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Hugo Alarcón

Nació en Salta el 18 de marzo de 1939.

Durante la generación literaria salteña de los años 60 Hugo Alarcón ocupó uno de los lugares privilegiados, no solo por su producción de alto vuelo, sino que, ella surgía de lo más intrínseco del hombre de pueblo, al que siempre dedicó sus inquietudes literarias. Pero, si en algo se valora más ese quehacer cultural, fue por el enorme respeto que a través de su producción humana de hombre sencillo, profesó a nuestros ancestros y a las culturas Indoamericana de nuestro continente, a las que dedicó muchas de sus relevantes páginas;

Intengró el ``Grupo Presencia'' que merced a su empuje cristalizó en el ambiente salteño con el aporte valioso de sus compañeros de ideales y luchas como lo fueron Benjamín Toro, Carlos Hugo Aparicio, Luis Andolfi, Jorge Díaz, Hugo Ovalle y muchos otros, que a lo largo de un tesonero andar por las sendas tradicionales, dejó marcada una etapa relevante en las letras salteñas;

Hugo Alarcón, siempre estuvo creando, produciendo, sin dejar, por ello, de mantener un contacto permanente con el pueblo, al que lo unía grandes ideales de justicia;

Supo llegar al auditorio, tanto a través de los inolvidables encuentros folclóricos, como así también a través de la radio y televisión, nacional y provincial, ganando así la aprobación general de sus creaciones, entre ellas la más notable y que fué grabada por más de 25 conjuntos, es aquella que dice ``El Que Toca Nunca Baila'';

Dejó impreso  solamente un libro de poemas compartido con los poetas Antonio Vilariño  y  Martín Adolfo Borelli. Tiene inéditos en libro las obras de teatro “Huayra, el hijo del hombre” y “Los espejos”, un volumen de cuentos “La paloma y el cóndor”. La Comisión Bicameral Examinadora de Obras de Autores Salteños le editó, póstumamente, el libro de poemas “Los últimos serán los primeros”.

Hugo Alarcón murió el 24 de junio de 1987.

Amancay

En el nombre del padre

del amor y la sangre

Dios

este dios tan hombre

me anticipó el cielo en una hija.

 

Para que mida la dimensión de las estrellas

hundiéndome en la tierra

y no hable del pan

sin conocer el hambre

ni ofrezca mi pluma

al obrero de azul

que pasa por mi calle.

¡Que le acompañe¡

en su aguinaldo avinagrado la desnuda resignación de su mujer

sus hijos

multiplicada evasión del hombre que perdió su sombra

                                                         en el último crepúsculo.

Aquí en los bodegones me crezco,

avergüenzo el madrigal de las confiterías

aprendiendo

un blanco calendario de pañales,

la antigua matemática de los alquileres

discutiendo el cedro de la cuna

inventando sonajeros de piedra.

 

La mujer

meciendo un desvelo

ordeña su dulce leche de huesos

con la sonrisa vieja de las flores

que mueren a la tarde inocentemente alegres

de habitar con pétalos el aire.

Ya planté el árbol de los abuelos

lo miro a dios de frente

y un ángel hace guardia en los ojos de mi niña.

 

(Del libro “Los últimos serán los primeros)

 

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