Salta – 1837

(Guerra con la Confederación Peruano – Boliviana)

El cierre de la frontera y la declaración de guerra a la Confederación Peruano-Boliviana:

El 13 de febrero de 1837 el gobierno de Rosas declaró por decreto cerrada toda comunicación comercial, epistolar y de cualquier género entre los habitantes de la República Argentina, y los de Perú y Bolivia, y que "en consecuencia nadie podría pasar del territorio de la primera al de las segundas bajo pena de ser considerado como traidor a la patria". Esta medida no sólo generó disgusto en el pueblo boliviano que se veía privado de su pequeño comercio con las provincias del norte de la Confederación Argentina, sino que también provocó temor entre ambos bolivianos y jujeños respecto de eventuales acciones militares en su tierra.

Escenario del Conflicto

Utilizando como pretexto las numerosas provocaciones de las fuerzas bolivianas en la frontera con las provincias del norte de la Confederación Argentina, y ajeno a la opinión de los pueblos de estas provincias (identificados con sus vecinos bolivianos y poco propensos a emprender la guerra al régimen de Santa Cruz), Rosas estuvo dispuesto a la opción bélica pues era una herramienta de cohesión política interna en su ininterrumpida lucha contra sus enemigos dentro y fuera del territorio de la Confederación Argentina. A su vez, Santa Cruz hizo un intento infructuoso por evitar la apertura de su frente sur, escribiendo una carta en la que le ofrecía su amistad y trataba de convencerlo de la total prescindencia del gobierno boliviano en la política interna de la Confederación Argentina. Sin embargo, el encargado de enviar este mensaje, general O'Brien, fue apresado e incomunicado por el gobierno de Buenos Aires. Por último, las noticias acerca de una invasión de Lavalle y Rivera a territorios de la Banda Oriental terminaron por decidir a Rosas a enfrentar a Santa Cruz, a quien el dictador porteño visualizaba como el instigador de todas las conspiraciones en su contra. El 16 de mayo Rosas designó a Alejandro Heredia "General en Gefe del Ejercito Argentino Confederado de Operaciones contra el tirano General Santa Cruz". Finalmente, y sin esperar la respuesta de las provincias a su solicitud de guerra contra Bolivia, efectuada el mismo día, el 19 de ese mes Rosas declaró que "la Confederación Argentina está en guerra con el gobierno de Santa Cruz, y sus sostenedores", como consecuencia de sus comprobados actos de hostilidad contra la Confederación Argentina y la independencia y el equilibrio americano.

El desarrollo de la guerra estuvo acompañado permanentemente del robo de ganado en las zonas fronterizas por parte de las fuerzas bolivianas, práctica facilitada por la inferioridad numérica y la falta de recursos materiales de los ejércitos encargados de contener las correrías de éstos. Esto exasperó a Heredia. A las falencias de los ejércitos federales se sumaron los rumores (seguramente no infundados) de que el teniente de gobernador jujeño en la Puna, coronel Boedo, encargado de vigilar la frontera con Bolivia, se valía de su posición para permitir el tráfico clandestino de animales hacia Bolivia, y de casos de espionaje como el de José Gabriel Ontiveros, quien fue descubierto como espía que suministraba información al general alemán Otto Philipp Braun, estratega de las fuerzas bolivianas. Atrapado por el coronel Boedo en la localidad de Yavi el 16 de mayo de 1837, Ontiveros logró fugarse. Estos episodios y otros muchos ayudan a ilustrar la muy limitada capacidad de convocatoria de los caudillos rosistas y bolivianos para lanzar a una guerra entre sí a los habitantes de una región que siempre se había concebido como un solo "pago", y que ahora estaba dividida por una frontera que sólo tenía significado para los poderes político-militares que la habían trazado a su arbitrio, dividiendo familias y haciendas.

Desarrollo de la guerra

Respecto de la dimensión estrictamente militar del conflicto, se pueden distinguir dos períodos diferentes:

A - Un período inicial, donde el balance de las operaciones militares resultó claramente desfavorable para las provincias del noroeste argentino, que contaban con escasos recursos y no obtuvieron la ayuda esperada ni de las otras provincias de la Confederación ni del propio gobierno de Rosas. Los ejércitos de la Confederación Peruano-Boliviana cruzaron la frontera y ocuparon exitosamente las localidades de Cochinoca, Iruya y Santa Victoria. Asimismo, como sabemos, las fuerzas de Santa Cruz obligaron al ejército chileno a firmar el Tratado de Paucarpata el 17 de noviembre de 1837, y derrotaron a las fuerzas de la Confederación Argentina en las batallas de Iruya y de Cuyambuyo (conocida como batalla de Montenegro por los bolivianos), el 11 y 24 de junio de 1838. En esta primera etapa la delicada situación económica de las provincias norteñas, encargadas de costear la guerra contra Bolivia, fue notoriamente agravada por las consecuencias del bloqueo francés.

B - Una segunda etapa en la que el balance de la guerra se inclinó a favor de las fuerzas chilenas, dado que (como sabemos) el ejército trasandino derrotó definitivamente a las fuerzas de Santa Cruz en la batalla de Yungay el 20 de enero de 1839. Esta derrota liquidó el sueño de una Confederación Peruano-Boliviana y motivó la caída de Santa Cruz en Bolivia, transformando en una victoria de Rosas y de los federales del Norte argentino lo que hasta ese momento había sido, si no una derrota, por lo menos una frustración sin visos de resolución.
    Como se dijo anteriormente, las provincias norteñas debieron sobrellevar el peso de la guerra contra la Confederación Peruano-Boliviana sin contar con los suficientes recursos para enfrentar a las fuerzas del régimen de Santa Cruz. Ilustra este hecho la carta de Rosas del 30 de abril de 1837 en respuesta a una anterior de Alejandro Heredia del 15 de febrero de 1837, en que éste afirmaba que el peso de la guerra no debía ser sobrellevado exclusivamente por las provincias del noroeste sino que debía ser compartido por las demás, incluyendo las del Litoral. Rosas explicaba en ella el motivo por el cual resultaría muy difícil a las provincias litorales contribuir en la guerra:

Por lo que respecta a las Provs. litorales de Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes, yo no dudo que cooperaran con empeño a tan justa como importante empresa, bien que si las cosas de la Banda Oriental no mejoraran de aspecto y llegan a tomar el muy terrible que ya se deja percibir, no haran poco en guardarse y defenderse por si solas sin pedir auxilio a las demas, porque crea U. que el orizonte Oriental me da mas que recelar, que el de Bolivia. Por estos lados litorales hay muchos Santa Cruces, y pocas Cruces Santas, porque estamos rodeados por todas partes de gente non Sancta, que como buitres estan acechando los momentos de darnos el picoton para sacarnos los ojos y devorarnos despues completamente (1).

