Historia de Salta

Orígenes de la construcción del culto a Martín Güemes

                                                                 Por Gregorio A. Caro Figueroa

Este texto resume mi texto original sobre el tema. La versión que aquí se publica llega hasta el año 1931. La completa, incluyendo bibliografía detallada, abarca el periodo 1850-2000. 
 

El culto

            El modelado de la imagen del héroe y la construcción del culto a éste no parecen ser sólo necesidades de sociedades en gestación o de aquellas que buscan afirmarse. En las que superaron esas etapas, las crisis también pueden actualizar e intensificar esa demanda, interrogando el pasado y reactivando el culto a los padres fundadores. En el primer caso, lo hacen en busca de respuestas; en el segundo, de estímulos emocionales, de modelos y arquetipos morales.

         Ese culto actúa como una fuerza que personaliza, condensa, simplifica y dramatiza la complejidad histórica. Al recubrir la imagen del héroe de una aureola legendaria, la historia se hace visible, atractiva, fácilmente inteligible y socialmente compartible. Tal culto suele basarse no sólo en la leyenda y la imaginación histórica sino también en ese tipo de historia escrita destinada a explicar el pasado, e incluso agotarlo, por el protagonismo del héroe. Originariamente ese culto fue percibido y practicado como un culto al padre, advierte Sydney Hook.

El culto al héroe se presenta, pues, como una necesidad social que se satisface mediante una construcción a través del tiempo, destinada adquirir continuidad en el tiempo. Prefiero hablar de construcción del culto y no de invención del culto. La invención suele ser el producto de la inspiración de un genio individual. En el habla coloquial, “inventar” es sinónimo de fantasear y de mentir.

Invención y construcción

En tanto que construir  “es hacer una cosa juntando elementos necesarios” y preexistentes. Esos elementos o materiales son seleccionados, acopiados, ordenados, jerarquizados y formalizados. No se trata de materiales endebles y dispersos sino de materiales integrados a un rito y a los que se dota de sentido. La invención puede ser uno de los materiales de una construcción, pero no puede ser el único.   

El culto es una acción consiste en practicar, rendir o tributar honras a alguien o a algo. La acepción originaria que tuvo este vocablo en castellano es religiosa. En primer lugar, aludía al culto que se tributaba en honor a Dios; en segundo lugar, a la Virgen María, y, por último, a los santos.

Ese culto religioso podía ser interior y exterior. Por definición, el culto interior no estaba sujeto a ninguna ley civil. El culto exterior incluía los signos visibles organizados dentro de un conjunto de ceremonias mediante las cuales se manifestaban sentimientos religiosos y también civiles. De sus prácticas se ocupaban las convenciones, las leyes y las normas.

Los cultos civiles

         Las primeras fuentes escritas en castellano que dan cuenta de la utilización civil o profana del vocablo culto datan del siglo XVII. Pero es, a partir de la Revolución Francesa y más precisamente en la devoción por la antigüedad clásica, que el culto civil alcanzó el punto más alto al expresarse como “religión revolucionaria” o “religión nacional”. Proliferan bautismos, bodas, juramentos y funerales cívicos.  

La fe se laicizó. Los catecismos se secularizaron. La adoración de los santos inspiró y proporcionó elementos simbólicos para la adoración de los héroes cívicos. Los altares en los que el ciudadano debía rendir culto eran los erigidos en honor a la Patria. Ya no es Dios el Ser Supremo. Ahora lo es la Naturaleza “de la que son hijas todas las naciones, siendo la francesa la niña mimada”. La Nación y sus forjadores son los nuevos objetos de adoración.

         Este culto civil republicano, al apropiarse de la herencia religiosa, se sacralizó. Los símbolos patrios adquirieron carácter sagrado. Los restos de los héroes comenzaron a ingresar a panteones los patrióticos dentro de los templos. Para perdurar y ser vistas, monumentos y estatuas de personajes civiles se hicieron en materiales resistentes y comenzaron a ocupar lugares públicos. Imágenes, símbolos, monumentos, celebraciones y desfiles patrióticos desplazaron, rivalizaron y, luego, coexistieron con sus versiones religiosas.   

Las celebraciones, las conmemoraciones, las festividades patrióticas ponen en escena recuerdos comunes, apunta Ricoeur. De tales fuentes, en línea directa, procede nuestra concepción del culto patriótico, dentro del cual el culto al héroe ocupó y sigue ocupando un lugar de relevancia.

