilizar el “método catártico” y a afirmar aún más su criterio de que hay estados particulares del sistema nervioso, con una psicofisiología especial, que pueden dejar en libertad “automatismos” psicocerebrales inconscientes y trata de definir el aparato mental-cerebral con sus capacidades de equilibrio, la posibilidad de desequilibrios, las formas de conducción de la energía nerviosa con facilitación, inhibición, conversión, retención, “corto circuito”, “resistencias” intersistémicas cerebrales, disociación, representaciones débiles (preconsciente) o fuertes (suena como extrapolación neurológica al campo de la psicología ?).
Freud rescata la actitud médica frente al enfermo y plantea que debe darse una mezcla de simpatía personal hacia el enfermo y cierto grado de inteligencia; sin esto, el método no basta y se torna inutilizable e inútil.
Freud compatibilizó su actividad como médico neurólogo y psicoanalista durante muchos años; tan es así, que entre 1890 y 1900 su producción fue mixta y equivalente; después de 1900 abandona la neurología y se dedica exclusivamente a la tarea psicoanalítica y adopta una posición renuente a aceptar el substrato cerebral como soporte de lo psicológico (las estructuras cerebrales del mundo emocional recién se descubren con Chr. Jakob - 1911-1913, Papez - 1937 -, Kluver y Bucy - 1937 -), si bien su lenguaje tiene una impronta neurológica y neurofisiológica que se manifiesta explícitamente cuando habla de asociaciones, interconexiones, localizaciones y respuestas funcionales sistémicas del cerebro.
Flechsig (1894) decía: “ La Psicología, a pesar de sus numerosos esfuerzos e intentos no ha podido finalmente ser llevada al rango de una ciencia exacta, pues sus conceptos básicos fueron edificados forzada e independientemente de los conocimientos cerebrales. La ingenua presuposición de que sin conocer la anatomía cerebral, pueda desarrollarse su fisiología ha convertido a ésta, en un campo de acción para las más extrañas ocurrencias, de las cuales poco queda como valedero. También la Psiquiatría, por falta de claros conceptos anatómicos sobre el órgano de la psiquis ha sufrido sensiblemente y no ha podido remontarse al mismo plano que el resto de las disciplinas médicas. Todavía, en los últimos tiempos, autores de difundidos textos psiquiátricos se ufanan en el desprecio de la anatomía cerebral, considerándolo como casi un requisito para entender la psicopatología y como prueba de una madura experiencia psiquiátrica. Yo espero que este orgullo de los ignorantes próximamente llegue a su fin”.
Las disciplinas denominadas neurología, psiquiatría y psicología son hermanas e interdependientes; cuando el autor de esta nota era joven los profesionales especializados se anunciaban como especialistas en “Enfermedades nerviosas y mentales”; hoy se retoma el concepto de la integralidad y la interactividad de estas disciplinas en el campo de la investigación , de la clínica y de las propuestas de actuación en el campo terapéutico.
Carl  Wernicke (1848-1905) menciona, antes de Freud:
”Primer yo”. Por la experiencia la conciencia aprende que la corporalidad es indivisible, pero, en cambio, el mundo externo es más o menos divisible en sus partes componentes. Así se llega a la formación de un “primer yo” bajo el cual debe ser entendida la conciencia de la corporalidad.
Wernicke define la “identificación primaria y secundaria” en 1874.
La personalidad psíquica del niño  y el sello de su futuro carácter está determinado por la relación con sus padres, la familia y el medio social.
La “energía”, esta constante carga de energía (libido ?) proviene de la actividad de los pensamientos inconscientes.
Las vivencias de los sueños; los recuerdos de los sueños tienen un sello de tipo fantástico pero son reales en tanto el ser humano esté convencido de su verdad (se parecen a las confabulaciones).
En el estadio primitivo, el hombre tiene afectos y efectos de agrado o desagrado; sobre esta base se desarrollan las imágenes de persecución y de grandeza como formas básicas de la reacción del individuo, como también de los pueblos, frente a las impresiones del mundo exterior
Teodor Meynert (1833-1892), hablaba del “YO primario”.
Wernicke, mencionaba “las resistencias” y los procesos de “asociación”, entre otras cosas, escribía : “debemos suponer que en la suma de todos los recuerdos debe estar contenido un complejo más ceñido que en cada persona aparece en el sentido más estrecho formando la personalidad que es percibida como una unidad”.
El esquema de Wernicke “sAZm” que modifica al de Lichteim, define y localiza el campo donde reinan los fenómenos de la conciencia; entre los campos receptores y efectores (s y m) estará el asiento de los fenómenos mentales; hay una representación de partida (A), una representación final (Z), un sector psicosensorial (sA), un sector intrapsíquico (AZ) y un sector psicomotor (Zm) operando en un cerebro organizado en los niveles: transcortical, cortical y subcortical (se parece al esquema de Freud ?)
Wernicke, menciona reiteradamente, “el tono afectivo ligado a la sensación”; nombra los “pensamientos inconscientes” y descubre las “ideas autóctonas” en la enfermedad mental. “Las confabulaciones -dice- son como las vivencias de los sueños; es muy probable que sean recuerdos de sueños” (todavía no había aparecido el libro sobre los sueños de Freud -editado en 1900-); el cerebro es, además, una productiva fuente de sensaciones hipocondríacas.
Cabe recordar que, previamente a Freud, Flourens (1823) había enseñado que todos los procesos psíquicos estaban conectados con el cerebro; Bouillaud (1825) y Broca (1861) reconocieron las perturbaciones del habla a causa de lesiones cerebrales; Fritsch-Hitzig, Munk localizan funciones en el cerebro; Meynert (1866) y Wernicke (1874) consiguen situar el lugar, en el cerebro, para la comprensión del lenguaje; Flechsig, publica su primer mapa mielogenético en 1894; Pick (185l-1924), descubre la demencia presenil; Liepmann (1863-1925), produce el hallazgo de las apraxias; Lichtheim (1845-1915) trabaja sobre los trastornos del lenguaje; Karl Kleist (1879-1960) y Spatz, demuestran que los lóbulos orbitarios del cerebro están vinculados al mundo de la personalidad o el “yo social”; el primero, además, delimita el concepto de las apraxias constructivas, separa las funciones del lóbulo frontal del cerebro y habla de la estructuración del YO; el “YO” de Kleist nada tiene que ver con el “YO” del psicoanálisis. El “YO CORPORAL”, es decir, las vivencias propias de la sensibilidad cenestésica, Kleist lo ubica en el sistema límbico del cerebro; el “YO PROPIO”, que refleja la individualidad o personalidad subjetiva y el “YO SOCIAL”, que expresa los sentimientos sociales y el “YO RELIGIOSO ó COSMICO” los localiza en el lóbulo orbitario. La teoría neuronal se desarrolla entre 1886 y 1888.  Christofredo Jakob (1911), en la Argentina, localiza las sensaciones viscerales y emocionales en la parte interna o límbica del cerebro. Fechner (1801-1887) habla de la actividad mental como movimiento psicológico; Korsakow (1853-1900), estudia los trastornos de la memoria; A. Alzheimer (1907), demuestra la base orgánica de la demencia senil.