La respuesta de Rosas mostraba además que tanto el jefe de la Confederación Argentina como los gobernadores del Litoral tenían sus mentes puestas en la guerra oriental y no en el Norte, con lo que se confirmaba la escasa conexión entre las provincias del noroeste, por un lado, y las de Buenos Aires y el Litoral por el otro, estando estas últimas más conectadas con la Banda Oriental que con la Puna jujeña. Ante los numerosos reclamos del tucumano en relación a la falta de cooperación del resto de las provincias confederadas, el dictador porteño aseguró que estas últimas cooperarían, "pero para no prometernos ni exigir de ellas mas de lo que es justo, es preciso poner en el caso de cada una, no mirando las cosas de afuera sino como se mirarian de adentro si uno mismo estubiese á la cabeza de ella" (2).

Además de la falta de apoyo material por parte de Buenos Aires y el Litoral, las provincias norteñas debieron soportar la contrariedad de llevar solas una guerra quizá mal conducida por Heredia, quien como ya se dijo sufrió a manos de las fuerzas bolivianas dos derrotas sucesivas en junio de 1838. En parte, el fracaso militar debe atribuirse al hecho de que cuando Rosas declaró formalmente la guerra a Santa Cruz, ya las provincias norteñas integrantes del Protectorado de Heredia revelaban debilidades internas que conspiraban contra la conformación de un aparato bélico adecuado para enfrentar a las fuerzas bolivianas. Los primeros síntomas de debilidad se manifestaron en Catamarca, en las desinteligencias entre el comandante general Juan Eusebio Balboa apoyado por las milicias de Belén, y el propio gobernador Cubas, acusado por Balboa y los suyos de estar vinculado a los "unitarios catamarqueños". Esta disputa no resultaba nada cómoda para Alejandro Heredia quien no confiaba en el grupo de Balboa pues éste tenía contactos con el comandante de La Rioja, brigadier general Tomás Brizuela, quien inspiraba recelo en Heredia. Por otra parte, el gobernador tucumano tampoco confiaba en su colega catamarqueño Cubas, porque aunque éste no le había dado motivos de sospecha, tampoco era un hombre de su elección personal. Para colmo, un miembro clave del gabinete de Cubas era cuestionado desde Buenos Aires, lo que incidió negativamente sobre el gobernador catamarqueño. La situación catamarqueña fue una causa importante en la demora del general en jefe del Ejército Confederado de Operaciones en iniciar la marcha hacia la frontera para enfrentar a las fuerzas de Santa Cruz.

Otro factor que demostró la falta de una estrategia unificada frente a las fuerzas bolivianas fue la presencia de ópticas discordantes respecto de la situación norteña que se reflejó en la correspondencia intercambiada entre Rosas y Alejandro Heredia. Rosas criticó especialmente la benevolencia de Heredia hacia algunos "unitarios" del interior emigrados a Bolivia. Como se desprende de esta carta, el dictador porteño intentó sin mucho resultado inculcar al gobernador tucumano su ortodoxia federal:

Hago a usted esta indicación porque noto que en sus oficios y proclamas no resuena tanto como es preciso la voz y Causa Santa de la Federación, y que por ejemplo al decir todo argentino, los buenos argentinos, todo patriota, los buenos patriotas no dice usted todo Argentino Federal, los buenos Argentinos Federales, todo Patriota Federal, los buenos Patriotas Federales, sobre lo que se yo que se fija mucho la atención por Federales y unitarios, aqui y en casi todas las provincias de la República, porque aquellos no tienen por buen argentino, ni por buen patriota, como no deben tenerlo, al que hoy día no es Federal, y estos para encubrirse de que son unitarios, y haciendo desprecio de la clasificación de Federal, usan de esas voces desnudas, buen argentino, buen patriota, las que por lo mismo si antes tenian entre nosotros una significación noble, hoy la tiene muy ambigua y sospechosa (3).

También el gobernador de Santiago del Estero, Felipe Ibarra, en plena guerra contra Santa Cruz, criticó la política flexible del tucumano respecto de los "unitarios" en términos bastante similares a los del dictador porteño. Aunque en tono relativamente amistoso, en una carta de octubre de 1837 Ibarra recriminaba a Heredia diciéndole:

Ya debemos estar cansados de conoser la tactica de los unitarios que no se reduce á otra cosa que enredar, malquistar y calumniar á todos los gefes de la Federacion cuando no pueden desfogar su zaña de otro modo. (...) Este es un estado vastante triste, y aun mas triste será si tu llegases á dar alguna importancia a los cuentos de bocas mordases que no se dirigen á otra cosa que á entorpeser y resfriar nuestra amistad en perjuicio de los pueblos que presidimos. Yo estoy persuadido que la menor desavenencia entre nosotros solo será util para nuestros comunes enemigos, que lo son igualmente de nuestro pais. Reflexciona pues cuanto debemos estar alerta y castigar seberamente en vez de dar oidos á cuanto picaros intenten de cualquier modo que sea devilitar la unión de estas provincias que dependen casi unicamente de la buena armonia de sus gefes (4).

Si bien estas disidencias entre el gobernador de Tucumán, y los de Buenos Aires y Santiago del Estero no llegaron a mayores, contribuyeron a agudizar las tensiones preexistentes y a desacreditar a Heredia, quien además de recibir permanentes reprimendas por parte del dictador porteño, no logró obtener el suficiente respaldo financiero de Buenos Aires. Para colmo, existía desunión dentro del mismo Ejército Confederado. Como advertía Heredia a Rosas:

(el ejército) está creado sobre volcanes que había formado el tirano Santa Cruz, y sostenido sobre hogueras que se alimentan con todo género de combustibles, que pueden muy bien calcularse desde que se saben las astutas maquinaciones del tirano y los escasos recursos que se han proporcionado desde que se declarró la guerra (5).

