Historia de Salta

Güemes y los descontentos con su gobierno

 

Ricardo Federico MENA

La guerra de por sí cruel, se hace en todos los casos con recursos económicos. La Intendencia de Salta, abandonada a sus propios medios, hizo que nuestro héroe máximo, aplicara contribuciones forzosas dentro de la jurisdicción a su cargo, es decir las provincias de Salta y Jujuy. Naturalmente que esto en un principio fuera tolerado por las clases más pudientes, de modo que muchos de los que fueran sus amigos y hasta consejeros, le abandonaran y gestaran un movimiento en su contra, mientras se encontraba enfrentando el conflicto sur, con el gobernador de Tucumán Bernabé Aráoz. Todo parecía a pedir de boca por los conjurados, que eran nada menos que los mismos miembros del Cabildo. Formaron un partido que pasó a llamarse de la Patria Nueva, que propugnaba una Constitución para la Intendencia de Salta. Naturalmente que el momento no era propicio, ya que se enfrentaba el terrible peligro de las invasiones españolas por el Norte, y a la inflexibilidad de los tucumanos por el Sur. El Cabildo de Salta, luego de la suerte adversa de la batalla librada entre las huestes de Güemes y Aráoz en el Rincón de Marlopa, contaba con la adhesión y la ayuda del gobernador tucumano. También contaban con haber convencido a los gauchos, que Güemes había traicionado la causa de la patria, para alimentar intereses espúreos y personales en la disputa del frente sur. Nada más descabellado que ambas acusaciones. Por un lado estaba demostrada sobradamente la honestidad del General en la consecución de sus ideales y por el otro sus adversarios no tuvieron en cuenta que para el gauchaje, la figura prócer de don Martín Miguel, era una viva emoción.

Dentro del grupo de la Patria Nueva, circulaban figuras importantes de la acción y del pensamiento, entre los que nombraremos al Dr. Pedro Antonio Arias Velásquez, Dr. Facundo de Zuviría, don Ángel Mariano Zerda, Saturnino Saravia, don Dámaso Uriburu y otros no menos importantes. Esta Revolución que dio en llamarse la Revolución del Comercio, ya que a ella se adhirieron los más conspicuos comerciantes salteños, y hasta de las provincias del sur, ya que la guerra impedía la libre circulación de mercaderías entre Buenos Aires, la intendencia de Salta, hasta Lima pasando por el Alto Perú, se efectivizó el 24 de mayo de 1821, un día antes del onomástico de la Revolución de Mayo.

El gobernador delegado era a la sazón don José Ignacio de Gorriti, amigo personal de Güemes, que vio pasar la subversión, sin poder hacer nada en contrario, ya que el mismo núcleo de la disidencia estaba dentro del Cabildo, institución ésta, que le había concedido el poder. Se limitó solamente a recomendar su desistimiento. Todo parecía estar de lado de los conjurados, ya que luego de la suerte adversa en el campo de batalla de nuestro prócer local, esperaban la ayuda de su vencedor, don Bernabé Aráoz, que no llegó a concretarse. Gorriti rechazó su nombramiento para reemplazar a Güemes, y según los datos consignados por don Luís Oscar Colmenares, el doctor Facundo de Zuviría citaría años más tarde sus palabras: “Sin orden, sin unión, sin sacrificio no alcanzaremos a salvarnos. Hasta ahora no hemos conseguido concluir con la revolución que nos emancipe del yugo de España (…) El primer desastre que va a producir el cambio de gobierno que se proyecta, dado el estado y las circunstancias presentes, va a ser el desbordamiento impetuoso de las masas, adheridas como se hallan a Güemes, de todo corazón, y prevenidas contra la clase decente, de todo corazón también (…) Convénzanse, señores, que sólo Güemes es capaz de mantener en orden estas cosas. Güemes es en mi parecer indispensable, por ahora; es una necesidad social en el gobierno, mientras dure la guerra contra los españoles”.

Citado por el mismo historiador, los conjurados que no se arredraron labraron un acta de la cual reproducimos unos pocos párrafos: “En esta ciudad de Salta, a 24 de mayo de 1821, se ha presentado el suceso más expectable, que formará época en los fastos de la revolución. Por los enlaces consiguientes a esta, había gobernado el espacio de seis años, D.- Martín Güemes, contra el torrente de la voluntad del pueblo, que gemía en su propio silencio los incalculables males que ha sufrido (…) Esta acta traía una serie de puntos entre los que merecen destacarse:

1º- A la primera (sic) reducida a cortar la injusta guerra, con la heroica provincia de Tucumán, su apreciable hermana, que tan injustamente se sostenía por los caprichos de un hombre solo, empeñado en derramar y hacer correr, arroyos de sangre, se sancionó por su fin y por el establecimiento de una paz eterna a una lucha tan injusta como escandalosa.