Leyenda e historia

Aunque entre el culto, la tradición y la historia escrita hay vasos comunicantes, ellos son idénticos, ni semejantes. Tampoco son equiparables. La historia escrita puede proporcionar soportes a ese culto, pero no se confunde con éste: no se rige por sus pautas y no cede ante sus exigencias. Uno de los riesgos que trae aparejado el fundir y confundir culto con historia crítica, subordinando ésta a aquella, es el de provocar una hipertrofia de ese culto, a expensas de la investigación histórica.

No siempre las demandas del culto pueden ser satisfechas por la oferta de la investigación. A la inversa, no todos los frutos de la investigación histórica y los de la historia crítica, quizás la mayor parte de ellos, no se convierten en objeto de culto, dan pie a un culto y no lo refuerzan.

Un culto que no se alimente en alguna medida, al menos, de rigor histórico, es un culto expuesto a los riesgos de la anemia e incluso a los de su desvirtuación o de su extinción. Este tipo de  cultos es un modo que el hombre utiliza para intentar atrapar el tiempo, para religarse al pasado, para atemperar la angustia de la fugacidad y para “construir una envoltura protectora”.  

La leyenda, observa Scheler, se nutre de la memoria imaginativa, afectiva e imprecisa y que produce la “transfiguración en figuras irreales del hombre real”. La historia, por el contrario, explica Ricoeur, ejerce una función crítica respecto a los errores de esa memoria afectiva y sus imprecisiones e idealizaciones históricas. El culto es producto del equilibrio y la transacción entre imprecisión y rigor, entre espontaneidad colectiva y formalidad institucional.

El prócer, el héroe 

Así como en determinados períodos las sociedades incurren en “un exceso de memoria” y están aquejadas de “fiebre histórica”, tal hipertrofia puede manifestarse también como “exceso de celebraciones”, apoyadas  en lo que Nietzsche llama “historia monumental”, para la cual “todo lo grande debe ser eterno”. El exceso de memoria tiende a manifestarse como exceso de celebraciones. El culto al héroe se transforma en una demanda permanente e insatisfecha.     

Antes de repasar las etapas de la construcción del culto a Martín Miguel de Güemes, comencemos por precisar las denominaciones que a él se le dan: prócer o héroe, para no citar otras como caudillo, conductor, estadista, padre, hombre excepcional, gran hombre, etc.

De la palabra prócer hicieron, y aún hacen, uso y abuso las retóricas escolares y las liturgias patrióticas. Dentro de un estilo republicano y plebeyo, resulta difícil entender el uso del término prócer. Y lo es porque prócer es sinónimo de nobleza, majestad, eminencia o alta dignidad. Es una palabra cargada de fuerte sentido nobiliario, no igualitario ni republicano.

 Siendo así, parece más lógico y explicable que nuestros cultos patrióticos, impregnados de neo clasicismo, apelaran a la imagen del héroe.  ¿Qué significado tiene la palabra héroe? Por definición, héroe es un ser nacido de la unión de un dios o de una diosa con un humano mortal, de lo cual deriva su condición de mediador entre este mundo y el otro. Es una suerte de dios caído o de hombre divinizado.

Sustraídos del tiempo  

Su naturaleza es mixta, ambigua. Según Aristóteles, los héroes son física y moralmente superiores a los hombres, están por encima de ellos pero por debajo de los dioses. El héroe es, en parte, un personaje histórico y, en parte, un personaje ficticio. 

A partir de Hesíodo es un semidiós local, un numen protector local o regional. Aunque los héroes pertenecen al pasado y están privados de inmortalidad, se adscriben a la intemporalidad del mito y logran pervivir en la memoria atravesando el tiempo. Como dice Lord Raglan, ellos “están sustraídos del deterioro del tiempo”.

No son comunes mortales: son muertos singulares, excepcionales, sobresalientes. No sólo por su actividad, por sus hazañas guerreras sino por sus virtudes y por los móviles éticos de sus acciones. El héroe sigue viviendo por sus acciones “en la imagen de la fantasía, del mito, del canto, de la poesía”. Pero sigue viviendo, también, “como modelo de ser”.

Rasgos del héroe

Aunque “su raíz última es el coraje”, la condición de héroe no se agota en el guerrero. “El héroe es la personificación de lo noble, es decir, la suma de las excelencias y virtudes, no sólo puramente espirituales, sino vital-espirituales. El nacimiento, la nobleza natural y de sangre, la jerarquía racial desempeñan en este caso un papel muy distinto que en el genio”, señala Max Scheler.