Broca (1878), ya hablaba del cerebro límbico sin asignarle funciones. Weigert descubrió el método para visualizar la mielina (1882-1885) y Nissl (1885) para las células nerviosas. Hecker (1871) separa la hebefrenia y Kahlbaum (1874) describe las catatonías. Jean-Martin Charcot (1885) descubre el significado de los ataques histéricos. Hippolyte Bernheim (1889) comprueba que la conducta humana puede estar motivada por procesos de pensamiento de los que la persona no es consciente. Josef Breuer (1893) evidencia que numerosos síntomas psíquicos devienen de experiencias psíquicas inconscientes. Unzer (1771) crea la palabra “reflejo” para describir un tipo de reacción sensitivo-motriz y su concepto se afianza con Magendie, Bell y Marshall Hall (1883). Roberto Whytt (1755) introduce los términos y el concepto de “estímulo”, “respuesta” y “reacciones”. Hughlings Jackson (1883) desarrolló el concepto de “liberación de las funciones” determinada por la pérdida del influjo de la corteza cerebral, con merma del poder voluntario y la aparición de hiperactividad de centros nerviosos más bajos normalmente reprimidos por dicha corteza, anteriormente (1868), estudia y comprueba la excitabilidad cerebral.
Sherrington (1906) crea los términos interoceptores y exteroceptores para referirse a la capacidad que tiene el hombre de recibir estímulos. Pavlov (1927) encuentra la “neurosis por conflicto” en sus perros de experimentación.
El descubrimiento del inconsciente se produce merced al progreso de la patología médica, la neuropatología, el método anatomoclínico que no pudieron demostrar la verdadera naturaleza de las “neurosis”. Este conocimiento deviene de la demostración por el absurdo al no poder vincular su existencia, indudable desde el punto de vista clínico, con un sustrato anatómico en el cerebro.
Alrededor de 1885, por diversas razones, las neurosis emigran del campo de la neurología hacia la psiquiatría donde quedaron fijadas desde entonces.
Debemos tener en cuenta que, en aquella época, el psiquismo era concebido como un conjunto de asociaciones y reactualizaciones de intensidad débil de las imágenes sensoriales y motrices que componían los centros nerviosos; la concepción de la neurosis estaba centrada en una teoría neurológica.
La “idea fija” fue conceptualizada por Charcot (1885); sus alumnos Janet, Binet, Babinski y Freud demolieron muchas de las concepciones de su maestro.
Freud quedó impresionado por el “clima sugestivo” que lograba Bernheim (1891) en sus prácticas de hipnosis, que luego hiciera el viraje hacia la psicoterapia exclusivamente sugestiva. P. Janet (1892), a partir del estudio de la histeria, concluye que existe “un sistema psicológico” subconsciente compuesto por ideas fijas, conjuntos de pensamientos y recuerdos con intensa carga emocional y cuyo contenido explica la naturaleza y distribución de los síntomas y que éstos son su representación más o menos directa; sus publicaciones son comparables a las de Breuer y Freud.
Locke, cuando discurría (fines del siglo XVIII) acerca del pensamiento ya hablaba de la “asociación de ideas”. Hume, inspirado en el materialismo de Hobbes explicaba que los “motores principales de las acciones humanas eran la búsqueda del placer y la fuga del dolor”.
John Stuart Mill consideraba, en el siglo XIX, que uno de los elementos de la vida psíquica era la escala del placer y el displacer como base de todos los sentimientos, de las motivaciones y de los fenómenos voluntarios por la mediación de asociaciones de ideas basadas en el principio de utilidad.
Mackintosh (1830), acuña el término “transferencia”. John Stuart Mill, define al espíritu como “lo que siente”; afirma que la experiencia (o sensación) es el fenómeno fundamental del psiquismo e introduce -sin decirlo- mecanismos inconscientes en los hechos psicológicos.
Observamos, que se empieza a establecer el lazo de unión entre la medicina, la fisiología del sistema nervioso y la psicología; los alienistas franceses concibieron el psiquismo como una función cerebral; la psicopatología se convirtió en la ciencia guía de la psicología (este señalamiento lo recibió Freud directamente de Charcot) y nace la neuropsicología.
En la segunda mitad del siglo XIX se genera la psicología comparada y tres cuartos de siglo más tarde el conductismo y el pavlovismo. “Le sommeil et les reves “ (1848) de A. Maury dominará la psicología del sueño hasta Freud y más allá de él.
Taine (1870), establece que la asociación de ideas es la clave de la construcción de los diversos elementos psíquicos y que, siempre, hay un conflicto incesante entre los elementos mentales entre sí; Freud, leyó y estudió “De l ´intelligence” de Taine en 1896.
Herbart (1815 y 1825) afirmaba que los elementos mentales pueden ser conscientes o estar completamente inhibidos o “reprimidos” convirtiéndose en tendencias inconscientes; el YO es la suma de las representaciones actualmente conscientes y el “placer” deviene del deseo como asociación del placer y de un objeto específico. En definitiva, una parte importante de lo psíquico es no consciente sino latente y siempre actualizable si cambian las condiciones del equilibrio psíquico.
Freud realizó sus primeras investigaciones en el plano fisiológico del sistema nervioso con Brücke (1845) en una época en que las facultades mentales se encarnaban cada vez más con el funcionamiento del sistema nervioso.
Wundt (1860), erigió la psicología como disciplina autónoma aunque ésta conservaba relaciones especiales con la fisiología; decía que el inconsciente es un segundo plano en el que tiene su fuente todo lo consciente.
Griesinger (1845) y su alumno Meynert (1865) fundaron la psiquiatría clínica alemana y sus doctrinas psicológicas influyeron enormemente en Freud, especialmente en la conceptualización del YO; este modelo neuropsicológico tuvo grande y prolongada difusión.
Charles Darwin (1859 y 1871) establece el modelo evolucionista cuyos ejes doctrinarios Freud incorporó y empleó ampliamente reconociendo la permanencia actual de lo atávico más profundo aún en el hombre más evolucionado.
Todo el pensamiento psicodinámico de principios del siglo XX originados en Ribot y la escuela psicopatológica francesa encontró su “retoño germánico” en Freud; el funcionamiento del organismo íntegro está representado psicológicamente por sensaciones confusas, emociones, tendencias que orientan toda la actividad mental y que constituyen el inconsciente; la conciencia es el nivel más alto de la jerarquía nerviosa con sus características propias de dimensión temporal, determinismo, contralor y síntesis; la personalidad consciente no es nada más que una pequeña parte de la personalidad global y el inconsciente personal ejerce una influencia capital en nuestra vivencia consciente.
