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Dr. RAMÓN CARRILLO

Por Leonardo Strejilevich

En estos tiempos de “dengue” epidémico, de miles de enfermos y algunos muertos que están incluidos en una amplia geografía que, hace sólo unas semanas, abarcaba al NOA y NEA de la Argentina y que hoy sobrepasa los límites de Buenos Aires los funcionarios sanitarios y políticos balbucean explicaciones que a nadie conforma; los medios de comunicación social penetran en todos los hogares argentinos dando a veces una imagen apocalíptica de la realidad sanitaria de esta epidemia de dengue y muestran no sólo los estragos producidos por los virus y su vector el mosquito sino también las condiciones de vida, de vivienda, de salubridad o falta de ella, de indefensión por pobreza estructural y falta de conocimiento y educación, de desgana e irresponsabilidad. Estos últimos días, muchos de estos funcionarios y algunos comunicadores recordaban a Ramón Carrillo y se lamentaban lacrimógenamente de no haber continuado sus pasos sin decirle a la gente que sus logros sanitarios pertenecen a un pasado (más de 60 años atrás) de esplendor en la política sanitaria y social de nuestro país y que, por razones diversas no justificables, no se siguió trabajando en este modelo sociosanitario; la perdurabilidad de los resultados depende de las acciones continuas que se realicen durante largo tiempo y todo el tiempo.

Ramón Carrillo, argentino, nació el 7 de marzo de 1906 en la ciudad de Santiago del Estero. Murió a la edad de 50 años, el 20 de diciembre de 1956, en la ciudad de Belem do Pará (Brasil) exiliado, pobre, enfermo y humillado. La repatriación de sus restos mortales tardaron dieciséis años (1972); hoy descansa en su tierra natal.

Nunca abrió consultorio privado ni ejerció la profesión en forma particular. Profesor universitario y formador de brillantes discípulos. Primer ministro de Salud Pública y Asistencia Social de la República Argentina (1946-1954). Planificador y pionero de la salud pública y de la medicina social argentina; estableció las bases de la organización hospitalaria; trazó el mejor plan sanitario concebido en el país y condujo enormes campañas, verdaderas hazañas sanitarias que erradicaron viejas enfermedades endémicas.

Ramón fue el mayor entre once hermanos. Hijo del profesor, periodista y político roquista, tres veces Diputado Provincial, Ramón Carrillo y de María Salomé Gómez Carrillo. Cursó estudios primarios en la Escuela Normal “Manuel Belgrano” y en 1923, a los dieciséis años, egresa como el mejor alumno de su promoción del Colegio Nacional de Santiago del Estero. A los quince años publica sus primeros trabajos: “Juan Felipe Ibarra: su vida y su tiempo” (monografía histórica premiada) y “Glosa de los servidores humildes” (propicia la protección social de la vejez).

En 1924 se dirige a Buenos Aires e ingresa a la Facultad de Ciencias Médicas; tres años más tarde, por sus relevantes calificaciones, es designado por concurso practicante del Hospital Nacional de Clínicas; asiste al Instituto de Clínica Quirúrgica dirigido por el Profesor Dr. José Arce, su primer maestro de cirugía y, simultáneamente, comienza a colaborar con el Dr. Manuel Balado, quien recientemente regresaba de los Estados Unidos trayendo adelantos y experiencias en neurocirugía. Completa sus estudios y se orienta definitivamente por el estudio y la práctica de la neurología y la neurocirugía.

Durante los años del practicantado, publica ensayos de la especialidad y aborda temas de psiquiatría, medicina general y filosofía. En 1928 publica, con Balado, sus primeros trabajos científicos, que constituyen las primeras obras orgánicas especializadas y sistematizadas de la especialidad en el país. Se gradúa de médico en 1929 (medalla de oro) y en 1930 da a conocer su primera gran obra “Radiología del cuarto ventrículo” que es el origen de su trabajo más importante “Yodoventriculografía. Fosa Posterior” (Premio nacional de Ciencias; 1938).

En 1930, obtiene la beca universitaria de Buenos Aires para perfeccionarse en Europa apadrinado por el Profesor Dr. Nerio Rojas. A través de las gestiones del profesor Baltasar, decano de la Facultad de Medicina de París, llega a Amsterdam y se incorpora al Centro de Estudios Neurológicos, el más importante del mundo por aquellos tiempos; trabaja dos años con C.U. Ariëns Kappers (titular de anatomía del sistema nervioso), R. Brouwer (jefe de clínica neurológica de la universidad) y Oljenik (neurocirujano discípulo de Harvey Cushing). Aprende a trabajar en equipo bajo una rigurosa disciplina y adopta el método científico que le permite realizar estudios e investigaciones en neuroanatomía, neurofisiología, neuropatología y neurocirugía en los campos de las esclerosis cerebrales, las poliomielitis experimentales, las técnicas de las impregnaciones para visualizar la neuroglía y la anatomía comparada del sistema nervioso.