No alcanza la estatura de héroe quien erige la guerra como fin en sí mismo y no como medio, añade. Tampoco lo es quien despliega un coraje temerario y obra a ciegas. Lo es “aquel hombre de realidades capaz de introducir ideas”. Héroe es el que se da y no quien sólo está obsesionado por recibir. No pueden llamarse héroes quienes “sólo se empeñan en conseguir prosperidad para sí mismos” sin o contra el grupo a que pertenecen. 

El héroe no alcanza el carácter de tal y no adquiere trascendencia sólo por sus aptitudes para asumir responsabilidades de organización, de conducción, decisión y acción, dice Hook. Tampoco lo alcanza sólo por su coraje y sus acciones heroicas. Según Scheler lo logra cuando “aquel hombre de realidades es capaz de introducir ideas”. También cuando su trayectoria vital es recogida por la memoria colectiva y cuando ésta es un componente de la historia escrita.

Muerte trágica y prematura

En su libro “Los héroes” (1937), Lord Ranglan enumera los factores que deben estar presentes en la figura del héroe. Los primeros casos aluden a hijos de dioses y de reyes. Los restantes pueden aplicarse a los héroes civiles y republicanos. Luego de gobernar y legislar durante un tiempo, estos hombres excepcionales pierden el favor de sus súbditos, son derrocados y expulsados de la ciudad y encuentran “una muerte trágica en un tiempo prematuro”. Su cuerpo permanece insepulto y, sin embargo, “el héroe tiene una o muchas tumbas en las que se celebra el culto”. 

         “Para que el héroe perviva en el imaginario popular es preciso que muera prematuramente, vale decir, antes que el tiempo haya podido desdibujar su fisonomía y sin que su fuerza haya podido marchitarse. Incluso cabe referir que cuanto más trágica y dolorosa es su muerte, más se agiganta su perfil heroico”, anota Hugo Francisco Bauzá.

De la injuria al olvido

         Güemes fue idolatrado y también vituperado en vida. En 1822, diecisiete meses después de su muerte, el gobernador José Ignacio de Gorriti trasladó sus restos desde la capilla del Chamical a la ciudad de Salta. El 14 de noviembre de 1822 se realizaron honras fúnebres para depositar sus restos en la Iglesia Matriz donde se realizó su entierro “con toda aquella decencia que merecían sus notorios y distinguidos servicios”, escribe entonces el cura Francisco Fernández. 

         El ataúd, ”cubierto con el traje, la espada, y demás insignias del glorioso difunto”, entró a la ciudad al mediodía acompañado de cientos de gauchos de a caballo. Después fue olvidado durante: sólo su familia y sus fieles guardaron durante un cuarto de siglo su memoria. Transcurrieron casi veinticinco años entre su muerte y la publicación en Lima de su primera y breve biografía (1847) atribuida a su cuñado Manuel Puch en la que lo llama “espada fundadora de la independencia argentina”.

         Los principales rasgos del héroe ya están dibujados en esa semblanza escrita por Puch durante su exilio bajo la dictadura de Rosas. Güemes es de ilustre cuna y honorable familia. Es “genio emprendedor, audaz, inteligente”, “robusto y portentoso”, protagonista de acciones heroicas, inverosímiles y casi novelescas. Su perfil inspiraría a Píndaro y a Homero, a Ariosto o Taso, para escribir sus Epopeyas.

         ¿No es excesivo decir que Güemes fue olvidado durante ese cuarto de siglo? No demos la palabra a las conjeturas, sino la autoridad de Puch: “Pero él murió, y el ala cana del tiempo cubrió su tumba fría y solitaria. Como ha cubierto la de tantos héroes... Nosotros entre tanto cumplimos con el deber sagrado de encender en el templo de su gloria, un fanal pálido, pero sincero y puro, que sirva de guía al historiador imparcial, para llegar a su fosa y hacer el fiel retrato del guerreo infatigable, del patriota generoso, y del sincero amigo”.

         Derrocado Rosas, Manuel Puch y su hermano Dionisio regresaron al país y se instalaron en Salta. Durante la presidencia de Urquiza, Dionisio fue gobernador de Salta durante un breve periodo: desde octubre de 1856 hasta junio de 1857, fecha que renunció a su cargo por problemas de salud. Según Romero Sosa, el gobernador Puch tributó dos homenajes a Güemes: designando con el nombre de “La Estrella” a una calle de la ciudad y construyendo una estrella de mampostería en la plaza principal.  En 1858 Juana Manuela Gorriti escribe en Lima su evocación de Güemes.