Se comienza a advertir (Cabanis y otros) que la sexualidad no es sólo un vector de la reproducción de la especie sino que, además, determina las relaciones interpersonales amorosas, familiares y sociales que aparecen como su expresión psicológica. La psicosexualidad queda liberada y posicionada como factor constitucional de la persona humana desagregándose del abanico libidinal los fenómenos del órgano sexual y la relación objetal (Moll; Ellis -1897-1910-); ya estamos cerca de Freud (Ellis conocía los Estudios sobre la Histeria de Freud).
Cuando Freud elabora la teoría de la libido sobre la base de su experiencia psicoanalítica en adultos ya existía un vasto material empírico y conceptual acerca de su misma posición al respecto.
A principios del siglo XX se produce una reacción “globalista” (holística) en la conceptualización de la actividad mental; el propio Freud, aunque con retardo, participó de esta “nueva ola” e inspiró algunos de sus rasgos.
Freud, utiliza permanentemente términos neurofisiológicos que se parecen mucho al soporte conceptual de la psicología intervencionista actual: conviene reforzar las posibilidades de resistencia del sistema nervioso, suprimir las producciones patológicas y realizar una “limpieza de chimenea” regular. Penetró en el registro de la causa, origen, significación y mecanismo de los síntomas pero soslayó la cosa en sí, es decir, la enfermedad; rebautiza entidades nosológicas (ej.: eretismo neurovegetativo por neurosis de angustia) y sus consideraciones etiopatogénicas son altamente especulativas.
La teoría y el proceso sexual diseñado por Freud, como es comprensible, no tenía en su época el fundamento científico de los conocimientos neuroendocrinológicos que poseemos hoy en día.
Freud estaba convencido que sólo estudiaba las manifestaciones de las disfunciones y que alguien, en el futuro, descubriría la realidad material y profetizó el advenimiento de una reinterpretación endocrinológica del psicoanálisis; tenía una visión estratificada del psiquismo como los neurólogos la tienen del sistema nervioso.
Freud deseaba descubrir la forma que asume la teoría de la fisiología mental cuando se introduce en ella la noción de cantidad y extraer de la psicopatología algún conocimiento de la psicología normal; pasó de la filosofía a la medicina y de ésta a la psicología. Acabó por contentarse, no del todo, con una explicación clínica de las neurosis y no logró lo que realmente aspiraba que era alcanzar la explicación mecánica de la máquina mental; quería una “psicología para neurólogos”, hacer entrar la psicología en el marco de las ciencias naturales y representar los procesos psíquicos como estados cuantitativamente determinados de partículas materiales distinguibles; realizó un trabajo incansable de traducción y extrapolación de fenómenos clínicos apoyadas en hipótesis complicadas y poco evidentes.
Freud postuló tres sistemas neuronales: facilitadores, asociativos y periódicos cuya función se regía por el principio de utilidad (darwinismo) y que se tradujo en una fisiología imaginaria; sólo se disponía en su tiempo de descubrimientos clínicos, relaciones anatomoclínicas y tesis psicológicas variadas tomadas de diversas corrientes de pensamiento; era necesario producir un modelo de psiquismo concordante con los hallazgos psicoanalíticos permitiendo su integración y explicación. Freud hizo intentos desesperados para construir una neuropsicología fracasando e introduciendo, sin cesar, subjetividad y teleología en sus argumentos. Renuncia a encontrar la explicación mecánica de las leyes biológicas del psiquismo y termina por definirlo como un sistema estratificado de registro, inconsciente, preconsciente y consciente dentro de un modelo evolucionista y de interpretaciones genético-históricas. Hizo un gran esfuerzo por dotar a su teoría de consistencia pero sólo logró un simple modelo, “una representación auxiliar” de la realidad desconocida.
El concepto de “sueño” freudiano establecido por él como una regresión al más antiguo pasado del soñante, una reviviscencia de la infancia con los impulsos pulsionales que la han dominado está, por supuesto, muy alejado del conocimiento actual acerca del sueño, ensueño, conciencia y vigilia (a partir de Aserinsky, Dement y Kleitman; 1955).
La teoría freudiana no excluye el fundamento orgánico de las neurosis; sólo la técnica terapéutica (psicoanálisis) es puramente psicológica: es un modelo catártico sobre la base de la ecuación recuerdo-síntoma, el llenado de las lagunas de la memoria, la traducción del inconsciente en consciente para suprimir la coacción del primero sobre el segundo llevando al paciente a la normalidad (toda coacción se origina en el inconsciente; el consciente domina las pulsiones).
Sin embargo, esta técnica terapéutica no es para todos; el propio Freud afirmaba que no es un tratamiento para los “degenerados neuropáticos” (más tarde, utilizaría el término “patología de la personalidad”); que deben rechazarse los pacientes que no son lo suficientemente inteligentes, de buen nivel de educación y de carácter seguro; el psicoanálisis está en condiciones de ayudar a las personas de mayor valor y más evolucionadas. En el fondo, la teoría y el tratamiento freudianos se muestran como intelectualista, cognitivo y pedagógico con un trasfondo biologizante del psiquismo sobrevalorando el apego del paciente al médico (transferencia).
La teoría psicoanalítica, con toda facilidad, realiza una summa antropológica evolucionista y recorre e integra las tres grandes concepciones del mundo: la mitológica, la religiosa y la científica y aún hoy ocupa un espacio epistemológico propio entre la psicología y la biología.
Freud abreva, construyendo y re-construyendo su teoría a lo largo de su vida, en los espiritualistas franceses, el kantismo, el aristotelismo, el vitalismo, el fisiologismo helmholtziano, la filosofía de la naturaleza de Goethe, las concepciones objetivables de Brücke, en Schopenhauer, en los románticos como Schelling, en el lamarckismo de Darwin.
Freud, de gran talento creativo, no logró producir un modelo integrador sintético con congruencia entre los elementos clínicos, de por sí heterogéneos, con los materiales teóricos.
Decía Freud, “al convertirnos en un sustituto de sus padres, en un maestro y un educador, asumimos (los psicoanalistas) diversas funciones útiles para el paciente...conduciendo a un nivel normal los procesos psíquicos de su yo, en transformar en preconsciente lo que se había convertido en inconsciente, lo que había sido reprimido, para restituirlo al yo” (S. Freud; Abrégé de Psychanalyse). También decía Freud: “es posible que el futuro nos enseñe a actuar directamente, con la ayuda de ciertas sustancias químicas, sobre las cantidades de energía y su repartición en el aparato psíquico”.
La gran fuerza de la teoría psicoanalítica, tal vez, radique en haber colocado en su debido sitio a la subjetividad humana que colorea el racionalismo por más científico que sea, aunque su ambición científica no haya podido ser validada (2, 9, 10, 15, 16, 19, 21, 22, 24, 28).

