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Carlos Hugo Aparicio

Novelista y poeta. Nacido en la Quiaca – Jujuy, ha fijado en Salta su lugar de residencia desde hace ya muchísimos años, transformándose en un hijo dilecto de la ciudad.

Rigor y fantasía en singular alianza cimentan los orígenes de una aventura poética en dinámica mutación, capaz de asombrarnos permanentemente por la prodigiosa memoria de prestigiosos seres que nunca, sin embargo, enmascaran los signos de la propia.

Su primer libro es de poesías y lo publica en 1965 a los treinta años de edad, "Pedro Orilla", al que siguen "El grillo ciudadano" (1968) y "Andamios" (1980). Posteriormente publicó "El silbo en el aire", una antología de sus diferentes textos poéticos; sus obras publicadas se completan con algunos cuadernillos de gran valor.

Su primera novela, "Trenes del sur" (1988), ."Es mi libro que más quiero; en él está todo lo que soy, lo que fui y lo que seré", Esta novela fue leída por la profesora Geneviéve Despinoy, de Toulouse, Francia, quien le manifestó." con su libro Trenes del Sur quedé fascinada, me cautivó y decidí estudiar toda su obra." Con este trabajo se doctoró Despinoy.

Ofrece una densa trama lingüística, un mundo de transiciones. Su ciudad natal, La Quiaca -un lugar fronterizo de gran movimiento en ese entonces- le permite explorar diversas situaciones, que las hace presente en sus relatos "Los Bultos" (1974) y "Sombras del fondo" (1982).

Entre los numerosos galardones que ha recibido podemos recordar el Primer Premio Regional de Literatura, otorgado por la Secretaría de Cultura de la Nación (por "Trenes del sur") y el Premio Mejor Escritor del Año, por el conjunto de su obra literaria de 1986.

Entre 1987 a 1991 fue Director de la Biblioteca Provincial “Presidente Victorino de la Plaza” donde tuvo una brillante actuación.

Miembro de la Academia Argentina de Letras, Salta, enero de 1991.

 

TEMA INFINITO

Yo también soy obrero y piso cada tarde,
en los umbrales doloridos de la noche,
el cansancio de mi sangre,
y me acodo en el perdón de la madera para compadecerme y olvidarme.
Oh qué tiempo éste que cae a mis pies
cuando vuelvo de la cara salada
a beber mi apellido con amigos iguales;
soy obrero de esta sangre que alcanza para llenar mi vaso
y sobra para inundar el tuyo.
Oh qué día de polvorientos ojos el que lloro
por comunes dolencias;
estoy junto al amor de unas paredes,
al delirio que a todos nos socava y en uno nos silencia.
Enamorado de la pena junto a tu sentimiento
cuento a todos mis humildes motivos,
tu voluntad de nadie para nada,
evitando mirarnos las ganas de morirnos.

Es la pasión febril de las cantinas,
hasta ellas caigo como un pétalo embarrado
a lavarme la herida con el agua del sueño,
a perder mi corazón por calles alunadas
donde salen amigos a abrazarme
y a compartir la flor de mi destino
golpeando la ciudad de madrugada.
Quién me dirá del sol que no ha ganado
lenta de culpa y sed la contrahuella,
y me pondrá sus ojos en mi vaso
y su rostro en mis lluvias venideras.
Quién ya no puede volver,
quién ya ni quiere,
de sus sorbos abstraídos,
y árido llora, solo de grave soledad,
duro a su muerte;
y quién sueña de sueño
entre los resplandores de otra amanecida
y más pobre se queda
dormido sobre el viento de un pañuelo.

Ay soñador callado en las cantinas,
crecerá por mi alma tu pesadilla rebelde,
tu forma angelical de conformarte.
Rincones del día castigado
recia luz de ternura
para la sed que nos hereda sin remedio,
del que paga con lágrimas su macha
-fósforos derrotados por el suelo.

Ay obrero del otoño en las manos,
de la frente apoyada en duros días,
soy hermano del gallo,
y del grillo
y hermano en las cantinas de todos los hombres de la tierra

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