Los otros olvidos   

         ¿Acaso, antes de 1850, el recuerdo y la gratitud habían abrigado la memoria de Belgrano o arropaban los últimos años del anciano San Martín muerto en su exilio Francia en agosto de 1850? Fue Sarmiento, otro desterrado, quien en 1841, “rescató el rol protagónico y heroico de San Martín en Chacabuco y Cancha Rayada”, precisa Mario Nascimbene. La escritura de la historia y la construcción del culto a nuestros grandes hombres fue iniciada, a partir de 1862, por los hombres de la Generación del 37 cuando éstos tenían cincuenta años. 

         Esa circunstancia influyó en la primera visión sesgada que muchos de los hombres de esa Generación tenían no sólo de Güemes sino de la reciente historia argentina, cuyo escenario y actores limitaban a Buenos Aires y el Litoral. Quienes, como el general José María Paz en sus “Memorias” (1855), lo recordaron lo hicieron para trasmitir una imagen negativa y un juicio crítico antes que laudatorio sobre el jefe de las milicias salteñas.

         A partir de 1862 se acentuó el interés por dotar de historias escrita a la Argentina a través de reconstruir la trayectoria de sus principales hombres. Ese año se inauguró la estatua de San Martín en Buenos Aires, acto en el que habló Mitre anticipando las líneas principales de su futura “Historia de San Martín y la emancipación americana”.  

Es cierto que en “Facundo” (1845) Sarmiento suscribió la versión negativa, disolvente y localista de Güemes. Ibarra, López, Bustos, Aráoz y Güemes se parecían demasiado pues su propósito era “destruir todo el derecho para hacer valer el suyo propio”. Pero no es menos cierto que en 1858, en carta a Salvador María del Carril, enmendó ese juicio: “Güemes, caudillo patriota fue reconocido por Buenos Aires y tuvo siempre la amistad con Belgrano. ¿Cómo juntar a Güemes con Artigas y Ramírez?”. Tal comparación es un error, añadió. (Obras Completas. Primera edición. Volumen XVIII. Página 97)

En “Grandes y pequeños hombres del Plata; Juan Bautista Alberdi salió al cruce de las críticas que Mitre, en su “Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina” (1858), hizo a Güemes. El autor de “Bases” dijo que Mitre se empeñaba en demostrar que la Argentina debía su independencia “a un general de Buenos Aires (Belgrano) y no a un general de Salta (Güemes)”. La política porteña, no conforme con dejar sin tesoro a las provincias, se empeñaba en dejarla “hasta sin gloria”. ¿Cómo puede afirmar Mitre que Güemes fue un “caudillo funesto” que peló más en la guerra civil que en la guerra de la independencia y cuyo ejemplo contribuyó a la desorganización?

         Transcurrieron veinte años, desde aquel homenaje del gobernador Puch, hasta que se retomó el interés por la figura de Güemes. En 1876, a instancias de su amigo Juan Martín Leguizamón, “el artista francés Ernest Charton pintó en Salta el primer retrato que refleja la fisonomía del patriota amigo de Belgrano”, obra que servirá de base de “toda la futura, variada y dispersa iconografía del caudillo salteño”, informa Romero Sosa en su trabajo “Iconografías norteñas” (1962)

En el Mausoleo Familiar

         Al año siguiente, el 14 de abril de 1877, los restos de Güemes fueron exhumados por segunda vez, ahora para ser trasladados desde la antigua Iglesia Catedral de la ciudad de Salta (ubicada en la actual calle Mitre primera cuadra) hacia el Mausoleo Familiar construido por el Cementerio de la Santa Cruz sobre un proyecto del franciscano Fray Luis Georgi.

          Recuerda el historiador Francisco Centeno, que en ese momento tenía 14 años, que el féretro de Güemes fue conducido “en el mejor landó que había en la ciudad”. Los restos de Güemes permanecieron en ese mausoleo, al lado de los de su esposa Carmen Puch, 42 años, entre 1877 y 1919. Sostiene Romero Sosa que el homenaje del 14 de  abril de 1877 “marca el primer hito concreto relacionado con la iniciativa de erigir en la ciudad de Salta un monumento recordatorio de tan alto prócer”.

         En 1877, el mismo año de este homenaje a Güemes, el jujeño Joaquín Carrillo lanza en su “Historia Civil de Jujuy” durísimos ataques contra aquél. Según Carrillo el sistema de Güemes fue un “comunismo que arrebataba sus bienes de fortuna al decente, al blanco, al propietario de los centros urbanos, o de las campañas pobladas para mantener el ocio y las pasiones del campesinado armado...”. 