                     

LA  PSICOLOGÍA DE MAIMÓNIDES

(1135 – 1204)

Las ideas de Maimónides sobre psicología se hallan dispersas en distintas partes de su obra.
La psicología de Maimónides está estrechamente ligada a su metafísica; sus conocimientos médicos le llevan a establecer conexiones e interrelaciones entre la vida psíquica y sus condiciones fisiológicas.
“El alma de cada cosa creada es su forma y el cuerpo es la materia de que ésta forma se reviste. Por tanto, cuando el cuerpo, que está compuesto de los elementos, se disgrega, el alma perece, pues sólo existe junto con el cuerpo y no tiene existencia permanente más que en la especie, al par de las otras formas”.
“El alma es una, pero tiene múltiples y diversas actividades. Las partes del alma son cinco: la nutritiva, la sensitiva, la imaginativa, la apetitiva y la intelectiva”.
“La intelectiva, es aquella capacidad propia del hombre por la que comprende y se provee de conocimiento y por la que distingue entre las acciones feas y bellas”.
La idea central es que la fuerza intelectiva, que se encuentra en el hombre al tiempo del nacimiento , “el intelecto primordial”, se transforma a través del estudio en la conquista del conocimiento o del entendimiento de las cosas inteligibles en el “intelecto adquirido”.
Esta fuerza intelectiva (capacidad de aprender) no es más que una predisposición que se deteriora si no avanza hacia el segundo estado; el hombre si es capaz de pasar de la potencia al acto conquista una existencia propia, eterna y permanente y las percepciones que ha recogido forman una sola cosa en él.
Maimónides sostiene que la facultad que distingue al hombre es lo racional. Esta facultad o “intelecto hylico ó primario” no se encuentra en los individuos de las demás especies animales. Por obra de ello, el hombre puede vivir, subvenir a sus necesidades, ampararse de las inclemencias del medio físico, prever con anticipación los hechos, a fin de precaverse contra los que pudieren serle funestos. Merced a esta capacidad el hombre vive y convive con sus semejantes; sin la sociedad es inconcebible la existencia del individuo. Esta facultad racional, ese intelecto primario, está en el cuerpo, unido a él, y lo gobierna.
El “intelecto hylico” es un intelecto en potencia, perecedero. El intelecto adquirido sobrevive al cuerpo y participa en el intelecto activo.
Maimónides dice: “El hombre, antes de pensar una cosa, es inteligente en potencia; pero cuando ha pensado alguna cosa, abstrayéndola de su materia, y se ha representado la forma abstracta, porque en eso consiste la acción del intelecto, ha devenido inteligente en acto”.
“El intelecto no es otra cosa que el objeto inteligible. El intelecto en acto no es otra cosa que lo que ha sido pensado”.
“La esencia de todo intelecto consiste en su acción, y no puede ser que el intelecto en acto sea una cosa y su acción otra cosa, porque el verdadero ser del intelecto es la percepción. No debe creerse que el intelecto en acto sea una cosa que exista por su lado, separadamente de la percepción, y que la percepción sea alguna otra cosa que exista en él; sino que lo que constituye el intelecto mismo y su realidad es la percepción”.
“Este intelecto es quien ha abstraído la forma y quien la ha percibido, y ésa es su acción, a causa de la cual es llamado inteligente”
El intelecto, lo inteligente y lo inteligible son siempre una sola y misma cosa, cuando se trata de un pensamiento en acto.
Todo aquello de lo cual existe una acción real, existe en acto.
Todo lo que está en potencia debe necesariamente tener un substratum que soporte esta potencia, como, por ejemplo, el hombre.
Recomendó la percepción de lo bello como “tratamiento” para el espíritu agotado en un esfuerzo demasiado prolongado e intenso.
En el “Comentario a la Mischnah”, en la introducción conocida como “las máximas de los padres” o “los ocho capítulos”, ésta se constituye en un verdadero tratado de psicología y moral.
“Nuestra percepción de algo se perfecciona con el aumento del número de atributos que le conocemos; así se perfecciona nuestra percepción de Dios a medida que aumenta el número de negaciones respecto a él”.
En resumen, Maimónides desarrolla la doctrina de que el pensar, el pensante y lo pensado (intellectus, intelligens e intelligibile) son idénticos en quien piensa adecuadamente y que los tres en Dios son uno. El intelecto en acto es lo que ha sido pensado. Lo inteligente es  el intelecto hecho en acto. Aquello por lo que la forma es abstraída y concebida es también la capacidad de pensar lo pensado. El pensamiento es el objeto inteligible y éste es una forma abstraída de las cosas. El intelecto existe en acto y es él mismo la cosa inteligible; la acción es la esencia de todo intelecto. El intelecto, lo inteligente y lo inteligible son una sola cosa, toda vez que se trata de un pensamiento en acto.
La unidad del entendimiento y el objeto de entendimiento constituye la idea central de estas proposiciones.

LA IMAGINACIÓN, EL ENSUEÑO Y UNA TEORÍA DEL CONOCIMIENTO

Para Maimónides, la acción de la imaginación es opuesta a la del intelecto. El intelecto concibe las formas genéricas que son las únicas que conducen a la demostración; concibe la sustancia.
La imaginación, concibe sólo las existencias individuales sensiblemente dadas, sólo lo accidental; vincula sólo las partes de lo sensiblemente dado y nunca puede llegar de la materia a la forma general aún cuando logre la más perfecta abstracción de una forma. Por ello, la imaginación es fuente de toda alucinación y engaño, es la oscuridad de que el pensante ha de ser salvado; es la causa de todos los errores cuando es empleada en lugar del intelecto para decidir en cuestiones de posibilidad y necesidad; es el mal impulso.
El “ensueño común”, consiste en evocaciones y reviviscencias de restos de la memoria subconsciente (restos de las vivencias pasadas); cuando su contenido es percibido ya pertenece al dominio del consciente y, si desaparece, únicamente vuelve a tener vida en el sueño (Guía de los Descarriados, II, 38).
El “ensueño profético”, es una experiencia nueva que tiene su iniciación en la imaginación; ésta no tiene una función conservadora y sí una función parecida a la de la facultad sensible; la actividad de la imaginación es productora.
La imaginación produce sensaciones y contenidos; aparece la proyección de la vivencia interna en el mundo exterior; el contenido es igual al percibido por los sentidos y equivalente a él, sin haber sido nunca sensorial.
Para Maimónides hay tres clases de conocimiento:
l. Axiomático. Precede a todos los conocimientos; por sí mismo no constituye un acto;
2. Silogístico comparativo. Sigue a todos los conocimientos y tiene por objeto conocimientos ya adquiridos;
3. Intermedio. Es la verdadera forma del conocimiento humano que es la contemplación intelectual. Este conocimiento es verdaderamente realizador; la actualización del intelecto humano constituye el “intelecto adquirido” que se une con el “intelecto activo” y luego se separa autónomamente tornándose inmortal.
El conocimiento es el resultado de la cooperación entre el entendimiento y la sensibilidad; un conocimiento sólo intelectual sería abstracto.

 

EL ALMA, SUS PARTES Y SUS FACULTADES

 

La parte nutritiva del alma tiene la facultad de atraer los alimentos, de retenerlos, de digerirlos, de expulsar las materias superfluas, de hacer crecer, de procrear seres similares, como la de distinguir los jugos, de manera de separar los que deben servir a la nutrición de los que deben ser expulsados.
La parte imaginativa del alma es la facultad que conserva las impresiones de las cosas percibidas por los sentidos, cuando ellas ya han sido retiradas del contacto de los sentidos que las han percibido; ésta las combina unas con otras y las separa unas de otras; esta facultad también asocia cosas que ha percibido a cosas que jamás ha percibido y cuya percepción hasta es imposible (...) y muchas otras cosas imposibles que esa facultad forja y a las que ella presta una existencia imaginaria.
La parte atractiva del alma es la facultad que lleva al hombre a desear una cosa o a alejarse de ella por aversión. De esta facultad proceden los actos siguientes: el hecho de perseguir una cosa o de evitarla, de elegirla o desecharla; la cólera y la benevolencia, el temor y el coraje; la crueldad y la misericordia; el amor y el odio y gran número de otros sentimientos análogos del alma.
La parte intelectual del alma, es esa facultad existente en el hombre, por la que él es inteligente, se libra a la reflexión, adquiere la ciencia, distingue entre las acciones feas y las que son nobles.
La parte intelectual opera en el:
-Orden práctico: es todo aquello que concierne a las artes o son puramente meditativas (examina acerca de una cosa que uno se propone ejecutar y en el momento en que quiere hacerla, si ella es posible o no, y, en caso de que ella puede cumplirse, cómo es menester ejecutarla).
-Orden especulativo: el hombre conoce, por las ciencias, las cosas invariables, tales como ellas son, y a las que designa de una manera absoluta.