A la ausencia de éxitos militares se añadieron en esta primera etapa de la guerra los problemas derivados de las deserciones y la desmoralización en los lugares fronterizos, vinculados a la escasa vocación de los sectores populares de las provincias norteñas a hacer la guerra a sus vecinos, con quienes mantenían lazos comerciales y de todo tipo que la guerra afectaba. Por ejemplo, hacia noviembre de 1837 el batallón jujeño "Defensores" tenía 76 desertores (más del 50% de su total) entre sargentos, cabos y soldados puneños, más algunos bolivianos. Miguel Angel Vergara señala al respecto:

En la Puna la situación moral era desastrosa. A pesar de las prohibiciones terminantes, sus vecinos se dedicaban al contrabando; vendían caballos y naranjas de Orán y compraban coca y otras especies a los enemigos. A tal punto llegaron las desconfianzas de los jefes argentinos respecto al espíritu de los puneños, que fue necesario separar de su puesto al comandante de Yavi don Fernando Arancibia. Ese espíritu antipatriótico manifestóse más, si cabe, en la mala voluntad que demostraban aquellas gentes cuando se las llamaba a constituir los escuadrones que defenderían el suelo argentino. Era una gravísima preocupación para los jefes la manifiesta adhesión de muchos puneños a Bolivia y su desprecio por la guerra. (...). En realidad, la vida militar que se pretendía imponer a aquellos hombres ya olvidados de la disciplina y entregados a la vida pastoril y agrícola, era extremadamente dura y sacrificada. Puede contemplarse a través de los documentos el afán militarista de algunos campamentos de La Quebrada. Los hombres mal vestidos y mal alimentados (porque eso fue un oprobio de nuestros soldados) debían ejercitarse en las maniobras de las armas todo el día, con el pensamiento de que en sus ranchos miserables, sufrían sus mujeres y sus hijos todas las privaciones que su ausencia les proporcionaba. De allí las deserciones infinitas de las filas argentinas (6).

Vale agregar que como contrapartida, también se registraron deserciones de bolivianos hacia las filas de la Confederación Argentina. Tal el caso, por ejemplo, de los soldados de las guarniciones de Iruya y Cochinoca, que preferían pasarse de bando antes que luchar contra las provincias norteñas, lo que demuestra una vez más la artificialidad de la frontera. Por otra parte, es interesante observar cómo la prosa de Vergara citada arriba refleja la ingenua creencia de que pueda haber tal cosa como "patriotismo" cuando no existen lazos auténticos que justifiquen este sentimiento. En realidad, que un puneño desertara para no matar a sus primos del otro lado de la artificial frontera, y que un tarijeño desertara para no matar jujeños, era el noble reflejo del único "patriotismo" posible en esas circunstancias, patriotismo que no podía responder a Buenos Aires y ni siquiera a Tucumán, sino a los vecinos, socios comerciales y parientes.

La falta de respaldo del gobierno de Rosas a las fuerzas de Heredia hizo que éstas quedaran en situación vulnerable. En los primeros meses de 1838, los bolivianos con un ejército magníficamente armado, bajaban por la Quebrada de Humahuaca mientras las fuerzas de Heredia retrocedían por no contar con los recursos necesarios. La situación militar erosionó el prestigio local de Heredia, y su debilitamiento se vislumbró en manifestaciones sediciosas en la misma Tucumán, a través de un conato revolucionario encabezado por el comandante del regimiento Nº 9, Alejo Córdoba, en enero de 1838. Un mes después hubo un conato en Catamarca, cuando ingresó en su territorio el ex comandante Rentería con una partida de 50 hombres, que desalojó al nuevo jefe militar.

    La mencionada vulnerabilidad militar llevó a que los gobiernos de las provincias norteñas comenzaran a oponerse a la prolongación de la guerra. Ejemplo de ello fueron las palabras del gobernador delegado de Salta, Evaristo de Uriburu, al gobernador tucumano, insistiéndole en mayo sobre la necesidad de poner término a la guerra a través de tres cartas. En la correspondiente al 11 de mayo de 1838, le decía que:

En Tucumán están muy indignados con la conducta del señor Rosas por el abandono que á echo de nosotros: aquí no deja de sentirse el mismo disgusto, que como le dije a usted personalmente que algunos se havian animado á manifestármelo...

Cinco días después, el gobernador delegado salteño reiteraba su deseo de terminar la guerra ante Heredia con las siguientes palabras:

Los pueblos todos de la Republica decean la paz, y la necesitan, y muy particularmente estas provincias a quienes les hemos sacado la piel. Save Ud. que la guerra que hemos sostenido no á sido muy popular, y entre los milagros que hemos écho son el de sin querer haver écho coperar á todos tal ves contra su boluntad" (7).

Finalmente, y en un explícito reconocimiento respecto de la imposibilidad de seguir adelante en la guerra contra el régimen boliviano, Alejandro Heredia, quien inicialmente había mostrado signos de un enorme entusiasmo en llevar a cabo la guerra contra Santa Cruz, reconoció ante Rosas la triste realidad del fracaso de su proyecto de invadir a Bolivia:

El infrascripto general en gefe reitera nuevamente al exelentisimo gobernador de Buenos Aires Encargado por la Republica de las relaciones exteriores que el Ejercito de Operaciones sin mas recursos que los que tiene, y sin que todas las provincias tomen una parte activa en la honrosa lucha en que está empeñada aquella contribuyendo con un contingente de tropas que engrosen las filas de este, es materialmente imposible y contra todo calculo militar el poder invadir Bolivia, sino esponiendose á un contraste que comprometa el honor nacional y envuelva á las provincias del Norte a una ruina espantosa, debiendo ser estas donde el enemigo ejecute todo genero de venganzas por haber sido ellas y el Ejercito Confederado exclusivamente los que contubieron en abril ultimo todo su poder… (8).

En consecuencia, Heredia resolvió en el mes de agosto de 1838 regresar a Tucumán. Heredia no sólo retrocedió sino que dispuso la fragmentación del ejército y el licenciamiento de la tropa a sus respectivas provincias de origen. Esto permitió a Santa Cruz fortalecer su posición frente a los chilenos en la costa norte, replegando las fuerzas que se encontraban en el sur de Bolivia.

Otro elemento que caracterizó el transcurso de la guerra contra la Confederación Peruano-Boliviana fue la combinación de actividades de espionaje y venta de ganado a Bolivia por parte de sectores pudientes de la sociedad jujeña. Tal fue el caso, entre otros, de hombres como Mariano Sosa, Sebastián Condori, Juan de Dios Vargas, José María Calisaya, Rufino Flores -alcalde de Cochinoca-, Hilario Condori, Anselmo Estopiñán, Crispín Flores, Leonardo Gutiérrez y Julián Ramos, quienes eran agentes de los bolivianos: les vendían ganado y les suministraban noticias. Casi todos los vecinos del departamento jujeño de Cerro del Chañi vendían sus ganados a Bolivia y se ponían a las órdenes de las fuerzas de este Estado para servir de bomberos con el objetivo de realizar espionajes. Vale destacar que el mismo general Braun, jefe de las fuerzas bolivianas, y su segundo, general Medina Celi, fueron a Chañi en busca de ganado y adhesiones. Inclusive se registró el caso de "agentes dobles" como José Gregorio Abendaño, quien anduvo vendiendo información de uno y otro lado de la frontera hasta que el gobernador de Jujuy, Pedro Alemán, lo atrapó el 24 de mayo de 1838 (9).