         En 1880 son repatriados los restos de San Martín y en el acto hablan Sarmiento, Mitre y Nicolás Avellaneda. Al año siguiente Vicente Fidel López publica “La Revolución Argentina” donde destaca las hazañas de Güemes en la guerra de la independencia. La historia escrita acompaña el rescate de la memoria del jefe gaucho. 

En 1883 reaparece el nombre de Güemes en los “Apuntes históricos acerca de la vida militar del General Güemes”. Ese año, cuando tenía 80, los publica en Buenos Aires don Zacarías Yanzi, veterano de la guerra de la independencia. Yanzi describió los momentos previos y el clima político que se vivía en Salta antes de la emboscada realista en la cual resultó herido Güemes y reflejó el estado de ánimo de los gauchos después de la muerte del general.

Yanzi siente que su avanzada edad le autoriza a quebrar un largo silencio en torno a aquella época, sus acontecimientos y sus hombres: “Sobre la generación a la que pertenecí han caído ya por completo las tinieblas de la muerte”.  Güemes no ha sido aún reconocido, dice Yanzi. “Güemes, no tienes todavía cavada la fosa que te corresponde; el peso de la posteridad gravita mucho sobre tu polvo; para la mayor parte de los héroes de tu tiempo y de tu talla, la patria ha tenido mármoles, mientras sobre la tierra que te cubre, apenas crecen algunas malignas yerbecillas”. 

Velada lírico-literaria de 1885

         Dos años después de esa publicación, el gobierno y los vecinos de Salta rindieran el primer gran y formal homenaje a Güemes. El acto de conmemoración consistió en una velada lírico literaria que se realizó la noche del 17 de junio de 1885 en el antiguo Teatro Victoria que tuvo aquel día un lleno “de bote a bote”, pese a los dos grados bajo cero que hacían tiritar aquella noche a los salteños.
         Ninguno de los descendientes directos de Güemes asistió a la velada. “Habiéndose excusado la distinguida familia Güemes, según lo acordado por la Comisión Directiva, á mérito de razones que juzgó ésta atendibles, - se dispuso cederle los dos primeros palcos bajos a la derecha- que fueron ocupados por la Sra. Rosaura Castro de Güemes, esposa del Sr. D. Luis; Adela G. de Güemes (viuda del Sr. D. Martín (...)

          Al día siguiente de este acto, Luis Güemes Puch, primogénito del general que tenía entonces 67 años, envió una carta a Carranza, agradeciendo “el homenaje rendido a la memoria” de su “venerado padre”. Por su parte, Juana Manuela Gorriti, nacida en 1818 como Luis Güemes Puch, envió unas líneas desde Buenos Aires, donde estaba postrada por una grave enfermedad. “Muy pocos contemporáneos asistirán (a la velada): somos ya viejos y nos vamos, uno tras otro. Yo misma, que entonces era una niña, ya enervada y enferma, estoy cerca del sepulcro”. 

Esta velada sin precedentes, fue organizada por el historiador y abogado porteño Ángel Justiniano Carranza con el apoyo del gobierno provincial a cargo de Juan Solá. El acto constó de dieciocho partes, divididas en dos. La primera estuvo divida en doce partes, en las que se cantó el Himno Nacional, Carranza habló sobre Güemes, se ejecutaron composiciones musicales, se recitaron poetas a Güemes escritos por Juana Fowlis y Arturo Dávalos. En la segunda, además de música y canto, se leyeron una poesía escrita “por un deudo de Güemes” y otra por José María Zuviría. 

Aunque de familias de Santiago del Estero, Carranza nació accidentalmente en Buenos Aires. Cuando organizó el acto de homenaje a Güemes en Salta tenía 51 años. Venía de participar como “historiógrafo oficial” en la Expedición al Chaco que se realizó entre 1883 y 1884 y cuyo diario escribió “sobre el lomo del caballo” y publicó con el título “Expedición al Chaco Austral”, extenso libro impreso en Buenos Aires en 1884. 

Salta no lo comprendió

         El discurso de Carranza fue interrumpido varias veces por los aplausos del público. Güemes, dijo al comienzo, “es uno de los padres de nuestra nacionalidad”. Para Carranza, la proyección de la figura del general salteño trascendía los límites locales y también los regionales, pues él es uno de los “fundadores de la independencia” y “una herencia inestimable para los argentinos”. El suyo es un legado que había que rescatar de “los abismos del olvido”. Uno de los modos de hacerlo era ese homenaje, otro escribir su historia y también erigir su monumento. La idea fue recogida por una Comisión Popular de Homenaje que, a partir de 1898, se constituyó también en Buenos Aires. 