El alma es, en cierto modo, la materia y la inteligencia es su forma; si ésta no se desarrolla las aptitudes del alma son nulas y sin objeto; “mismo el alma, si está desprovista de razón, nada bueno es”.
Transgredir o cumplir la Ley sólo lo pueden dos de las diferentes partes del alma: la sensitiva y la atractiva; es en estas dos partes que se producen las trasgresiones y los actos de piedad. En cuanto a la parte nutritiva y a la imaginativa, ellas no son susceptibles ni de acto de piedad, ni de pecado, en virtud de que ni el pensamiento, ni el libre arbitrio tiene acción sobre ellas, y de que el hombre por el esfuerzo de su pensamiento, no es capaz de suspender la actividad de ellas, ni de restringirlas en cualquier punto. La prueba de ello está en que de entre todas las facultades del alma, sólo esas dos, la nutritiva y la imaginativa, actúan aún durante el sueño.

 

LAS ENFERMEDADES DEL ALMA

Los antiguos han dicho que el alma, como el cuerpo, puede estar sana o enferma.
Se dice que el alma está sana cuando ella y sus diferentes partes se hallan en la disposición requerida para cumplir constantemente lo que es bueno, bello y noble; y se le dice enferma, cuando ella misma y sus partes están inclinadas a hacer constantemente lo que es malo, vergonzoso y feo. Lo que concierne a la salud y a la enfermedad del cuerpo es objeto de estudio de la medicina.
Aquellos cuya alma está enferma, esto es, los hombres malos y viciosos, se representan el mal como siendo el bien y el bien como siendo el mal; más, el malvado aspira siempre a las cosas extremas que, en realidad, son malas, pero que a causa de la enfermedad de que su alma está afectada, le parecen buenas.
Los que padecen enfermedad del alma deben consultar a los sabios, que son los médicos de las almas; y éstos les prohibirán esas cosas  malas que ellos creen buenas y les tratarán según el arte propio para curar las costumbres del alma. El destino de aquellos cuya alma está enferma, pero que no tienen conciencia de ello y no se hacen cuidar, es el del enfermo que, siguiendo su placer y no haciéndose cuidar, corre seguramente a su pérdida (27).       

 

LA RAZÓN PURA DEL ANTIPSICOLOGISMO DE MARIO BUNGE

“El psicologismo, es la tesis según la cual todo hecho social es en última instancia psicológico” (John Stuart Mill).
El psicologismo, así entendido, es sólo una parte de la historia y no explica los problemas sociales como la desigualdad, el desempleo, los ciclos económicos y los conflictos en general.
Todos sabemos que no hay acción en el vacío social y que es la matriz social que da forma a la acción y al mismo tiempo es originada por ella.
El psicoanálisis es la versión más popular del psicologismo que no ha logrado nunca una sola prueba experimental de sus afirmaciones.
La psiquiatría, por otro lado, empezó a “avanzar” desde mediados de la década de 1950, cuando comenzaron a tratar con razonable eficacia los procesos afectivos y psicóticos mediante fármacos (esquizofrenia, depresión, manía, fobias, crisis de pánico, bulimia nerviosa) pero aún hoy se resisten y no son eficaces los fármacos para los trastornos de la personalidad y muchos de estos medicamentos tienen efectos colaterales o secundarios indeseables.
La neurobiología trata de refutar al psicoanálisis no sólo porque los tratamientos con fármacos y terapias de la conducta ofrecen, cada vez, una alternativa eficaz sino porque también la logoterapia es muy cara.
Una de las piedras fundamentales del psicoanálisis es que no hay olvido. Cuando un episodio no se recuerda es porque es vergonzoso o doloroso y el superyó lo ha reprimido. La psicología con soporte neurobiológico señala al olvido como desaparición lisa y llana de lo aprendido y recordado.
La larga y fatigosa tarea psicoanalítica, asaz interminable, concluye por construir un paciente resignado con cierto grado de aceptación de sus problemas que termina por pensar y hablar como su psicoterapeuta.
En todo caso, sabemos desde hace mucho, que no bastan conocimientos médicos o psicológicos para emprender un tratamiento exitoso: la ocupación, el rango social, el lugar de residencia, la situación socioeconómica, el nivel educativo, influyen sobre la salud tanto que la esperanza de vida de los ricos es diez años superior a la de los pobres.
La psicología (y muchas otras disciplinas) está plagada de una oscura y pretenciosa jerga cuya única función es hacer pasar lugares comunes como avances científicos pretendiendo explicarlo todo.
Mario Bunge, puede o no tener razón. Una de sus hijas es psicóloga pero él, como padre, fisicomatemático, filósofo y epistemólogo se encarga, cada vez que puede, de justificarla...(3,4,5).

 

¿ LA CURACIÓN POR EL ESPÍRITU ES SÓLO PSICOTERAPIA ?

El término psicoterapia se utiliza para describir una amplia variedad de actividades tanto que resulta poco creíble que todos aquellos que dicen ejercerla desempeñen en realidad la misma ocupación.
Constituye una serie de medios conscientemente elegidos gracias a los cuales, dentro del marco de una relación profesional establecida de manera deliberada, individuos adiestrados mantienen un intercambio con la gente que busca o necesita atención con el fin de promover pautas de conducta más adaptativas; eliminar, modificar o inhibir los síntomas de las enfermedades psíquicas o del malestar psicológico; estimular el desarrollo de la personalidad (Mowbray; Wolberg) (7).
La psicoterapia es una transacción entre dos personas, depende sólo del intercambio de informaciones verbales y no verbales (kinesia, gestos); pretende estimular la adquisición de autoconocimiento emocional significativo; favorece el aprendizaje de sí mismo descifrando e interpretando lo que se consideran mensajes inconscientes del paciente; se pretende que el paciente aprenda algo y cambie por autodeterminación.
Muchas personas aparentemente bien informadas y también algunos médicos utilizan el término psicoterapia sólo para aludir al psicoanálisis, cosa que es un error. Actividades tan diversas como las terapias de grupo; familiares; ocupacionales; recreacionales (desfogarse en el papel de hincha del tablón en una cancha de football, en el ringside de una sangrienta noche de boxeo, en la “timba” de los fines de semana, con la “sesuda barra” del café al estilo discepoliano; en las carreras de caballos desde las cuadreras a los elegantes y exclusivos derby; el circo en general - además de la guerra, la ingeniería, la cultura, la política y las artes fue un gran invento “psicológico” de los romanos-); la hipnosis; la catarsis; el condicionamiento; el hecho de recibir consejos o advertencias; las técnicas directivas; la confesión, la gran creación de la religión católica; la comunicación profunda, sincera  y sin plazos entre fieles y entrañables amigos; la sublimación a través de las expresiones artísticas; la validación de la persona a través de paradigmas y valores a respetar y cumplir son, paracientíficamente hablando, psicoterapias con gran probabilidad de éxito si se pone empeño en curarse espiritualmente o a obtener finalidades más modestas como la conservación de las capacidades sociales y la promoción de pautas más adaptativas.
La escucha en nuestra sociedad actual es poco frecuente y carece de intensividad y compromiso. Sólo los pacientes interesantes, educados, acomodados, muy motivados o muy enfermos suelen ser vistos y oídos con mayor frecuencia y por más tiempo por los terapeutas, sobre todo si las consultas son privadas.
La afiliación religiosa, la clase social y el origen étnico del enfermo determinan en gran medida tanto el sistema ideológico con el que se identifica como los valores por los cuales vive. Estos factores y la actitud de las personas cercanas forman un inevitable condicionamiento para cualquier intercambio terapéutico.
Es posible que una persona enferma encuentre difícil o imposible hablar de temas que su cultura, su comunidad o la sociedad misma considere tabú o realizar cambios en su conducta que no serán aprobados por su ambiente.
La terapia tradicional, hasta el presente,  debe corresponder a los estándar de la denominada clase media; el paciente humilde, sencillo, poco educado es incapaz de moverse en el mundo del terapeuta y éste suele no comprender a este tipo de pacientes.
Los pobres tropiezan con grandes dificultades para la accesibilidad a los sistemas de salud mental y caen en el abismo de lo que el terapeuta “tiene” y el paciente  “no tiene”.
No existe modo alguno de predecir qué tipo de programa psicoterapéutico será más eficaz para un paciente determinado; la praxis en general se apoya en supuestos que concuerdan con el sentido común.
El beneficio que se obtiene no depende tanto de la formación del terapeuta como de su personalidad; el paciente termina por aceptar e incorporar los valores del terapeuta e imita la conducta de éste.
La imitación y la identificación no son hechos menores en la relación terapéutica y la finalidad es en todo caso el aprendizaje, es decir, la conservación o la restauración de las capacidades interpersonales necesarias para lograr un bienestar interno y un comportamiento social efectivo y aceptado.
La preocupación excesiva de una persona por el secreto y la elevada dosis de culpa surge del hecho de que concede demasiada importancia a sus faltas reales o imaginarias o que siente una profunda desconfianza respecto a su ambiente; una persona así se beneficia de una curación por el espíritu.
Muchas veces, después de que el paciente se ha recuperado de la enfermedad, necesita recuperarse del tratamiento (aforismo de Kline).