Intento de acercamiento de Santa Cruz y ocaso de los Heredia

Pero no sólo los pueblos del Norte deseaban terminar con la guerra. Hacia 1838 el presidente boliviano, mariscal Andrés Santa Cruz, intentó un nuevo acercamiento con el gobierno de la Confederación Argentina. Temeroso de los preparativos del ejército chileno en su contra, consciente de las dificultades financieras que atravesaban las provincias norteñas para costear la guerra y conocedor del temperamento relativamente accesible de Heredia, el presidente boliviano buscó el acercamiento con el gobernador tucumano. La negociación fue iniciada a través de una carta del propio Santa Cruz a Alejandro Heredia, del 5 de junio de 1838. Santa Cruz apeló en esta ocasión a la inclinación de Heredia en favor de la rápida resolución de una guerra demasiado costosa para esas provincias, señalando además la ventaja de retornar a la paz y proporcionarse ventajas recíprocas. Dispuso además el presidente boliviano el envío del general en jefe Otto Braun para tratar de concertar la paz con Heredia.

El gobernador tucumano recibió las propuestas bolivianas de paz con una actitud que oscilaba entre la desconfianza y la esperanza de arribar a un acuerdo. Así se lo hizo saber Heredia al general Juan Bautista Paz:

Cada día apuro más a los enemigos y si quieren la paz ha de ser ésta conforme a los intereses de la República. Santa Cruz, para que haga tratados con él, me enamora, me hace ofertas pomposas, mas yo soy picarillo que no creo en ofertas, mas ellos están apurados y puede ser que me cumplan lo que me prometen, mas de ello sea lo que fuere yo me atengo a las tropas y al espíritu de ellas (1).

Pero las negociaciones entre Heredia, Braun y Santa Cruz no llegaron a feliz término. La designación de Napoleón Bonetti como representante del gobierno boliviano para cerrar las negociaciones de paz destruyó la posibilidad de acercamiento. Bonetti era un parlamentario boliviano procesado en la Confederación Argentina por traidor y criminal, fugado a Bolivia para eludir la acción de la justicia, y lo que era más grave, traía bajo su brazo un plan para alterar el orden político en las provincias norteñas. Heredia no reconoció la inmunidad parlamentaria de Bonetti, que fue encarcelado como espía y puesto a disposición del gobierno de Buenos Aires el 21 de agosto de 1838 (2).

Pronto el general en jefe Braun reclamó la libertad de Bonetti, añadiendo que su encarcelamiento le daba autorización al gobierno boliviano para reanudar las hostilidades. El 19 de octubre de 1838 Braun recibió la contestación de Heredia señalando que Bonetti no era un parlamentario, sino un criminal que se había presentado en el territorio de la Confederación para ser juzgado por los delitos cometidos.

Las pretensiones de Santa Cruz estaban sin duda sustentadas por sus éxitos militares frente a las provincias del Norte. Por cierto, en el interior de esas provincias las derrotas militares de los ejércitos de la Confederación Argentina comandados por Heredia abonaron el terreno para una progresiva campaña de descrédito político contra el Protector del Norte, campaña que logró adherentes no sólo entre los elementos unitarios sino también entre muchos de los antiguos partidarios de Heredia. Finalmente, el 12 de noviembre de 1838, acompañado por un grupo de jefes militares, el coronel Gavino Robles asesinó a Heredia en Lules. La Sala de Representantes de la provincia de Tucumán hizo conocer a Rosas lo ocurrido, presentándolo como un crimen producto de un plan terrorista gestado por Santa Cruz.

Con el asesinato de Alejandro Heredia se derrumbó toda la estructura de poder que éste había montado en las provincias norteñas. En Salta, Felipe Heredia ya se enfrentaba a graves problemas. El 26 de octubre de 1838, ante la negativa marcha de la guerra contra Santa Cruz y la creciente presión de los elementos unitarios, su delegado debió ordenar la clausura de la Legislatura provincial. Poco después, el asesinato de su hermano y principal sostén político quitó a Felipe el escaso margen de maniobra que le restaba. El 10 de diciembre de 1838 la Legislatura de Salta eligió como nuevo gobernador de la provincia a Manuel Solá Tineo.

A la vez, el 20 de noviembre de 1838 la guarnición militar de la ciudad de Jujuy se rebeló contra el gobernador Pablo Alemán, reunió al pueblo en la Sala Capitular y dispuso la renuncia y prisión de Alemán. Sin el auxilio de los hermanos Alejandro y Felipe Heredia, Alemán nada pudo hacer. Acto seguido, se designó como su sucesor al coronel José Mariano Iturbe. Por su parte, en Tucumán luego de mediar un breve lapso de gobernadores provisorios asumió la magistratura provincial Bernabé Piedrabuena. Ninguno de estos gobernadores gozó de la consideración y apoyo de Rosas; fueron considerados proclives al unitarismo o por lo menos no dignos de confianza.

La búsqueda de un armisticio a espaldas de Rosas

El gobernador de Salta, Manuel Solá, decidió resolver la situación por su propia cuenta apelando a una negociación autónoma con el gobierno boliviano, dejando de lado al encargado de las relaciones exteriores. Según expresa Remedi, Solá participó de un doble juego político donde al mismo tiempo que aseguraba a Rosas que no se apartaría de su autoridad, enviaba en diciembre de 1838 al doctor Tedín a Tucumán y a Santiago del Estero para que acordara con sus respectivos gobernadores las bases de un armisticio con Bolivia (1).  

En Tucumán la misión fue bien recibida por la población, en especial por el círculo que rodeaba al gobernador Piedrabuena, pero éste supeditó su decisión definitiva a la opinión de Felipe Ibarra, convencido de que la postura de Santiago marcharía de acuerdo con la de Salta (2). Por su parte, Ibarra recibió al enviado Tedín y, aunque se hizo eco de sus preocupaciones ante una posible invasión desde territorio boliviano, optó por no adoptar medida alguna sin consultar previamente al encargado de las relaciones exteriores. Consecuentemente decidió el envío de un chasqui a Buenos Aires para conocer la posición de Rosas sobre el tema y las medidas a adoptar. En una comunicación al gobernador de Buenos Aires del 19 de enero de 1839, Ibarra informaba acerca de la misión Tedín y reclamaba con urgencia una respuesta. El tono audaz de la misma revelaba tanto su estado de preocupación por la guerra, como las presiones a las que se veía sometido a manos de los demás gobernadores del noroeste:

(...) espero que Ud. haciendose cargo de nuestra posicion y estado de ansiedad y peligros que muy de cerca nos amenaza, en el termino de un mes contado desde la fha á mas tardar, se sirva decirme cuanto debemos hacer para salvar la Patria; pues en el caso de seguir en su silencio me vere en la forsosa precisión de decir á los Gobiernos que están a la vanguardia que adopten las medidas que estimen convenientes y que sean mas conformes á salvar el honor y la dignidad de la Nación (...) (3).