         En Güemes gloria militar y virtudes cívicas fueron de la mano. Él fue “el representante de la fuerza moral y material de la provincia”. No sólo alcanzó fama por su valentía, capacidad y desinterés, sino que fue “idolatrado” por el pueblo y conquistó el  respeto, incluso de los militares españoles. Con ese homenaje, enfatizó Carranza, los salteños asistían “a una resurrección histórica de Güemes”, después que “rencores ciegos” arrojaran “nieblas” sobre su obra.

           Luego de la interpretación en piano y violín de la Romanza de Guillermo Tell, la poetisa Juana Fowlis recita una apoteosis de Güemes que resuena en la sala como directo reproche a los enemigos locales del caudillo, muchos de cuyos antepasados asistían esa noche a la velada:  “rindiendo a su memoria una ovación / nos dice la conciencia que cumplimos, / el deber de una gran reparación. / Salta, su cuna, teatro de sus hechos, / su espíritu inmortal no comprendió. / atribuyéndole miras bastardas/ obstáculos  opuso que él venció. / La gente rica y noble resistía/ a la influencia moral del gran campeón/ sólo sus fieles gauchos le rodeaban/ en la tremenda lucha con el león”.

Reconocimiento nacional

         A la luz de las polémicas de Alberdi, de Vélez Sarsfield (1864) y de Vicente Fidel López (1882) con Mitre sobre Güemes, de la inclusión de Güemes –a partir de 1880- en la mayoría de los libros de lectura y de textos nacionales, de la publicación allí de los libros de Yanzi (1883) de la activa participación de Carranza en aquel homenaje (1885), de la acuñación (1894) de la primera medalla de homenaje a Güemes por la Junta de Historia y Numismática presidida por Mitre, de la Peregrinación Patriótica Universitaria (1894), de la edición de “Güemes y sus gauchos”, libro de Filiberto de Oliveira Cézar (1895), de la conformación de una Comisión en Buenos Aires (1898), de la propuesta de Adolfo Carranza (1904) de levantar un monumento a su memoria en la capital argentina, de la edición en 1905 de “La Guerra Gaucha” de Leopoldo Lugones y de la sanción (1907) de la Ley 5.689 sobre erección de un monumento en la ciudad porteña  ¿puede afirmarse que Güemes fue ignorado por Buenos Aires?

         ¿Es posible ignorar los matices y los cambios de opinión de alguno de los críticos de Güemes? En la primera edición de su “Historia de San Martín”, refiriéndose a las campañas de Güemes, Mitre reconoce que fue “la más extraordinaria guerra defensiva-ofensiva”. Fue, además, “la más completa”, “la más original” y “la más hermosa de cuantas en su género puede presentar la historia del Nuevo Mundo”. Por ello Salta y Güemes, añade Mitre, se hicieron acreedores “a la corona cívica y a la gratitud de los ciudadanos”.

         Tampoco se puede ignorar el interés de Adolfo Carranza quien, siendo director del Museo Histórico Nacional, impulsó en 1901 el viaje del plástico Aristene Papi a Salta para hacer una obra en el sitio donde murió Güemes. Ni olvidar el interés de Joaquín V. González apoyando en el Senado de la Nación los trabajos de Antonio Alice y la monumental historia de Bernardo Frías cuyo primer volumen apareció en 1902. No es posible desconocer que la Comisión Nacional de Festejos del Centenario de Mayo dedicó atención a Güemes y que ella fue la que dispuso por Ley 6.285 “erigir en la ciudad de Salta una estatua ecuestre al General Güemes”, destinando a esa obra una importante suma de dinero. La de Güemes figuraba junto a las de Pueyrredón, Las Heras y Arenales.

         En julio de 1907 apareció en Salta el primer número de la revista “Güemes” dirigida por la educadora Benita Campos, fundadora de la filial Salta de la Asociación Pro Patria con sede en Buenos Aires. Desde las páginas de “Güemes”, entre 1907 y 1921, Benita Campos llevó adelante una campaña de rescate de la memoria y de reivindicación de la trayectoria de Güemes cuyo objetivo central era lograr la construcción del monumento que lo recordara. A su iniciativa se debe el monolito levantado en avenida Belgrano y Balcarce en el sitio que fue herido Güemes.