 

MEDICAMENTOS:

MITOS Y REALIDADES

El gasto en salud pública ha crecido desmesuradamente en los últimos años en todo el mundo; la sociedad está inefablemente biomedicalizada; la sociedad actual vive cuasi totalmente medicada; se consumen muchos más “remedios” de los que se debería y aparentemente hay muchas más “enfermedades” que antaño que, obviamente, tienen que ser tratadas con medicamentos; esto no es cierto en absoluto.
Para nosotros, la salud es un derecho y los medicamentos constituyen bienes sociales que deben estar al alcance de todas las personas por igual. Para otros, la salud no es un derecho y sólo es un valor más del mercado; en el mercado de la salud los medicamentos son los que mayor incidencia tienen en el costo total de la atención sanitaria de las personas y sus tratamientos y esto ha hecho, entre otras cosas, que la industria del medicamento sea la más rentable en nuestro planeta.
La salud del mundo, al menos en los países desarrollados, ha mejorado notablemente. La esperanza de vida se ha alargado; las enfermedades mortales son cada vez menos y al mismo tiempo, hay que admitirlo, las llamadas enfermedades degenerativas crónicas,  las discapacidades funcionales y la accidentología acompañan a la mayor edad que van teniendo las personas pero ello no justifica ni avala la mirada pesimista que tienen las industrias farmacéuticas y sus agentes acerca de la salud del mundo.
El envejecimiento, el embarazo, el parto, la menopausia, los problemas mentales funcionales, la angustia, la infelicidad o la misma muerte no se curan ni mitigan con fármacos y no son, finalmente, enfermedades.
Los medios de comunicación (periódicos, revistas, televisión, radiotelefonía, testimonios de gente famosa, etc., etc.) se empeñan hasta el hartazgo, con una endeble y pobre “cobertura” científica, en convencernos que tenemos enfermedades o síntomas atribuibles a enfermedades que se solucionan con tal o cual medicamento. Ya no queda resquicio alguno para que nuestros padecimientos puedan deberse a una cuestión derivada de nuestra personalidad, temperamento o carácter; de ser reacciones disfóricas ante circunstancias vitales que consideramos negativas o de conductas antisociales o impropias derivadas de nuestra realidad, educación, cultura y situación socioeconómica.
Se sabe que la salud real o percibida es el primer factor que el ser humano tiene en cuenta cuando se le pregunta acerca de su bienestar general. Estar enfermo, como dijimos en estas páginas, compromete a toda la persona y si ésta no asume y acepta la enfermedad como un hecho asaz cíclico y transitorio o bien permanente, irreversible y fatalmente mortal y le otorga importancia desmedida sufre mucho más y reclama redobladas ayudas.
La salud entendida como un valor de mercado “necesita” sostener de cualquier manera un modelo de vida “patologizado”; el rendimiento de los capitales invertidos en la oferta para la salud (en realidad, reparación de enfermedades) y en especial la industria farmacéutica tiene relación directa con la expansión de las enfermedades, su continuidad en el tiempo y la firme creencia y aceptación que todas ellas se curan con medicamentos.
Así las cosas, se hace cada vez más difícil identificar la propia salud, el bienestar biopsicosocial y la calidad de vida.
“Fabricar” enfermedades no es para nada imposible y hasta se pueden legitimar como hemos dicho al nombrar en otro lado el DSM en que se puede, y de hecho se hace, transformar un rasgo en un trastorno o enfermedad (ejemplo: la timidez convertida en trastorno de ansiedad social).
Actualmente, hay numerosos medicamentos (psicofármacos) que se prescriben para tratar trastornos de la personalidad que no son necesariamente enfermedades y no se utilizan o se aplican poco terapéuticas no medicamentosas que las hay diversas para “curarse por el espíritu”.
Hoy en día, no por casualidad, existen muchos síndromes, trastornos, enfermedades o problemas de salud que hace algunos años no eran considerados como tales.
Hay demasiados “remedios nuevos”, como si lo último fuera siempre lo mejor, que no han hecho su prueba clínica a través del tiempo, es decir, no han sido estudiados en muchísimas personas y a larguísimo plazo y que tienen al menos el mismo efecto que los “remedios antiguos” que se sabe curaban siempre y cuyo costo económico es mucho menor (como cuestan menos se discontinúan o directamente se retiran del mercado).
Una situación inquietante es la automedicación y la utilización indiscriminada de suplementos nutricionales y o alimentos publicitados como medicamentos que se compran y consumen por toneladas en efectores comerciales no sanitarios (supermercados, herboristerías, dietéticas). La malnutrición existe pero debe ser detectada y tratada  por los equipos de salud.
Hay enfermedades de “prestigio” como los cánceres, el Alzheimer y otras que cuentan con medicamentos curen o no. Hay otras enfermedades, sin prestigio, que padecen en general los pobres como el Chagas, la lepra, las epilepsias, las parasitosis intestinales, el paludismo, etc. para las que no se consiguen fácilmente los medicamentos necesarios.
Hace muchos años que hay una sustitución de terapias naturales no patentables por sustancias sintéticas patentables y lucrativas (ejemplo: la osteoporosis postmenopáusica se beneficia igual o más consumiendo un poco de leche de vaca, queso fresco, pan con calcio y caminando diariamente veinte calles por día que medicándose con estrógenos, calcio y calcitonina; es mejor y mucho más barato).
El sistema sanitario y los propios pacientes han internalizado el paradigma de que hay que eliminar las molestias o el dolor lo más rápidamente posible y que las soluciones terapéuticas tienen que ser rápidas y fáciles aunque el costo sea tomar varias pastillas diferentes por día y por largo tiempo (en Argentina, el consumo de psicofármacos antidepresivos está aumentando al 12 % anual).
La mayor parte de los medicamentos suelen ser terapéuticos a dosis adecuadas durante cierto tiempo, cuando se exageran las dosis y el tiempo de administración se convierten en venenos o tóxicos. Como se ve, la diferencia entre un medicamento y un veneno es cuestión de dosis o cantidad. Muchísimos remedios no curan y producen efectos inconvenientes, indeseables o adversos a veces muy graves. Es cierto, muchas veces es peor el remedio que la enfermedad.
Hay un verdadera y suicida perversión ideológica al creer que cualquier situación humana que se escape de los cánones establecidos es una enfermedad y que cada enfermedad tenga su propio medicamento curativo.
Molière (Jean Baptiste Poquelin; 1622 – 1673), si hoy escribiera “El enfermo imaginario” (1673) tendría que situar la responsabilidad por fuera del paciente, en lo que hoy se llama modelo y sistema.
El ajuste de la situación descripta pasa por pensar en las necesidades reales de la personas antes que en las innovaciones; dejar de lado las soluciones facilistas; comprender el valor social de las intervenciones terapéuticas antes que la novedad tecnológica.
En la cúspide de las realizaciones humanas están las “necesidades de autorrealización”, es decir, el cumplimiento de las potencialidades profundas de la persona que, por otra parte, dan sentido a la vida (Abraham Maslow, 1940); el soporte de esto son las bases biofisiológicas (alimento, agua, aire, abrigo, techo). Entre la base y la cúspide están la autoestima, la aceptación, el amor, la amistad, el afecto, la pertenencia y la seguridad o protección.
La vida es mucho más que consumir; tener éxito, fama, celebridad; estar conectados sin estar verdaderamente comunicados; aparentar sin vivir; declamar sin comprometerse; la realidad espiritual de cada uno es mucho más real, misteriosa, profunda y trascendente que todo el materialismo (14, 18, 23, 25, 28).