2º- Sobre la deposición de don Martín Güemes, de la silla del gobierno, determinaron que quedara depuesto para siempre y quedar sacudidos de su abominable yugo.
3º- Que recayese el gobierno provisoriamente, en el señor teniente coronel. Alcalde de primer voto D. Saturnino Saravia.

4º- En la cuarta se proponía por comandante general de armas al Sr. Coronel Mayor, D. Antonino Fernández Cornejo. Firmaron el acta las siguientes personas: Saturnino Saravia, Manuel Antonio López, Baltasar Usandivaras, Alejo Arias, Gaspar José de Solá, Mariano Antonio de Echazú, Dámaso de Uriburu, Francisco Fernández Maldonado, Félix Ignacio Molina, escribano público de Cabildo, Gobierno y Hacienda. Siguen 145 firmas. Dato publicado por La Gazeta de Buenos Aires, el 19 de julio de 1821, y citado por don Luís Oscar Colmenares. Esta acta fue comunicada al gobierno de Tucumán el 25 de mayo de 1821.

Por su parte Güemes recibía un oficio donde en algunos párrafos se le decía: “…queda usted legítimamente depuesto de la magistratura que no mereció y borrado en todo, del catálogo de ciudadanos, por los crímenes con que ha manchado hasta el nombre americano, como se convencerá con la copia adjunta del acta que se le remite para su conocimiento. A la vista de ella requiere e intima a usted, esta Corporación, a nombre del pueblo, tropas y jefes militares que suscribieron la expresada acta, el cese total en el mando, y que a su recibo sin dilación alguna, retirándose de los confines de la provincia, hasta que ella según las circunstancias, le ordene su regreso; y dimita igualmente las tropas que acaudilló para el cúmulo de sus excesos…”, de don Bernardo Frías, citado por Luís Colmenares.

Güemes entonces volvió sobre sus pasos, decidido a sofocar la rebelión, arribando a la ciudad de Salta el 31 de mayo con una fuerza de seiscientos hombres. Siguió la ruta que siguiera Belgrano, que desemboca en la quebrada de Chachapoyas, apareciendo por el norte en el campo de Castañares, mientras que los revolucionarios se ubicaron en el campo de la Cruz. Por extraña coincidencia se trataba del mismo escenario donde habían confrontado las fuerzas de Belgrano y Tristán. La denominación de “La Cruz” se debió a que se hiciera colocar en aquél lugar una cruz de madera en homenaje a los caídos en la Batalla de Salta.

Los contendientes estaban a una distancia demasiado próxima entre sí, cuando nuestro general decidiera adelantarse con una partida de unos pocos gauchos al encuentro de una partida comandada por un porteño radicado en Salta, don Bonifacio Huergo, estrechamente adherido a los principios de la Patria Nueva. El encuentro cara a cara se efectivizó en medio de lacerantes recriminaciones de Huergo hacia la conducta de Güemes como gobernador. La traición y cobardía flotaba en el ambiente; los pájaros agoreros del atardecer habían alquilado balcones en los árboles cercanos para tener una mejor visualización de lo que allí sucedería. Güemes vestido sencillamente echaba lumbre por sus ojos negros, sin responder a la agresión, cuando Huergo, vestido con una capa azul que cubría las ancas de su caballo, con un golpe de mano y la presión de las espuelas sobre los ijares de su cabalgadura, la hiciera girar para dirigirse a todo galope hacia la ciudad. Mientras conversaba, fue abriendo lentamente su capa de paño azul, hasta que inopinadamente apareciera la pistola con la que descerrajara un tiro sobre el general. Güemes advirtiendo la maniobra, esquivó la bala, y el tiro pasó sobre su cabeza, para asustar a dos bumbunas que inocentemente conversaban sobre la rama de un árbol próximo. El general enardecido y mascullando quién sabe que desatinos, azuzó su palafrén y partió con la velocidad del viento en pos de esa traición llamada Huergo. Una vez más demostró su magnamidad, contentándose con rasgar de un sablazo, la capa de paño azul que se agitaba por el viento en su huída. Este hecho es citado por nuestro insigne historiador gümesiano licenciado Colmenares, citando a Bernardo Frías, que recibió el testimonio de contemporáneos del héroe, e interrogara a numerosos descendientes de sus adversarios. A continuación sin su guardia procedió a dirigirse hacia las huestes adversarias, y arengando a los gauchos, muy pronto le vitorearon acoplándose a su ejército. Los cabecillas huyeron en desbandada hacia la ciudad.