Proyectos de monumentos

         El proyecto de erigir un monumento a Güemes en Buenos Aires antes que en Salta, fue cuestionado por Benita Campos. La polémica se encendió en 1909 y se propagó a Buenos Aires y otras provincias. Una colaboradora de “La Capital” de Rosario, en apoyo de la directora de Güemes, señaló que “ese monumento, destinado a honrar al invicto jefe gaucho, debía levantarse en la propia tierra del héroe, en Salta misma, y no en Buenos Aires donde se proyectó en un principio”. 

El boceto de ese monumento, obra del escultor Alfredo Bolognini, fue criticado duramente en Salta por no conocer el escenario salteño de las luchas de Güemes y imaginarlo parecido a Garibaldi. Poco después, en el año 1912, la polémica se desplaza a Salta donde se discute apasionadamente acerca de a qué personaje le corresponde ocupar el centro de la Plaza 9 de Julio: sí al monumento a Güemes o al de Arenales. En esa discusión resonaron “ecos de viejas rencillas de familias”.

         Con la idea de que allí se erigiría un monumento al jefe salteño, el 20 de julio de 1909 el gobierno nacional destinó $50.000 para “el arreglo y embellecimiento” de la Plaza Güemes de la ciudad de Salta. Los gastos se imputaban a la partida prevista para los actos de festejo del Centenario de Mayo. Mientras en 1910 se activan las tareas de la Comisión Popular Pro Monumento a Güemes presidida por David Zambrano Caro, el 20 de febrero de ese año se coloca la piedra fundamental del Monumento a la Batalla de Salta. 

         En 1911 David Peña publica en Córdoba su libro “El General Güemes y su importancia ante la historia”, reivindicando su figura El 16 de diciembre de 1915, en el acto de inauguración de la Galería Güemes en el centro porteño, Ricardo Rojas lee un extenso y laudatorio texto sobre el general salteño: “con Güemes nos encontramos en presencia de un carácter homérico. Necesitaríamos remontar a la Ilíada para encontrarle padre o hermano espiritual”, dice Rojas quien llama a Güemes “Cid americano”. Güemes es uno de esos personajes reinantes “por el derecho divino de su propia excelencia y superioridad” que ensalza Carlyle, añade.

Frescas aún las tradiciones familiares y de algunas lecturas, como “Juvenilia” donde Miguel Cané incluía a Güemes en una lista de “simples montoneros”, algunos miembros de la clase alta porteña manifestaron su rechazo por la inclusión del nombre de Güemes en esa galería ubicada en la céntrica esquina de Florida y San Martín.  

Panteón de las Glorias

         El 20 de octubre de 1919 a las 8 de la mañana, 97 años después de la muerte de Güemes, la urna con sus restos fue depositada en la actual Catedral Basílica de Salta, presidiendo el Panteón de las Glorias del Norte, inaugurado ese año por el interventor federal Manuel Carlés. En el decreto 106, del 19 de septiembre de ese año, Carlés establecía que, además de los de Güemes, se conservarían en ese Panteón los restos de los generales Rudencindo Alvarado y José Antonio Álvarez de Arenales. 

         Al vincular los héroes con los santos, relegando el carácter civil de aquellos, aquel día en su discurso, con mayor nitidez, Carlés imprimió un carácter religioso y militar al culto patriótico. “Héroes y santos fueron los próceres argentinos, mostrando que si el heroísmo del sacerdocio que conduce a la santidad, la santidad es la milicia que conduce al heroísmo, para que la reliquia de los generales de sus ejércitos sean consagradas como las reliquias de los santos en los templos del honor cristiano. En adelante la cruz de los templos será el asta de la bandera argentina, para significar que los héroes que tremolaron triunfantes la bandera de un pueblo libre, reposen dulcemente bajo la cruz redentora de una humanidad de caballeros”.

         Después de la secularización de los cementerios dispuesta por el gobierno de Dionisio Puch –cuñado de Güemes- el templo volvía a recibir muertos de extramuros de la iglesia. Los héroes se convertían en próceres. No sólo eran investidos caballeros: se los equiparaba con los santos. El patriotismo se envolvía en un manto religioso. La educación patriótica se extendía más allá de los textos. De la mano de la autoridad gubernamental, transportadas las urnas en cureñas militares, esos héroes ingresaban al templo mayor, donde se veneran al Señor y a la Virgen del Milagro. Allí Güemes debía ser venerado como “Un señor de los Milagros Humanos”, como escribió Joaquín Castellanos en 1926.  