Luego de una breve pasantía en París, asiste en Berlín a los cursos de Schülter en la Clínica Neurológica del Auffelans Krakenhaus. Vuelto a París, sigue los cursos de neurología clínica de Georges Guillain y trabaja en el laboratorio de Bertrand en la Salpetriére, revisando el material neuropatológico acumulado por Pierre Marie. Regresa a Buenos Aires en 1933; los profesores Arce y Balado le encargan la organización del laboratorio de neuropatología del Instituto de Clínica Quirúrgica; se dedica en forma exclusiva a la tarea en la institución pública y oficial practicando la neurocirugía por la mañana y organizando el laboratorio por la tarde.

Hasta el año 1939, se desempeña únicamente en la tarea asistencial, la investigación y la docencia; avanza en su perfeccionamiento y publica numerosos trabajos científicos. A partir de este año se hace cargo del servicio de neurología y neurocirugía del Hospital Militar Central. En 1942, muere Manuel Balado y Carrillo se presenta a concurso para optar al cargo de Profesor Titular de Neurocirugía de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad de Buenos Aires; gana el concurso; tenía sólo treinta y seis años. Dijo, entre otras cosas, en su clase inaugural, que el neurocirujano debía tener una formación estricta y cuidadosa puesto que se requería para la especialidad una gran capacidad técnica, salud física, vasto entrenamiento intelectual y muchos conocimientos adquiridos metódicamente. Sin un ideal altruista de trabajar por la gente y por la ciencia, se puede caer en la convicción materialista de que la vida es un botín legítimo del más fuerte.

Desde la cátedra, Carrillo hace escuela y forma discípulos; sin contar todavía cuarenta años se lo consideraba el neurólogo y neurocirujano más importante del país y era conocido en los círculos especializados del extranjero.

Con Ramón Carrillo, Manuel Balado y Ernesto Dowling, comienza en nuestro país la dedicación integral a la neurocirugía, la sistematización y el inicio del movimiento
neuroquirúrgico argentino. La obra de Carrillo es excepcionalmente sistemática, didáctica y objetiva; honra a la escuela médica argentina que se abre un camino propio en el contexto internacional.

Los estudios y hallazgos de Carrillo en materia de diagnóstico radiológico de la patología cerebral tuvieron, en su momento, una importancia similar al advenimiento de la tomografía axial computarizada o la resonancia nuclear magnética del cerebro en la actualidad.

Incursionó con acierto y siempre con espíritu crítico en los dominios de la psicocirugía, realizando excelentes estudios y oponiéndose a los conceptos interpretativos simplistas del Premio Nobel de Medicina Egas Moniz y de Freeman y Watts; publica sus conclusiones en 1952.

Carrillo afirmaba que el buen neurocirujano hace clínica, realiza una valoración crítica de ella, la integra con los resultados de las comprobaciones neurorradiológicas o de otros métodos de diagnóstico y opera al paciente; el neurocirujano debe ser un gran clínico neurólogo y que, además, opere bien. Ramón Carrillo abandona drásticamente su obra científica y médica al ser invitado en 1944, por el entonces Coronel Juan Domingo Perón quien le pide que colabore en la planificación y organización de la política sanitaria de nuestro país. En 1939, cuando ejercía el cargo de Jefe del Servicio de Neurología y Neurocirugía del Hospital Militar Central, tuvo oportunidad de acceder a la información clínica de miles de ciudadanos de veinte años aspirantes al servicio militar procedentes de todo el país y a estudios estadísticos sobre la cantidad de camas
disponibles por cada mil habitantes en el territorio nacional. Ya, en ese entonces, era consciente de los altos porcentajes de ineptitud física originados principalmente en las provincias pobres y postergadas y el real desmoronamiento y marginación del interior y, por otra parte, los grandes desniveles de camas hospitalarias disponibles entre la Capital Federal (9,61 por mil), Provincia de Buenos Aires (4,66 por mil); Misiones (0,88 por mil) y la región andina (0,00 por mil). Los establecimientos asistenciales con internación eran privilegio de las grandes ciudades y, aún en estos casos, las instituciones de servicio tenían carencias graves en materia de recursos
humanos, alimentación, medicamentos, instrumental y equipamiento médico. Las zonas rurales estaban totalmente desprotegidas y carecían de servicios de salud; todo el país contaba sólo con el 45% de las camas necesarias y las instituciones de atención médica públicas no revestían el carácter de servicio público sino que conservaban el espíritu de caridad y beneficencia.