La posición de Ibarra oscilaba entre su fidelidad a Rosas y las pretensiones de sus pares de las provincias norteñas. Así, el santiagueño, mientras aguardaba la respuesta de Buenos Aires, acordó con Tedín -y por su intermedio con los gobiernos de Tucumán y Salta- una serie de artículos que constituirían, de ser viable, la base de un armisticio con Bolivia. Estos artículos llegaron luego a manos del gobernador de Jujuy Iturbe, vía Ibarra. El primero se expidió positivamente sobre ellos salvando algunos defectos que podrían corregirse (4).

Manuel Solá, mientras tanto, deseaba finalizar el conflicto con Bolivia cuanto antes, presionado por el fuerte sector de comerciantes salteños que ansiaban reanudar las relaciones comerciales con aquel país. A la vez, la situación interna de Bolivia brindaba a Solá la oportunidad de lograr el acuerdo tan esperado. La contracara de la guerra revelaba a Santa Cruz en una posición progresivamente desfavorable debido a dificultades político-militares y a los crecientes deseos del general boliviano José Miguel de Velasco por finalizar la guerra con la Confederación Argentina. De hecho, éste fue más allá de los buenos deseos e intentó negociar por separado la paz con el gobierno de Salta.

Velasco se dirigió a Solá, el 16 de enero de 1839, "con el objeto de indagar en la fuente misma la opinión que se dice general en esos pueblos sobre el restablecimiento de las relaciones de amistad y buena inteligencia que reinaban entre ambas Republicas". Pretendía sondear así el estado de ánimo de las provincias del norte para el restablecimiento de "las relaciones de amistad y comercio" que habían sido interrumpidas (5). Poco después Solá comunicaba a Ibarra que estaban llegando a Salta los oficiales retenidos poco antes como prisioneros en Bolivia y que traían mensajes de Velasco donde manifestaba estar autorizado para tratar con los argentinos (6).

Clemente Usandivaras fue el encargado de llevar la propuesta boliviana a los gobernadores de Salta, Jujuy y Tucumán. La propuesta expresaba:

(...) 1a Que se restituiría á la Republica sin indemnización alguna todo el territorio qe habia perdido en la presente guerra.
2a Que si el Gobno de Bs Ays ó algun otro pretendia invadir á las Provas contratantes, el Gobierno de Bolivia les suministraria una suma mensual de dinero y todas las armas, municiones y demas auxilios que jusgase necesario para defender y resistir.
3a Que el Gobno de Bolivia no se referiria jamas en los negocios politicos de estas provas ni directa ni indirectamente aun que deseaba vivamente verlas constituidas bajo alga forma.
El Sor Gral Velasco agregó que desearia subscribiesen á este tratado no solo las provincias mencionadas, sino tambien las demas de la Republica y muy especialmente las de Snto, Rioja y Catamarca; y que rogase á los Gobernadores de las Provincias instasen con este fin á las segundas asegurandoles que se hallaba dispuesto á hacer concesiones mayores todavia á fin de terminar una guerra tan funesta pa ambos paises (...) (7).

Como queda claro, la propuesta tenía por objero ganar el favor de las provincias del norte incluyendo a aquéllas a las cuales no se les había remitido ésta en forma directa, como Santiago del Estero, La Rioja y Catamarca. Quedaba explícita además la intención de garantizar a dichas provincias su defensa en caso de que Buenos Aires adoptara una actitud hostil frente al acuerdo. Poco después Velasco invitó a Manuel Solá a una entrevista para negociar la finalización de la guerra, que como veremos no llegaría a concretarse.

En tanto todas las provincias coincidían en el deseo de lograr la paz, no había unanimidad en cuanto a los métodos para lograrla. La cuestión se debatía en el punto de si había que hacerlo a través del encargado de las relaciones exteriores o prescindiendo de él. En el caso de Tucumán, Salustiano Zavalía, entre otros miembros del círculo directo del gobernador, era de la idea de concretar la paz pasando por alto a Rosas (8). Se fundaba en que el poder conferido al Restaurador era accidental y no basado en principio constitucional (9). Sin embargo, tanto Zavalía como el gobernador Piedrabuena entendían que era esencial ganar primero a Ibarra para consolidar la posición del norte en caso de desencadenarse un conflicto con Rosas: "lo que nos resta solamente es reducir á nuestras ideas á nuestro comun y apreciable amigo el señor Ibarra. Es muy importante que éste señor tome parte en estos negocios (...)" (10). Así, Zavalía escribía a Ibarra el 27 de enero argumentando a favor del pacto con Velasco, acompañándole una copia de la exposición de Usandivara (11).

Por su parte, Ibarra adoptó una posición en principio vacilante y luego abiertamente inclinada a Rosas. Desde diciembre de 1838, cuando recibiera la misión Tedín, el gobernador santiagueño se había hecho eco de los reclamos y preocupaciones de las provincias del norte ante Rosas. Mantenía de esta manera una abultada correspondencia con el Restaurador, la que entre otras cosas pretendía ganar su apoyo decidido o al menos una respuesta clara para resolver el conflicto con Bolivia (12). En la mencionada nota del 19 de enero, Ibarra, asumiendo una actitud bastante riesgosa, había emplazado al Restaurador para que brindara las pautas a seguir respecto de la cuestión de Bolivia.

Después de un largo silencio, el 18 de marzo de 1839 Rosas remitía un oficio a Ibarra donde evadía expresar su postura respecto de la paz con Bolivia, y sólo hacía referencia a la cuestión Cullen para pasar luego a llamar la atención del gobernador santiagueño por su actitud atrevida y conminatoria del 19 de enero: "(...) Entre tanto, permitame decirle lo que me ha dolido el apuro que V. me ha señalado. Es preciso que sepa V. que si mas no hago es porque mas no puedo (...)" (13). Pero para cuando esta carta llegara a Santiago, Ibarra ya se había decidido por la adhesión al Restaurador, al menos en lo que a las relaciones exteriores con Bolivia se refería.

La decisión de Ibarra frente a la propuesta de Velasco fue puesta de manifiesto en su oficio al gobernador Solá del 30 de enero de 1839. En éste Ibarra descalificaba el poder que pudiera tener Velasco para negociar con la Confederación Argentina, poniendo luego en duda sus sanas intenciones de paz y amistad:

(...) De que modo se presenta el Gral Velasco? Dirigiendo á Ud. una comunicación Oficial, en que asegura que se halla autorizado en bastante forma, para ajustar tratados con los Gobernadores de las Provas Argentinas; sin advertir que estos Gobernadores jamas han entrado por si mismos ni pueden entrar en transacciones diplomáticas de ninguna clase, sino por medio del Gobno aquien unanimemte han encargado la dirección de sus Relaciones Exteriores y de la guerra contra el Tirano Santa Cruz. Si el Sor Velasco aora no se dirige a él, tendremos razon para creer que el verdadero objeto de sus instrucciones, no es proporcionarnos la  paz sino fomentar la discordia entre los Gobnos Argentinos (...) (14).