Estatua ecuestre

En 1920 se constituye la Comisión Nacional de Homenaje a Güemes presidida por el presidente Hipólito Irigoyen e integrada, entre otros, por Pablo Saravia, Joaquín Castellanos y Juan Peirotti. El 17 de junio de 1921, durante los actos organizados con motivo del Centenario de la Muerte de Güemes por el gobernador Castellanos, se coloca la piedra fundamental del monumento, obra del escultor porteño de 44 años Víctor Garino, quien se inspiró en “La Guerra Gaucha” de Lugones. Fue el tucumano Alberto Padilla quien sugirió el sitio de su definitivo emplazamiento.

         No abordaré aquí el tema de los actos del Centenario. Sobre el particular puede consultarse mi artículo publicado en el número 368 de la revista “Todo e Historia” (Buenos Aires, marzo de 1998, página 56-58) En 1926 aparece “La tierra en armas”, drama en tres actos de Juan Carlos Dávalos. Ese mismo año se edita en Paraná el libro “Güemes y Urquiza” y se descubre en esa ciudad un busto de Güemes obra del escultor Zibellino.

         A finales del año 1930 el monumento a Güemes está casi terminado. La obra, que debió inaugurarse en septiembre de 1929, colocada sobre una base de granito, tiene seis metros de altura y 18 metros sobre el nivel de la ciudad y cien metros de diámetro. Consumió 15 toneladas de bronce y su costo fue de $500.948. El acto de inauguración se realizó el 20 de febrero de 1931 y fue presidido por el presidente de facto, el general salteño José Félix Uriburu, descendiente directo de una de las familias opositoras de Güemes.

         Descubierta la estatua de Güemes, Uriburu dice: “¡Ahí le teneís, incorporado definitivamente a la gloria! Bien merecía esta consagración de la posteridad, quien aceptó de sus contemporáneos por única recompensa a su heroísmo purísimo, el desfilar delante de su pueblo llevando en alto la bandera de la libertad americana”. Luego añadió: “Güemes representa el espíritu nacionalista. Ese fue su credo y ese fue su ideal. A él como a tantos varones ilustres les debe la Patria su existencia... ¡Salteños! A vuestro honor de argentinos confía la República este monumento, que perpetuará el recuerdo de uno de sus hijos predilectos: custodiadlo con amor para que sirva de inspiración y de ejemplo a las generaciones venideras”.

El supuesto desdén académico

         Con la inauguración del monumento a Güemes se cerraba una etapa de la construcción del culto a Güemes. Durante el siglo XX, esa labor fue acompañada y, a veces, se identificó y otras se diferenció por el trabajo de los historiadores. La acción de Güemes entre 1810 y 1821 fue tratada por Miguel Solá en el volumen X de la “Historia de la Nación Argentina” dirigida por Ricardo Levene y patrocinada por la Academia Nacional de la Historia.

         Las dos obras más importantes de Atilio Cornejo sobre Güemes fueron publicadas por la Academia Nacional de la Historia: en 1946 su “Historia de Güemes” y en 1951 “San Martín y Salta”. En los años ’40 otros académicos publicaron trabajos sobre Güemes, entre ellos, Ricardo Levene, Julio César Gancedo, Emilio Loza, Julio César Raffo de la Reta y Jacinto Yaben. ¿Se puede decir que esa Academia, a la que se formula el cargo de “mitrista y porteñista”, tuvo una deliberada actitud de indiferencia e incluso de rechazo hacia Güemes?

         En su “Bibliografía sobre Güemes”, editada en 1971, Atilio Cornejo consigna 264 obras sobre el general salteño o referidas al período en que actuó. De ese total, 169 fueron escritas por autores no salteños y 95 salteños o vinculados a Salta. La mayor parte de esas ediciones se hicieron en Buenos Aires. Todos los salteños que fueron o son académicos de número de la Academia difundieron sus trabajos sobre el tema en las publicaciones de esa institución. Desde comienzos del siglo XIX la prensa porteña dedicó amplias notas y suplementos la figura de Güemes.

         Concluyo con los primeros párrafos del artículo que publiqué el 21 de agosto de 2004 en el suplemento Ñ del diario “Clarín”: “La epidermis salteña está hiper sensibilizada: se siente herida en su orgullo por el supuesto desprecio porteño a su pasado y por el olvido de Martín Güemes, su principal personaje histórico. La que se espera no es una palabra crítica: es la de la historia tradicionalista y laudatoria”. Quizás lo que esté haciendo falta es que una historia rigurosa, crítica y exigente aporte una mejor comprensión del personaje y la época en que actuó.-
                           

                                                         Salta, 20 de septiembre de 2005    

Bibliografía principal

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