En 1944, con estos diagnósticos y la convicción y el compromiso de corregir tal estado de cosas, comienza una asociación respetuosa e inteligente entre Perón y Carrillo que durará diez años y que concluye en 1954 en que el Presidente de la Nación no podrá o no querrá sostener a su Ministro de Salud Pública y que obliga a Carrillo a renunciar al cargo y a alejarse del país.

Carrillo nunca hizo política en el sentido partidario, pero fue un hombre con gran sentido político que utilizó para convencer, para hacer, para conseguir apoyos y para evitar las innumerables trampas que le tendieron no sólo la oposición sino también algunos círculos del gobierno.

Carrillo se resistió siempre a perseguir a nadie y no pocos opositores formaron parte de los cuadros de conducción y técnicos de la Secretaría de Salud Pública de la Nación, creada el 23 de mayo de 1946 y que más tarde se transformará en el Ministerio de Salud Pública y Asistencia Social de la Nación en el que, además de las funciones de atención médica y sanitaria, se incorporaron acciones de asistencia social y ayuda comunitaria. Hasta ese momento, la medicina era una profesión y actividad privada destinada a reparar la salud perdida de los enfermos individuales. Las instituciones hospitalarias atendían a los grupos humanos marginales o desprotegidos bajo el concepto de la caridad y el estado sólo intervenía subsidiariamente en la atención médica. La realidad de nuestro país mostraba: a) estado sanitario deplorable; b) déficit de camas y hospitales; c) inadecuada distribución geográfica de los recursos; d) falta de personal técnico; e) bajas remuneraciones de profesionales y trabajadores de la salud; f) ausencia de información estadística; g) inexistencia de estructuras de administración hospitalaria eficaces y eficientes; h) falta de seguros sociales y regímenes previsionales; i) mortalidad infantil elevadísima; j) enfermedades endémicas como la tuberculosis, el paludismo, la fiebre amarilla, la enfermedad de Chagas, el bocio, la lepra, etc. que no habían sido afrontadas desde el punto de vista sanitario y social en forma sistemática; k) la atención de los niños y ancianos dependían de las instituciones de caridad.

Carrillo decidió revertir esta situación a partir de la óptica social, humanista y cristiana y del axioma que no puede haber medicina sin medicina social y que ésta no puede existir sin una política social de Estado poniendo en evidencia que el mayor porcentaje de las enfermedades de nuestra gente se producen por las sociopatías (desnutrición, falta de viviendas, viviendas antihigiénicas, salarios insuficientes).

En su concepción, los problemas de salud y enfermedad deben ser considerados como responsabilidad indelegable del Estado; la política sanitaria debe estar respaldada por una política social; la política social no puede existir sin una economía organizada en beneficio de las mayorías, en consecuencia, los objetivos y fines de la atención médica organizada y dirigida por el Estado debe orientarse hacia las mayorías no pudientes a través de un proceso creciente de hominización y humanización de la medicina.

Carrillo define su acción en tres grandes áreas: 1) la medicina asistencial que es pasiva y resuelve el problema individual; 2) la medicina sanitaria, que es defensiva y protege; 3) la medicina social, que es activa, dinámica y preventiva. Arma un inmenso aparato sobre bases normativas, organizativas y de infraestructura aptas para la conducción y ejecución de una política de salud; elabora el “Plan Analítico de Salud Pública”, un estudio de cuatro mil páginas, completo y orgánico que incluye los objetivos principales y acciones del plan de salud. Organiza, en apoyo del plan, una estructura administrativa basada en la centralización normativa (normalización, unificación y tipificación de criterios, procedimientos, mecanismos y servicios para todo el país) y descentralización ejecutiva (asignación de competencias y funciones por sectores de actividad, regionalización sanitaria del país, participación de las provincias, municipalidades y delegaciones regionales); estas normas constituyen el libro “Teoría del Hospital”, con los tomos de “Arquitectura” y “Administración”.

Los resultados positivos de la aplicación del plan se vieron en poco tiempo a través del éxito obtenido en las campañas masivas de vacunación antivariólica y antidiftérica, los catastros radiográficos pulmonares realizados en todo el territorio nacional (zonas urbanas y rurales), obligatoriedad de los certificados de vacuna para ingresar a escuelas y colegios, viajar, efectuar trámites; lucha antipalúdica en el Norte; campaña contra la fiebre amarilla en la frontera con Bolivia, la tuberculosis, la viruela, el alastrim, la rabia...