Asimismo Ibarra dejaba en claro que la opinión de Salta no era representativa de la voluntad nacional:

(...) Y de cuando acá la fuente de opinion Argentina está unicamte en Salta? Por que no se ha dirigido a otras fuentes que las hay en cada Prova? Por que no ha consultado también a la de Jujuy que la tiene mas cerca? Y cómo un Gobno nuevo y naciente como el actual de Salta que apenas empieza a relacionarse con los demas Confederados, puede presentar al Gral Velasco el verdadero esta- do de la opinion pública en todos los pueblos Argentinos? (...) (15).

De esta manera, la política de Ibarra en principio vacilante fue definiéndose a favor de Rosas. El fracaso de los movimientos contra Manuel López en Córdoba, el malogro de la misión Doubué y la prisión de Cullen terminaron por diluir cualquier pretensión de rivalizar con Rosas o su política.

Las negociaciones que impulsara Solá quedaron de este modo truncas. Cuando Solá recibió la contundente respuesta de Ibarra optó por no acudir a la entrevista. Evidentemente Felipe Ibarra constituyó un obstáculo a la iniciativa de los gobernadores de Salta y Tucumán para negociar la paz con Bolivia evitando la participación del encargado de las relaciones exteriores (16), pero seguramente la noticia de la derrota boliviana en Yungay, que habría llegado en esos días, también quitó urgencia a la negociación. Poco después, el pronunciamiento de Velasco y su ejército en contra de Santa Cruz y la independencia efectiva de Bolivia de la Confederación Peruano-Boliviana (febrero de 1839) permitieron establecer una nueva negociación entre Salta y Bolivia. En esta oportunidad, Solá cansado de tanta indiferencia por parte de Rosas, no aguardó su beneplácito para reanudar las comunicaciones con el país vecino (17).

La situación de las provincias norteñas después de la guerra

No obstante estos acontecimientos, la derrota eventual de Santa Cruz a manos de los chilenos estaba asegurada. Por cierto, como hemos visto en un capítulo anterior, la derrota del ejército boliviano en la batalla de Yungay el 20 de enero de 1839 puso fin a la Confederación Peruano-Boliviana y produjo la caída de Santa Cruz.

Pero si bien el triunfo chileno trajo alivio a las provincias del Norte argentino, la realidad política de éstas era sumamente confusa. Luego del fracaso y muerte del gobernador tucumano Alejandro Heredia en el transcurso de la guerra contra la Confederación Peruano-Boliviana, se constituyeron gobiernos de dudoso tinte federal. El final de la costosa guerra sostenida por las provincias del norte de la Confederación Argentina contra Bolivia no hizo otra cosa que generar rápidamente una serie de reacciones contra la autoridad de Rosas, que fue bien aprovechada por los elementos antirrosistas residentes en Montevideo. Así, el 28 de febrero de 1839 Juan Bautista Alberdi escribía desde la capital oriental a Brígido Silva, Salustiano Zavalía y al ministro Marco Manuel de Avellaneda en Tucumán, haciéndoles ver la necesidad de que las provincias del Norte retirasen a Rosas el poder de dirigir las relaciones exteriores de la Confederación Argentina. Las provincias del noroeste respondieron positivamente a la propaganda de la Asociación de Mayo, que se proponía una acción conjunta en contra del rosismo con la provincia de Corrientes y las fuerzas del general Lavalle. Marco Avellaneda enhebró la resistencia antirrosista, consiguiendo la adhesión de los gobernadores Manuel Solá de Salta, Roque Alvarado de Jujuy, José Cubas de Catamarca y Tomás Brizuela de La Rioja, formándose así la "Coalición del Norte".

Procurando evitar la gestación de un foco de resistencia en el Norte, Rosas envió al general Gregorio Araóz de La Madrid para que marchase a Tucumán, centro de la Coalición norteña, donde llegó el 13 de marzo de 1840. Pero éste se pasó al bando unitario, siendo nombrado general en jefe de las fuerzas tucumanas. Nuevamente el Norte se escapaba del control de Buenos Aires.

Instruido el gobernador salteño Solá por su colega tucumano Bernabé Piedrabuena, por el ministro de éste Marco Avellaneda, y por el general en jefe de las fuerzas tucumanas Aráoz de La Madrid, el 13 de abril de 1840 la Legislatura de Salta dictó una ley por la que esta provincia desconocía a Rosas como gobernador de Buenos Aires y encargado de las relaciones exteriores de la Confederación Argentina. Esta disposición procuraba asimismo la unión de los gobiernos de La Rioja, Tucumán, Catamarca y Jujuy. La ley fue promulgada por el gobernador Solá y su ministro general, doctor Bernabé López. Ese mismo día Solá lanzó el grito de "libertad, constitución o muerte", a través de un manifiesto y en abierto desafío a la autoridad de Rosas. Poco después, el 5 de mayo, La Rioja y Catamarca seguían el ejemplo salteño (1).

Pero la situación del Norte seguía mostrando evidentes síntomas de inestabilidad, como el resto del territorio de la Confederación. Tras la derrota del ejército de Juan Lavalle por las fuerzas rosistas en Quebracho Herrado (28 de noviembre de 1840) los federales nombraron gobernador en Salta a Miguel Otero el 16 de diciembre de 1840, desplazando a Solá, quien emigró a Bolivia, país que aún después de la caída de Santa Cruz esperaba con los brazos abiertos a cuanto elemento antirrosista se acercase a su territorio. El 8 de octubre de 1841 el gobernador federal salteño Miguel Otero reclamó al gobierno boliviano la entrega del general La Madrid y del coronel Santos que, con armas, preparaban desde Calama una invasión a Salta y Tucumán. La frontera con Bolivia fue un factor de continua alarma para Salta y Jujuy. Aunque la derrota de las fuerzas unitarias comandadas por Lavalle en la batalla de Famaillá del 19 de septiembre de 1841 destruyó a la Coalición y entregó la región norteña a los federales de Rosas, los derrotados emigraron a Bolivia y continuaron conspirando desde allí.