 
 
A MODO DE CONCLUSIONES

A lo largo de este ensayo, desde el principio, no tuvimos el propósito de demostrar nada y mucho menos llegar a conclusiones apodícticas. “Encontrarle sentido a todas las cosas es una enfermedad de nuestra época” (Picasso).
Hemos querido rescatar la subjetividad, la espiritualidad de la persona humana sean cual sean las posturas científicas o no científicas que pretenden definirla y caracterizarla.
La subjetividad constituye por lo menos más de la mitad del destino del hombre. La salud de esa subjetividad marcará la posibilidad de tener bienestar, concretar proyectos, sostener valores, tener una cuota de felicidad.
Los médicos y los terapeutas en general deberían obligarse a no olvidar en sus tratamientos eso que en un tiempo se llamaba “influencia de la moral sobre lo físico” según decía Claude Bernard. Todo lo más específicamente humano nada tiene que ver con la ciencia.
Tiene sentido, aunque la mayoría encontraría carencia de sentido, la relación entre las enfermedades orgánicas y la condición íntima (espiritual, afectiva, emocional) de aquellas personas que las padecen.
Los sanadores de todos los tiempos han debido tratar con hombres reales, humanos, para los que no bastaba la “administración” de la enfermedad como un puro flujo de materia y energía.
von Leyden, patrón de la medicina clínica alemana a comienzos del siglo XX enseñaba a sus discípulos que el primer acto del tratamiento médico es el acto de dar la mano al paciente (12).
El juicio sobre el acontecer humano no es sólo estadístico e intelectual y apoyado en la patología científica. No se pueden soslayar los acontecimientos de la vida personal de un ser humano enfermo, su relación con su familia, las características de su trabajo, sus convicciones religiosas, sus inclinaciones políticas, la relación de su intimidad y su vida instintiva. Todo ello hace a la gramática de cada espiritualidad. “La enfermedad no es un “quiste biológico” más o menos largo y penoso en la general biografía del enfermo” (12).
Actualmente, nos parece, deberíamos reaccionar contra la aplicación de una ciencia excesivamente analítica y mecanicista que biologiza  demasiado lo anímico pero, al mismo tiempo, tratar de no caer en el riesgoso opuesto de psicologizar lo físico a ultranza.
El fin de las medicinas no es hacer patología sino curar o mejorar a los enfermos, aunque muchos tratamientos no tengan demasiada conexión con los fenómenos morbosos y sus explicaciones.
No es posible, ni bueno, acercarse a las personas con una esquematización artificiosa que es, además, siempre insuficiente.
La reinstauración de las “ciencias del espíritu” y de las relaciones de la vida entera debería ser siempre parte de los fundamentos de una medicina integral para las personas.
El desarrollo abrumador de nuestra sociedad, la disminución progresiva de la vida privada, de la intimidad, la excesiva y asfixiante información y “comunicación”, la desigualdad, la violencia hacen que no haya tiempo y sosiego para que la espiritualidad crezca, se desarrolle y madure; ser original, libre, independiente y saludable requiere un esfuerzo cada vez mayor.
El bienestar espiritual no es falta de enfermedad sino la condición para mejor lograr las metas que cada uno se formule que, por otra parte, nada tienen que ver con las necesidades biológicas.
Dostoiewsky decía: “el hombre sólo existe por el fin de probarse a sí mismo que es un hombre y no un órgano mecánico...aunque sea con sufrimiento físico, aunque signifique volver atrás en la civilización” (8).
Freud, al contrario de lo que muchos creen, no menoscababa lo cerebral ante lo mental; decía: “yo no tengo inclinación a sostener lo psicológico como flotando en el aire sin fundamento orgánico alguno...Dejemos a los biólogos ir tan lejos como puedan y vayamos nosotros tan lejos como podamos. Algún día ambos nos encontraremos”.