La mortalidad infantil, del 90 por mil en 1940 descendió al 56 por mil en 1955; esto se logró no sólo por la acción sanitaria directa a través de los miles de centros de protección materno- infantiles creados por Carrillo sino también gracias a una política social que elevó los índices de nutrición, higiene, bienestar y condiciones de vida (en 1946, la Argentina tenía un tercio de su población subalimentada).

Junto a las campañas sanitarias, Carrillo encaró un plan orgánico de creación y construcción de hospitales y centros de salud tipificando sus características arquitectónicas, los requerimientos de personal, la normatización de sus servicios, de su administración y de sus economatos. Hizo construir numerosos hospitales generales, institutos especializados, centros asistenciales para enfermos crónicos, ciudades-hospitales (unidades hospitalarias integradas). Prácticamente, la base actual del número y calidad de los hospitales de nuestro país deviene y aún se mantiene desde aquella época, pese a que muchas de estas estructuras fueron destinadas ulteriormente para otros fines.

Este enorme y febril esfuerzo necesitó el mismo empeño para la formación de recursos humanos para la salud: esto se hizo en universidades y en niveles de educación terciaria, así se produjeron inspectores y supervisores sanitarios, visitadoras de higiene, bioestadígrafos, administradores hospitalarios, técnicos radiólogos, médicos higienistas. Se dictaron normas y medidas reguladoras del ejercicio profesional, reglamentación de especialidades, ética y deontología, organización gremial, estatuto profesional, enfermedades profesionales, caja de jubilaciones, etc.

Toda la acción de Carrillo estaba orientada a poner a la medicina en función social para lograr una asistencia individual, familiar y comunitaria completa y continua, con accesibilidad y gratuidad total para la población que la necesite y con profesionales que actúen para y en la comunidad ofreciendo sus servicios mancomunados según la demanda y atendiendo a las necesidades médicas y sanitarias de la población.

Carrillo logró resultados asombrosos para su tiempo, sobre todo, teniendo en cuenta que no había por entonces una conciencia sanitaria en el Estado ni en la sociedad (ahora, pese al tiempo transcurrido, parece que tampoco). En 1946 había en nuestro país 66.300 camas hospitalarias; en 1951 sumaban 114.000. En sólo dos años, terminó con el paludismo. En 1946 el índice de mortalidad por tuberculosis era de 130 por cien mil; en 1954 descendió a 36 por cien mil. Las enfermedades venéreas desaparecieron casi en su totalidad. La lepra fue circunscripta a los leprosarios preparados y habilitados adecuadamente. Concluyó con las epidemias de tifus exantemático. Organizó la vigilancia epidemiológica y la medicina preventiva.

El derecho al trabajo, el derecho a la salud y el derecho a la educación está en la base de toda sociedad justa; esto lo comprendió acabadamente Carrillo. El Estado conducido sanitariamente por Ramón Carrillo logra entre 1946 y 1954 elevar el número de camas de 66.300 a 134.218; duplica el presupuesto, expresado en moneda constante, en cuatro años; produce un incremento del recurso humano para la salud en un 168% en cinco años; pone en marcha el primer esfuerzo para fabricar medicamentos con medios propios; lleva la tasa de mortalidad general de aproximadamente el 10% al 8,5% y la mortalidad infantil de más del 80 al 65 por mil de nacidos vivos.

Propugnó y concilió la asociación de intereses de los tres subsectores de la salud (públicoprivado- obras sociales). Ayudó a construir un sistema de seguridad social que aportó ventajas y soluciones a las necesidades y requerimientos de los trabajadores, haciéndoles participar en el producto social y también en el mejoramiento del sistema productivo y en las condiciones laborales. Los sindicatos y las obras sociales fueron las organizaciones institucionalizadas que formularon las metas para la seguridad social y aún representan una base operativa esencial para lograr objetivos políticos fundamentales en el área de la salud.

Carrillo desempeñó un papel trascendente en la elaboración de una unidad conceptual en materia de política sanitaria y social asumida desde el propio Estado, sin lograr modificar del todo los intereses vigentes en el campo de la salud. La tarea y la propuesta de Carrillo confirman que “la grandeza no se alcanza buscando explicación a la propia debilidad”; la grandeza se alcanza haciendo lo difícil, con esfuerzo, convicción y compromiso; alejando los fantasmas del pasado; rechazando las incertidumbres del
presente; anticipando la acción al percibir lúcidamente cómo se construye el futuro; evaporando los prejuicios y sentimientos negativos o inválidos.

Publicado en www.elintransigente.com.ar; 17 de abril; 2009.