El día 31 de mayo, Güemes aplicó una severa sanción pecuniaria, por un monto superlativamente mayor que el acostumbrado, a cambio de sus vidas. Los comerciantes estaban ocultos en quién sabe que recónditos lugares, con sus comercios cerrados. El general autorizó entonces a sus gauchos a entrar en dichos comercios y abastecerse de las necesidades de su tropa. Así era la pena impuesta. Poco a poco fueron cayendo los conjurados y el clero pidió clemencia por ellos. Hasta doña Magdalena intercedió por la vida de algunos a quienes había ocultado en su casa, entre ellos a su ahijado don Gaspar Solá, que ostentaba el cargo de regidor en el depuesto Cabildo. Cuando Güemes entrara en la ciudad, ésta parecía desierta. Quizá algunas curiosas corrían los visillos para ver entrar a la tropa vencedora. Reiteramos, el general valido de su predicamento entre el gauchaje, actuó con la prestancia de los grandes, demostrando una vez más que no sólo era el hombre sino también la emoción. Hasta Bonifacio Huergo, pudo salvar su vida una vez más, y le fue impuesta la curiosa pena de entregar la misma cantidad de cuchillos con los que había armado a los gauchos convencidos. Al no poder cumplir totalmente la pena, debió comprarlos a las mismas personas que había armado, a un precio indicado por Güemes, naturalmente mucho mayor. Muchos de los cabecillas pudieron eludir las partidas del general, refugiándose en la ciudad de Tucumán, protegidos por Bernabé Aráoz. Don Mariano Benítez, uno de los principales cabecillas, refugiado en casa de su suegro don Matías Linares, pudo salvar su vida gracias a que la partida que lo trasladaba recibió la orden del propio Güemes de dejarlo escapar. A poco de huir se encontró con la vanguardia de Olañeta, que había destacado una partida al mando del teniente coronel José María Valdés. Luego sobrevendría lo ya conocido: Gorriti había vencido a Marquiegui, y Olañeta había retrocedido hasta Mojos, mientras Valdés había permanecido en Yavi al mando de 400 hombres; pero el jefe español, cuñado de Marquiegui que había caído prisionero insistía en volver a Salta y rescatarlo. Realizó una maniobra distractiva, y desde Oruro, continuó en seguimiento de Valdés para protegerlo, que había emprendido el camino llamado del Despoblado; en su trayecto se encontraría con Benítez. Enterado de la situación del 24, mandó aviso a Olañeta, y se dispuso a capturar o matar a Güemes en su propia casa. La treta surtió efecto la aciaga noche del 7 de junio de 1821. Los jefes de la Patria Nueva a esta sanción del 31 de mayo le llamaron “El Saqueo”. A pesar de no ser ésta una práctica aprobada, queda al menos la morigeración de la medida, al disponer Güemes que el saqueo de las tiendas fuera supervisado por sus oficiales.
La opinión de don Luís Oscar Colmenares respecto a este hecho es la siguiente que transcribo textualmente: “La sanción del 31 de mayo de 1821 fue grave y dura. Hoy sería insólita, pero dejó un gran saldo positivo: respetó íntegramente la vida humana, jamás impuso la pena de muerte a persona alguna”. En aquellos tiempos antes de la guerra las relaciones de Güemes con Aráoz no eran buenas, ya mientras el primero acusaba al segundo de inacción en cuanto se refiere a la causa de la Independencia, y de falta de cooperación en la lucha de frontera, el segundo recelaba del primero, que podía poner en peligro la estabilidad de su gobierno, ya que tenía sus propias preocupaciones en la organización de su República. Los enconos y recelos provenían también de que era público que desde 1817, Tucumán era el principal centro de residencia de los emigrados de Salta. A todo esto se agregaba un nuevo condimento que según el historiador Ventura Murga, era la desconfianza de Güemes, del ejército de Belgrano acantonado en la ciudad tucumana.

Dice Murga que desde 1817, “se registran numerosos documentos vinculados con los emigrados salteños, la mayoría con protocolos que hablan de transacciones comerciales, préstamos que recibían, ventas de sus esclavos, debido a la mala situación económica que padecían”. El trabajo de Murga cuenta con un apéndice documental, con una síntesis de esos documentos. El autor da mucho valor a un protocolo que versa sobre la denuncia que hace Isidoro Alberti el día 19-5-1820, ante escribano público. Se trata de una protesta contra Güemes por “los insultos, tropelías, vejaciones, y robos que me ha perpetrado y sobre los males y perjuicios que ha causado a la causa de la libertad en general”.

Alberti narra con lujo de detalles las vicisitudes que pasara desde que fuera detenido y trasladado a Salta. Explica que permanentemente estuvo incomunicado y sometido a simulacros de fusilamiento –uno de esos simulacros debería efectuarse si el reo levantaba la vista-. En todo momento negó la imputación de conjurado. Comenta el historiador Murga, que luego de la muerte de Güemes los emigrados volvieron a Salta y esto se hace notorio al desaparecer sus nombres del Archivo Histórico de la Provincia.

 

Fuente: Boletín Nº 35 -  INSTITUTO GÜEMESIANO DE SALTA
España 730 (ex casa del general D. Martín Miguel de Güemes)
Teléfono 054 – 0387 – 4215568
(A4400ANR) Salta, Capital · República Argentina
www.institutoguemesiano.gov.ar

 

 

 

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