 
BIBLIOGRAFÍA
    1. Aguinis, Marcos y Laguna, Justo: “Nuevos diálogos. Una mirada humanista sobre los grandes temas”; Editorial Sudamericana; Buenos Aires; 1998.
    2. Bercherie, Paul: “Génesis de los conceptos freudianos”; Editorial Paidós; Buenos Aires; 1988.
    3.  Bunge, Mario: “Las ciencias sociales en discusión. Una perspectiva filosófica”; Editorial Sudamericana; Buenos Aires; 1999.
    4. Bunge, Mario: “Cápsulas”; Editorial Gedisa; Barcelona; 2003.
    5. Bunge, Mario: “Mitos, hechos y razones. Cuatro estudios sociales”; Editorial Sudamericana; Buenos Aires; 2004.
    6. Carballo, Juan Rof: “Medicina y actividad creadora”; Revista de Occidente; Madrid; 1964.
    7. Detre, Thomas P. y Jarecki, Henry G.: “Terapéutica psiquiátrica”; Salvat Editores, S.A.; Barcelona; 1974.
    8. Figini, Héctor A.: “El cerebro creador y admirador”; Editorial Dunken; Buenos Aires; 2004.
    9. Freud, Sigmund: “Los textos fundamentales del psicoanálisis”; Ediciones Altaya, S.A.; Barcelona; 1996.
    10. Goldar, Juan C.: “Cerebro límbico y psiquiatría”; Editorial Salerno; Buenos Aires; 1975.
    11. Goicoechea Romano, Cesáreo: “Diccionario de citas”; Editorial Labor, S.A.; Bilbao; 1952.
    12. Laín Entralgo, Pedro: “La historia clínica. Historia y teoría del relato patográfico”; Salvat Editores, S.A.; Barcelona; 1961.
    13. Laín Entralgo, Pedro: “Historia de la medicina”; Salvat Editores, S.A.; Barcelona; 1978.
    14. Nuevas enfermedades. La salud, un valor de mercado; Rev. Tiempos; Año 2, N° 65; págs. 10 – 13; 14 de enero; Buenos Aires; 2007.
    15. Outes, Diego L. y Tabasso, José V.: “Grundriss der psychiatrie de Carl Wernicke”; Editorial Polemos; Buenos Aires; 1996.
    16. Outes, Diego L., Tabasso, José V. y Florian, Luis: “Clasificación de las psicosis endógenas y su etiología diferenciada de Karl Leonhard”; Editorial Polemos; Buenos Aires; 1999.
    17. Platón: “La república”; Ediciones Altaya, S.A.; Barcelona; 1997.
    18. Sinay, Sergio: ¿Qué estamos haciendo con nuestra vida?; LNR, La Nación Revista; pág. 18 – 25; 14 de enero; Buenos Aires; 2007.
    19. Small, Leonard: “Psicoterapia y neurología. Problemas de diagnóstico diferencial”; Editorial Amorrortu; Buenos Aires; 1973.
    20. Strejilevich, Leonardo: “Cerebro, lenguaje y comunicación”; La Nación, Buenos Aires, Argentina; Sección 3ª., pág. 3, domingo 05 de noviembre; 1978.
    21. Strejilevich, Leonardo y Quiroga Luis F.: “Neurocibernética o el cerebro dinámico”;  El Tribuno, Salta, pág. XVI, jueves 22 de marzo; 1979.
    22. Strejilevich, Leonardo y Quiroga, Luis F.: “Sueño, ensueño, conciencia y vigilia”; El Intransigente, Salta, pág. VI y VII, Suplemento Dominical; domingo 15 de junio; 1980.
    23. Strejilevich, Leonardo: “Medicamentos. mito y realidad”;  El Tribuno, Salta, págs. 4 y 5, 02 de febrero; 1986.
    24. Strejilevich, Leonardo: Fundamentos de neurología. Morfología y Bioestructura Funcional. Propedéutica para una Neurología y Neurocirugía Integrada”; 1(un) volumen de 372 págs. Editorial COBAS. Comisión Bicameral Examinadora de Obras de Autores Salteños; Salta (Argentina); 1994.
    25. Strejilevich, Leonardo: “La vejez. aspectos biopsicosociales y tecnicopolíticos”;  1 (un) volumen de 191 págs. ; Editorial Víctor Manuel Hanne Editor; Salta (Argentina); 1998.
    26. Strejilevich, Leonardo: “De la enfermedad”; Diario El Tribuno; pág. 2; Salta; 05 de septiembre; 2003.
    27. Strejilevich, Leonardo: “Maimónides. pensamiento en acto”; 1 (un) volumen de 96 págs.; Editorial Milá (AMIA); Buenos Aires; 2004.
    28. Strejilevich, Leonardo: “Gerontología social”; 1 (un) volumen de 448 págs.; Editorial Dunken; Buenos Aires; 2004.
    29. Strejilevich, Leonardo: “Aportes para una sociología Argentina”; 1 (un) volumen de 98 págs.; Editorial Unión del Personal Civil de la Nación (UPCN), Secretaría de Cultura y Publicaciones, Secretaría de Coordinación de Interior y Delegación Regional Salta; Colección UPCN en las Letras, Buenos Aires; 2005.
    30. Strejilevich, Leonardo: “La interpretación de los sueños”; Diario El Tribuno; pág. 2; Salta; 28 de agosto; 2006.

 

 

ÍNDICE

 

Citas ad hoc     .........................................................................................................…      2
Prólogo     ....................................................................................................................      3
 “El grito” de Edvard Munch (1893)     .......................................................................      7
La curación     .............................................................................................................       8
El diagnóstico y el tratamiento     ...............................................................................      11
De la enfermedad     ....................................................................................................     17
Diagnóstico y causalidad controversial
en psicología, psiquiatría y neurología     ...................................................................      19
Neurología, psiquiatría y psicología     .......................................................................      25
¿La interpretación de los sueños es previa a Freud?    ...............................................      30
Freudianas     ..............................................................................................................      32
La psicología de Maimónides (1135 – 1204)     ........................................................       45
La razón pura del antipsicologismo de Mario Bunge     ............................................       52
¿La curación por el espíritu es sólo psicoterapia?     .................................................       54
Medicamentos: mitos y realidades     .........................................................................      57
A modo de conclusiones     ........................................................................................      61
“Melancolía” de Edvard Munch (1892 - 1893)     ......................................................     64
Bibliografía     ..............................................................................................................    65
   

 

 

Texto de contratapa

 

"En esta postmodernidad llena de incertidumbre y caos; de crisis de demasiadas cosas incluyendo un número considerable de valores; de desigualdades e inequidades masivas; de un pensamiento totalizador que pretende ser único aunque sea indigesto; nos atrevemos con las palabras de este ensayo a rescatar el valor de la subjetividad de la persona humana que sigue siendo el eje de nuestras fuerzas y también de nuestras debilidades. La integridad de la salud mental o espiritual de los seres humanos unida a una saludable y justa sociedad que nos contenga, seguramente, nos hará más felices".

 

“La curación por el espíritu”, de Leonardo Strejilevich,
obtuvo el Primer Premio Ensayo, en los Concursos Literarios Provinciales 2006, organizados por la Secretaría de Cultura de la Provincia de Salta (República Argentina)

                                     Leonardo Strejilevich

         Médico.
Master en Gerontología Social de la Universidad Autónoma de Madrid
Dedicado a la Neurogerontología – Neurogeriatría y Gerontología  Social.     Periodista científico. Ensayista. Ex – Docente Facultad de Medicina y Facultad de Farmacia y Bioquímica de la Universidad de Buenos Aires. Ex Profesor Regular Adjunto  Facultad de Ciencias de la Salud de la Universidad Nacional de Salta. Ex - Director General Comisión Permanente de Carrera del Ministerio de Salud Pública del Gobierno de la Provincia de Salta. Ex – Miembro activo del Laboratorio de Investigaciones Neuroanatómicas  Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires. Premios de la Academia Nacional de Medicina, Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires y Universidad Maimónides de Buenos Aires. Publicó los libros: “Orientación en Anatomía Humana”; Ediciones Purinzon Librero y Editor; Bs. As.; 1975; “Fundamentos de Neurología”; Editorial COBAS. Comisión Bicameral Examinadora de Obras de Autores Salteños; Salta; 1994; “La vejez. Aspectos biopsicosociales y tecnicopolíticos”(Premio Nacional de Ensayo Federico Gauffin); Editorial Víctor Manuel Hanne; Salta; 1998; “Maimónides. Pensamiento en acto”; Editorial Milá (AMIA); Bs.As.; 2004; “Gerontología Social”; Editorial Dunken; Buenos Aires; 2004; “Aportes  para una Sociología Argentina”; Colección UPCN en las Letras; Buenos Aires; 2005; “La curación por el espíritu” (Primer Premio Ensayo; Concursos Literarios Provinciales 2006; Secretaría de Cultura de la Provincia de Salta) y más de 180 trabajos científicos, literarios y periodísticos.

 

 

Salta (República Argentina)

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