Las relaciones entre la Confederación Argentina y Bolivia luego del conflicto

La derrota de Santa Cruz en la guerra produjo una serie de revueltas internas que determinaron su caída. Fue reemplazado por el general José Miguel Velasco y éste a su vez fue derrocado por el general José Ballivián en junio de 1841. Una convención reunida en Sucre en 1843 nombró a Ballivián presidente y aprobó una constitución, de características autocráticas. Sin embargo, a pesar del cambio de gobierno en Bolivia las relaciones entre el país del Altiplano y la Confederación Argentina siguieron siendo poco cordiales, ya que los emigrados argentinos influían el ánimo del nuevo presidente en contra de Rosas. Entre estos emigrados se puede mencionar a Félix Frías (secretario de Lavalle, empleado en el Ministerio de Relaciones Exteriores de Bolivia y maestro del hijo de Ballivián), a Domingo de Oro y a Bartolomé Mitre (ambos de gran influencia en el periodismo boliviano). Más aún, Mitre fue el jefe de artillería del nuevo presidente de Bolivia y el organizador del Colegio Militar de ese país, demostrando otra vez en qué medida no existía en la época un verdadero concepto de nacionalidades diferenciadas entre los nativos de estos Estados limítrofes. La influencia local de estos emigrados era tan grande que La Epoca, el primer diario boliviano, nació el 1º de mayo de 1845 bajo la redacción de Domingo de Oro, Bartolomé Mitre, Benjamín Villafañe y Félix Frías. El periódico se destacó por su continua campaña en contra de Rosas.

Por cierto, el involucramiento del gobierno boliviano en las luchas internas de las provincias norteñas quedó probado en numerosas oportunidades. Una nueva correría realizada el 21 de septiembre de 1845 llegó a ocupar el pueblo de Yavi y tuvo entre los atacantes la figura de Gabino Robles, uno de los asesinos de Alejandro Heredia. Otra tentativa unitaria con apoyo boliviano fue la de octubre del mismo año a las órdenes de los emigrados coroneles Anselmo Rojo y Juan Crisóstomo Alvarez, y del ex gobernador de Jujuy Roque Alvarado, expedición que contaba con la participación del teniente boliviano Juan Manuel Araya. Esta expedición tenía por objetivo derrocar al gobernador de Jujuy Iturbe y a sus ministros de gobierno, además de fusilarlos. Contaba con 60 bolivianos (30 de infantería y 30 de caballería) y 24 coraceros de la Confederación Argentina (1).

Las mencionadas incursiones promovidas desde el altiplano llevaron al ministro de relaciones exteriores Felipe Arana a dirigirse a su colega boliviano el 11 de diciembre de 1845 reclamando por la participación del gobierno de éste en las mismas, en los siguientes términos:

El infrascripto por orden del Escmo Sr Gobor adjunta a V.E. pa un conocimto copia de la reclamacion dirigida al Escmo Gobno de la Repca de Bolivia por las repetidas incursiones que desde allí practican sobre el territo de la Confedon los Salvages Unitarios emigrados abusando del Dro de asilo que les ha dispensado y egecutandolas con el ausilio y cooperacion de gefes, oficiales y soldados Bolivianos, y de las autoridades subalternas de esa Repubca y por varios otros incidentes ofensivos y desagradables y que en la citada declaración se detallan (2).

Un año más tarde, el 11 de diciembre de 1846 Arana reiteró estas denuncias. Enumerando cargos concretos, se remontaba a 1842, fecha de la invasión del emigrado Florentino Santos. Arana se quejaba del respaldo del gobierno boliviano en 1844 a la publicación por parte de los emigrados argentinos del libelo "Rosas y el Gral. Ballivian"; de la campaña de desprestigio emprendida por estos emigrados y canalizada desde el periódico La Epoca, y por haber reconocido el presidente boliviano al emigrado argentino Wenceslao Paunero como agente confidencial del gobierno de Montevideo. Respecto de este último, Arana exigía:

el juicio y ejemplar castigo del Salvaje Unitario emigrado Argno Paunero, espeliendolo del territorio Boliviano sin que sea acepcion la calidad de ser Agente Diplomático de un Gobierno sin nacionalidad, y notoriamente traidor a la causa de la Indep.a americana (3).

Arana mencionaba también el asunto Guilarte y el poco respeto a la neutralidad proclamada por el gobierno boliviano en el bloqueo anglofrancés que sufría Buenos Aires. La actuación del general Eusebio Guilarte, acreditado por Ballivián ante el gobierno de la defensa de Montevideo, figuraba entre las numerosas acusaciones de complicidad del presidente boliviano con elementos enemigos de Rosas. Guilarte hostilizaba a Rosas a través de la prensa de Montevideo, por lo que Rosas decidió no reconocer a Guilarte en caso de presentarse éste en Buenos Aires. Incluso, el 21 de octubre de 1846 el representante boliviano envió desde Montevideo una carta a Urquiza expresándole sus deseos de entablar relaciones entre el gobierno de La Paz y la provincia de Entre Ríos. La mera existencia de esta carta es un dato significativo, en tanto fue enviada desde Montevideo, uno de los focos más importantes de resistencia a Rosas, y a un destinatario como Urquiza, que en agosto de 1846 había firmado con Madariaga los irritantes Tratados de Alcaraz (4). Por todos estos motivos, Arana expresaba en la mencionada carta de diciembre de 1846:

Fácil será á V.E. apreciar este aserto, al recordar la acquiescencia de su Gobierno sobre la anti-Americana conducta de su agente el Sr. General Dn. Eusebio Guilarte durante su residencia en Montevideo, apoyando y agitando publicamte esa escandalosa intervon (...). Apenas le ha reprochado V.E. lo prematuro de su conducta al tomar en las cuestiones que provoca la interveon Europea en el Rio de la Plata, una participacion mayor y mas directa de lo que le permitia y marcaba su caracter de agente diplomático, destinado al Imperio del Brasil (...) el Escmo Gobno. de Bolivia, en vez de una absoluta explícita reprobacion; en vez de ser consecuente con esa politica de neutralidad que proclama (...) sólo se reservó tomar en la debida consideracion esos fundamentos y graves intereses que su agente presentaba á su consideracion como poderosos para la cooperacion de esa misma cruel intervon Europea (...) Ni es esto sólo. Cuando ese mismo agente participaba al Escmo Gbno. de V.E. la publicacion que habia mandado hacer en Montevo de la ley publicaba en Bolivia destinando ciertas gratificaciones a los primeros buques, que con violacion del Territorio de esta Repca, se internasen por sus rios hasta la de Bolivia, las ofertas del Salvage Unitario Lafone para cooperar a este fin (...) apareciendo animado de iguales sentimtos respecto de las Provas Argentinas Paraguay, Corrientes y Entre-Ríos; se vio con no menos penosa sorpresa, que el Escmo Gbno. de Bolivia alentaba del modo mas injusto una hostil empresa por la que este extranjero se proponía violar el territorio Argentino, despachando un buque al efecto, y le manifestaba su gratitud por el interés que manifestaba por servir a esa República con un proyecto, que sin embargo de atacar los dros. territoriales y soberanía de la Confederación, no se trepidaba en llamarlo "tan grandioso como importante á su comercio y progresos de todo genero"(...).

La carta de Arana continuaba con sus denuncias hacia el gobierno boliviano, señalando la persistente actitud de los emigrados unitarios:

Los Salvajes Unitarios conspirando desde Bolivia, contra la autoridad legal de su patria; conflagrando la Repca con producciones incendiarias y subversivas de la paz, y del orden de ella; organizando fuerzas, a la vista de las mismas autoridades Bolivianas; haciendo frecuentes incursiones, asonadas y depredaciones en este territorio, no pueden ser considerados ni adscriptos en el número de los refugiados, ni ser amparados del favor de las leyes de asilo, porque han faltado a los deveres primordiales que la misma ley pública les prescribe. Son criminales (...) En este caso el deber imperioso del Gobno. de V.E., no ha podido ser otro que imposibilitarlos para que no hiciesen mal; alejarlos de las inmediaciones del Territorio Argentino; expulsarlos tambien, si así lo ecsigian los intereses de la paz de ambas Repcas (...).

Finalmente, el ministro Arana concluía su carta al gobierno boliviano diciendo, en referencia a la ya citada del 11 de diciembre de 1845:

Así, pues, cuando en su nota del 11 de diciembre último, en cumplimto de la ley de las Naciones, reclamó este Gobno del de Bolivia el muy justo castigo del Salvage Unitario emigrado Argno Paunero, espulsandolo de su Territorio, el de los demas Salvages Unitarios, refugiados alli, que abusando de las leyes del asilo, han formado por sus repetidas incursiones armadas contra la Confon, ultimte el de los Gefes, Oficiales y autoridades Bolivianas, que á ellos se asociaron para tan reprobado atentado, apenas he hecho otra cosa que pedir a V.E. el fiel cumplimiento de un deber internacional (...) (5).

Otro ejemplo de la participación boliviana en las luchas internas de las provincias norteñas se encuentra en otra carta que Arana envió al ministro de relaciones exteriores de Bolivia, el 24 de diciembre de 1847, donde documentó prolijamente la intervención del presidente Ballivián en las incursiones contra la Confederación Argentina. Dice la carta que en la invasión de los emigrados hermanos Rojo:

al partir de La Paz lo hicieron con pasaporte firmado por el Excmo. Sr Presidte Ballivian, sin embargo, que esto según V.E., es contrario á la Constitución de Bolivia. Dichos documentos fueron tomados entre la correspondencia del salvaje unitario Crisóstomo Alvarez, Gefe de las tropas Bolivianas, que S.E. el Sr Presidente puso á sus ordenes para invadir las Provas de la Repca limítrofes á Bolivia, cuando fué hecho prisionero en las aguas del Paraná. Entre dicha correspondencia figura la órden autografa del Exmo. Sor, Presidente de Bolivia Gral Dn Jose Ballivian dirigida á este a Tarija, datada en Sucre a 29 de julio de 1845, en que decia lo siguiente: "El Sr. Rojo debe dirigir a V. esta, y con su acuerdo obrará V. en todo muy reservadamente y con toda prudencia, poniendose a sus órdenes, para obrar desde que estalle un movimto en las Provas limítrofes a esta Repca. El Prefecto debe darle a V. una partida de 50 hombres nacionales de caballería armados para cuidar la frontera que V. Manda de los indios barbaros: al recorrerla V. se dirigirá secretamente acia La Quiaca ó Mojo, pa estar próximo en el caso arriba indicado; sino tubiese lugar regresará V. a su destino. Espero de V. prudencia y sigilo" (6).

En respuesta a las reclamaciones efectuadas por el ministro Arana, el gobierno boliviano negó toda vinculación con los emigrados unitarios en notas del 4 de marzo de 1846 y del 28 de agosto de 1847, y responsabilizó al gobierno de Rosas del fracaso de la misión negociadora del coronel Manuel Rodríguez en Buenos Aires. Este había sido designado por el presidente Ballivián en 1843 como encargado de negocios del gobierno de Bolivia ante la Confederación Argentina. En su carácter de encargado de negocios del gobierno boliviano, presentó al ministro de relaciones exteriores de la Confederación Argentina Felipe Arana las bases para un tratado de amistad, comercio y navegación fluvial entre ambos países. Ante la gravedad de la situación política en las provincias norteñas y la complicidad boliviana en la misma, Rosas no evidenció voluntad para llegar a un acuerdo con el gobierno del altiplano, implicado en cada una de las correrías de los emigrados unitarios en el ámbito norteño. El contenido de la carta del 28 de agosto de 1847 enviada por el gobierno boliviano decía:

Cualquiera que haya sido la acción de los emigrados Argentinos refugiados en Bolivia para restaurar su partido en el poder en 1842, í por mas que se desconozcan las medidas con que mi Gobierno se esforzó siempre en reprimirla, í se les niegue el mérito de un buen éxito, hai un hecho, que pone en toda evidencia su política fraternal para con el Gobierno de V.E., la cual si hubiera sido correspondida, habría robustecido también los medios i la accion del Gobierno boliviano, contra aquellas tentativas: este hecho es la mision del Coronel Don Manuel Rodríguez cerca del Gobierno de V.E. Destinada a promover el adelantamiento de las relaciones políticas í comerciales de las dos Repúblicas, era al mismo tiempo la prenda mas segura, la demostracion mas convincente de los sentimientos amistosos de la administracion boliviana, para con la administracion de la Confederacion, no obstante la tendencia contraria que naturalmente procurará hacer prevalecer el partido unitario. En tal coyuntura, si la política de la Confederacion hubiera estado acorde con su propio interés (...), no hubiera pretestado para eludirla, como lo hizo, las ocupaciones y graves asuntos de la guerra del Rio de la Plata, que embargaban toda su atencion. Por el contrario, era muy natural que estas mismas atenciones í cuidados le hubieran estimulado a realizar pronto todos los buenos efectos que se proponia la expresada mision (...) (7).

En consecuencia, a pesar de la caída del gobierno de Santa Cruz y del colapso del proyecto de Confederación Peruano-Boliviana, las relaciones entre Rosas y el país del altiplano continuaron complicadas, pues Bolivia siguió siendo uno de los ámbitos de actuación de los emigrados antirrosistas. Los medios de prensa bolivianos mostraban a las claras esta conflictiva realidad. Así por ejemplo, el Boletín Americano del Diario La Epoca registró durante muchos años las incursiones unitarias a la frontera del Norte argentino desde Bolivia. El conflicto se parecía más a una guerra civil que a una conflagración externa.

 

Información extraida del portal: Historia General de las Relaciones Exteriores de la República Argentina: http://www.cema.edu.ar/ceieg

Cultura

Historia

Turismo

Economía

Geografía

Antropología